No soy norteamericano, pero desde
que era un adolescente me he sentido intrigado por el asesinato, en la Plaza
Dealey de Dallas (Texas), de John Fitzgerald Kennedy, 35º presidente de los
Estados Unidos. Fue un viernes, 22 de noviembre de 1963, a las doce y media del
mediodía, treinta y cuatro meses después de su elección. Lo recuerdo muy bien,
porque yo no había nacido aún.
Fue a raíz de un excepcional
reportaje que publicó El País, en su
suplemento del domingo. Entonces, en los años ochenta, El País (y todos los demás periódicos) publicaban buenos trabajos
de investigación. En este se incluían fotos del cadáver del presidente, así
como radiografías de su cráneo agujereado, que eran inéditas en España. Era
impresionante.
Después llegaron algunos
documentales de televisión, con las diversas tesis sobre la conspiración,
ejemplificada muy eficazmente por un largometraje de ficción, Acción ejecutiva (Executive Action, David Miller, 1973), interpretada por Burt
Lancaster, con guion de Dalton Trumbo, sobre una novela de Mark Lane, que
especulaba con la teoría del “fuego cruzado”, efectuado desde tres ángulos por
tiradores expertos y distintos. En 1977, ¿Quién
mató a J.F. Kennedy? volvió a plantearse algunos puntos oscuros en la
investigación, jugando con la ucronía de que Lee Oswald no fuese asesinado y en
su juicio revelara misterios no aclarados. Y por fin, en 1991, llegó una
película de montaje verdaderamente impactante, JFK. Caso abierto, de Oliver Stone, quien había deslumbrado a medio
mundo con su testimonio de la guerra de Vietnam en Platoon. Según esta cinta, inconmensurable ejercicio de estilo
narrativo, el presidente fue abatido por varios tiradores entrenados por la CIA
y los anticastristas cubanos. Más o menos, la tesis que a finales de los
sesenta defendía el fiscal jefe de Nueva Orleans, James Garrison. Una tesis
rechazada en un juicio. Stone criticaba la “bala mágica” o “bala prístina”, que
atravesó los cuerpos de Kennedy y del gobernador Connally, cambiando varias
veces de dirección y no saliendo deformada. Jesús Hermida, que vivió muchos
años en Norteamérica como corresponsal de TVE, recuerda al verdadero Jim
Garrison como “un abogado provinciano con mucho bar y poltrona”. Su hipótesis
sobre el magnicidio no llenó, según Hermida, las primeras páginas de los
periódicos de aquel país, sino solo escuetas líneas en el interior, tratada así
“más como una rareza que como un notición”.
Si uno ve JFK se cree a pies juntillas lo que Stone ofrece ampliado,
simulando imágenes reales y mostrando detalles que nunca existieron a ciencia
cierta. Es una ficción muy bien realizada, que convence si uno no es crítico
con lo primero que oye y ve.
En noviembre de 2013, se
cumplirán 50 años de la muerte violenta de John Kennedy.
Ahora el Canal de Historia ofrece la posibilidad, en cuatro capítulos de
cincuenta minutos cada uno, de acercarse a lo verdaderamente vivido en Dallas y
en EE.UU. durante las cuarenta y ocho horas posteriores al atentado. El
documental se titula JFK: tres disparos
que cambiaron América (JFK: Three
Shots That Changed America) y fue producido y dirigido en 2009 por Nicole
Rittenmeyer y Seth Skundrick para New Animal Productions y A & E Televisión
Networks. No hay ninguna voz en off que narre lo vivido: únicamente las
imágenes de varias cadenas y programas de televisión tal cuales, algunas en
blanco y negro y otras en color, alternando diferentes ángulos de una misma
escena. Los comentarios son los mismos originales de entonces, y no han sido
alterados o sustituidos en ningún caso. De este modo, cada espectador, sin ser
guiado, puede sacar sus propias conclusiones.
Kennedy llegó a Dallas en el Air
Force One desde Fort Worth, donde había pronunciado una charla en la Cámara
de Comercio. En ese acto le regalaron un típico sombrero tejano, que no quiso
probarse en público. Su discurso, al hallarse en Texas, fue marcadamente
“político”, furibundamente anticomunista y conservador. Su esposa ya lucía el
famoso vestido de lana rosa con el sombrerito haciendo juego. El vuelo a Dallas
apenas duró once minutos. Al descender del avión, cada uno –Kennedy y Jackie,
Connally y su señora, Nellie—ocuparon plaza en el automóvil descubierto e
iniciaron su recorrido por las calles de la ciudad. Se dirigían a un centro
comercial, donde el presidente tenía que pronunciar un breve discurso. El coche
iba muy despacio, a unos quince kilómetros por hora. En la plaza Dealey avanza
por la calle Houston, en la cual está la central de policía donde luego
llevarían a Oswald detenido. Gira por la calle Elm, y pasa junto al almacén de
libros escolares. Justo al dejarlo atrás comienza el tiroteo. La película Zapruder, no muy bien ofrecida,
por cierto, en este documental, muestra a Kennedy herido en el cuello, a
Connally girándose hacia él para ver qué ha ocurrido, al mismo gobernador
desplomando su espalda sobre su esposa al recibir un disparo y, finalmente, el
parietal derecho del presidente estallando y mostrando un trozo de cerebro
colgante en lo que parece un impacto de bala frontal o lateral. La cabeza de
Kennedy va hacia atrás y cae hacia la izquierda, hacia el lado de Jackie.
Aunque parece una herida voluminosa de entrada, también podría ser de salida,
viniendo el proyectil desde atrás. En este punto, los expertos no coinciden.
Según los médicos que exploraron el cuerpo de Kennedy en el Hospital Parkland
de Dallas, la herida del cerebro era de entrada y no de salida, lo que
señalaría a un tirador oculto tras la famosa verja del montículo verde. Sin
embargo, en el Hospital Naval de Bethesda, donde se practicó la autopsia al
cadáver, se anotó que era de salida, y que el disparo había venido desde atrás.
La primera bala, que hiere a
Kennedy, no puede alcanzar a Connally, porque este todavía sujeta su sombrero y
no presenta síntomas de dolor. Sin embargo unos instantes después, Connally se
escurre de su asiento, perdemos de vista su sombrero y su cara se contrae. Ha
sido herido por una segunda bala. La tercera y última bala vuelve a impactar en
el presidente, volándole la cabeza. He aquí cómo lo describe William Manchester, uno de los primeros y más exhaustivos cronistas del magnicidio: "El Lincoln continúa perdiendo velocidad. Su interior es un lugar terrible. La última bala ha penetrado en el cerebelo de John Kennedy, debajo del cerebro. Inclinándose hacia su marido, Jacqueline Kennedy ha visto saltar un fragmento del cráneo, de color carne y no blanco" [v. La muerte de un presidente, Madrid, Globus, 1994 --1ª ed. Ed. Noguer, 1967--, vol. I, pág. 198]. Es decir, lo que se ve que estalla es el cerebelo, porque la bala viene desde atrás. Hacían falta 2,3 segundos para manejar el cerrojo del fusil utilizado en el crimen. Y el criminal pudo realizar tres disparos en menos de seis segundos: para el primero ya tenía el arma cargada, luego no hubo demora; primer tiro, pasan 2,3 segundos; segundo disparo, otros 2,3 segundos y tercer balazo. En total, 4,6 segundos [v. op. cit., vol. I, pág. 192]. El primer impacto es certero, porque el asesino ha podido tomarse tiempo para buscar el blanco en la mira. Es el que hiere a Kennedy en el cuello, a la altura del nudo de la corbata. El segundo tiro, sin embargo, después de recargar el rifle, no acierta. Pudo haber nerviosismo en el tirador, que esta vez yerra y solo hiere a Connally. El tercer disparo resulta definitivo y es el que destroza la cabeza del presidente, desde atrás, por el cerebelo, levantando medio cuero cabelludo y fragmentos considerables de cráneo.
Kennedy es declarado muerto a la una de la
tarde. Dos sacerdotes católicos comunican a los medios que el mandatario ha
fallecido en el momento de darle la extremaunción. Media hora después, a las
13:30, la muerte se comunica oficialmente.
Lo que se ve en la película Zapruder es la lectura que el
FBI hizo el 9 de diciembre de 1963, diecisiete días después del atentado: solo
tres disparos: uno hiere a Kennnedy, otro al gobernador Connally, y el tercero
y fatal remata al presidente. En septiembre de 1964, una comisión oficial,
llamada Comisión Warren, concluye que Lee
Harvey Oswald fue el único autor intelectual y material del crimen. Sin
embargo, a poco de tomar posesión Lyndon B. Johnson como 36º presidente, el
todopoderoso director del FBI, Edgar Hoover, declarado enemigo del clan
Kennedy, lo llamó por teléfono; ambos convinieron que a nadie interesaba una
investigación en profundidad del magnicidio en esos momentos. Años más tarde,
Lyndon Johnson declaró en una entrevista que creía en la posibilidad de una
conspiración en el asesinato de Kennedy.
Lee Oswald es arrestado hora y
media después de cometido el crimen. Trabajaba en el almacén de libros, del
cual le vieron salir antes de que este fuera registrado por la policía de
Dallas. Su descripción fue leída por la radio de los coches y motos patrulla.
Un agente del orden, J. D. Tippit, lo reconoce como potencial sospechoso y le
da el alto, con tan mala suerte que recibe un tiro de revólver por parte de
Oswald. Un transeúnte atiende al herido y avisa por radio a la central. Oswald
se mete en un cine, a ver la película bélica Más allá de las lágrimas (1955). Allí es neutralizado y conducido a
comisaría.
A las pocas horas, las cadenas de
televisión ya tienen una completa biografía con las actividades del supuesto
magnicida: exmarine, procastrista, se le vio repartiendo propaganda en favor de
Cuba. Anteriormente, estuvo en la Unión Soviética, donde llegó a solicitar la
ciudadanía rusa (de hecho, su mujer era soviética). Tanto el rifle militar
italiano como la pistola con que se disparó al agente Tippit eran suyos. Ambos
estaban a su nombre.
Transgrediendo las más
elementales medidas de seguridad, la policía de Dallas permitió que una
treintena de periodistas se agolpara en el pasillo donde se tenía detenido a
Oswald. Cada vez que era trasladado de despacho, era también interrogado por la
prensa. Se quejaba una y otra vez de no disponer de asistencia letrada. Además,
un agente le había abierto una ceja.
Cuando el domingo, 24 de
noviembre, iba a ser trasladado a la prisión del condado, en el garaje de la
comisaría central de Dallas, donde le esperaba un furgón blindado, Oswald
recibió un tiro de Jack Ruby,
propietario de un local de variedades. Ruby se abalanzó sobre Oswald tras
gritar su apellido y disparó. El herido fue llevado al hospital en ambulancia,
pero falleció mientras era operado. Evidentemente, había mucho policía en ese
garaje, pero también gente que no había sido controlada, y que no debía estar allí.
De hecho, hay fotografías previas a la rueda de reconocimiento de Oswald donde
se ve a Jack Ruby, en una esquina y encaramado. Es decir, Ruby frecuentó la
sede de la policía de Dallas desde el mismo momento de la detención de Oswald.
Además hay artistas de su local que afirman haber visto a Oswald entre las
mesas del público días antes del atentado contra Kennedy. Es decir, Oswald y
Ruby podían conocerse. Para complicar más las cosas, Jack Ruby trabajaba para
el cuáquero Richard Nixon, quien había sido rival republicano de John Kennedy
en las últimas elecciones. Nixon perdió frente a Kennedy por un muy estrecho
margen de votos, que se dice había sido conseguido gracias a la intervención de
clanes mafiosos de Nueva York. Ruby alegó que vio en Oswald a un engreído con
afán de protagonismo, cruelmente insensible al dolor de una familia americana.
Por eso, según él, decidió matarlo sin esperar a juicio.
Jack Ruby intentó suicidarse por
dos veces en la cárcel de Dallas, una golpeándose la cabeza contra los
barrotes, y otra metiendo los dedos en un enchufe. Fue juzgado y condenado a
muerte. Pero no llegó a su ejecución, porque el juicio fue anulado y luego
condenado por homicidio, no por asesinato. Ruby falleció en la cárcel de cáncer
el 3 de enero de 1967.
Los Kennedy no eran unos santos. Joseph Kennedy, el patriarca,
había hecho fortuna en los años veinte y treinta con la Ley Seca y el
contrabando de licor. Se le relacionaba con mujeres del mundo del espectáculo,
en especial, con actrices de cine, un hábito que luego heredarán sus hijos
(tanto John Fitzgerald como Robert, Fiscal General en 1963). Pero los Kennedy,
muy queridos y reverenciados por la masa, eran católicos, en un país de mayoría
protestante. Estaban a favor de los derechos civiles de la etnia de color, y
eran contrarios a una enemistad permanente con el bloque soviético. John paró por
dos veces una ofensiva militar contra Cuba, alegando que el diálogo y la
presión comercial eran mejores que una escalada bélica de impredecibles
proporciones. Los anticastristas olvidados en Bahía Cochinos no le perdonaron
nunca su taimada actuación.
A las pocas horas del magnicidio,
los principales analistas televisivos dudaban de que un solo hombre hubiera
podido matar al presidente de Estados Unidos. El recorrido estaba muy vigilado
por cientos de policías y agentes especiales. Oswald nunca habría conseguido
alcanzar el objetivo solo. Tendría que haber contado con ayuda. Por su parte, Abraham Zapruder, un próspero comerciante
textil de Dallas –nombre y hombre judíos—fue entrevistado en un canal de
televisión y declaró entonces haber sacado fotos –no película—del momento del
atentado. Su filme, en color, mudo y en 16 mm, no fue dado a conocer a la
opinión pública hasta mediada la década de 1970. La revista Life se lo había comprado y lo mantuvo
oculto en una caja fuerte.
En 1978, una nueva investigación
del Congreso determinó que tanto el asesinato de John F. Kennedy, como los de
su hermano Robert F. Kennedy y el pastor Martin Luther King, fueron
consecuencia probable de tramas conspirativas. Recordemos que Luther King
recibió un disparo de rifle en la terraza de un hotel de Memphis, el 4 de abril
de 1968, y que Robert Kennedy, candidato a la presidencia, fue tiroteado en un
hotel de Los Ángeles el 5 de junio del mismo año. Gran parte de los documentos,
testimonios y pruebas del atentado contra John F. Kennedy permanecen
clasificados como secretos, y no podrán ser desvelados hasta el año 2029.
Varios de los testigos del
magnicidio han muerto ya. Hubo personas que declararon escuchar disparos que
procedían de la valla en el montículo de hierba. Incluso que vieron nubecitas
de humo saliendo de allí. El mismo Zapruder dijo haber sentido una bala
rozándole la oreja. Pero lo que de cierto se ve en su película documental
coincide con la tesis del FBI y de la Comisión Warren de un único tirador
apostado a la espalda del presidente asesinado. Si fue Oswald o no quien
apretó el gatillo, o lo hizo a instancias de terceros, probablemente no lo
sepamos nunca.