En el Río de la Pila de Santander
hay un bar donde se toca jazz que se llama el Drink Club. Fue fundado por Ramón, el segundo de los hermanos
Calderón. No se puede hablar de cultura en la capital cántabra sin pensar en
esta familia, los Calderón. Tres
hermanos y una hermana, Teresa. Fernando (1928-2003), el mayor, excelente pintor
figurativo; Ramón (1932-2004), dibujante, pintor y escultor; Juan Carlos, que ha fallecido poco
después de la madrugada del lunes, 26 de noviembre de 2012, a los setenta y
seis años, de un penoso cáncer de esófago, en la clínica Quirón de Madrid.
Juan Carlos, excelente compositor de baladas y música melódica, de
jazz, y meritorio arreglista. Vivían los hermanos en el número 37 de la calle
del Sol, cerca del paseo de Menéndez Pelayo, todo él arbolado de plátanos. En Villa Asunción, un chalet con jardín,
tenía la familia un amplio piso arrendado, epicentro de un terremoto de
expresividad pictórica, manual y musical como pocas veces ha llegado a darse en
un hogar. Eran tres chavales de una inquietud artística, de un ansia de
expresividad desmesurada. “Hacíamos arte
sin darnos cuenta” –testimonia Juan Carlos. Como jugando. “Había muchísimo cachondeo y cosas muy locas
para entonces”, nos sigue contando. “En
el Club de Tenis, en el Marítimo, transgredimos todo; no hicimos caso de nada”.
Una transgresión que consistió en traer a España formas nuevas de expresividad,
fundamentalmente aprendidas de Norteamérica (el jazz) e Italia (el
redescubrimiento del arte pictórico renacentista, fusionado con el lenguaje de
vanguardia). En el Drink Club, cuyo
gerente era Ramón, comenzaron a celebrarse unas sesiones intensivas de jazz los
fines de semana, y ahí fue donde se inició Juan Carlos, con su grupo Santander New Orleans Band. El jazz era
un sonido prohibitivo en España en la década de 1950 y 1960. Era ir contra la
norma: la canción española, la música clásica y sacra, la zarzuela y la marcha
militar. A los Calderón igual les daba por bajar un piano al césped de su
jardín y tocar en torno a él, cara a la galería.
Poco a poco, los hermanos se
fueron decantando por una disciplina: Fernando, por los cuadros de pataches,
los bergantines ligeros de dos palos típicos en el norte; Ramón, por sus
esculturas naturalistas y compuestas, de conchas y maderos que la mar ha mecido
y abrillantado; Juan Carlos, por sus improvisaciones de jazz y sus primeras
curvas melódicas.
Juan Carlos era solo tres años mayor
que mi padre. Ambos fueron compañeros de colegio en los Escolapios. Cuando se
abrió el Drink Club, mi padre –que no
era músico ni pintor-- lo frecuentaba y escuchaba las interpretaciones que
ofrecían Juan Carlos y su grupo. No actuaban canónicamente sobre una tarima. Se
revolcaban con los saxos y los trombones y trompetas por el suelo de la sala,
improvisando en todas las posturas. Aquello era de locura, un desmadre. Y no
solo se tocaba, se bebía, hasta altas horas o la noche entera incluso. Pero
todo se hacía con un talento innato, sublime, sobresaliente, que afloraba en
los momentos más jocosos. No tenían intención de lograr nada serio en
principio, de pulirse y profesionalizarse. Era solo su modo de divertirse y
pasarlo bien haciendo lo que más les gustaba. A Ramón, por ejemplo, le dio por
decorar al óleo las cubas del Riojano, por obrar algo que se salía de lo
corriente, que no se conocía. Juan Carlos, que estudiaba piano clásico con
Laura Llorente, se dejó seducir por la beatlemanía
y se dispuso a componer pop. Tuvo la suerte de dar con compañeros
interesados en lo mismo, y ahí comenzó la profesionalización, el modo de
ganarse la vida.
Una de sus primeras composiciones
lleva el ortopédico título Concierto para
flauta, orquesta y timbal, Vals nº 1. Cuando abandona Cantabria y se
traslada a Madrid, en 1959, compone música para el cine mientras toca por las
noches jazz en garitos de alterne. A su hermano mayor Fernando le gustaba
presumir que, cuando Juan Carlos tocaba el piano en un local de la calle del
Marqués de Villamagna, iba a verlo Ava
Gardner, que luego se lo llevaba a su chalet alquilado de La Moraleja.
Juan Carlos colabora con buenos
directores, de la talla de Angelino Fons, León Klimovsky (Una chica para dos, 1968), Jaime de Armiñán (Carola de día, Carola de noche, 1969), Julio Coll (El mejor del mundo, 1970), Luis Revenga
(Mañana en la mañana, 1972), Pedro
Masó (La familia, bien, gracias,
1979). Si bien es verdad que las necesidades alimenticias lo llevan a crear
partituras de jazz descabalado para títulos de terror: La rebelión de las muertas (1973), Los ojos azules de la muñeca rota (1974).
Su primer trabajo grabado de jazz
lo realiza junto a la cantante de pop edulcorado Elia Fleta. En 1963, consigue
un puesto de pianista estable en el club Bourbon Jazz. Allí su teclado
acompañaba a vocalistas como Don Byas, Stephan Grapelli, Carmen McRae, Dexter
Gordon, o Donna Hightower.
Poco a poco, consigue que le
produzcan más discos: en 1968, uno con un cuarteto para Polydor, producido por
el ex alumno del Ramiro, Alfonso Sainz, que también le financia Juan Carlos Calderón presenta a Juan Carlos
Calderón, con siete temas propios más una versión de Danny Boy, y grabada con un cuarteto propio. Sin embargo, su mejor
y más celebrado disco de jazz, con tres temas suyos y tres de Miles Davis,
Thelonious Monk y Oliver Nelson, y una big band de acompañamiento (catorce
músicos), es Bloque 6 (reeditado en
cd por Blue Note en 1996). Este elepé ganó el premio al mejor disco de jazz en
Estados Unidos. Las puertas de la fama internacional se abrían para el
santanderino. Si se consiguió grabar fue merced a una oferta disparatada de
Juan Carlos Calderón a los responsables de Información y Turismo: incluir una
orquesta de jazz de diecisiete miembros en el programa de los Festivales de
España. Lo admitieron y el músico se puso a ello. Debutaron en Santander, para
pasar luego a Palma de Mallorca y Barcelona. La iniciativa gustó, y el elepé se
produjo. Así fue cómo la audacia de Calderón al proponer lo que no se había
hecho antes le llevó a la escalada del éxito. Además de las manos de Juan
Carlos al teclado, y Pedro Iturralde al saxo tenor y soprano, Bloque 6 tiene un maravilloso toque de
palillos debido a Pepe Nieto.
Por aquellos tiempos (finales de
los sesenta), hizo los arreglos para el La,
la, la, de Massiel y se entregó a producir y a promocionar al mejor grupo
de música ligera que hemos tenido, Mocedades.
Un matrimonio de catorce años, y las más acertadas canciones de Juan Carlos,
las baladas por las que siempre se le recuerda: Eres tú (segundo puesto en Eurovisión en 1973), Tómame o déjame, Pangue Lingua, La otra España,
¿Quién te cantará?, Charango. En 1975, Sergio y Estíbaliz interpretan Tú volverás, y Cecilia, Amor de medianoche, que gana el Festival
de la OTI, lo que le confirma como el mejor autor de canción melódica romántica
de España. La nostalgia llega a 1985, con el tema La fiesta terminó, en la voz de Paloma San Basilio. De Eres tú (único nº 2 de ventas en EE.UU.
de un tema en español) se cuenta la anécdota de que fue grabada en inglés por
el gran Bing Crosby con el título Touch The Wind. Y así la versionaron
igualmente el mismo Mocedades, Nana Mouskouri, y hasta Johnny Mathis, con
acompañamiento del propio Juan Carlos. En español, las mejores interpretaciones
se deben a Mocedades, por supuesto, y al grupo The Kelly Family. Eydie Gorme solía llevarla también en su repertorio. Las malas
lenguas mencionan una influencia en esa canción de Rapsodia de Rachmaninoff sobre un tema de Paganini. Pero la
influencia del pasado es un aspecto común en Arte. Sucede en pintura, en
escultura, en literatura… ¿Por qué no, también, en música? Sin ir más lejos,
cuando escucho el tema principal de En
busca del Arca perdida, de John Williams, siempre me parece descubrir notas
del Don Juan de Richard Strauss. Esto
no es malo, es como tomar un poema y darle otra forma.
Juan Carlos siempre componía
primero la partitura, al piano, y luego pensaba en que se le añadiera la letra.
Eso ocurrió con Amor de medianoche,
una canción como para quedar encerrada entre las paredes de Villa Asunción, con letra de Evangelina
Sobredo (Cecilia). Habla de muñecas, de sombras en los rincones y guiñoles. De
un cuarto, y de una puerta que ha de ser abierta para dejar partir el amor.
Estoy por apostar que es la canción que recoge aquel espíritu de la casa
familiar de Santander: los Calderón aprendiendo de los padres, y creando juntos
y por separado.
En 1977, Juan Carlos decide
saltar el charco e irse a vivir a Los Ángeles, ciudad de adoración suya, junto
con Santander y Madrid. Allí progresa musicalmente, ayuda a promocionar a
jóvenes valores, etc., etc. Qué duda cabe que ni Luis Miguel ni Ricky Martin
son Mocedades, que era el anillo al dedo para el estilo romántico del autor. A
la vuelta, Juan Carlos sufre la crisis del cd, y se replante nuevas fórmulas de
negocio relacionadas con grandes temas para ser grabados. Ahí es donde le ha
sorprendido la Muerte. “Un día no puede ser. / Una hora tienes de vida”. No le
ha dejado hacer lo que antes nadie había hecho.
Jacobo Calderón sobre su padre y programa funeral.
Teresa Calderón habla de su padre Juan Carlos.
Página oficial de Juan Carlos Calderón.
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