“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

martes, 24 de marzo de 2020

Tiempo de sanaciones.


Estamos en tiempo de Cuaresma. Según se acercaba la hora de su sacrificio, Jesús hablaba de conocerle a Él, para de este modo saber mejor del que le había enviado: Dios Padre.

A la vez, los Evangelios nos mencionan las curaciones que obró Jesús llevado de su piedad infinita. Su misericordia lo condujo a sanar, no pretendiendo levantar con ello un circo mediático (en plan “Superstar”), sino desde la humildad del anonimato y con plena consciencia de entrega, de darse a los demás por amor.
La lectura del 20 de marzo, del Evangelio de Marcos (12, 28-34), es la de la proclamación por Jesús de los dos mayores mandamientos que hay que respetar: amar a Dios Padre con toda la fuerza de nuestro corazón, y amar al prójimo como a uno mismo. Se lo dice a un escriba, quien demuestra haberle entendido bien al contestar: “Amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.” En ese momento, Jesús le responde: “No estás lejos del reino de Dios.”

El texto del 22 de marzo, de Juan 9, es de la curación de un ciego. Jesús lo ve, escupe en el barro y le unta los párpados. Seguidamente, le pide que vaya a lavarse a la piscina de Siloé, que quiere decir ‘Enviado’. Es sábado, y los fariseos interrogan al sanado porque ha recibido merced en día de descanso. “Ese hombre –exclaman—no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” El que era ciego no acierta qué replicar; solo dice: “Es un profeta”. Cuando lo liberan, se encuentra con Jesús, lo reconoce, y se postra ante Él, en señal de agradecimiento.

El Evangelio del 23 de marzo, de Juan (4, 43-54), testimonia la curación del hijo de un funcionario real en Caná. El hombre llega en su busca, desesperado, desde Cafarnaúm, donde su hijo casi agoniza ya. Encuentra a Jesús, y le ruega por su hijo. Jesús entiende que tiene fe, y le despide asegurando que su hijo vive. El funcionario demuestra por segunda vez tener fe en el Hijo del Hombre, pues no contraría a Jesús, no le insiste, sino que se fía de su palabra y emprende el regreso a su hogar. Cuando llega, los criados, alborozados, corren a recibirlo. Su hijo está curado. Entonces él quiere saber la hora en que comenzó a mejorar: la una de la tarde del día anterior. Justo el momento en que Jesús le había asegurado que el muchacho vivía. La hora séptima, la una de la tarde, significativamente tiempo antes de la hora final del Hijo de Dios.
24 de marzo: testimonia Lucas (6, 36-38) que Jesús hizo levantarse a un paralítico que esperaba su turno junto a la piscina de Bethesda, en Jerusalén. Existía la creencia de que un ángel de Dios bajaba de vez en cuando del cielo a remover las aguas. Quienes entraran primero en ellas, podrían obtener la gracia de sanar. Por eso, el paralítico, que está solo, que no tiene a nadie que lo entre en el agua de la piscina el primero, sabe que no cuenta con posibilidades reales. Pero Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla, y anda.” Y el hombre obra literalmente lo dicho por Jesús. Otro milagro de curación hecho en sábado, y los judíos lo critican con vehemencia. El curado encuentra a Jesús en el templo, y este le advierte que “no peque más” y que agradezca que está sano.

Evangelio del 26 y del 27 de marzo: Jesús insiste en su procedencia. Ha venido a dar testimonio del “Verdadero”, el que lo ha enviado, y a quien solo Él conoce, pues procede de su mismo Ser. Los judíos, salvo Nicodemo entre los fariseos, se burlan y no lo creen. No lo respetan. Nada bueno, ningún profeta puede venir de Galilea, dictaminan.

Palabra del 29 de marzo, según Juan 11: la resurrección de Lázaro. La apoteosis de Cristo, el Hijo de Dios, el prometido Salvador, como lo llama Marta. Cristo Jesús alza sus ojos al cielo e implora la Gracia divina. A continuación, ordena a Lázaro que abandone su tumba. El resucitado sale por su propio pie, aun atado con vendas y su cara envuelta en un sudario. Regocijo en su casa y entre los testigos judíos del acontecimiento.
Estos días aciagos de marzo de 2020 estamos viendo enfermar a muchas personas. Algunas se recuperan; otras no, y mueren. La pandemia de coronavirus Covid-19 se está llevando a miles de personas en todo el mundo, y no sabemos cuándo y cómo terminará. Cuál será el balance de víctimas, el resultado; no solo de muertos, sino también de familiares que hayan perdido a sus seres queridos “de la noche a la mañana”, o personas que hayan quedado sin empleo, y quizá hundida o muy dañada la economía de muchos países. Acaso estos días que vivimos bajo esta grave amenaza de la Naturaleza vengan providencialmente marcados por esa esperanza de curación que dimana de los textos evangélicos: Jesús sanador, y salvador (incluso de la misma muerte, como en el caso de su amigo Lázaro de Betania).
Nuestros ángeles de hoy, los que bajan a remover nuestra agua purificadora, son los miles de médicos, enfermeras y personal sanitario que asisten a los enfermos de Covid-19. Algunos de ellos ya han dado su vida en su entrega profesional y humana a sus semejantes. Han cumplido cabalmente con ese gran precepto del que le habló Jesús al escriba: “Amar al prójimo como a uno mismo.” Y siguen comprometidos con su labor de ayuda plena, garantizada. Ahora solo falta que les lleguen medios técnicos y equipos suficientes para que su trabajo redunde en mayores posibilidades de éxito. Que los enfermos curen y puedan volver a su hogar, como le sucedió al hijo del funcionario real. Todo el personal sanitario, incluido el de investigación en laboratorio, y todo el personal también de logística, militar y de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, son los ángeles que pueden contribuir a que esta crisis se supere. Que España y el mundo entero se libren de este mal. Pero a partir de ahora habremos de ser más prudentes, y conscientes de nuestra fragilidad; de que el “estado del bienestar” (en cualquier caso, nunca para todos, ni en todas partes) se puede derruir en cualquier momento por causas como el Covid-19, u otras similares. Somos seres mortales, y no dioses. Comimos del Árbol del Conocimiento, pero no del Árbol de la Vida eterna. La eternidad, en cualquier caso, queda para otra dimensión desconocida, no para este mundo. Y roguemos a Jesús, el Cristo, para que tenga de nuevo misericordia de nosotros, a pesar de los muchos y severos pecados de la Humanidad entera, y nos asista dándonos la salud.

© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2020.
Heroínas sanitarias.

domingo, 8 de marzo de 2020

Mujeres.


“Como sé lo que quiero, miro al mundo

y le dejo rodar con su mentira.” (Concha Méndez)


Casi no llego a celebrar este 08 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Y no quería perderme la cita.

“Las niñas no son nada”, se solía decir antes. Mujeres invisibles a lo largo de la Historia. Mujeres ausentes en los planes de estudio. Salvo excepciones, algunas presentadas en positivo, como Juana de Arco, Isabel I de Castilla, Santa Teresa de Jesús, Isabel II, Rosalía de Castro, Gertrudis Gómez de Avellaneda, “Fernán Caballero”, Marie Curie (mi heroína favorita desde niño), y Valentina Tereshkova (la primera mujer cosmonauta en la nave Vostok 6, junio de 1963). Otras, desfavorecidas por el perfil que nos llegaba de ellas: Dalila, Cleopatra, Mesalina, Agripina, Drusila, Juana la Beltraneja, Lucrecia Borgia, Mata Hari…
Algunos nombres femeninos –pocos, muy escasos, como nutrientes racionados—salpicaban las lecciones de Sociales o de Ciencias Naturales que aprendías. Merced a la apertura de las investigaciones históricas y científicas de nuestro tiempo, se van conociendo verdaderos manantiales de nombres de mujeres completamente ignoradas, o arrinconadas a las sombras de un jardín cultivado solo por personal masculino. Mujeres decisivas para el avance matemático, técnico o experimental. Mujeres humanistas también, de Letras, menospreciadas por los manuales y de obra apenas publicada y mucho menos leída.

En mis años universitarios aun a duras penas conseguí saber un poco de Margarita Salas, de la Condesa de Pardo Bazán, de Virginia Woolf, de Clara Campoamor y Victoria Kent, de Concepción Arenal, de Colombine, de María Lejárraga, de Concha Méndez (esposa del poeta Altolaguirre y, para mi gusto, la mejor poeta del 27), de María Rosa Lida, de María Moliner, de María Teresa León, y un largo etcétera de autoras condenadas al olvido: Josefina de la Torre, Carmen Conde, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel… Algo, pero poco, llegaba sobre Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Josefina Aldecoa… Si uno se volvía cronista histórico, cabía encontrar poemas sueltos de Sor Juana Inés de la Cruz y algún relato de María de Zayas. Si pensabas en nuestras tierras hermanas de América Latina, quizá reparabas en Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Chabuca Granda, Victoria y Silvina Ocampo…

El ocultamiento de ilustres personalidades femeninas no es un mal únicamente español: se ha dado en todo el mundo. Hoy mismo visionaba yo un interesante largometraje de Theodore Melfi, Figuras ocultas (Hidden Figures, 2016), que ha descubierto, al propio público norteamericano, la existencia de un grupo numeroso de mujeres científicas negras que trabajaron para la NASA desde comienzos de los años sesenta del siglo anterior, y que fueron decisivas en el cálculo exacto de la trayectoria de los cohetes y de la correcta reentrada de las cápsulas en la atmósfera de la Tierra. Eran mujeres calculadoras, capacitadas para procesar en escasos minutos complejas operaciones matemáticas, sin las cuales no se hubiera obtenido ninguna seguridad en los viajes espaciales. Entre ellas destacó Katherine Johnson, esencial para el éxito de las primeras misiones tripuladas de la NASA. Junto a ella, una de las primeras programadoras de IBM, Dorothy Vaughan, una autodidacta en su campo, así como la primera ingeniera de la agencia espacial, Mary Jackson, quien luchó por ser admitida en un curso de posgrado nocturno. 
¡Cuántos nombres de mujeres inteligentes habría que exhumar! ¡Cuánta justicia con ellas debiera hacerse hoy! Incluyendo a aquellas curanderas que sabían de hierbas medicinales, y que fueron atosigadas, cuando no asesinadas por la jerarquía religiosa. Se salvó alguna, como Santa Hildegarda de Bingen (Alemania, siglo XII), investigadora de la Naturaleza, de la fisiología humana, y mística visionaria, pero eso porque era monja y priora.
Carmen Conde escribió: “Iré y vendré. / Soy la pasajera inmóvil de tus ríos.” La pasajera estática que permanece aun con el cambio continuo de lo real. Nosotros hemos conocido la parte de la Historia que los hombres nos han contado. Nos falta por conocer la cara oculta de la Luna: la contribución sustanciosa de las mujeres al desarrollo de la Humanidad.

© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2020.
Las primeras periodistas españolas.