“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 20 de noviembre de 2016

Eso de meter el diablo en el infierno.


A sus ochenta y cuatro años Jean-Claude Carrière sigue hablando con nostalgia y agradecimiento de Luis Buñuel, el cineasta provocador y renovador del estilo cinematográfico con quien compuso nueve guiones y alumbró seis largometrajes. Seis piezas sobre la oscura codicia erótica del mundo burgués: Diario de una camarera (1963), Belle de jour (1966), La Vía Láctea (1968), El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974) y Ese oscuro objeto del deseo (1977). Buñuel, con sus amigos Lorca y Dalí, era aficionado a los juegos de palabras. Cierto día, en un apartamento de Nueva York, el cineasta aragonés propuso jugar a buscar todos los sinónimos posibles de la palabra “polla”, referida al miembro viril. Los participantes eran él, su hijo Rafael, y Jean-Claude Carrière. A la postre, ganó el francés, pues, a su juicio, su lengua era pródiga en sinónimos del falo hasta el infinito. Este inocente envite fue el germen de una sencilla comedia que ha sido adaptada ahora, para los escenarios españoles, por Ricard Borràs, con el empréstito Las palabras y la cosa. En una hora y diez minutos, un filólogo jubilado alecciona a una joven dobladora de películas divertidas sobre los eufemismos y distintos sinónimos de los órganos sexuales y de las variantes de hacer el amor.
Los dos personajes no se ven, sino que se cartean. Expone uno y lee la otra, a intervalos, los repertorios relacionados con el asunto que se trata. Un glosario vivo, cambiante, en constante renovación y actualización como la misma lengua. Una palabras que suelen crear incomodidad, como señala Borràs.
El mayor mérito del original francés de Carrière, y de la versión española de Borràs, es recordar el pasado y presente de las llamadas palabras tabú. Es decir, un conmensurable ejercicio doble de diacronía y sincronía que, en lo que compete a suelo hispánico, resucita a nuestros clásicos de los Siglos de Oro, sin olvidar tampoco lo medieval.
El peor lastre de esta comedia es la ausencia de diálogo y de conflicto entre los dos únicos personajes. La falta de un cruce dialéctico refrena en mucho la gracia y chispa de la obra. Parece como si asistiéramos a una lectura pública del Diccionario secreto, de Cela, o similares. Francamente, no es que canse la hora y poco que dura, porque no deja de antojarse simpática, mas se echa de menos el verdadero teatro, el auténtico crescendo narrativo que hubiera dado entrega, sin duda, a un acabado infinitamente mejor.
Los intérpretes, el propio Borràs y Elena Barbero, cumplen notablemente. Dan no poco brío a una propuesta nada fácil de levantar y sostener así como está planteada.  
A estas horas de la vieja máquina del tiempo, nadie se escandalizará por el vocabulario que ha de enriquecer ese doblaje de piruetas transitivas. Seguramente, esos presuntos espectadores añadirán a cierta rutina la ensalada de vocablos jacarandosos. Tal vez así logren contrarrestar mejor su deriva por el tosco laberinto del tedio, o de esa soledad sonora, llena de tristes fingimientos.

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La adaptación de Ricard Borràs de Las palabras y la cosa (al parecer, ya publicada por Blackie Books este año de 2016), contiene acertadas referencias literarias, como la que compete al licenciado Sebastián de Horozco (1510-1580), que receta:
“Si os queréis quedar preñada
tomad, sin que se publique,
zanahoria encañutada,
con zumo de riñonada
sacado por alambique…”

O el Romance de la casada infiel, de García Lorca:
“Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo…”
Pero se advierte la ausencia de otras fundamentales, como la del desvergonzado cuento de Boccaccio, marcadamente anticlerical, de la niña Alibech que se quería hacer cristiana y santa, y fue disfrutada hasta la saciedad por un devoto ermitaño: “-Padre mío, yo he venido aquí para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo en el infierno.”
De las entregas a la voluptuosidad precoz, nos llega de Apollinaire aquel panegírico de “hundir el chafalote en el fundamento”. Francisco Delicado (1480-1534) describe nada melindroso:
“La chica sintió el hierro y en seguida
empezaron las fuertes convulsiones,
al verse en otros brazos oprimida
y rozándola el culo los cojones;
llegó un momento en que se vio perdida
porque el semen brotaba a borbotones
y dando un bote, de su honor en mengua,
cruzó las piernas y le dio la lengua.”
De José Vargas Ponce (1760-1821), la humana declaración:
“Joderá el género humano
mientras haya pija y coño,
en primavera, en otoño,
en invierno y en verano.
Querer quitarlo es en vano
no por fuerza ni consejo,
pues si está cerca el pendejo
y la polla se endereza
puede más Naturaleza
que no el Testamento Viejo.
Desde el Rey hasta el gañán,
de la Infanta a la pastora,
y desde Adán hasta ahora
han jodido y joderán.
Tan emperrados están
en este dulce embeleso,
que aunque gritéis  que es exceso,
que hay Dios, y diablo y castigo,
de todo se les da un higo,
y el bolo tieso que tieso.”
Aparte del mordaz y ácido Quevedo, y del menos cáustico Góngora, está la sodomía de Catulo y Pietro Aretino, y la gallardía de nuestros Conde de Villamediana, Félix María de Samaniego, Nicolás Fernández de Moratín (Moratín padre), Ventura de la Vega y José de Espronceda.
El Conde se refiere al lindo refugio del placer femenino como una “perla” en esta letrilla sarcástica:
“Las Perlas van desterradas,
y no por culpas secretas,
porque no eran perlas netas,
sino perlas horadadas.”
Samaniego entona:
“Allá en tiempos pasados
salieron desterrados
de la Grecia los dioses inmortales.
Un asilo buscaban,
cuando en nuestro hemisferio se fundaban
diversas religiones monacales,
y entre ellas, por gozar la vita bona,
se refugió el dios Príapo en persona.
De esta deidad potente el atributo
con que hace cunda el genitario fruto,
es que todo varón que esté a su vista
siempre tenga la porra tiesa y lista.”
Mal puede esgrimirla así el prófugo del vergel de amor, como cuenta Ventura de la Vega (1807-1865):
“Esto le aconteció un día
al teniente Paja-larga,
que teniendo a su patrona,
ya preparada en la cama,
el toque de la corneta
de sus brazos le separa,
y no tuvo otro desquite
que hacerse después la paja.”
El propio Ventura se aventura a advertir:
“No os descuidéis, mujeres,
que la ocasión es calva,
abrid las piernas antes
que el hombre se distraiga.
Si no, ya veis qué pronto
gasta en puñetas vanas
todas las municiones
que tiene la canana.”
Los frailes, que fueron quizá antes cocineros, no se libran de la ironía de los irreverentes autores. Otra de Samaniego, que a propósito de cierto franciscano que fue a consolar a mujer casada, entona: “Luego que con la ninfa se halló a solas/ se quitó el reverendo los calzones/ y, con el taco libre de prisiones,/ la hizo, sin más ni más, tres carambolas.”
“Gato” no únicamente madrileño, y de los más originales, es este que trae a colación José Bernat Baldoví (1809-1864):

“A encerrar un gato pardo
que maullaba en el desván,
subieron con grato afán
Concha y su primo Bernardo.
Sin duda al primer encuentro
la niña cogió al tal gato,
porque exclamó de allí a un rato:
¡Madre… ya lo tengo dentro!”
Parece que de Samaniego se oyó decir lo que una muchacha dio por medio coito lo que en el fondo iba ya a ser el coito entero:


“Caliente una mozuela cierto día,
de tanto que su madre en misa estaba,
llena de miedo y de inquietud, dudaba
si a su querido bien se lo daría.
Por miedo si preñada quedaría
al mozuelo sus ansias no acordaba,
y lleno de pasión la consolaba
diciendo que al venir lo sacaría.
Fueron tan poderosos los ataques
que por fin consiguió verla en el suelo,
y ella dijo al venir de los zumaques:
¡Qué dulce es la sustancia del ciruelo!
Por tu vida, mi bien, que no lo saques
aunque me llegue la barriga al cielo.”
Serafí Pitarra (1839-1895) menciona el pudor de cierto muchacho:
“Un mango para un cuchillo
mandó comprar a su esposo
doña Juana, y el buen mozo
se lo metió en el bolsillo.
Sonrió al verlo cierta hermosa
y él, que lo tomó a insulto,
dijo: Señora, este bulto
es el mango de mi esposa.”
Los ejemplos son innumerables, como las arenas del mar. Muchos, de autores desconocidos, como estos, ligeros o gigantones:
“Esta noche, hermosa zorra,
traigo para tu regalo,
tan derecha como un palo,
trece pulgadas de porra.
No busques quien te socorra,
ni tampoco quien lo impida,
y en teniéndola metida,
dirás porque te aprovecha,
que porra que dé más leche
no la has catado en tu vida.”
Y del fiero guerrero:
“Alí Ben-Imete es moro
de unos dos metros de talla.
Su cabeza es altiva;
su apostura, gallarda;
los dos cojones, enormes,
y su polla, tan larga,
tan gorda, dura y erecta
que, cuando tras la batalla
en un poblado entra a saco
y su pollón desenvaina,
las damas, enloquecidas,
caen a sus pies desmayadas
gritando: ¡Alí Ben-Imete!
¡Alí Ben-Imete, envaina!”
Para terminar este periplo erótico, un soneto de Quevedo, que ríe de este modo:
“Estaba una fregona por enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños, con tal aire y brío,
que mil necios traía al retortero.
Un cierto Conde, alegre y placentero,
le preguntó con gracia: --¿Tenéis frío?
Respondió la fregona: --Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero.
El Conde, que era astuto, y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.
Y dijo entonces la fregona al Conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
--Pues sople este tizón vueseñoría.”
[FUENTE: Francesc Ll. Cardona, Viaje a través del erotismo, Barcelona, Iberlibro / Editors, 2003; hemos corregido ciertas grafías y pausas]
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LAS PALABRAS Y LA COSA, de Jean-Claude Carrière, puede verse representada en la Sala Negra de Teatros del Canal (C/ Cea Bermúdez 1, 28003 Madrid), hasta el 27 de noviembre de 2016.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2016.