“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 2 de febrero de 2020

La vida con sentido.


Que la vida tiene una finalidad es propio de la doctrina cristiana y quizá también de otras culturas. Que no vivimos nuestra vida solos, sino en comunión con otras personas es un hecho que determina el convivir. Por eso, no nos debemos a nosotros mismos, sino igualmente a los demás, a nuestros semejantes, los otros: familiares, amigos, conocidos…
La vida es un proceso de construcción. Un ejercicio continuo de obrar. Obrar el bien, u obrar el mal. Por sentido común, todos queremos actuar bien, noblemente, llevar la alegría a quienes nos rodean, ser y comunicar amor. Ya lo decía el poeta Salinas que el “yo” –por el acto de amar-- no existe sin el “tú”. Nuestra identidad vive cuando el ser amado nos piensa, nos “recrea” imaginativamente. Y él, a su vez, vive en nosotros por el mismo proceso. La vieja máxima neoplatónica de Ficino: “El corazón, olvidado de sí mismo, siempre vuelve hacia el amado.”

El poeta Juan Ramón Jiménez hablaba de poder celebrar la realidad por medio de la obra de arte. De plasmarla subjetivamente, pero con tal acierto de alcanzar la esencia misma de lo real. La obra de arte es un ejemplo de vida. 
El ensayo de Carlos Javier Morales, La vida como obra de arte (Madrid, Ediciones Rialp, septiembre de 2019), subtitulado “Hacia la aventura de la existencia diaria”, nos propone concebir la vida con un propósito moral: el de mejorarnos día a día, y el de mostrarnos y ofrecernos a los demás con una propuesta de amor y cariño. No debemos saber vivir para nosotros solos. Lo difícil es aprender a vivir para nosotros y para los demás. Si una obra de arte nos agrada porque es bella a la mirada, podemos hacer que nuestra vida sea también obra de arte que sea recibida y admirada por su belleza, por su empatía y comunicación amorosa a quienes conviven con nosotros. No hay fin más hermoso para nuestra vida que consagrarla al amor, a la entrega y servicio a los otros aun cuando no dejemos, al mismo tiempo, de realizarnos en nuestro trabajo, en nuestros cometidos habituales. Es un punto de inflexión difícil. Complicado. Porque el mundo globalizado de hoy está despersonalizado, alienado por el consumismo, trivializado. No da mucha importancia a lo verdadero, a las relaciones sólidas y auténticas, que hay que recuperar en un proyecto de mejora continuada. Para la sociedad de consumo, uno puede ser productivo, pero no feliz consigo mismo. Uno puede llegar a la cima del éxito, y, sin embargo, sentirse vacío, pobre, irrealizado. Acaso por haber descuidado, en su aislamiento, su trato sincero y profundo con los semejantes. ¿Cuántas veces nos pasa que nos da pereza quedar con amigos porque estamos “demasiado ocupados”? Nos fastidia cubrir media hora en Metro o en autobús, y volver de igual modo. Nos altera romper la rutina de abandonar el cubil o de efectuar un alto en las horas extraordinarias de nuestro trabajo. Y esa actitud nos aparta, nos aleja de los amigos, y nos reconcentra en nosotros. ¡Cuánto servicio de amor dejamos desperdiciarse!
Carlos Morales defiende que cuidemos nuestra vida diaria. Que nos perfeccionemos atendiendo las relaciones humanas. Tal vez, siguiendo la estela de ese arcoíris de Frank Baum, con el convencimiento de que un corazón no se mide por lo mucho que ama, sino por lo que lo estiman y quieren los demás. “El ser humano es una tarea creadora que ha de realizar él mismo a lo largo de toda su existencia, y que solo culmina con la muerte” (p. 83). Es un proceso de mejora constante, que implica aceptarse a uno mismo y también admitir al otro: “Para poder aceptarte a ti, con todo tu ser, primero he de aceptarme a mí. Si yo quiero dialogar contigo, es necesario que yo me sienta digno de ese diálogo, que yo me quiera como soy y me dé cuenta de que también «es bueno que yo exista». Por tanto, yo puedo y debo perfeccionar mi ser: estoy llamado a crearme y, por tanto, a crear mi mejor «yo», pero siempre a partir del «yo» que el Creador me ha dado.” (p. 105)

La raíz del empeño de Morales es, esencialmente, hegeliana: dependemos de la fuerza y progresión moral del espíritu. La psicología –el funcionamiento de la mente—está bastante marginada en este libro. Se habla de “actitud espiritual” y que todo decaimiento del ánimo, “aunque afecte directamente al cuerpo, es una decisión psíquica y moral: espiritual, a fin de cuentas.” (p. 133) La ciencia de la mente tiende a separar la conducta de cualquier condicionante ajeno a los procesos cerebrales; todo mal o bien del pensamiento se genera en el cerebro. Y es materia de estudio de la Psicología y de la Psiquiatría, aun cuando estas disciplinas no tengan, ni de lejos, todavía, una respuesta para toda actitud.

El autor arremete contra las imposiciones socioeconómicas del mundo actual; contra la sociedad de consumo: “Nunca había surgido una ideología tan eficiente y universalmente aceptada como la que propugna que el bienestar económico es la condición necesaria del bienestar personal, el cual solo se consigue en unidad de acción con los grandes poderes económicos mundiales.” (p. 114). “Incluso la ciencia, que es el modo de saber aceptado globalmente, también se desarrolla al compás de las inversiones capitalistas; de manera que no hay verdad científica que pueda abrirse camino en la sociedad si contradice los intereses del dios Mercado.” (p. 115)

Morales se duele de que hasta las verdades que conocemos por la prensa sean, únicamente, medias verdades, o verdades parciales, manipuladas por las inversiones en publicidad de las firmas comerciales, hasta censoras de un material oculto que no interesa que salga a la luz.

Su dedicación docente hace que el autor se pregunte por la irrelevancia de la sexualidad en los programas educativos, reducida, por lo común, a la prevención de enfermedades y de embarazos no deseados. Pero la sexualidad forma parte de nuestro «yo» intrínseco, y construye, bien dirigida, la felicidad y el bienestar de la persona. La sexualidad es otra herramienta más de construcción de la personalidad. Por eso, hay que saber qué hacer con ella y gracias a ella. Y se necesita recibir una formación completa y sana en ese factor humano (v. p. 56)

La vida como obra de arte es, así, una propuesta para que nos cuidemos, para que cultivemos nuestra vida como un exuberante jardín, para que dotemos nuestras acciones e intervenciones de sentido, en un proceso de mejora nuestra y de influencia positiva en el medio. Vivir para hacer vivir.
© Antonio Ángel Usábel, febrero de 2020.
Presentación del libro en "Neblí" (Madrid).