“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

domingo, 11 de agosto de 2019

Parece que se ha ido, pero no es cierto.


(A Maribel y Ana)

Hoy, domingo once de agosto de 2019, se cumplen dos años del fallecimiento de Francisco Salvador, una persona insustituible en mi vida. Paco era como un familiar mío más, y no de los menos relevantes, precisamente.

Treinta y dos años de amistad y de maestría forjados con el temple de un carácter bondadoso y un aprecio, respeto y ánimo eternamente conciliador, derivados de un sentido común excepcional. Paco era un ser profundamente inteligente, que lo conducía a ser sensato, a ser prudente, a no juzgar nunca a la ligera, y a tratar de encontrar, para cualquier contrariedad, un punto medio.

Paco era el hombre tranquilo que comunicaba firmeza ante las adversidades. Te apoyaba indiscutiblemente y te daba ánimos necesarios para seguir adelante. No pocos fueron los momentos en que le transmití mis problemas y escuché su consejo. No pocos fueron los momentos en que me hacía reír cuando yo estaba triste. En que me abrazaba y me decía: “--Ánimo, Antoñito, que de esta sales.” Un apoyo perfectamente secundado por su mujer, Maribel, la gran fortuna de Paco en la vida.


Como profesor, tenía una habilidad innata para captar la atención de su alumnado, con naturalidad, sin apenas esfuerzo. Todo el mundo atendía a las explicaciones de Paco, rigurosamente precisas y sintetizadoras de la materia nuclear de cada tema. Los apuntes de las clases de Paco eran anotaciones para siempre, útiles en cualquier necesidad. Yo los he utilizado, en parte, en mis exposiciones, porque son el legado de un docente experto.

Menos mal que no se dedicó al periodismo, y sí a la enseñanza. La escuela no pudo tener mejor maestro. Con él se sentía el placer de aprender y lo que Cajal y Ochoa llamaban la pasión de descubrir. Paco era exigente, pero humano. Humano nunca demasiado humano. Era el “hombre de bien” ilustrado, empeñado en el progreso de todos. En el Evangelio de Lucas de hoy se lee aquello de construir un tesoro en el cielo, fuera del espacio-tiempo, “porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Paco nos dejó su tesoro de hombre limpio de corazón, próximo de continuo al prójimo. Y el apóstol Pablo añade: “La fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve”. Esperamos reunirnos algún día de nuevo con Paco, para darle, y que nos dé, un abrazo muy fuerte.

De momento, su recuerdo --grato e imborrable-- lo hace estar vivo junto a nosotros, acompañándonos siempre. Cada vez que entro en un aula, Paco me acompaña, está conmigo. Cada vez que en el vivir diario me desanimo, Paco me alienta y me da fuerzas. Siento su mano en mi hombro, y su voz amiga. Y eso es un verdadero tesoro, un lujo que no tiene fin.

Francisco Salvador, parece que te has ido, pero no es cierto.

Gracias una vez más.

Dios te bendiga, y nos bendiga y guarde a todos.

Antonio Ángel Usábel, agosto de 2019.

sábado, 3 de agosto de 2019

Un instante de nuestra vida, apenas nada.


La rama que no existe (Ediciones Destino, 2019) es la última novela de Gustavo Martín Garzo (Premio Nacional de Narrativa 1994 por El lenguaje de las fuentes). En realidad, según él mismo ha explicado, se trata de la penúltima, pues está escrita antes que La ofrenda (2018).

El relato está ambientado en Cantabria, entre San Vicente de la Barquera (en cuyo instituto de Secundaria dan clase dos de los protagonistas), Comillas y un pueblecito llamado Caviedes. Cuenta la historia de una profesora joven, Claudia, quien ha perdido a su hijo pequeño en accidente de coche, y que se siente atraída por un hombre mayor que ella, un pintor, Eduardo, sobrino (ficticio) de María Blanchard. La historia la vemos a través de un compañero de trabajo de Claudia, Gonzalo, profesor de Biología, quien actúa de narrador, y que está enamorado de ella. Esta relación tripartita se complica aún más con un tercer amante, Óscar.

Claudia se separó de su marido y vive traumatizada por su desgracia familiar. Encuentra apoyo y comprensión en Gonzalo, pero, especialmente en Eduardo y su visión trágica de la vida, con seres al borde de acantilados y brazos y piernas desmembrados. Las pinturas de Blanchard subyugan y sobrecogen a Claudia, que de niña asistió a la retirada de los restos de una vecina, arrollada por un tren. Eduardo ha dejado de pintar, pero, al conocer a Claudia y saber de su pérdida, vuelve a tomar los pinceles y compone una serie de cuadros basados en ese hecho.

La rama que no existe es una historia dramática, gris, con seres abocados a una felicidad endeble y efímera. El narrador, Gonzalo, es un observador de la naturaleza de las marismas solitario y prendado de un amor de ensueño. La vida no es, a menudo, como nos gustaría que fuera. Eduardo está en la última etapa de su existencia, y tampoco podrá ser el compañero definitivo de Claudia. La presencia del tercer pretendiente, Óscar, es anecdótica y solo sirve para despertar los celos de Gonzalo.

Sin embargo, estos seres no se rebelan contra su destino, sino que lo aceptan estoicamente, como ramas mecidas por el viento. Su relación con Claudia es ese instante que siempre se recuerda y añora, y que apenas es nada en el transcurso de una vida entera. Un momento irrecuperable, e inmodificable. Sucedió así, duró tan poco, y no se pudo cambiar.

Somos prisioneros del tiempo. El amor perdura quizá, mas nosotros desaparecemos, porque estamos de paso como esas aves migratorias. Lo aclara Cernuda en el poema que inspira el título del libro:

No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
abolida en deseo,
olvido de sí mismo en otro olvido,
ramas entrelazadas,
¿por qué vivir si desaparecéis un día?”

Ramas entrelazadas, ramas que os juntáis y que os besáis, ramas cómplices, ramas leales y desleales, ¿por qué vivís si luego vais a dejar esta realidad? (Fue bonito, mientras duró).

Gustavo Martín Garzo diseña un texto melancólico, una prueba y una advertencia de que vivimos en un deseo permanente, y que alcanzar la alegría es complicado; una alegría, en todo caso, breve.

Hay un pasaje de la novela –una digresión, en realidad-- verdaderamente sublime, a la par que estremecedora. Está al final del capítulo diecinueve, y se debe a Claudia, después de una noche de amor: “Las sábanas estaban revueltas y sentí deseos de llorar. Aquellos que habíamos sido esa noche dónde estaban, dónde sus cuerpos tan bellos y locos. Y comprendí que nada de lo que los hombres y las mujeres hacen cuando se acuestan juntos tiene que ver con lo que son y hacen en sus vidas normales, que ningún camino hay entre lo que sucede en esas camas donde se aman y el mundo al que regresan al despertar.”

No parece que seamos los mismos entre las sábanas, en el secreto de la alcoba, cuando amamos, gozamos, retozamos, besamos, mordemos, penetramos, gemimos, que al día siguiente, a plena luz del día. Actuamos de manera distinta, según las convenciones sociales y el trato educado y respetuoso. Nuestro yo erótico queda perdido entre los pliegues, en la hondonada de sudor y de semen, los restos de la batalla. Entonces, ¿quiénes somos en verdad? ¿Nos reconocemos, lo podemos saber?

Al comienzo del capítulo veinte se expande la digresión: “Me pareció que el mayor enigma de la vida no era la muerte o el sufrimiento sino la inasible felicidad. [En las canciones de alba los amantes] no quieren que la noche termine, no quieren que amanezca porque entonces tendrán que separarse y temen descubrir que no podrán llevarse con ellos lo que encontraron en ese lugar secreto donde durmieron juntos.”

La novela tiene la calidad de la prosa poética de su autor, nada melosa por otra parte, sino suave y sucinta. Queda algo estropeada por escenas de pornografía barata, innecesarias para fijar lo que se quiere contar. Hay una alusión directa a la corrupción de la derecha española, como si en otros grupos del arco parlamentario todo fuera ejemplarizante. También un guiño velado a una candidata andaluza de un partido de izquierda, Teresa Rodríguez (capítulo diez). No hay asomo de la vida académica ni de los problemas propios de la docencia.

De este relato nos quedamos con esa lección de vida, ese sorbo amargo que muchos de nosotros hemos tenido que beber después del ponche.

© Antonio Ángel Usábel, agosto de 2019.