“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 26 de octubre de 2014

De la virtud al caos.


La sala Réplika Teatro, escuela de interpretación, escenifica estos días, bajo la atenta y oportuna dirección del maestro Jaroslaw Bielski, el excelente texto El Profe (1994), original de Jean-Pierre Dopagne, y en una suculenta versión / adaptación de Fernando Gómez Grande.

 
El Profe es un canto elegíaco al oficio de enseñante. Un generoso y retador monólogo de algo más de hora y cuarto, donde un profesor veterano de Literatura –condenado tras una fechoría por el Estado francés a  representarse a sí mismo en los teatros del país—desgrana los entresijos y desesperaciones de una profesión infravalorada, en constante cambio (a peor) y en la que no es posible ni la promoción, ni la remuneración digna, ni el reconocimiento y homenaje al esfuerzo.
“No hace mucho tiempo, Vds. se hubieran levantado al verme entrar”. Así comienza este profe, cuyo título ha extraviado la postrer sílaba con su propia dignidad profesional. Un profe de Educación Secundaria que comenzó ilusionado su andadura, al socaire de los días en que Don Rafael, profesor de Clásicas, abría la clase declamando la Ilíada, y los alumnos escuchaban en silencio. Qué tiempos aquellos en que se tildaba de “Don” al maestro –aún gozosa palabra para la no menos gozosa simiente--, guía espiritual e intelectual de cientos de almas boquiabiertas, apabulladas por la polifonía de la elocuencia, de la desmesura intelectual. Aquellos tiempos en los que, en las villas y pueblos, llevaban la batuta el alcalde, el cura y el maestro, y a quien un pobre labriego destripaterrones admiraba y hacía admirar a sus hijos: “Ahí, tienes al maestro. Una gran profesión. Una profesión de carrera y provecho”.

 
Este profesor –el calificativo mayestático de “maestro” había ya comenzado a perderse—llevaba a sus alumnos al teatro, fuera de las horas lectivas, y conseguía que saborearan los monólogos en verso de Calderón. Después llegó la dolorosa transición del sistema educativo, parejo al de la sociedad en su conjunto. Entonces, a los alumnos les comenzó a importar un pito Calderón y La vida es sueño, y el Profesor se quedó, simplemente, en el Profe. Las clases dejaron de ser espacio de instrucción y aprendizaje para transformarse en cursos acelerados de supervivencia. Los colegios e institutos se convirtieron en rediles o guarderías, donde lo importante no era tanto aprender como sí estar recogidos y a salvo del azaroso mundo de la calle. Bajo este panorama, creció la consigna de ir a soportar a los intrigantes y mezquinos alumnos de la mejor manera posible, que no hay un manual de instrucciones al uso. Pasar el tiempo de clase toreando gamberradas, insultos, desplantes  y demás disquisiciones. “—Profe, ¿se gana mucho como profe? Es que mi hermana está terminando Químicas, y no sabe si dedicarse a investigar o a ser profe (…) Joé, ¿y por esa pasta ridícula nos aguanta usté día tras día? ¡Usté es un bendito, o un pringao, profe!”. Así se desmorona, dinamitada, la moral del educador, condenado a sufrir siempre lo mismo, sin ocasión de promocionar, mes tras mes, año tras año. Así, y escuchando que los dioses egipcios una vez fueron “Isis, Osiris y Clítoris”, o que la alumna descarada del segundo anfiteatro, plantadas las piernas sobre su pupitre, se pinta ufana las uñas de los pies, mientras inquiere del profe la debida aprobación: “--¿Qué pasa, profe? ¡Si no le gusta, mañana me quito las medias y me afeito el chirri!”. A todos los efectos, hacendosa pupila de esa clase de 2º de Bachillerato, calificada modestamente como “complicada”.
Sic Transit Gloria Mundi
Una profesión que se puede asimilar a las labores de pocería, chatarrería y desescombro. En la que el miembro infortunado teme distinguirse a sí mismo como profesor o educador, y prefiere decir, eufemísticamente, que se dedica a trabajos relacionados con la docencia, como el sacerdote se empeña en rescatar almas. Pero nadie va diciendo –con agravio comparativo—que se dedica a sanar, o a pleitear, o a construir oficinas. Un médico es todavía un señor doctor; un abogado, un abogado; un arquitecto, lo mismo… En cambio, un profe es… Eso, solamente un profe.
Maravillosa la interpretación del actor Gabriel Garbisu –también, un excelente profesor… pero de declamación-- en el único papel de esta comedia dramática. Una pieza que conmueve y hace reír, con esas desventuras seguramente testadas por el autor belga, enamorado de la Grecia antigua, de la ópera, músico, intérprete de órgano y de clavecín, adaptador de obras teatrales de Darío Fo al francés. El Profe (L’Enseigneur) recibió el Premio Literario del Consejo de la Comunidad Francesa de Bélgica, y ha sido traducido a diversos idiomas: castellano, catalán, neerlandés, italiano, armenio y búlgaro.
Una obra para reflexionar seriamente y pasarlo bien, muy recomendable.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2014.
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"EL PROFE"
de Jean-Pierre Dopagne.
Dirección: Jaroslaw Bielski.
Reparto: Gabriel Garbisu.
Traducción: Fernando Gómez Grande
Producción ejecutiva: Socorro Anadón
Escenografía y vestuario: Réplika Teatro
Iluminación: Jaroslaw Bielski
Producción: Réplika Teatro y Amara Producciones
Estreno: 10 de octubre
Funciones: Viernes 21h., sábados 20h. y domingos 19h.
Réplika Teatro y Amara Producciones llevan a escena el impactante texto del autor belga Jean-Pierre Dopagne, representado con éxito en Francia y señalado por la crítica como una ácida visión del sistema educativo, que conduce a una necesaria reflexión sobre la lucha cotidiana a la que se enfrentan los profesores en las aulas.
Gabriel Garbisu se pone en la piel del Profe para narrar en primera persona la historia de este docente, al que su propia vocación le condena a una tortura diaria, en la que la desmotivación y la violencia acaban provocando su perdición.
Jaroslaw Bielski dirige este lúcido monólogo que aborda, con buenas dosis de ironía, la parte más cruda de la enseñanza y la responsabilidad que recae tanto en quienes la ejercen como en las familias y en el resto de la sociedad.

domingo, 19 de octubre de 2014

No tienen perdón de Dios.


La Fundación Canal presenta estos días, y hasta el 5 de enero de 2015, en su sede de Mateo Inurria 2 (Madrid), una exposición imprescindible: Caminos a la escuela. 18 historias de superación. Antesala de un próximo largometraje documental, que se estrenará en diciembre de este año, es sencillamente ineludible si queremos despertar al mundo, a menudo terrible, en que vivimos. Porque mientras en el Primer Mundo se puede decir que aún vivimos, en muchos otros lugares de la Tierra, solo sobreviven.

 

Y ya es valentía sobrevivir para poder recibir una educación elemental. Más difícil incluso, para asistir a una escuela de enseñanza secundaria. Niños y niñas de padres sin recursos económicos, que acaso estarían obligados a arrimar el hombro en la manutención de su familia, deciden, con la valiente aprobación de sus progenitores, iniciar largas caminatas para acudir a diario a un colegio rudimentario. Saben que si algo les puede librar del SIDA, de la miseria, del hambre, es la educación. Tener una educación –un currículum—aumenta las posibilidades de escapar del hundimiento. Un niño hindú, discapacitado, de apenas ocho años, que quiere ser médico, opina sabiamente: “Llegamos al mundo sin nada, y de él nada podremos llevarnos. Solo nuestra voluntad de educarnos nos puede ayudar en esta vida”. Otro muchachito africano sueña con esforzarse para ser un día piloto de aviación. Él tiene un sueño. Otra niña musulmana quiere estudiar Medicina, para curar a los suyos, que tanto sufren. Una más, hispana, chiquitita, desea ser maestra, para enseñar al que no sabe. Estos niños tal vez no llegarán a realizar su sueño, pero por lo menos conocen hacia dónde caminan. Son conscientes de lo que buscan, de lo que anhelan, de lo que pueden dar a la vida y recibir de ella. “Te voy a dar mi sacrificio, mi esfuerzo, y a lo mejor Tú, Vida…”

Una niña africana vive con su madre en un inmenso asentamiento de chabolas. Hace años que no ve a su padre. Camina sola sorteando zanjas con orines y entre letrinas. Pero va limpia, impecablemente vestida y aseada. Lo mismo un muchacho hindú, que vive en la calle de Calcuta con su familia; también viste con meritoria limpieza. Vivir en la extrema pobreza no significa no tener dignidad. A veces, se tiene, y más que quien vive en la opulencia. Porque con poco se logra mucho: mostrar el alma, el interior de la persona, su clamor por recibir lo justo.
Estos niños, que poco o nada tienen, se ilusionan con el ritual de asistir a una clase. Aunque tengan que recorrer 180 kilómetros de autobús, durante dos horas, como en cierta región de Australia; aunque deban atravesar bosques y sabanas; o bien, tomar transbordadores o canoas entre islas; o bien, como “castigo” por su insolencia de pretender educarse, trabajar las niñas tras el colegio en un taller de costura de Casablanca, para ganarse los 180 dólares USA con que costear su propia educación. Gitanillos desalojados de sus chabolas en la misma región de París, donde está su escuela, que prueban un nuevo itinerario cada mes por el solo placer de volver a verla.


 
Estos son los aventureros de hoy en día. Los últimos Tigres de Mompracen. Si desfallecen, si descuidan por un momento su propósito, estarán traicionando a los suyos y negándose a sí mismos la última oportunidad que les queda.
Nuestros hijos tienen de todo: una casa digna, elementos de ocio, libros de texto, cuadernos, lápices, y buenas mochilas para transportarlos. Tienen a veces su centro escolar a diez minutos de casa, o en una cómoda ruta de apenas veinte. La mayoría –siempre hay excepciones-- no se tiene que preocupar por trabajar después de sus horas lectivas. Comen y duermen bien, y el que no lo hace, es porque se distrae hasta las tantas con el ordenador o la videoconsola. En los recreos, pocos son los que se mueven practicando algún deporte. Muchos prefieren los corrillos, los corralitos de perezosa inactividad, con los móviles encendidos y disparando mensajes y fotografías.
Bastantes de estos chicos sí aprovechan la oportunidad que se les da en esta sociedad discutible, y estudian y titulan, “para ser alguien en la vida”. Otros varios –nunca pocos—van al colegio o al instituto a “calentar el asiento”, y se pasan seis horas todos los días de aburrida contemplación al techo, por la ventana, o al móvil oculto en la mochila, donde habita el olvido. Hay quien de ellos ya tiene claro que no le gusta estudiar, pero que intentará hacerse mecánico o peluquero (profesiones muy necesarias, loables y legítimas en cualquier momento). Bien, por lo menos albergan un objetivo en su corazón. Otros, en cambio, ni siquiera saben si buscan algo, si quieren ser algo, porque todavía no se han encontrado a sí mismos. Estos adolescentes que no tienen iniciativas, y que luego, el día de mañana, quizá exijan a la sociedad lo que ellos no se han ganado, perdidos sempiternamente en su nihilismo, tardarán en reconocer que desaprovecharon lo que un día tuvieron, porque se les ofreció y no lo admitieron. Estos niños perdidos no tienen perdón de Dios. Los adolescentes del Tercer Mundo, o hacen por estudiar, o trabajan. En lo que sea, pero trabajan. Allí no vale un “no”. No vale desperdiciar un grano de arroz. No vale salirse por la tangente con falsas excusas. Empleos denigrantes, humillantes, sangrantes… pero allá no se permite una negativa. Doblar el espinazo, para intentar comer.
 
 La vida de muchos hogares en nuestra sociedad es lamentable y pasa por periodos verdaderamente críticos: hombres y mujeres –padres de familia—sin trabajo, sin subsidio de desempleo, con hijos en edad de emanciparse, y sin poder llegar a ser independientes por la misma ausencia de una oportunidad. Una sociedad capitalista que impone el trabajo esclavo e indignamente remunerado, y que solo ofrece como alternativa el exilio forzoso. Gente joven a puñados, bien preparada en las Universidades, y condenada al ostracismo. Es cierto que nuestra sociedad ofrece bien poco al que bien se forma, pero no es menos cierto que todo auxilio comienza en uno mismo, adoptando aquellas actitudes que mejor nos vayan a favorecer después. Niño del Primer Mundo, muchacho de Madrid, Sevilla o Barcelona, tienes que intentarlo. No te sirve un “no” por respuesta. Si tus padres lo tuvieron difícil, tú, a lo mejor, lo tienes casi imposible. Pero, como decía aquel polémico (y díscolo) teórico del movimiento revolucionario cubano: “Seamos realistas: hagamos lo imposible”. Lo imposible no se logra si al menos no se sueña y se lucha por ello. El camino es largo y tortuoso, lleno de trampas y de alimañas; la noche fría y traicionera, pero has de seguir siempre con firmeza y tesón tu sendero, para llegar a alguna parte. Para ser persona. Siempre para defender tu derecho a ser persona.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2014.
Dossier oficial de la exposición "Caminos a la escuela"
Largo camino al cole.