“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

domingo, 11 de noviembre de 2018

El amor tiene un precio.


(A Soraya Fabuel)
Amar a un padre tiene un precio. Eso es lo que demuestra este intenso drama familiar de Arthur Miller (1915-2005) que ahora se representa en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid. Historia de dos hermanos, Víctor y Walter. El primero se sacrificó por un padre que creía que lo amaba a él; el segundo, voló del nido y no quiso saber nada, para labrarse un porvenir como cirujano. Es el tiempo de la Gran Depresión, de la miseria que afecta profundamente a toda la sociedad norteamericana, donde se buscan las sobras de los restaurantes en los cubos de basura. Víctor podría haber sido un químico eminente, pero no poseía los quinientos dólares para continuar sus estudios y hubo de ingresar en el cuerpo de Policía para llevar dinero a casa. A cambio, con los años, es feliz en su matrimonio, mientras que Walter es desdichado y está solo. El odio y el rencor por los malentendidos alimenta esta pieza encomiable y modélica, El precio, todo un clásico moderno junto a otras obras del autor neoyorquino, como Todos eran mis hijos, Las brujas de Salem o Panorama desde el puente.

Silvia Munt realiza un trabajo de adaptación (la versión la firma Cristina Genebat), puesta en escena y dirección realmente sugestivo y brillante, con un elenco de buenos actores, entre los que destaca primeramente Eduardo Blanco, como el nonagenario tasador judío Solomon. Magníficos también están Tristán Ulloa (Víctor) y Elisabet Gelabert (Esther), secundados por el personaje antagonista de Walter, que interpreta con su punto de acierto Gonzalo de Castro. No se usan micrófonos durante la representación, lo cual es de agradecer, porque confiere autenticidad y relieve teatral al acabado. La escenografía, sobria, pero completamente ajustada a lo que necesita la acción, es de Enric Planas. De hecho, el decorado se funde como un personaje más: la buhardilla de la crisis.
El drama de Miller habla de lo generalmente vivido en toda familia: las rencillas entre hermanos a la hora de conseguir la atención y el amor de alguno de los progenitores (o de ambos); el altruismo (tal vez, marca de agua de la ingenuidad) enfrentado al egoísmo (o, si se quiere, la lucha por la supervivencia); el poder del dinero; el éxito matrimonial frente a la deriva amorosa y el naufragio en el islote de las almas solitarias.
Un drama ambientado en la Depresión americana, que habla, sin embargo, a cualquier época, porque aborda problemas y cuestiones humanas neurálgicas. En el aire queda flotando el último parlamento, cual fantasma de verdad lapidaria: “Solo al final [de tu vida] sabes si has tenido suerte o no.”
Cuatro actores de talla, bien escogidos, actualizando esta pieza magistral de Arthur Miller. De nuevo, el mejor teatro en Madrid levantado por compañías y elenco catalanes. Muy recomendable, porque será lo mejor de esta temporada.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2018.
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Arthur Miller, nacido en Harlem de inmigrantes vieneses, decidió hacerse escritor cuando leyó Los hermanos Karamazov, de Dostoievsky. Su idea principal para el Teatro es que es posible la Tragedia hoy día, ensayada con seres del común. Miller se casó con Marilyn Monroe, una diva abocada a lo trágico. Para el autor neoyorquino, la falsedad, el fingimiento de valores, el engaño, es lo que conduce a la equivocación y al error, cuando ya no es posible enderezar lo ocurrido. Mienten las acusadoras de Salem; finge Willy Loman, el viajante de comercio, infiel a su mujer; traiciona la moralidad Eddie Carbone, el celoso estibador; comete estafa Joe Keller, fabricante de piezas defectuosas para el Ejército. Estamos rodeados de miseria y de engaño, y pagamos sus efectos.
Arthur Miller fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el 8 de mayo de 2002.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Pagar el pato.


Sentimos no haber llamado mucho antes la atención sobre esta estupenda obra titulada 7 años, original de José Cabeza para Netflix, que ha adaptado y dirigido Daniel Veronese. La producción ejecutiva es de Olvido Orovio y Carlos Larrañaga. Cuatro socios de una empresa creada por ellos mismos, se reúnen un fin de semana porque han defraudado a Hacienda y pueden ir a la cárcel. Se les ocurre entonces, como alternativa cruel, que uno de ellos decida asumir todas las responsabilidades y exonere a los demás. El problema es decidir quién. ¿Echarlo a suertes? No parece ser esa la solución. Pero hay la posibilidad de contar con un mediador, un profesional de la conciliación, el sencillo y humilde José (Miguel Rellán). 
José será el encargado de que los cuatro socios se valoren a sí mismos en sus funciones dentro de la firma: ¿quién es más valioso? ¿quién más prescindible? ¿quién tiene familia y no podría separarse de ella? ¿quién asumiría mejor el encierro? Pero el reconocimiento abandona el plano profesional y alcanza el humano, el modo de ser de cada uno, sus secretos a voces, sus rencillas. 
Cuando Verónica, Marcel, Luis y Carlos crearon la empresa de soluciones informáticas estaban unidos. Eran todos para uno, y uno para todos. Necesitaban despegar comercialmente, hacer su cartera de clientes, incluso fuera de España. Tuvieron éxito, por su habilidad, buenas ideas y tesón; crecieron y se consolidaron. Pero un día Verónica notó que apenas disponía de vida privada, de tiempo fuera del trabajo, y que, además, lo que ganaba le parecía no poder compensar esa importante carencia. Y decidió ponerle remedio creando una contabilidad B que rápidamente fue asumida por sus tres socios. El dinero no declarado se iba de viaje a Suiza. 
Ahora, con la Justicia pisándoles los talones, se acuerdan de lo que pone en las cajetillas de tabaco: “Fumar mata”. Advertencias como esa son mil veces leídas y otras tantas ignoradas. Hay gente que, aun conocedora del riesgo fatal, lo asume y franquea la línea roja. Así que, cuando llegan los baches no puede decir que no estaba apercibida.
No obstante, el sistema también es a menudo permeable y pecador, como los seres humanos llevados por sus tentaciones, y reserva sorpresas que aquí no es conveniente contar.
7 años es una obra dinámica y amena, cuya acción no decae ni un momento. Los diálogos son naturales, espontáneos y chispeantes. Y la interpretación coral brillante y excelente. Un perfecto engranaje y acabado de conjunto, con unos estupendos Carmen Ruiz (Verónica), Daniel Pérez Prada (Carlos), Eloy Azorín (Luis), Juan Carlos Vellido (Marcel) y Miguel Rellán (José). Todos implicados en lograr el mejor de los efectos y en que el público lo disfrute y reconozca.
7 años –con una notable acogida-- se merecería más tiempo en cartel. 
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2018.
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José Calles Vales y Belén Bermejo Meléndez explican, en su Dichos y frases hechas, que "pagar el pato" encubre, en realidad, “pagar el pacto”. ¿Cuál? El de los hebreos con Dios, por su protección como Pueblo Elegido. Yahvé es un dios celoso, que exige fidelidad, amarlo por encima de todo. En compensación, los hebreos se sobrepondrán a cualquier contratiempo histórico. Pero los hebreos fueron los instigadores de la crucifixión de Jesús de Nazaret, y en consecuencia, tras la diáspora por Europa, los judíos padecieron de los cristianos el reproche de aquel crimen. Tenían que pagar elevados impuestos como castigo y compensación por su error. En una novela histórica como Ivanhoe, de Sir Walter Scott, a los judíos se les solicita reunir una importante suma de dinero para liberar al cautivo rey Ricardo, legítimo monarca inglés, y no su hermano Juan. En la obra que nos ocupa, nadie en verdad llegaría a “pagar el pacto” o “pagar el pato”, pues esta expresión conlleva asumir injustamente las culpas de una mala acción y recibir represalia por ella. Los cuatro protagonistas del drama son culpables, por perfectamente responsables, de lo que han hecho. Luego se trata únicamente de pagar el impuesto uno solo, o de purgar todos.