“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

martes, 26 de febrero de 2013

Borrón y cuenta nueva.


Dice Benedicto XVI que “el Maligno siempre quiere ensuciar la creación para contradecir a Dios y en este mundo, tan marcado por el mal, hacer que sea irreconocible su verdad y su belleza”. Hay que admitir que el diablo está trabajando a fondo y que debe de tener haciendo, día y noche, horas extras a su ejército de acólitos y secuaces. Nos ahoga la corrupción. No podemos respirar. Ocurre ya en España, ya en el Vaticano. 
Me gustaron las palabras de Rosa Díez, de UPyD, sobre la necesidad de refundar el estado. Por lo menos van cargadas de buenas intenciones.


Hay que terminar con las duplicidades inútiles de las competencias autonómicas, y volver a un centralismo fuerte y unitario que responda a las necesidades de todos. Si hubo algo en lo que Don Juan de Borbón acertó de pleno fue en predecir los nuevos y caóticos reinos de taifas hacia los que caminaba España, merced a la fiebre nacionalista e independentista.
Pero nuestros nacionalismos no brotan solos. De aquellos polvos vinieron estos lodos: el consagrado bipartidismo se señorea de la escena política, la acapara de forma parecida a como lo hizo entre 1875 y la dictadura de Primo de Rivera. Bien es verdad que ha sido la nación la que ha hablado y otorga el poder o la voz opositora a PP y PSOE. Pero no es menos cierto que a estos dos partidos les interesa que todo siga igual –pese a los altibajos de la crisis—y que no entren en la tanda gubernativa otras formaciones menos asentadas. Craso error, pues España pide a gritos que se termine esa bipolaridad y se oigan y se sigan nuevas voces.


Es necesaria la presencia destacada, en las cámaras y en el gobierno, de otras dos alternativas políticas al menos. Que el poder se comparta y sea vigilado por savia renovada. Y, del mismo modo, todos los cabecillas y sus subalternos de PP y PSOE deben desaparecer y dejar paso a generaciones no contaminadas por los casos de tráfico de influencias y de corrupción. Cuando Eliot Ness fue requerido por la oficina del Tesoro estadounidense para atrapar a Capone por tráfico de alcohol y evasión de impuestos, al detective se le ocurrió la sagaz idea de escoger colaboradores limpios, ajenos a los círculos de poder, incluso bisoños. Y aun así tuvo que hacer criba y pasar de cincuenta agentes a quince, y después a solo nueve. Eran “Los Intocables”. Si se pretende sacar a España de su honda crisis moral y parlamentaria, hay que hacer “borrón y cuenta nueva” e imitar a Ness.
Se quedan cortos quienes, por poner un ejemplo, piden que se vaya Rubalcaba y sea sustituido por Chacón. ¿Y Rajoy, por quién podría ser sustituido? Desde luego, no por alguien que haya crecido a su vera. Los últimos gobiernos improvisan y deciden torpemente al socaire de los acontecimientos con los que todos nos desayunamos. No tienen ninguna idea clara de proyecto político. Una realidad reconocida por el propio presidente del país cuando acaba de declarar que no está siguiendo sus promesas electorales, que de momento no puede cumplir. El 67% de los españoles opina que vivimos en el lugar más corrupto de Europa. Vamos a llamar a esto “lugar” a secas, o merindad, puesto que no queda bien hablar de patria, ni se desea que se aliente ese concepto fascistoide entre nuestros ciudadanos. Como observa un comentarista que responde a las siglas M.C., “no sabemos si tendremos Monarquía o República, no sabemos si nos van a seguir quitando empresas los países de América que antes decían ser hermanos, en fin, que no sabemos bien ni dónde estamos ni a dónde vamos. Parece que navegamos de oído a golpe de conveniencias del momento”. A quienes nos ordenan les da lo mismo, con tal de no ceder el control a ciudadanos verdaderamente comprometidos, a quienes desde ahora nos gustaría reconocer y apoyar en su gestión. La política tiene que ser un servicio comunal transitorio, no un oficio ni una corporación. A tal fin tienen que desaparecer cargos intermedios inservibles y repetidos, tienen que suprimirse competencias autonómicas, tienen que cerrarse falsas embajadas y televisiones y medios de comunicación subvencionados. Como apunta otro agudo analista, José Mª Carrascal, “si hemos pasado de una dictadura personal a una dictadura de partidos es para que ‘el nuestro’ acapare el poder cuando llegue al gobierno y machaque al contrario”. En España –al contrario que en el área de influencia anglosajona—no se trabaja por el bien común. No nos va eso de arrimar el hombro y sí lo de poner el cazo, cuanto más grande mejor. Permitimos la subvención a partidos políticos, organizaciones sindicales y demás teloneros mientras criticamos la que recibe la Iglesia católica, que por lo visto es de las peores y no hace nada.
El artículo 15 de un curioso documento, condenado al olvido por su inoportunidad, dice que “La sociedad tiene derecho para pedir cuenta de su administración a todos los empleados públicos” (Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, Asamblea Nacional francesa, 26 de agosto de 1789). No hablaba para nada de inmunidad o de especial protección en el ejercicio de un cargo. Llevar coraza sobre el pecho favorece el pillaje y que la cofradía haga de España patio de Monipodio. Todo sea por el loable ejercicio de especiales habilidades.



viernes, 15 de febrero de 2013

Las termitas se comen el Vaticano: causas de la renuncia de Benedicto XVI.


Tanto El País como El Mundo coinciden en señalar que la marcha de Joseph Ratzinger de la silla de Pedro responde a una desagradable e incontrolada situación tumultuosa relacionada con los oscuros entresijos del poder vaticano. Los mismos que han hecho perder la confianza de los fieles en la veracidad y transparencia de la Iglesia católica como institución.


Los cardenales de más edad y de mayor influencia en Roma están divididos, pero no tanto por razones ideológicas o de dogma, sino por rencillas personales, odios lejanos e incómodos malentendidos. Hay una voluntad de control muy fuerte, y un interés porque las cosas no cambien demasiado. Los partidarios del actual Camarlengo, Tarcisio Bertone, andan de uñas con los del jefe del colegio cardenalicio, Angelo Sodano. El primero ha gozado un tiempo de la confianza del papa Benedicto, y pasa por ser un reformista moderado. El segundo era la mano derecha de Juan Pablo II, y es un conservador extremo. Las cuentas del Instituto para las Obras de Religión (IOR) no están claras, y se dice que hay dinero de la Camorra ingresado en él. De hecho, hasta hace solo unos pocos días, el estado italiano había vetado los pagos con tarjeta de crédito dentro del Vaticano. Es decir, no se podían usar tarjetas. El motivo: la localización, en Deustsche Bank de unos cuarenta millones de euros de procedencia no declarada. En teoría, proceden de los ochenta puntos de venta de que dispone el Vaticano, la mayoría abiertos para los turistas. Pero el fisco italiano nunca había otorgado el permiso para el uso de dispositivos electrónicos, y se teme que esa cuenta haya sido utilizada para el blanqueo de ciertos capitales.
El País, por su parte, informa del estado de amenaza permanente en que vive Ettore Gotti Tedeschi, presidente del IOR entre el 23 de septiembre de 2009 y el 24 de mayo de 2012. Gotti Tedeschi, afín al Opus Dei y representante máximo en Italia del Banco de Santander, redactó un informe secreto de lo que iba encontrando en la contabilidad del Pesebre, y lo que vio no le gustó nada. Es más, le puso de los nervios. Podría haber grandes sumas de dinero confiadas por el crimen organizado al IOR. Cuando estalló el escándalo de los documentos papales hurtados por el mayordomo, Tarcisio Bertone se dio prisa por involucrar en ello a Tedeschi, quien resultó destituido. Ettore se procuró de inmediato una escolta, y cuando unos policías italianos se personaron en su domicilio para efectuar un registro, les abrió la puerta muerto de miedo. “Ah, sois policías, creía que veníais a pegarme un tiro”—les soltó.
Es por eso que, hoy por hoy, las sandalias del Pescador están sobre un polvorín. El País titula su crónica (13-02-2013) de forma optimista: “El Papa renuncia para limpiar el Vaticano. Benedicto XVI abandona ante su incapacidad para seguir luchando contra los ‘cuervos’ y para dejar paso a un pontífice con fuerza para cortar los escándalos”. Pero habrá que ver si el siguiente papa dispone de esas energías, y de si tiene intención de ponerse el mundo por montera. En principio, debería ser un papa joven, de entre sesenta y setenta años, perfil que no coincide en absoluto con los “papables” más distinguidos. Los ‘cuervos’ quieren controlar, y cada uno sueña con ser papa. Así que, zancadilla al neófito. En segundo lugar, está la disposición para acometer los profundísimos procesos de renovación, y que la camarilla más influyente autorice a ellos. Aún planea por la Santa Sede la sospechosa, dolorosa y repentina “desaparición” involuntaria de Albino Luciani (Juan Pablo I). Quién sabe lo que le puede pasar al osado indiscreto. Además la utopía de un papa neoecuménico y lanzado, tal y como lo soñó Morris West en su conciliar best seller, parece pertenecer a una galaxia muy lejana.
El Mundo titula su crónica (14-02-2013): “El ‘Yo acuso’ de Benedicto XVI. Denuncia ‘las divisiones que desfiguran el rostro de la Iglesia’ y rompen su unidad. Critica la ‘hipocresía religiosa’ y ‘las actitudes de los que buscan el aplauso’”. En su misa de miércoles de ceniza, el pontífice se explayó a gusto; habló en su homilía de “individualismos y rivalidades” y de “divisiones en el cuerpo eclesial”. Y añade, como una bomba: “Pocos parecen dispuestos a actuar de corazón, según su propia conciencia y a sus propias intenciones”. Esto apunta, evidentemente, a una suerte de coyotes enmascarados, quienes, por añadidura, exentos de toda humildad, “buscan el aplauso y la aprobación”.


Sin embargo, la culpa de esta merienda de negros (con perdón) de la que habla el papa, se halla en el propio circo mediático en el que se ha convertido la Iglesia católica con los impulsos multitudinarios y los baños de masas hábilmente orquestados por organizaciones bendecidas como el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal y, ahora ya en menor medida, los Legionarios de Cristo. Estos grupos han aportado las infraestructuras precisas para que los últimos dos pontífices sean, con sus viajes y sus vuelos de explanada, auténticas estrellas del espectáculo, como si la fe necesitara verse, oírse, olerse, tocarse. El Catolicismo teme constatar que va perdiendo peso frente a otras religiones, y necesita demostrar que, al menos en Europa y en América Latina, sigue llevando cierta hegemonía.

Hasta Pablo VI y el efímero Luciani, la casa propia se volvió grande siendo pequeña. Había esperanzas. El ecumenismo y el progresismo brotados del Concilio Vaticano II estaban todavía cercanos a los fieles. Todo, en el Vaticano, era más hogareño, más módico. Pero, a partir de Juan Pablo II, o mejor dicho con él, la casa se hizo minúscula pretendiendo ser demasiado grande. El Opus Dei entró con enorme fuerza en San Pedro. Fue nombrada Prelatura Personal. Se instó a la dimisión de Pedro Arrupe (abril de 1980) como general de la Compañía de Jesús, a la que el papa deseaba controlar expresamente con sus hombres de confianza. Se declaró el alejamiento de los teólogos progresistas, como Hans Küng –de quien Rafael Termes Carreró llegó a decir que no era un teólogo católico (v. El País, 15-02-2004)—y Leonardo Boff. Este último, y con Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe, por su notorio coqueteo con el comunismo. Había pasado la hora de los comunistas: la URSS estaba agonizando. El muro de Berlín, a punto de caer. Thatcher y Reagan –los más altos mandatarios occidentales—hacían causa común con Juan Pablo II. No había por qué mantener, entonces, a pensadores muy liberales dentro de casa. Y mientras una gran parte de la masa de creyentes se iba con el papa al grito de ¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!, otra se desilusionaba y se desgajaba de la Iglesia, tornándose agnóstica, estoica o decididamente atea.
Juan Pablo II era un buen sacerdote, con don de gentes y muy próximo a su sentir. Su objetivo difusor del cristianismo y su espíritu viajero y universalista, muy loables y sinceros. Pero se apoyó en intrigas nada apropiadas, que no cortó. Un tanto maquiavélico, debía de ser de los que pensaban que el fin justifica los medios, y si estos hacen nuevamente grande a la Iglesia, no hay motivo para desdeñarlos. Pero una cosa es levantar la fachada, y otra muy distinta permitir que las termitas se adueñen del edificio que hay detrás. Esto hizo él, y Ratzinger se ha topado con el guiñol construido durante más de dos décadas.
Aparte de la nube de intrigantes, está la homosexualidad activa de los curas pederastas. En 2001, a la oficina de Ratzinger comenzaron a llegar los primeros casos de delicta graviora (delitos de gravedad extrema), reservados al enjuiciamiento directo por la Santa Sede. A ciertos curas se les habían ido las extremidades en seminarios y sacristías repartidos por doquier, en Estados Unidos, Alemania, Irlanda, Argentina, Chile y Brasil. El Viernes Santo de 2005, el cardenal Ratzinger clamó: "¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor! ¡Cuánta soberbia! La traición de los discípulos es el mayor dolor de Jesús". Hubo casos constatados de reverendos pedófilos que habían llegado a las ciento treinta víctimas, y con los cuales sus obispos solo se habían limitado a jugar al escondite cambiándolos de parroquia. En Alemania, los “cachetes” a los chavales en los coros se decía que habían sido confundidos con caricias. Bueno, Columbi lapsus.
* * *
¿Vamos a tener a un reformador sentado en la silla de Pedro? Difícilmente, visto el negro panorama. Tendría que salir alguien joven, distinto, de fuera, no contaminado, preferentemente latinoamericano o africano y, desde luego, racionalista, es decir, jesuita. Pero de 117 cardenales electores (menores de 80 años), Europa aporta 62 candidatos (de ellos, 28 italianos), frente a 11 africanos, 11 de EE.UU., 19 latinoamericanos y 3 canadienses. Lo más probable es que salga un papa italiano, que viene a ser la costumbre.
¿Conllevaría una renovación profunda de la Iglesia la progresión del número de fieles católicos en el mundo? También algo muy complicado de conseguir, habida cuenta de que las parroquias se abren en despoblado: sin curas --por la falta de vocaciones--, y sin ningún concurso compromisario de la gente joven (de menos de cincuenta años). Conozco ministros de comunidades de base que no llenan ni los domingos. Que tampoco seducen ni atraen a familias jóvenes, y que predican –eso sí, de forma más grácil, viva e inteligente—ante viejecitas sordas o militares y médicos retirados. Se augura un futuro muy difícil para la Iglesia de Roma.
* * *
Para una visión renovada de la Iglesia, visita estos enlaces de interés:

* * *
Este es el comunicado en el que se recoge la declaración del Papa en la que anuncia su dimisión:
"Queridísimos hermanos,
Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.
Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice.
Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

lunes, 11 de febrero de 2013

Benedicto XVI, la Gloria del Olivo.

 
Hoy lunes, 11 de febrero de 2013, hemos conocido la renuncia voluntaria y libre de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) a seguir ocupando la cátedra de Pedro. Su renuncia, tal y como él mismo ha dispuesto, será efectiva a partir de las 20:00 del jueves, 28 de febrero próximo. El Santo Padre adopta esta decisión honrada de renuncia por varios motivos: su edad avanzada (86 años); su estado de salud delicado, que le impide realizar grandes desplazamientos; y el peso de la abultada responsabilidad que se cierne sobre sus hombros cansados, debido a los problemas internos y estructurales que el Vaticano arrastra. Para acometer nuevas y mejores reformas, se necesita fuerza. Joseph Ratzinger, además, ha sido siempre lo que le ha gustado y fascinado ser: profesor de Teología. Desde que es Papa, ha añorado su vocación docente. Su amplia formación intelectual le inclina a la meditación, la reflexión y el reposo, y de hecho nunca ha dejado de escribir y de publicar (no solo encíclicas, en las que defiende que la razón no está reñida con la fe, y que la estabilidad del mundo debe llegar por la caridad, sino también sus tres volúmenes biográficos sobre Jesús de Nazaret). Han sido más de siete años de pontificado, en las que en el seno de la Iglesia Católica se ha procurado depurar responsabilidades, quizá muchas menos de las que a él le hubieran gustado. No va a tener ninguna tarea fácil su sucesor. La secularización del mundo impera por momentos; un laicismo radical, irreverente a menudo con el que cree: la Ciencia y la Técnica dominan amplios espectros de la vida, y organizaciones alternativas a las ideas dogmáticas intentan colmar el vacío incierto de aquellos que se han apartado de la práctica religiosa. El hombre intenta vivir de espaldas a Dios, como si este sobrara o no fuera necesario. 


La Iglesia Católica está perdiendo su poder de convocatoria, extraviada por escándalos financieros y morales, por la falta de nuevas vocaciones que complican el sostenimiento de las parroquias, por la escasa renovación de su mensaje y por el descreimiento generalizado entre muchos jóvenes, que no pisan una iglesia ni por casualidad. El Papa Benedicto es muy consciente de estas evidencias: nunca se volverá, seguramente, a una fe como fenómeno de masas, como ocurrió en la Edad Media, por ejemplo. La fe se va a vivir diluida, a pequeña escala, y mezclada con reclamos pseudorreligiosos emparentados con asociaciones y sectas. Las grandes Iglesias tradicionales aparecen sofocadas por su excesiva institucionalización, por su imagen de poderío prepotente, y por el peso de su historia responsable. Ser cristiano católico conlleva el lastre de preceptos morales y dogmáticos difíciles de aceptar, pero qué bien viene la colaboración de la Iglesia con su acción caritativa en momentos de incertidumbre y crisis. Entonces, todo el mundo se acuerda de ella: de los comedores, de los asilos, de las escuelas, de los hospitales, de las misiones… Alguien dirá: financiados, en parte, por el estado aconfesional; y es cierto, pero los hombres y mujeres que sostienen día tras día esa ayuda, no tienen precio. Son el potencial humano de una fe que mueve montañas, porque salva vidas, aporta esperanza, acoge y da amor: una sonrisa, un abrazo, un beso. Ellos son la expresión viva y en marcha de Jesús de Nazaret. Con sus aciertos y sus defectos, porque son libres, y son humanos. Están ahí, presentes, para quien los necesite.

* * *

Benedicto XVI es el quinto pontífice de la Historia que renuncia. Sus émulos corresponden a la época medieval, un periodo tumultuoso donde los reyes y los príncipes proponían y deponían a los papas de acuerdo con sus alianzas políticas. Benedicto IX (1032-1045), Gregorio VI (1045-1046), Celestino V (1294) y Gregorio XII (1406-1415), también renunciaron a su cargo, libremente o por la fuerza, de manera definitiva o intermitente.

Benedicto IX, Theophylactus, era jurista. No era sacerdote siquiera, sino laico. Su padre, Alberico III de Tusculum, lo hizo papa. Intentó emprender una reforma en el seno de la Iglesia latina, que consiguió extender hacia el sur de Italia, pero chocó con los intereses de la nobleza, que lo expulsó de Roma poniendo en su sede a Silvestre III (antipapa). Benedicto no se amilanó e intentó recuperar su cargo, pero cedió a una buena oferta económica en favor de Gregorio VI, Ioannes Gratianus, su padrino de bautismo y confesor. Gregorio era un hombre honrado, de buenas intenciones, pero feble ante el empuje del poder civil. Fue depuesto por el emperador Enrique III en el sínodo de Sutri, curiosamente acusado de simonía. Se le condenó al destierro, posiblemente a Colonia (Alemania), donde murió en 1047.

Celestino V, nacido Pietro de Morrone en Molise, en una familia humilde de campesinos, hacia 1209, fue monje benedictino y santo. Era ermitaño y fundó una hermandad eremítica en torno a las montañas Morrone, próximas a Sulmona. Su congregación de celdas independientes seguía la regla cisterciense de completa austeridad. Dotado, sin embargo, de don de gentes, Pietro se atrajo numerosas donaciones. Su organización creció y llegó a Roma y Apulia. Tras una prolongada vacante del papado, a propuesta de Carlos II de Anjou, Pietro fue coronado papa en Perugia. Sin embargo, tardó en comprender que debía devolver la merced recibida a Carlos. Idealista en exceso, quería llevar los principios del monacato y de la pobreza franciscana a Roma, donde reinaban el caos y la corrupción. A la vista de la dura realidad de esta vida, Celestino se preparó para su renuncia, hecha efectiva el 13 de diciembre de 1294. Su sucesor, Bonifacio VIII, quien desconfiaba de él, lo internó en el castillo de Fumone (Frosinone), donde murió en mayo de 1296. Realmente, a nuestro pesar, fue un Celestino antes del alba.

Como vemos, la renuncia les sentaba mal a los ex papas; perjudicaba seriamente su salud. Esperemos y deseemos que no le suceda ahora lo mismo a Joseph Ratzinger.

* * *

En medio de todas esas turbulencias, en el año 1139, San Malaquías visitó Roma, donde dejó su famosa lista profética con 113 apelativos en latín, uno para cada futuro pontífice que viniera. Dicen los agoreros entendidos que sus predicciones se han visto satisfechas en un 75% de los casos. Su lista se cierra con dos misteriosos apodos: De Gloria Olivae (De la Gloria del Olivo) y Petrus Romanus (Pedro Romano). El antepenúltimo fue De Labore Solis (De la Labor del Sol, o del Sol naciente), presuntamente Juan Pablo II, quien vino del Este, de donde brota el sol, de tierra polaca. Además, su espíritu viajero le hizo recorrer varias veces el camino del astro-rey, difundiendo el cristianismo por todo el orbe. No se olvide que su primer viaje (de los 104 que realizó como papa) fue de Este a Oeste, el 25 de enero de 1979, a Santo Domingo y México. E Igualmente, de Este a Oeste, el último, a Lourdes (Francia, 14 de agosto de 2004).


De la Gloria del Olivo es Benedicto XVI. Joseph Ratzinger nació y fue bautizado un Sábado Santo, Sábado de Gloria (16 de abril de 1927). Sus padres se llamaban María y José, y lo bautizaron tan solo tras cuatro horas de vida, a las ocho y media de una gélida mañana bávara de abundante nieve. Se le bautizó con agua recién consagrada, el primero en recibirla. Esa agua servía para todos los bautizos del resto del año. Ratzinger pertenece, además, a la orden benedictina, u orden olivetana o del Olivo. Si a ello sumamos la “gloria” o acierto de su despedida voluntaria, ya tenemos De la Gloria del Olivo.

El listado de Malaquías se cierra con un presunto último papa romano, Pedro Romano, para el que no augura sino un destino catastrófico: “Cuando llegue la extrema persecución contra la Santa Iglesia Romana, se sentará en la cátedra del primer Pedro Pedro Romano, quien apacentará a su rebaño entre grandes tribulaciones. Cuando llegue el momento de la consumación extrema, la ciudad de las siete colinas será destruida y el Juez Colosal juzgará a su pueblo”. ¿Estamos, pues, ante los últimos días del Catolicismo romano? ¿Es el fin de los siglos?


Juan de Jerusalén, el séptimo de los caballeros fundadores de la orden del Temple, fallecido hacia 1119, vaticina para nuestro segundo milenio presagios ciertamente oscuros, pero con un rayo de esperanza. En su Protocolo Secreto de las Profecías habla de enorme inestabilidad y cambios muy drásticos: acumulación del poder político y del dinero en manos de unos pocos privilegiados; hambrunas; destrucción de los recursos naturales; amoralidad; alteraciones genéticas inducidas en especies animales; crecimiento imponente de la altura del mar… El hombre será “un enano de alma con la fuerza de un gigante”, para obrar como un tiránico dios. Quienes no tengan recursos, venderán su cuerpo para sobrevivir y escucharán a falsos profetas. Sin embargo, según se avance hacia el tercer milenio, la vida recobrará estabilidad y prosperidad: se hablará una lengua universal, el hombre levantará una sociedad solidaria irrevocable, se poblarán los mares, se dominarán todos los secretos del agua, de la tierra y del cielo, “el espíritu se apoderará de las gentes, que comulgarán en fraternidad” y se restablecerá el vigor de la fe; las curaciones serán infinitas, los desiertos se volverán vergeles, y la mujer empuñará el cetro, “será la gran maestra de los tiempos futuros, y lo que piense lo impondrá a los hombres”.

* * *

San Malaquías fue un obispo irlandés, sabio reformador de su iglesia según la estricta pobreza del Císter. Vivió los últimos años de su vida con San Bernardo en Claraval, y murió en sus brazos en 1148. Su fiesta se celebra el 3 de noviembre.

Joseph Ratzinger, antes de ser elegido Papa, fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hijo de un policía y de una empleada de hotel, creció bajo el nazismo, pero hizo de la fe católica su defensa y baluarte. Sintió la llamada de Dios, y se ordenó sacerdote. Estudió Teología en Múnich y debutó como profesor en la universidad de Freising. A medida que publicaba libros sobre patrística, cristología, doctrina, historia eclesiástica, liturgia y otros temas asociados, crecía en Alemania su prestigio como erudito teólogo. Fue catedrático en las universidades de Bonn (1958), Münster (1963), Tubinga (1966) y Regensburg (1969). Por aquella época, era un abanderado de la doctrina social de la Iglesia y un opositor a lo rancio. Hizo conciliábulo con el jesuita progresista Karl Rahner, y fue uno de los fundadores de la revista Concilium.

No obstante, andando el tiempo, se volvió a posturas más conservadoras que antes criticara. No le sentó nada bien la sentada de los estudiantes en Tubinga cuando él era decano. Desconfió sobremanera de los aires renovadores del Concilio Vaticano II, en lo que podían suponer de pérdida de presencia de la Iglesia en la vida laica.

En 1977, Pablo VI lo nombró arzobispo de Múnich y Freising. Entonces conoció en un sínodo al polaco Karol Wojtila, e hizo causa común con él al criticar la orientación marxista de ciertos teólogos latinoamericanos. Cuando Wojtila fue elegido pontífice, llamó a Roma a Ratzinger, y le puso al frente del antiguo Santo Oficio para velar por la pureza de la fe y del dogma. Ratzinger ordenó guardar silencio a los teólogos de la Teología de la Liberación, entre ellos a Leonardo Boff.

Ratzinger presidió la comisión que elaboró el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por Juan Pablo II en octubre de 1992.

Fue elegido sucesor de Pedro el 19 de abril de 2005. Se le reconoce haber emprendido una labor de limpieza moral entre los ministros pastorales al denunciar y reprender los abusos por pederastia así como la reforma de los Legionarios de Cristo.

Es autor de las encíclicas Deus Caritas Est (2006; sobre el poder enriquecedor del amor), Spe Salvi (2007, acerca del poder redentor de la fe y la remisión por el amor) y Caritas In Veritate (2009, sobre la falta de ética en las sociedades industrializadas).