“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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martes, 20 de septiembre de 2016

La senda de los poetas.


“Un poeta, contra el estruendo y el dolor,
inventa la palabra” (Leo Zelada)

Abril de 2016. La editorial Vaso Roto publica el número 97 de su colección de Poesía: el libro de Leo Zelada (Braulio Rubén Tupaj Amaru Grajeda Fuentes, Lima, 1970) Transpoética.
Leo Zelada no es un autor cualquiera. Se toma la escritura muy en serio, porque la palabra mágica y multicultural del vate circula por sus venas. Leo, además, construye cultura, agita, anima y levanta el espíritu popular de la Cultura de la capital. Como perfectamente recoge la contracubierta de su libro, y en expresión de Emilio Porta, Leo “mueve Madrid”. Es uno de los voluntarios encargados de recordar a la sociedad y al poder de que existen los sentires y sentimientos, la conjunción sorprendente de lenguaje, mestizaje y mito, por encima de lo material, lo lucrativo y tangible. Leo se perfila “ebrio de poesía”, bohemio sin nómina, artista perdedor en una barraca de consumo, “mendigo de metáforas”:
“—¿Qué profesión tienes?
--Poeta.
--O sea, te vas a morir de hambre.
--Al contrario, voy a aplacar tu sed.”
La voz de Zelada es la del azabache, la del tugurio y el acantilado. Un grito cayendo en el abismo. Leo respira y exhala versos, y ha llevado su alma peregrina por selvas, ríos y llanuras de toda Latinoamérica. Es testigo de un mundo alucinado y alucinante. En su mochila, el manifiesto lírico, áulico y magistral, para desnudar un universo.
Zelada se afianza sobre la casta de los malditos. Las proyecciones alambicadas y perezosas de Baudelaire y Poe, como si el arte tuviera que estar permanentemente reñido con la masa: “Donde otros ven muchedumbres él ve una enorme procesión de silencios”; esa gente “como reptiles bajo la sombra”. Parir versos, por amor y con dolor, parece el sino del tocado por el ordenamiento deslumbrante de la lengua. Quizá esta ausencia de permeabilidad dificulte transparentar todos los ámbitos de lo concertado, y encasille al poeta en una ofuscación, en un exilio interior: el del peregrino en su patria, y en cualquier patria. Lo suyo no es diletantismo, sino más bien decadentismo voluntario: un encierro entre sus propias penumbras. “La literatura me esperaba en casa” (“Yo tengo encerrada en mi casa –por su gusto y el mío—a la Poesía”, que afirmó Juan Ramón, añadiendo eso de “y nuestra relación es la de los apasionados”). “Un poeta se refugia en su cuarto…”; “Cuando escribo atravieso la noche…”; “En la soledad de mi cuarto… Odio al mundo en este momento. Odio la noche. Odio los recitales de poesía. Me odio…” Puede que el apartamiento concite el don salvador de la palabra: “No soy cordero. / No soy manada. / La poesía es mi única patria / y su lenguaje / mi idioma universal.” Pues la palabra poética redime: “Transformar el dolor en belleza ese es el oficio del poeta.”
Como quería Juan Ramón, el poeta recrea el mundo, lo reconstruye, no necesariamente partiendo de sus ruinas, sino captando otra realidad, otra verdad que se nos escapa, como la arena entre los dedos. “En el cuarto oscuro de un poeta, / también existe la arena de la playa.” Su visión de Afrodita no es la de una muchacha bella, sino su compañía, que nos relaja y embruja, y entonces las estrellas del cielo “bajan a danzar” con uno, en místico y erótico paroxismo.
El texto de Leo que abre el libro –corto, a modo de haiku—dice “todas las constelaciones / del universo caben en mi mano.” Leo obedece a Blake, sus Augurios de Inocencia:
“Para ver el mundo en un grano de arena,
y el Cielo en una flor indómita,
estrecha el infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora.”
[To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower,
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour.]
Hay un ente que libera el encierro del poeta Leo y aminora su soledad: el mar. “Otra es la ola que luminosa acaricia mi espalda”; “Sobre la espuma del mar / el resplandor del misterio.” El mar que es unitario y distinto, el manto de agua a veces verde, a veces azul, a veces gris, que nos convoca, sacude la costa y se desdobla en otro, y en uno mismo. El doble del poeta, por qué no, escribiendo travesuras en universos paralelos.
En la huida del tumulto a la orilla está ese sueño infantil de Antoine Doinel –alter ego de François Truffaut—en la secuencia final de Los cuatrocientos golpes (1959), un niño abandonado por sus padres, que busca el mar para así sentirse libre.
En los límites de su sencillez, Transpoética es un libro para leer y saborear varias veces, lleno de breves, pero con tres clásicos de la cumbre de su autor: “Breve explicación de la poética a un hombre cualquiera”, “Dark Poetry” y “Underground Poet”.
Seguramente Leo tiene la llave del Infinito.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2016.