“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

martes, 21 de mayo de 2013

"Miré los muros de la patria mía..."


“Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.”
Este soneto pesimista de D. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), parece responder muy bien al signo de nuestros tiempos.  La poesía tiene la virtud de atravesar la barrera de las edades y seguir hablando a los hombres y mujeres del futuro.

El Barroco fue un momento de honda tribulación a causa de un marcado desengaño. Se había vivido por encima de las posibilidades, y pronto tocó pagar el dispendio. El imperio español era sombra de sí mismo, y los últimos Austrias se comían en fiestas y cachondeos lo poco que quedaba. Las guerras de religión en Europa, la mala gestión de nuestros recursos, el robo, las malas cosechas, el abandono del campo, la apatía general, la falta de inventiva y de iniciativa, la hipocresía, las epidemias… llevaron a decir a Argensola aquello de “Porque este cielo azul que todos vemos,/ ni es cielo, ni es azul. ¡Lástima grande/ que no sea verdad tanta belleza!”. Solo los nobles vivían bien, y como potentados, estimulaban el desarrollo de las artes y tenían en nómina a los intelectuales. No existía una burguesía consolidada, pues los oficios artesanales se resintieron con la expulsión de los moriscos y muchos otros (cirujano, boticario, recaudador, prestamista, sedero, orfebre…) quedaban en manos de los conversos (algunos de los cuales, judaizaban en secreto), y quienes además tenían vetado su paso a América.

Cuando los españoles del siglo XX decidimos entrar en la Unión Europea, tuvimos que subordinar nuestro sistema productivo a la Comunidad. Se cerraron minas y astilleros, se sacrificaron industrias, se arrancaron vides y olivos, se sacrificaron vacas lecheras… se despobló el campo. Comenzó un éxodo radical y definitivo del pueblo a la ciudad. Íbamos a ser un país de servicios: sol, playa, turismo, hoteles, restauración… Justo nuestra imagen de las películas de los años sesenta: Málaga, Marbella, Torremolinos, Benidorm, Baleares, Canarias… Eso quería que fuéramos la Unión Europea. A cambio, nos compensó generosamente. Nos cebó con dinero.
Pero ese dinero, engolfado cómo no, desapareció. O fue muy mal invertido y gestionado. Así que, nuestro gozo en un pozo. Nos quedamos sin producción, y también sin dinero. Resultado, ahora qué tenemos: ¡NADA!
Y un país que no tiene industria, ni pequeñas y medianas empresas (porque han ido a la quiebra, y sus inversores, endeudados hasta las cejas), no puede contrarrestar de ninguna forma un periodo de crisis. Como en el Barroco, nos vemos obligados a pedir créditos en el extranjero, y a emitir deuda que compran otros países. No podemos crear empleo. Nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) lían el petate y se van. Aquí no les espera más que miseria y consunción. Lo malo es que se siga agotando nuestra capacidad de endeudamiento. Y que el espectro terrible de la crisis resurja de sus rescoldos como el Ave Fénix.
Pero lo mejor está por llegar. El Dominical de Intereconomía publicaba este pasado domingo (19 de mayo de 2013) una sustanciosa entrevista con Santiago Niño-Becerra, catedrático de Estructura Económica en la Facultad de Economía IQS (Universidad Ramón Llull, Barcelona). Según este analista, la depresión económica afectará claramente a España hasta por lo menos 2020. Nunca volveremos a la época de esplendor de 2006. A partir de ahora, nos tocará lidiar con una cierta estabilidad, con sus altibajos y pequeños “sustos”. España suma a su tendencia deudora una bajísima productividad, una dependencia exagerada entre distintas regiones y áreas, y un PIB más bien famélico.
La banca se infló a conceder créditos sin garantías viables de devolución. El mercado se congestionó de paquetes tóxicos, y la burbuja terminó estallando. Se podría argumentar que todo el mundo tenía derecho a pedir para una casa, o para un negocio. Sí, pero habría que ver qué casa y qué negocio. De todas formas, la especulación urbanística había despegado mucho antes, y los precios (incluidos los alquileres) pujaban con las nubes. A mayor coste, mayor endeudamiento. Si estalla una crisis, lo paga el empleo. Y si uno pierde el empleo… ¿cómo va a poder pagar lo que le han prestado? Según las últimas estadísticas, ya hay 420.000 hogares españoles sostenidos únicamente por un pensionista. La cifra en 2007 era de 150.000. Casi se ha triplicado en seis años. Hay que considerar que el 75% de los mayores pensionistas perciben menos dinero que el salario medio de un trabajador sin cualificación. Hoy por hoy, la pensión media se sitúa en 975 euros brutos. Con esta cantidad tienen que vivir el jubilado, sus hijos y hasta sus nietos.
Hay quien, como Alfonso Guerra (Tiempo, 17-05-2013), propone trabajar cuatro días a la semana, es decir, reducir un 20% el tiempo de trabajo cuando existan pérdidas gananciales a cambio de mantener todos los empleos. En esa circunstancia, el gobierno debería ayudar, ocupándose de la mitad de la nómina de cada trabajador. Al estado, en teoría, le resultaría más rentable que pagar el subsidio de desempleo: sobre un 80% del tiempo, el estado asumiría el bruto del 40%, en torno a 9.116 euros si se calcula sobre el salario medio anual bruto de 2010 (22.790 euros). La cuantía media anual por desempleo está en unos 10.269 euros. Ello supondría un ahorro para el estado de algo más de mil euros al año por trabajador.
Sin embargo, la opción de trabajar menos horas y días a la semana, a cambio de mantener el empleo, y sin recibir ningún aporte estatal, está ya siendo puesta en práctica por varias empresas desde hace, por lo menos, tres años, si no más. Hay personas que trabajan en días alternos para poder conservar su puesto. Claro que con una reducción importante en su nómina.
El nuevo modelo de contrato único que alguien propone para España es dudosamente viable, y peligroso. Todos los empleados contarían como fijos, y solo la antigüedad marcaría la cuantía de indemnización por despido. Pero como somos un país de servicios, con temporeros en la hostelería, la restauración y las campañas de recogida, esta idea no es de fácil aplicación. Además, simplificaría demasiado las cosas al patrono de cara al despido: podría prescindir de gente cuando quisiera, a muy bajo costo. Todos los puestos estarían “en el aire”, y los trabajadores jugando a las sillas. Perdería el que se quedara sin la suya.
La gran escapada de jóvenes talentos hacia países con mayor estabilidad y mejor salario medio, hace que España se esté vaciando de gente de valía. En la investigación científico-técnica, las precarias becas o incluso su supresión, obligan a emigrar al joven bien preparado. Toda persona tiene derecho a una vida digna, a una vivienda digna, a un trabajo rentable y decoroso, y al reconocimiento social y profesional.

En titulares, Lord Robert Skidelsky, profesor de Economía Política en la Universidad de Warwick y biógrafo de Keynes, determina: “A España le iría mejor fuera de la Eurozona”. Para él, o se llega a la unión económica completa, o no se llega, y cada uno tira por separado. “Si no van a acometer las grandes reformas que se requieren (economía única), es mejor dejarlo (…) Quizá se podría formar una Eurozona más pequeña, una ‘Germanozona’, con Alemania, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, y probablemente Polonia y Francia”. El 27% de desempleo español es estúpido y malvado; significa sacrificar a una generación.
Volviendo a Santiago Niño-Becerra, este es pesimista en cuanto a la recuperación de las PYMES (Pequeñas y Medianas Empresas), al no haber liquidez para créditos que las financien. Una nueva PYME deberá demostrar su porqué, su necesidad de arranque, permanencia y proyección. Con suerte, logrará credibilidad exterior y un apoyo financiero foráneo. Con el tiempo, si prosperan, serán absorbidas por un gigante multinacional o una gran corporación, y se esfumarán como entidades patrias.
El catedrático de la Ramón Llull aconseja “no asumir deudas, pensar muy bien si se necesita algo antes de adquirirlo, recalcular la forma de vida a fin de precisar menos. En resumen, aclimatarse a un entorno de escasez.”
Niño-Becerra recalca que el sistema económico español, nefastamente, necesita emplear a mucha gente para crecer. Pero el capital es el que suele fallar. Y si no se invierte dinero, no hay creación de puestos laborales.
Y augura también un hecho mucho más inquietante, próximo al de las peores distopías: “VAMOS A UNA MUCHO MAYOR INTERVENCIÓN DE LAS GRANDES CORPORACIONES EN LA VIDA ECONÓMICA. POR LO QUE NOS DIRIGIMOS HACIA LA OLIGOPOLIZACIÓN DE NUMEROSOS SUBSECTORES. OBVIAMENTE EL PAPEL DE LOS ESTADOS SE REDUCIRÁ. Y OBVIAMENTE TAMBIÉN LA DEMOCRACIA, TAL Y COMO SE HA ENTENDIDO. ESO TAMBIÉN. PIENSO QUE ES UNA CUESTIÓN DE EVOLUCIÓN, LUEGO ES ALGO INEVITABLE".


Lo que este analista ve como un proceso natural de evolución de las sociedades y de los mercados, otros lo entienden como una tragedia muy preocupante. Así, Alfonso Guerra nuevamente: “En democracia nunca se puso en causa la libertad de los mercados. AHORA HAN ACUMULADO TAL PODER DE DECISIÓN QUE AMENAZAN A LA DEMOCRACIA, Y ESTA TIENE QUE REACCIONAR PARA MANTENER LOS DERECHOS CONQUISTADOS POR LOS CIUDADANOS DURANTE TODO EL SIGLO XX (…) POR MUCHO QUE DESAGRADE A LOS NEOLIBERALES, LA JUSTICIA SOCIAL NO ES UN LUJO AL QUE HAY QUE RENUNCIAR A CAUSA DE LA CRISIS. AL CONTRARIO, RECONSTRUIR LA JUSTICIA SOCIAL ES HOY LA PRIORIDAD, EL ÚNICO MEDIO DE SALIR DE NUESTRA DEPENDENCIA DE LA DEUDA”.
Margaret Thatcher, admirable política y mujer, se equivocó al creer que al mercado había que dejarlo y que los problemas tendían a solucionarse por sí solos, sin ningún tipo de regulación estatal. Si la cabeza la hubiera pillado bien en estos tiempos tan aciagos, habría que ver qué es lo que hubiera dicho para justificar lo injustificable: el desmoronamiento del capitalismo salvaje y la economía neoliberal.
De acuerdo con el DRAE, un oligopolio es la “concentración de la oferta de un sector industrial o comercial en un reducido número de empresas”. Es decir un tipo de oligarquía económica, que concentre casi toda la producción en manos de unas pocas firmas. El gobierno de los mejores, de los más capacitados para fagocitar a los débiles (como sucede en la naturaleza con la supervivencia del más fuerte), y capaces de asumir intensos retos.
Más capitalismo brutal. 1965: La caza, de Carlos Saura. La caza del conejo. Y cuando se acaban los conejos… los prójimos, los próximos, los parientes. ¡Qué más dará! A tiro limpio con todos. ¿Habrá alguien que quede a salvo? ¿Habrá quien se libre de este infierno?

Los ilustrados --la Declaración de Independencia norteamericana al frente (4-07-1776)--, defendían el derecho del hombre a la búsqueda de la felicidad. El hombre tenía que ir en su busca y conseguirla de la manera que estimara oportuno, pero siempre sin dañar a los demás. En el futuro, pueden surgir corporeidades mortales y rosas que nos digan cómo tenemos que ser felices. Que nos dicten nuestra manera de vivir y nos vendan o proporcionen una felicidad falsa. A los esclavos de color, en los estados del Sur, se les mantenía rudos e ignorantes y se les emborrachaba los días de fiesta para que se sintieran felices. Así no sabiendo, ignorando, no pensaban en su propia desgracia y tiraban para adelante sin chistar. ¿Es algo parecido lo que nos espera a nosotros? Si recordamos a Orwell, a Huxley, a Bradbury, pronosticaron gobiernos que dictaban la manera de ser “felices” sus ciudadanos. Negando constantemente el pasado, construyendo una narrativa en serie, atontando con la televisión, anulando la conciencia de grupo, pero también del individuo, alienando el ser. Control. La clave: Control. Internet ya invade nuestro espacio interior, nuestra “vida privada”: los servidores guardan un tiempo nuestros correos, programas espía ceden datos nuestros a diferentes empresas, las redes sociales testimonian y recogen lo que pensamos y decimos. Estamos más vigilados que nunca, que en la época de la soga y el caldero. Y vamos a terminar echando la una tras el otro, al fondo del pozo.

sábado, 18 de mayo de 2013

Una velada musical en el Casino.


El Casino de Madrid (C/ Alcalá, 15), exclusiva casa creada en plena efervescencia romántica isabelina, ha tenido a bien ofrecer a sus socios y al público invitado, una gala de zarzuela y música de Broadway a cargo del Coro Villa de Las Rozas. El evento se desarrolló durante casi dos horas el lunes, 13 de mayo, por la tarde, festividad de la Virgen de Fátima.
 

Quienes pudimos asistir, aunque fuera de pie, ocupando los huecos laterales del fastuoso Salón Real de la segunda planta, tuvimos la suerte de ser regalados por cuarenta y seis voces profesionales con más de catorce temas de la mejor música popular española y norteamericana.
Este coro, refundado en 1987, y magistralmente dirigido por Dña. Mª Ángeles García Serrano desde 2002, es uno de los mejores que se pueden escuchar en España. Especializado en música antigua, sacra y clásica, prepara ahora los Carmina Burana, de Carl Orff. En 2006, estrenó, junto a Juan Carlos Calderón, una versión coral de “Eres tú”.
 
Su programa tuvo dos partes. En la primera, dedicada a revivir las verbenas del viejo Madrid, y ataviados de chulapos y chulapas, los intérpretes deleitaron al público con temas de zarzuelas: Agua, azucarillos y aguardiente, de Chueca; El Barberillo de Lavapiés, de Barbieri; Doña Francisquita, de Vives; El rey que rabió, de Chapí; Don Manolito, de Sorozábal; y las famosas seguidillas de la reina del casticismo madrileño, La verbena de la Paloma, del maestro Tomás Bretón. La zarzuela fue la réplica popular a la ópera, la adaptación musicada del sainete festivo. El pueblo de Madrid, con su cielo y su pradera, con sus vistillas y sus corralas, con su río Manzanares y su fuente de Cibeles, tenía derecho a cantar y divertirse. Esos músicos de finales del XIX, emparentados con el Modernismo, dieron expresión grácil a esa voluntad. Crearon una tradición que vitorearon nuestros tíos y nuestros abuelos y que, en la actualidad, por efecto de la invasiva globalización de una cultura poco arraigada, se está perdiendo, como se han perdido las tabernas y tascas, los organillos de Apruzzese, los barquilleros y serenos, los limpias y cigarreras, las boticas y barberías, los mantones de Manila y aquel orondo tranvía, “más chulo que un ocho”.

“Por ser la Virgen de la Paloma,

Un mantón de la China na,na,

China na,na…  te voy a regalar.”

La verbena de la Paloma, estrenada en el Teatro Apolo el 17 de febrero de 1894, continúa relativamente fresca en el recuerdo. De inmediato se alzó con el cariño del público, que se vio reflejado en Julián, en la Casta y la Susana, en el agradable ambiente de celebración y gozo que llena las páginas escritas por Ricardo de la Vega. Chapí iba a ser el responsable original de su partitura, pero una riña con los empresarios del Apolo, Arregui y Arrue, paralizó el proyecto, oportunamente ofrecido al salmantino Bretón y pacientemente acometido por él. El maestro se fue a las tascas de los barrios bajos, a las cavas, y hasta a los bancos de las plazuelas, y allí componía su música, que completó en tan solo diecinueve días. No le resultó fácil traducir en corcheas la complicada letra del sainete. Incluso no las tenía todas consigo la noche del estreno. Pero el entusiasmo fue clamoroso, solo empañado por el fallecimiento, dos días después, del maestro Barbieri.
La segunda mitad del recital estuvo dedicada a los éxitos de Broadway. El coro bordó a varias voces “If I Were a Rich Man”, de El violinista en el tejado. Recordó dos pegadizos temas de West Side Story (“I Feel Pretty”, “America”) e incendió al público con una espléndida Cabaret. La graciosa pianista Patricia se iba despojando de un atuendo tras cada melodía, que presentaba resumiendo su línea argumental o traduciendo su letra.
 
El colofón fue un sentido y entrañable homenaje al compositor cántabro Juan Carlos Calderón, fallecido en noviembre de 2012, con la versión coral de “Eres tú”. La parte solista de esta canción recayó voluntariamente en una joven española que no deja de sorprendernos, por su torrente de talento oculto y que un día, como los legendarias corrientes de mercurio del emperador de Sian, terminará aflorando y arrancando la rendición del auditorio. Nos referimos a la gran poetisa y cantante Catalina Tejada. Catalina envuelve con su voz firme y cálida, rotunda y segura, potente y esmerada, sin altibajos. Acometió una espléndida ejecución de “Eres tú”, que se vio refrendada en seguida por sus compañeros de coro. Animamos a esta cantante a no cejar en su trayectoria musical.
El concierto, completo e inolvidable. Una hermosa iniciativa que hay que agradecer al Casino de Madrid y a los integrantes del Coro Villa de Las Rozas.
Tan solo sugerir a la directora de la agrupación que baje el tempo de Edelweiss, que solo puede tener el ritmo pausado de una balada, y a la que no beneficia en absoluto la marcha de vals; y que incorpore a su repertorio (si no los tiene ya) algún clásico de Frederick Loewe, que puede ir muy bien al coro; por ejemplo, “They Call the Wind Maria” (de Paint Your Wagon / La leyenda de la ciudad sin nombre); “I Could Have Dance All Night”, “On the Street Where You Live” (de My Fair Lady). Andrew Lloyd Webber (“Don´t Cry for Me, Argentina”) sería otra apuesta que habría que considerar. Como los temas “Tonight” (West Side Story), “Bali Ha’i” (South Pacific) y un himno a varias voces, muy apropiado para un coro, “Tomorrow Belongs to Me” (Cabaret).

viernes, 3 de mayo de 2013

Desmontando a Panero.


(A José A. Pamies, poeta)

(A Francisco Salvador Martínez,

maestro y amigo)

Era la época, y se ocultaban esas cosas.

Corría la primera mitad de los setenta, cuando los Panero, con Felicidad Blanc al frente, se pusieron a desmontar a su padre. La mala gestión de sus propiedades de Astorga, herencia de un indiano, y las necesidades derivadas de los repetidos tratamientos terapéuticos, llevaron a la familia a vender sus cuadros y los textos de las primeras ediciones. El apoyo lo recibieron de Elías Querejeta, productor de El desencanto, la película documental que Jaime Chávarri realizó en 1976. En aquellos años de la apertura política, era un bombazo desvelar las excentricidades del mayor poeta del régimen, Leopoldo Panero (Astorga, León, 1909). Los tres hijos del patriarca hablan ante su madre, y sin ningún recato, sino todo lo contrario –como esputos arrojados a la cara-- de los mayores defectos de aquel: descontento consigo mismo (acaso lírica y sexualmente inacabado), irascible a más no poder, peligrosamente amedrentador, alcohólico sempiterno. Aquellas bondades, que cualquiera podemos tener, se pasaron en cierta manera como testigo, y los Panero se movieron siempre entre la paranoia, el dandismo y la homosexualidad.
Tanto el padre como los hijos venían de estirpe de hacendados, y como el escudero hidalgo del Lazarillo, no eran nada proclives a la disciplina laboral. Eso les abocó a un vagabundeo por el mundillo de las publicaciones literarias, las revistas, y las efemérides culturales. Leopoldo padre –mal que le pesara a él-- llegó a ser considerado como “poeta oficial” por el franquismo, que lo instrumentalizó como hacía con muchas otras cosas; como intentó hacer también de forma cretina y cínica con Federico al hacer circular aquellos versos apócrifos triunfales que recuerda Andrés Trapiello en su libro Las armas y las letras:

No hace falta ser muy inteligente para notar que es imposible que esto lo escribiera Lorca, y sí Agustín de Foxá o algún otro acólito.
Lo cierto es que Leopoldo, natural de Astorga, se convirtió en señor de la villa leonesa, donde se le rindieron varios homenajes, alguno incluso diez años después de muerto, como el que aparece en el documental de Chávarri. Murió en Castrillo de las Piedras, su finca de León, desplomado sobre su cama por intoxicación etílica. Un practicante certificó su tránsito. Su cadáver fue descendido en una manta, y su mano larga, amorosamente inerte, iba rebotando por la escalera. Los manuales de Literatura, en un exceso de pudor cómplice y mentiroso, ocultan el delirio de Panero, de Claudio Rodríguez, y hasta de Rubén, por la bebida. Pero esa es otra historia.

 
Cuentan en El desencanto, que una vez Leopoldo ordenó a su señora que se deshiciera de una camada de cachorros que su perra había parido. Felicidad cogió una caja, practicó unos agujeros en ella, metió dentro a los perritos, y llamó a sus hijos. Se fueron a un puente con el cargamento, y desde él arrojaron la caja con los perros al río.
 
Reverenciado un tiempo por rebeldes progresistas como Francisco Umbral (Creo en Leopoldo Panero,/ señor de Astorga como del cielo; no lo dijo, pero lo pensó), fue denostado y abandonado por estos cuando no se le vio el gesto aperturista hacia la izquierda. Tampoco pudo hacer tanto, pues falleció en 1962. Panero era el poeta que amaba a Antonio Machado. Que escribió una hermosa elegía a Federico: “Cantaste lo dormido de tu raza;/ la nieve insomne de tu infancia toda;/ la historia que es amor, y hasta los huesos/ España, España sola (…) Cantaste la tristeza inexorable,/ la muerte que cornea a todas horas,/ la vasta estepa donde el hombre ibero/ desdén y fuerza toma” (“España hasta los huesos”, Espadaña, 18, 1945). Panero era capaz de imitar al mejor Lorca, el de lirismo erótico del romancero, en aquella reverencia a su primera novia, hija del director del sanatorio de tuberculosos del Guadarrama: “¡Apenas sombra y presencia/ ligera, rumor que pasa,/ Joaquina, Joaquina Márquez,/ hecha de viento y de gracia! (…) La dulce Virgen María,/ de rodillas y descalza,/ pone a los copos de nieve/ tu luto de desposada./ Decid que vino la muerte./ ¡Que vino de madrugada/ y que entró en su pecho dulce/ al despuntar la mañana!”. La muchacha murió del fatal castigo, mientras Leopoldo conseguía burlarlo en 1929.
Panero no era comunista, aunque tiraba de corazón hacia la izquierda. Lo mismo le pasó a Federico, comprometido con la causa de los pobres, liado por los amigos entre manifiestos, pero no afín a ningún partido. Panero dejó claro que no quería ser comunista cuando se enfrentó con su Canto personal (1953) a Pablo Neruda. Es un largo poema en tercetos, que fue aplaudido por el régimen como una clara toma de postura. La profunda amistad con Luis Rosales, los guiños a Dámaso Alonso y su proximidad a Dionisio Ridruejo --aunque ya por entonces dubitativo--, hicieron de él el candidato ideal del autoritarismo. Los poetas, por naturaleza hombres desarmados, siempre encabezan los batallones.
Para Neruda, no existe Panero ni ningún otro poeta de tiempos de la Segunda República, más que Rafael Alberti –a quien vuelve una prolongación de sí mismo—, Manuel Altolaguirre (editor suyo) y Vicente Aleixandre, acuclillado entre flores en su chalet de Wellingtonia. Con Vicente, Neruda habla solo de poesía, puesto que “no sabe nada de política”. El chileno lo separa de todos sus amigos “por la calidad infinitamente pura de su amistad. En el recinto aislado de su casa la poesía y la vida adquieren una transparencia sagrada”. La intelectualidad española desaparece con la contienda civil: “curas y guardiaciviles ‘arreglan’ la cultura en España. Eugenio Montes y Pemán son grandes figuras, y están bien al lado del forajido Millán Astray, que no es otro quien preside las nuevas sociedades literarias en España” (declaraciones de 1940, recogidas en Para nacer he nacido, póstumo de 1978).
Fanny Rubio y José Luis Falcó minimizan su presencia en la reciente lírica de nuestro vecindario al reproducir de él solo tres poemas en su Poesía española contemporánea (1939-1980), y hacerle morir, erróneamente, en Madrid.

 
Antes del 36, los Panero alojaron a César Vallejo, al pintor Ramón Gaya y a algunos intelectuales que participaban en las Misiones pedagógicas de Casona. En 1934, Leopoldo y Juan Panero, en compañía de Luis Rosales y de otros poetas avenidos después con el alzamiento, firman una dedicatoria a Cantos materiales de Residencia en la tierra, de Neruda. Con este currículum, cuando estalló la guerra el cuñado de Leopoldo resultó fusilado, y él mismo encarcelado durante un mes en la prisión de San Marcos de León. Se le sacó de allí por amistad indirecta con Doña Carmen Polo. Mientras, Juan Panero, hermano de Leopoldo, se había alistado como alférez en el bando nacional. Juan pereció en accidente de coche, en la carretera de León a Astorga en 1937. Su hermano le honra en Adolescente en sombra (1945). No será su única pérdida: en 1943 se va Rosario, la menor del clan, a quien dedica el soneto Tu suelo azul…

 
El coqueteo con el ala izquierda de la paloma de la paz prosiguió en Londres, cuando Leopoldo dirigía el Instituto de España. Allí trató personalmente a otro poeta que admiraba, Luis Cernuda y al dirigente republicano en el exilio Esteban Salazar Chapela, autor de la novela Perico en Londres (1947), reconstrucción de la vida de los acogidos españoles a aquella gran ciudad.
En pos siempre del equilibrio no comprometido, Panero elogia a ambos hermanos Machado en Desde el umbral de un sueño, un poema con una realidad curiosa: su primera mitad, alabanza de Antonio, verdadero ídolo del autor leonés, se publicó en el Blanco y Negro del 19 de julio de 1958, simbólica efemérides que hubo de ser enmendada, para evitar malos entendidos, un año después, en 1959, con la adición de la parte consagrada al otro hermano Manuel. Aldeana de Extremadura (pintada por Ortega Muñoz) es un poemita de Panero radiantemente machadiano. Y al tiempo, lorquiano, porque Leopoldo se queda con frecuencia a medio camino.
 
Javier Huerta Calvo, en su imprescindible En lo oscuro, selección de la poesía de Panero en Cátedra (Letras Hispánicas, nº 693, 1ª ed. 2011), valora: “Ciertamente, Panero nunca formó parte del núcleo duro del franquismo, y su labor intelectual en los años 50 siguió mostrando su mejor cara liberal, en perfecta sintonía con el programa aperturista propiciado por Joaquín Ruiz-Giménez al frente del Ministerio de Educación y Ciencia”. Metido a crítico de arte, además de a redactor, junto a José Hierro, de la versión hispana del Reader’s Digest estadounidense, propició la promoción de jóvenes talentos, como Tàpies, Mampaso, Guinovart y otros.

 
En cuanto a la visión que los herederos de Leopoldo Panero ofrecen de él en el documental El desencanto, Javier Huerta la considera reflejo planificado de cualquier familia de clase media acomodada durante el franquismo: padre autoritario, madre sumisa, hijos revueltos. Y recuerda que, al faltar la voz del patriarca en la narración, se puede entender –más allá de su clara excelencia—como cruel venganza contra quien ya no puede defenderse.
 
De momento, vamos a seguir hablando de la obra de Panero.
En El templo vacío, dedicado en 1941 a José Antonio Maravall y compuesto en serventesios alejandrinos, Panero reconoce “Lo mejor de mi vida es el dolor”. El dolor omnipresente, compañero de viaje, destructor de la soledad, segundero del tiempo fugaz de dicha:
“Soy el huésped del tiempo; soy, Señor, caminante

que se borra en el bosque y en la sombra tropieza,

tapado por la nieve lenta de cada instante,

mientras busco el camino que no acaba ni empieza.

Soy el hombre desnudo. Soy el que nada tiene.

Soy siempre el arrojado del propio paraíso.

Soy el que tiene frío de sí mismo. El que viene

cargado con el peso de todo lo que quiso.”
El único emplasto para combatir el dolor y la desesperación es el consuelo cristiano. Situarse “detrás del árbol encarnado en leño humano”, que es su hermosísima metáfora de Cristo. En La estancia vacía (Escorial, 1944), inmenso páramo existencialista, Panero anota:
“Crédulamente miro cada día

crecer la soledad tras las montañas (…)

Tu silencio, Señor. Camino a oscuras

a través de mi alma. Estoy yo solo.

Estoy solo, Señor, en Tu mirada.”
Obviamente, recrea la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz, que rubrica al decir: “La noche es Tu camino;/ Tu caridad la sombra”. La habitación en la casa solariega, el refugio uterino de la infancia: “Es esta mi casa y mi costumbre”. Remembranza también de la hiperbólica intensidad pasionaria de Sor Juana Inés: “Señor, la encina en huesos toco/ deshecha entre mis manos”. Y cómo no, nueva voz, resucitada, de Machado: “Esperando en vela al viajero/ que nunca ha de tornar”.
Su hijo Leopoldo María sentenciará después, en el documental de Chávarri, que “en la infancia se vive; después, se sobrevive”. La niñez queda a salvo de intrigas en el seno de una familia bien: “Y soy un niño,/ un niño todavía entre los verdes/ pinares…” El complejo edípico de Peter Pan elude las responsabilidades y las intrigas azarosas de la vida adulta, y ofrece ese cascarón que el poeta-niño se resiste a romper con el pío-pío de la combustión literaria. En la infancia feliz parece que no se nota tanto esa solitaria sombra del tronco recio. Es una vida más acompañada, que se añora al galopar como animal humano: “Mis padres, mis hermanos, todos muertos/ como al borde del mar (…) Están muertos conmigo. Todos muertos./ Los muertos en la muerte verdadera/ y los terribles muertos de la vida./ Estoy solo, Señor.”
En el fabuloso soneto A mis hermanas (Escorial, 1942), la soledad del poeta no podía brillar más elocuente:

“Estamos siempre solos. Cae el viento

entre los encinares y la vega.

A nuestro corazón el ruido llega

del campo silencioso y polvoriento.

Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento

de nuestra infancia, y nuestra sombra juega

trágicamente a la gallina ciega;

y una mano nos coge el pensamiento.

Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,

nos tocan levemente, y sin palabras

nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.

¡Estamos siempre solos, siempre en vela,

esperando, Señor, a que nos abras

los ojos para ver, mientras jugamos!”
La lectura disciplinada de Unamuno, eterno agonizante en su duda existencial, hace dudar al creyente Panero, quien llega a escribir en un soneto de julio de 1945: “Tras la sombra de un día nos espera/ el fluir, el terror, la noche, el hielo,/ sin orillas del alma. Tras el velo/ delgado del vivir la muerte entera”. La Nada tras la última mueca. El descontento condujo a Leopoldo a un acendrado agnosticismo, y de ahí a la inmolación en el altar hectólitro. Quizá quiso ocuparse de los hijos más de lo que en verdad se ocupó, llevarlos siempre de la mano, mimarlos, protegerlos, deificarlos, como parece apuntar en su espléndido Hijo mío, soneto de 1948, dedicado al mayor, Juan Luis: “Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento/ de mi carne (…) Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada,/ me empujas levemente (…) me arrastras de la mano… Y en tu ignorancia fío,/ y a tu amor me abandono sin que me quede nada,/ terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío”.
En otro soneto, dedicado a Muñoz Rojas, y titulado Los hijos, confiesa Panero: “Entre el mañana y el ayer dudando,/ vuelta la vista atrás en pos del día/ se ve la juventud, y en paz se siente/ el tiempo en la balanza del verano./ Así mi amor es hoy, y es, todavía,/el dulce peso igual de lo viviente/ que oprime un hijo suyo en cada mano”. Amor hogareño, amor en familia.

 
La relación de los hermanos Panero –Juan Luis, Leopoldo María y José Moisés Santiago (Michi)—con su padre Leopoldo y su madre Felicidad, fue una relación autodestructiva de amor-odio. Los mismos hijos del matrimonio se odiaban entre sí, en una especie de competición ecuestre por saltar creacionalmente más lejos que el patriarca, o por lo menos llegar a su altura. Leopoldo María –nacido en Madrid en 1948, enfermo de esquizofrenia-- se enzarzó en una disputa con Juan Luis –nacido en Madrid en 1942, enfermo de paranoia--. Lo cierto es que ninguno le hace sombra a Leopoldo padre, aunque el arte poética del primero supera claramente, en su locura, al del segundo. Ambos escuchan el pistoletazo de salida el mismo año, 1968, con la publicación de sus primeros libros: Por el camino de Swan, de Leopoldo María, y A través del tiempo, de Juan Luis. Leopoldo María Panero, ahíto de erudición, vuelca lo que ha leído en sus versos, sus orines, en un constante ejercicio metapoético. A veces, remeda a Blake y a Huidobro: “La rosa es el símbolo del poema/ rosa cúbica que es como la muerte/ el mecanismo de un grito/ y el temblor sordo de la belleza…” (De Abismo, 1999). A medida que ha recorrido psiquiátricos (Mondragón, Las Palmas), Leopoldo María ha afianzado su concepto escatológico del mundo (“Y un pedo/ nos dice que existimos”). En Conjuros contra la vida (2008), Páginas del frío, canta: “Dicen que la locura es un mal: pero/ el único mal es la vida/ que es como un negro agujero sobre el que cae/ el pus de la existencia…” Y luego rabia: “Sueño que estoy vivo y que mi padre/ orina sobre mí: y estoy sentado/ sobre el cadáver de mi padre/ rezándole oraciones al frío…” Leopoldo María imita, evidentemente, el insulto renegado de Salvador Dalí frente a su progenitor. Dalí escupía a su padre notario, como el poeta madrileño escupe a un padre abogado que nunca le apreció ni un tanto así. O al menos eso cree él.
 
Para quien casi no ha conocido más que las celdas de Carabanchel, adonde le llevaron los grises al meter a unos manifestantes, como a reses, en un callejón sin salida, así como sus coqueteos con las drogas, incluida la heroína, y las blancas avenidas de los sanatorios de salud mental, la vida supera ampliamente el dolor cantado por Leopoldo padre: “La vida es peor que el dolor,/ es un cuento de brujas, un secreto abominable/ que susurran entre sí las viejas” (Páginas del frío).
En Pasadizo secreto, Leopoldo María deconstruye el lenguaje, en una regresión hacia un balbuceo surcado por el tañido de la campana de la laguna muerta:

“Oscuridad nieve buitres desespero oscuridad nueve buitres nieve

 buitres castillos (murciélagos) os

 curidad nueve buitres deses

 pero nieve lobos casas

 abandonadas ratas desespero o

 scuridad nueve buitres des

 "buitres", "caballos", "el monstruo es verde", "desespero"

 bien planeada oscuridad

 Decapitaciones.”

Parece un delirio a lo Poe, o un guiño a Lovecraft.

 
En Tragos, de 2009, el hijo pródigo que nunca vuelve escribe: “Como decía en mi autobiografía: ‘Hace tiempo que tengo una mujer llamada Cazalla, llamada Orujo’. El alcohol nos deja solos y sin una mujer a quien besarle los labios (…) La vida es una borrachera sin resaca, o cuya resaca es la escritura”. Estar mucho tiempo en el dique seco, le hace gestar para Esphera (2008) este amable desengaño misógino, Mujer:
“La mujer es solo una idea

Que cae al suelo

Herida por la verdad

Mentida por el poema

Como una suave sombra en el culo

Mordido por el perro de la vida

Por el perro infiel de la vida

Que solo sabe sollozar

Solo tú, mujer, rimas desastre con desastre

Y le hablas al espejo de la nada

Un hombre se yergue escupiendo a la nada

Devorado por el espejo, comido por la mujer

Como un falo en el desierto del hombre.”
Si Leopoldo María hubiera añadido a este poema el adagio atribuido a Arnau de Villanova, “No hay que meter la nariz en la cueva de la puerca”, que menciona en su Poema alquímico, hubiera terminado procesado, con razón, por una hueste enfervorecida de féminas indignadas.
En el poemita Diario de un seductor, el maquiavélico hereje confiesa entre torturas:
“No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
                                      desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido”.
 
Leopoldo Panero, padre, dejó escrito su propio Epitafio, que Chávarri recrea en su película. Dice así:
“Ha muerto

acribillado por los besos de sus hijos,

absuelto por los ojos más dulcemente azules

y con el corazón más tranquilo que otros días,

el poeta Leopoldo Panero,

que nació en la ciudad de Astorga

y maduró su vida bajo el silencio de una encina.

Que amó mucho,

bebió mucho y ahora,

vendados sus ojos,

espera la resurrección de la carne

aquí, bajo esta piedra.”
Lo de “acribillado por los besos de sus hijos” debió de despertar carcajadas entre estos. Panero reconoce la obligación de ser perdonado, absuelto, por su mujer Felicidad (“los ojos más dulcemente azules”). También alude a la debilidad que lo mató (la bebida), endémica de la estirpe toda. El caso es que Leopoldo María no se quedó callado. Quebró tal idealismo (o tal idiotismo) en Carta al padre, de su libro Teoría (1973):
“Tú que danzaste

                               enloquecido en la plaza desierta

                                                                                           tropezando

 hiriéndote las manos en el trapecio del silencio

 en pie contra las hojas muertas que

 se adherían a tu cuerpo, y contra la hiedra que tapaba

 obsesivamente tu boca hinchada de borracho,

                                                                                     danzas, danzaste

 sin espacio, caído, pero

 no quiero errar en la mitología

 de ese nombre del padre que a todos nos falta,

 porque somos tan solo hermanos de una invasión de lo imposible

 y tus pasos repiten el eco de los míos en un largo

 corredor…”

En su poema El loco, Leopoldo María desvela: “Solo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla/ y que  mis padres me sedujeron para/ ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos”.
 
“Me gusta aplastar cigarrillos con los pies. Es como si me cargara a alguien” (Carcajada).
Entre tanta excremento de murciélago, aún titila algún candil de lirismo en la vieja mina abandonada: “Oh tú, árbol de esponjas/ en que las hojas se besan/ y se abrazan en la nada/ significando el verso/ el verso contra el verso,/ el soneto en la sombra/ del soneto” (Homenaje a Jacques Le Can, 2005).
No sabemos a qué punto llegó el enfrentamiento real de los Panero con su padre, o de este con ellos. Pero sí que Leopoldo habló del “impulso del amor” como “un sitio en la memoria, un fantasma de padres a hijos,/ un lugar en la sangre donde el amor pervive” (1946). Algo se restablece al mirar una fotografía o al rescatar un recuerdo. La razón habla, y a veces se extravía; el amor solo canta, y con su canto nunca desagrada.
“…Y en vez de soñar nombres, que el viento los escriba”.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de 2013.
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[Desde El desencanto, se han producido varios documentales más sobre los Panero: Después de tantos años (1994), de Ricardo Franco; La estancia vacía (2007), de Miguel Barrero, sobre la muerte de Michi Panero en Astorga (16-03-2004); Los abanicos de la muerte (2009), de Luis Miguel Alonso, donde se presta voz a Leopoldo padre, para contestar a sus hijos.]
 
[En Después de tantos años, que es posible ver en You Tube, Michi Panero declara que con seis años se escondía bajo una mesa para huir de las broncas que su padre organizaba en casa. En Castrillo de las Piedras, Leopoldo era capaz de levantar de la cama a su hijo y hacerle adentrar por un bosque de encinas en noche cerrada para que demostrara su valentía. Actitudes que rayan en la locura y en un sentido fascista de la educación (mis hijos tienen que ser los primeros en todo, más fuertes, más valientes, más machos que ninguno).
 
Juan Luis Panero consiguió escapar de la férrea tutela paterna al ir pronto interno a El Escorial; después se fue a vivir con su abuela materna, una persona encantadora; a su madre Felicidad (fallecida de cáncer en 1990), que no le dice nada, la recuerda “a la sombra del gran dictador”, una especie de “sombra amable” con la que no habló hasta los veintiún años. Leopoldo María había intentado resucitarla, como a Blancanieves y La Bella Durmiente, con un beso en la boca. De ella ha dicho: “Era la bruja más asquerosa del siglo. Tenía su derecho a serlo, por otra parte, ¿no?, porque yo y padre le hicimos pasar la vida más perra del mundo”. Sobre su padre y su madre: “Mi padre sí me quería. A pesar de los palizones, yo era su preferido. Mi madre era un disco rayado, joer; hablaba sin dialogar… Nos condenó a todos al alcoholismo por el ahogo. Y es que ahogaba porque no hablaba de lo que estaba pasando”.En su última entrevista, antes de morir, Michi Panero declaró lo siguiente: “Este pueblo es una mierda, no nos engañemos. Y no lo digo yo, lo dice su literatura que debería ser su espejo, o las memorias de Azaña o el exilio… Yo que conocí tanto a la gente del exilio, trabajé tanto con ellos en radio… Eran una desesperación. Los que volvieron cuando se murió Franco, ¡con que ilusión lo hacían!, ¡y lo que se encontraron!…: este país es despiadado. Y para nada, porque se puede ser despiadado como Robespierre. Pero no, es despiadado por incultura y por falta de sensibilidad y lo demás son máscaras y caretas, como Almodóvar y tantos otros. Almodóvar es muy paradigmático porque lo ves ahora y no es nada, son chistes de revista del Paralelo, la misma "movida" no es nada. Lo cual te demuestra que en este país si tiras una piedra a un escaparate ya eres Bakunin. Yo no debería estar así.

Recuerdo que cuando fui al rodaje de una película de mi amigo Gonzalo Herralde, con Marta Moriarty, al pasar por el Ampurdán nos paramos porque vimos ¡a Tejero! Estaba en una huerta, con un sombrerito de paja y con una regadera. Era un jubilado del golpismo y se le veía feliz como una perdiz. El general Franco se lo hubiera cargado a los dos minutos. Es un país disparatado… disparatado.”

(…) “La vida no es ni de lejos tan hermosa como para vivir solamente de su retórica y de buenos sentimientos: En navidades, que es cuando más explotan este tipo de reflexiones y a mí me ocurrió en las últimas, siempre lo pienso. Lo he pasado muy mal en mi vida y los últimos quince años han sido un infierno, viviendo en montones de casas… Y recuerdo pasar un fin de año completamente sólo en un piso repugnante en Madrid, sin luz porque me la habían cortado. Y aquel día de fin de año sentí que lo que me faltaba es valor. Y oportunidad, porque me tenía que tirar de un segundo piso y cabía la posibilidad de que no me rompiera nada, y tampoco tenía pastillas. ¡Era tan tétrico...! La vida invivible que yo estoy viviendo no es ni justa para mí ni para los demás, sobre todo para mí. Y no digamos mis 25 sanatorios, que se dice pronto”.
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Maite Almanza – Astorga (León), 17/03/2004: 
Michi Panero, el hijo menor del poeta astorgano Leopoldo Panero, falleció ayer en Astorga a los 52 años de edad. Su cadáver fue encontrado al mediodía por la auxiliar de ayuda a domicilio que visitaba a diario su casa, situada en la calle Marcelo Macías de la ciudad. Los restos mortales del escritor y colaborador habitual de varios medios de comunicación recibirán sepultura hoy en el panteón familiar, en el que fue enterrado su padre, tras el funeral que tendrá lugar a las 16.30 horas en la iglesia de Santa Marta. José Moisés Panero, conocido como Michi, padecía un cáncer bucal incurable en fase avanzada, aunque los facultativos barajan el infarto relacionado con la diabetes que padecía como la causa más probable de su muerte. El óbito, según todos los indicios, pudo haberse producido a primera hora de la mañana de ayer. Su cuerpo fue encontrado semiacostado sobre la cama. La auxiliar de ayuda a domicilio advirtió del hecho a una vecina, que avisó a su vez a la médico habitual del fallecido, la concejala astorgana Victorina Alonso. En el lugar también se personaron agentes del Cuerpo Nacional de Policía, junto a responsables municipales y varios allegados que se ocupaban de él desde que se instaló en Astorga, en el otoño del 2002, abandonando su domicilio madrileño. Panero también mantenía frecuente contacto telefónico con varios primos tanto de Canarias como de Valladolid. La doctora Alonso certificó su fallecimiento sin que fuera necesaria la presencia de la autoridad judicial ni la práctica de la autopsia, al tratarse de un enfermo terminal. Gran sorpresa Ricardo del Fresno, hijo de Odila Panero, prima carnal del fallecido, llegó ayer a Astorga para hacerse cargo de los restos mortales, que fueron trasladados a un tanatorio local a la espera de que hoy reciban sepultura. El fallecimiento de Michi Panero causó gran sorpresa entre las personas cercanas al hijo menor del poeta. Se da la circunstancia de que el escritor envió el pasado domingo un artículo para una de las revistas con las que colaboraba habitualmente, y que hoy tenía previsto elaborar otro, según apuntó Alonso. Además, Angelines Baltasar, que fuera empleada de hogar de la familia Panero en vida del poeta, y que noche tras noche visitaba al fallecido para acompañarlo durante la cena, dijo haberlo visto en estado aceptable por última vez el lunes por la noche. La mujer tuvo noticia de su muerte cuando esperaba en el centro de salud de Astorga a recoger varias recetas de medicamentos que tomaba Michi Panero. El fallecido había estado ingresado en un centro hospitalario leonés el pasado mes de septiembre, a consecuencia de un coma diabético. Además, pasó por un bache emocional, del que parecía haberse recuperado, durante las Navidades. La gran ilusión del hijo menor de Leopoldo Panero, que no pudo ver cumplida, era la rehabilitación de la casa familiar ubicada en la calle dedicada al poeta, que el Ayuntamiento adquirió hace años a los herederos de la construcción. El Consistorio tiene reservado para este edificio un ambicioso proyecto que prevé convertirlo en centro difusor de la cultura astorgana y maragata, y de la vida y obra de los autores de la que Gerardo Diego denominó como Escuela de Astorga, de la que formaban parte importante Leopoldo y Juan Panero. Sin embargo, la actuación más inmediata será la publicación de las obras completas del primero por la Diputación y el Ayuntamiento”.]