“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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lunes, 30 de diciembre de 2019

El franquismo en su justa medida.

A mi sobrina Marta,
en respuesta a su sana curiosidad.
Juzgar un periodo histórico tan reciente para el presente de tu país es una acción delicada por lo controvertida. De por sí, dicho periodo siempre tendrá sus defensores y sus detractores, circunstancia que vuelve imposible contentar a todos.
Se denomina «franquismo» al sistema de gobierno dictatorial del general Francisco Franco Bahamonde, impuesto por la victoria en una guerra a los españoles entre el 1 de abril de 1939 y el 20 de noviembre de 1975. Es decir, durante más de treinta y seis años. Algunos investigadores opinan que el régimen de Franco no fue fascista, sino simplemente autoritario, ya que no surgió promulgado por un partido de corte ultranacionalista, como sí los de Mussolini y Hitler. Sin embargo, hay que matizar que en España, acabada la contienda civil, se presentó al líder vencedor como llamado a gobernar por el destino, esto es, por designio mesiánico. Y así rezaban las monedas: «Francisco Franco, caudillo de España por la Gracia de Dios». Un hombre dotado de una visión y unas facultades presuntamente extraordinarias, que habían sido depositadas en él por el Altísimo para solucionar el problema de España y regir su presente y su porvenir.  Un líder carismático e incontrovertible, quien además también tenía ambiciones coloniales, que eran las que sin tapujos planteó a Hitler en Hendaya (1940) y que incluía la dominación española de todo el territorio de Marruecos y del Sáhara. Si Hitler hubiera aceptado la propuesta colonialista de Franco, este hubiera hecho los esfuerzos necesarios para entrar en la guerra mundial alineado con las potencias expansionistas del Eje: Alemania, Italia y Japón. Franco solo abandonó sus aspiraciones coloniales cuando comprobó que la guerra se torcía para los nazis, y que su admirado Duce soltaba el mando. El cuñado de Franco, Ramón Serrano Súñer, era marcadamente germanófilo. Visitó Berlín para congraciarse todo lo posible con el Tercer Reich, y alentó a Franco a romper decididamente una neutralidad que nunca existió. En España, cualquier información sensible y útil para el Tercer Reich era de inmediato transmitida a Berlín. Es así que los ingleses se valieron de la falsa neutralidad española para «desinformar» convenientemente a los servicios secretos germanos.
Por tanto, Franco no salió de un partido fascista, pero adoptó a uno con cuyos valores autárquicos congeniaba: la Falange de José Antonio Primo de Rivera, abogado y político cínicamente convertido en gran mártir de la Cruzada por el régimen, al que en el fondo le pudo venir de perlas su desaparición. Franco acaso no fue en sí mismo fascista, pero sí esgrimió esos ciertos principios del fascismo.
Con la Falange coincidía también Franco en su ideario político, base doctrinaria del Movimiento Nacional: la «unidad de destino en lo universal», merced al establecimiento de un partido único y un ideario de Estado, que tomaba como inspiración el antiliberalismo, el neocatolicismo y la España unitaria de los Reyes Católicos, así como la imperial de los Austrias (Carlos I y Felipe II, especialmente). Estado confesional, centralista y fuerte, con aspiraciones a controlar la Economía, la Educación y el modo de pensar de cada ciudadano español, que no podía diferir de lo marcado por los sagrados principios del Movimiento. La Iglesia española --duramente castigada por la II República con una política anticlerical y atea, y por el asalto a iglesias y conventos por parte de descontrolados-- apadrinó el régimen salido de la contienda civil. Habían sido muchos los sacerdotes y monjas asesinados en los años de guerra; e incluso laicos que portaban una señal exterior de su fe, o que acudían a concelebrar. Todo esto alentó a que la Iglesia aprobara el franquismo, decididamente durante los años cuarenta y cincuenta, y más moderadamente a partir de los sesenta (merced al cambio operado por el Concilio Vaticano II con su revisión dogmática),hasta casi tornarse en opositora a Franco a partir de 1970.
Franco odiaba el liberalismo propio de la segunda mitad del siglo XIX: desde la Revolución liberal de 1868, conocida como «La Gloriosa», en adelante. Para él, el último gran estadista del XIX fue el monarca absolutista Fernando VII, azote justamente del parlamentarismo y de la diversidad de pensamiento. El carlismo, en el norte vascongado, había servido también de estímulo del tradicionalismo más inmovilista y ultramontano. Prim, Sagasta,Castelar y demás ralea liberal habían confundido y traicionado los verdaderos sentimiento y orgullo patrios. No servían para nada, salvo para confundir a los españoles decentes, acostumbrados a callar y a obedecer. No había nada más que una forma de ser español: la católica, unitaria y expansionista de Isabel y Fernando.
Franco, no obstante, era un muy hábil diplomático y sabía ir amoldando su manera cerrada de pensar a nuevas circunstancias que se le impusieran con el correr de los tiempos, por el propio avance de la sociedad y la política europeas. «Spain is different», desde luego, pero hasta un punto; sobre todo, si hay que contar con el impulso económico del turismo y de las inversiones extranjeras. Fue abriendo la mano para lidiar con lo que se le requería, sin necesidad de soltar el mando único. «Yo no cometeré la misma tontería de Primo de Rivera [la de dimitir]; de aquí al cementerio.» Esta era su determinación. Y la cumplió, sin duda. Le favorecieron varios factores: la escasa oposición interna a sus medidas de gobierno, conseguida con la «depuración» sumarísima al mantener el estado de guerra hasta 1948, para que pudiera haber refriega por medio de tribunales militares y penas de muerte (más de 28.000 ejecutados, se estima, tras la Guerra Civil); el hecho de verse su régimen  como bastión anticomunista desde el comienzo de la Guerra Fría (el espaldarazo norteamericano del héroe y presidente Ike, Eisenhower); las medidas levemente liberalizadoras del mercado y de la Economía a partir de 1951-53, con la devaluación de la peseta para favorecer las inversiones extranjeras y la potenciación de la industria nacional. La llegada de los eficaces «tecnócratas» del Opus Dei, avalados por el brazo derecho de Franco, el almirante Luis Carrero Blanco, quienes impulsaron las inversiones industriales y gestionaron las crecidas de capital que llegaban de los emigrantes españoles, repartidos por toda Europa occidental.
Respecto al estamento castrense, el proclamado Caudillo se apoyó en él en la década inmediata a la Guerra Civil. El INI (Instituto Nacional de Industria) fue obra de un ingeniero militar, Juan Antonio Suanzes, de El Ferrol como Franco, y los principales puestos de relieve dentro del gobierno los ocuparon o militares o destacados miembros de la Falange. No obstante, más adelante Franco empezó a prescindir de sus camaradas de cuartel, de tal modo que el régimen ni fue militarista ni estuvo militarizado, como sí después lo estuvieron las dictaduras hispanoamericanas (la Cuba de Batista, la Argentina de Perón, el Chile de Pinochet). Hubo momentos en que el presupuesto de Defensa resultó inferior frente al de, por ejemplo, Educación (a raíz, sobre todo, de la Ley educativa de Villar Palasí de 1970). Los sueldos de los militares eran exiguos, de tal modo que no se lucraron con Franco. Y, si prescindió de sus compañeros de armas, el general también fue apartando a la Falange del control del Estado. En realidad, el Caudillo mantuvo a raya a los grupos influyentes para que ninguno sobresaliera por encima de los demás ni tuviera un peso determinante, ya se tratara de la milicia, los falangistas, los carlistas, la acción católica, el Opus Dei, o cualquier otro sector. Franco era Franco, la cabeza del Estado, y quien decidía en última instancia.
Las fobias obsesivas del general se centraban en el comunismo, el pluripartidismo y la presunta «conspiración judeomasónica» internacional, lo que no impidió que se diera una cal y otra de arena: se permitió a Ángel Sanz Briz, embajador español en Budapest, extender pasaportes españoles a refugiados hebreos (unos cinco mil), alegando que eran de origen sefardí, para que escaparan del acoso nazi; se excarceló a intelectuales de la talla del dramaturgo Antonio Buero Vallejo, pronto rehabilitado con el Premio Lope de Vega por Historia de una escalera (1949); se exoneró a sospechosos de izquierdismo como Luis García Berlanga, voluntario en la División Azul de Muñoz Grandes (a juicio del general, «Berlanga no es comunista; Berlanga solo es un mal español»); se autorizó a volver del exilio a profesores universitarios de la talla de Américo Castro (fallecido en Lloret de Mar en 1972, solo dos años después de su regreso). Por contra, la ausencia de voluntad reconciliadora condujo al fusilamiento de líderes comunistas como Julián Grimau, ya en una fecha tardía (20 de abril de 1963). La imputación de Grimau como policía en delitos de sangre durante la Guerra Civil nunca estuvo probada, aunque los anarquistas lo acusaban de haber combatido al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, contrario al estalinismo y promovido por catalanes como Andreu Nin). En diciembre de 1970, los dieciséis miembros de ETA procesados en Burgos terminaron pagando con penas de reclusión, y no de muerte como en principio se dictó contra ellos. Sin embargo, el 27 de septiembre de 1975 Franco se despedía con la ejecución, frente a pelotones de la Policía armada y de la Guardia Civil, de tres miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota y dos de ETA Político-Militar. El asesinato en diciembre de 1973 --por metódica voladura de su coche-- del almirante Carrero, principal estandarte del régimen, alentó sin duda el ánimo justiciero del general.
En cuanto a la Cultura, hubo de someterse el régimen a la presión que venía de fuera: de la cerrazón y candado férreo durante los años cuarenta y cincuenta, con medios de difusión consagrados casi por entero a la defensa de los valores nacionales y patrióticos, a un ligero aperturismo con la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, promulgada por Manuel Fraga Iribarne, que autorizó las publicaciones independientes y suavizó la censura previa, aunque no el secuestro de aquello que se estimara como peligroso, perjudicial o irresponsable. El diario Madrid fue clausurado en noviembre de 1971, y su sede dinamitada, señal de que no todo había cambiado a mejor.
La Universidad española era cada vez más levantisca y contraria al inmovilismo de la dictadura. Hubo huelgas universitarias --algunas alentadas por profesores-- ya en la década de 1950, un momento que contó en cargos ministeriales con mentes abiertas, como Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, luego católico antifranquista convencido, fundador de la revista Cuadernos para el Diálogo en 1963.
A partir de finales de la década de 1960, arreció la petición de modificaciones, la necesidad de una apertura a Europa y la defensa del liberalismo en el llamado «parlamento de papel», es decir, en la prensa no oficial ni afín a Franco. El régimen tuvo que terminar admitiendo aquello que llevaba ignorando y reprimiendo durante treinta años: la libertad de pensamiento y su expresión.
España fue uno de los países europeos que más creció en la década de 1960, y hasta el año de la muerte de Franco, en que la economía comenzó a estancarse antes de decrecer por efecto de la crisis del petróleo. En la década de 1970, España era el décimo país más industrializado del mundo (a día de hoy, ocupa el décimo quinto lugar, aproximadamente). La renta per cápita española, en 1975, era de 2.486 dólares USA, esto es, de unos 207 dólares mensuales (en 2017, era de 28.157 dólares). Nuestra renta, en 1975, era pareja a la de Grecia e Irlanda, y algo inferior a la italiana. Las provincias españolas más industrializadas eran, en 1975, Álava, Vizcaya, Oviedo, Barcelona, Guipúzcoa, Santander, Alicante, Huelva y Valladolid. En el sector servicios destacaban Madrid, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, Málaga, Granada, Sevilla, Gerona, Valencia y La Coruña.
Bajo el mandato de Franco se creó el seguro obligatorio de enfermedad (diciembre de 1942), con 292 hospitales públicos, 96 concertados, 500 ambulatorios y 425 consultorios. En enero de 1944, se aprobaron las vacaciones retribuidas y el permiso por maternidad. El mismo año, la paga extraordinaria. En 1956, se regularon los accidentes laborales, y en 1958 los primeros convenios colectivos. En abril de 1961, se aprobó el seguro de desempleo. En 1962, el subsidio de ancianidad. En diciembre de 1963, se promulgó la Ley de bases de la Seguridad Social. Entre 1940 y 1970 se crearon más de tres millones ochocientos mil nuevos puestos de trabajo. La tasa de analfabetismo bajó a un 2%. Cierto chiste que circulaba hace un tiempo contaba: «Hay que ver que ladrón fue Franco que nos robó el hambre y las alpargatas; y ahora estos son tan honrados que nos los van a devolver».
La repoblación forestal fue la mayor del mundo, solo superada, en la actualidad nuestra, por China. En cuanto a los embalses, con Franco se construyeron 515. Igualmente se mejoró el sistema de carreteras públicas.
Una circunstancia futura preocupaba especialmente al general: la unidad territorial de España. A su sucesor en la jefatura del Estado, el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón, Franco no le quiso dar consejos de gobierno, puesto que entendía que el futuro rey debería ejercer el poder de otro modo. Pero sí, estando ya próximo a su agonía, le tomó la mano y le hizo prometer una única condición: que preservara la unidad de España como nación. Esa misma preocupación se manifiesta explícitamente en el testamento político de Franco: «Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido [...] Deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria.»

Un historiador norteamericano, Stanley G. Payne, piensa que España iba derecha a un cataclismo social en 1936, aun cuando no se hubiera producido el levantamiento militar contra la II República. Las condiciones no eran de paz ni de concordia precisamente, dada la radicalización de las posiciones políticas; sobre todo, de las de izquierdas. En su opinión, España caminaba --aun sin la intervención militar-- a una dictadura marxista, dada la fuerza que los partidos comunista, anarquista y socialista habían adquirido y el escaso respeto democrático que se seguía en el parlamento de la nación. Franco no hizo sino deponer una democracia que no existía.
No sabemos lo que podría haber venido sin la Guerra Civil: muy probablemente, la invasión de España por las fuerzas del Eje; acaso una intervención más directa y comprometida de la Rusia de Stalin; quizá un gobierno títere sostenido por otra nación extranjera totalitaria; puede que una contraofensiva de los aliados en suelo español. Tal vez, acabada la guerra mundial, una restauración de la monarquía ante el fracaso del sistema republicano, o incluso una república democrática tutelada por los aliados o por Estados Unidos. Nadie puede estar seguro de eso. Ni de cómo le hubiese ido a España económica y socialmente en las décadas posteriores a 1945. Es probable que no peor que con Franco, y quizá con libertades similares a las de la Europa occidental. Pero las libertades no son siempre signo ni precedente de una justicia social, que más bien hay que conquistar con la honestidad, la rectitud y la voluntad de servicio a la patria. Hoy vivimos el llamado «estado del bienestar», pero sin la suficiente justicia social que certifique la salvaguarda y progreso de todos los ciudadanos españoles. El régimen de Franco no puede volver, pero quizá debamos aprender de él lo que de positivo tuvo y desterrar para siempre su lado siniestro y sanguinario. La Historia tiene muchas lecturas.
© Antonio Ángel Usábel, diciembre de 2019.
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* Fuente de referencia: VV. AA., Franquismo. El juicio de la Historia, Barcelona, Ed. Planeta, 2005.
«Decía el historiador romano Tácito que los hechos históricos debían ser narrados con imparcialidad, es decir, mediante la exposición ecuánime de los diferentes puntos de vista sobre lo acontecido, y a partir de un esfuerzo intelectual prolongado. Ambos requisitos se cumplen con largueza en este volumen, que se divide en cinco capítulos temáticos, puestos a cargo de destacados especialistas. E. Malefakis caracteriza el régimen de Franco en perspectiva comparada como «autoritario no fascista y bastante sui generis»; S. Juliá estudia la evolución de la sociedad española durante el franquismo; J. L. García Delgado se ocupa de la economía desde «el largo túnel de la postguerra» a los años del desarrollo; J. P. Fusi aborda la transformación cultural del modelo nacional-católico a la recuperación de la conciencia liberal y los años setenta y S. G. Payne aborda los aspectos políticos, desde la ideología de Franco a la estructura institucional y la cronología. Como señala el coordinador, J. L. García Delgado, la historia ha sido desde 1975 «suficientemente generosa con los españoles como para invitar a comprender»: el lector encontrará en este libro un excelente punto de partida.» (Manuel Lucena Giraldo, en ABC, 20-11-2005).

jueves, 14 de noviembre de 2019

"Una tragedia silenciosa", por Luis Rojas Marcos.

Reproduzco aquí este artículo, que considero esencial, del psiquiatra Luis Rojas Marcos, sobre la Educación de los hijos en la familia para prevenir trastornos y conductas no deseados:


Hay una tragedia silenciosa que se está desarrollando hoy por hoy en nuestros hogares, y concierne a nuestras más preciosas joyas: nuestros hijos. ¡Nuestros hijos están en un estado emocional devastador! En los últimos 15 años, los investigadores nos han regalado estadísticas cada vez más alarmantes sobre un aumento agudo y constante de enfermedad mental infantil que ahora está alcanzando proporciones epidémicas:
Las estadísticas no mienten:
• 1 de cada 5 niños tiene problemas de salud mental
• Se ha notado un aumento del 43% en el TDAH
• Se ha notado un aumento del 37% en la depresión adolescente
• Se ha notado un aumento del 200% en la tasa de suicidios en niños de 10 a 14 años

¿Qué es lo que está pasando y qué estamos haciendo mal?
Los niños de hoy están siendo sobre-estimulados y sobre-regalados de objetos materiales, pero están privados de los fundamentos de una infancia sana, tales como:
• Padres emocionalmente disponibles
• Limites claramente definidos
• Responsabilidades
• Nutrición equilibrada y un sueño adecuado
• Movimiento en general pero especialmente al aire libre
• Juego creativo, interacción social, oportunidades de juego no estructurados y espacios para el aburrimiento

En cambio, estos últimos años se los ha llenado a los niños de:
• Padres distraídos digitalmente
• Padres indulgentes y permisivos que dejan que los niños "gobiernen el mundo" y sean quienes pongan las reglas
• Un sentido de derecho, de merecerlo todo sin ganárselo o ser responsable de obtenerlo
• Sueño inadecuado y nutrición desequilibrada
• Un estilo de vida sedentario
• Estimulación sin fin, niñeras tecnológicas, gratificación instantánea y ausencia de momentos aburridos

¿Qué hacer?
Si queremos que nuestros hijos sean individuos felices y saludables, tenemos que despertar y volver a lo básico. ¡Todavía es posible! Muchas familias ven mejoras inmediatas luego de semanas de implementar las siguientes recomendaciones:

• Establezca límites y recuerde que usted es el capitán del barco. Sus hijos se sentirán más seguros al saber que usted tiene el control del timón.
• Ofrezca a los niños un estilo de vida equilibrado lleno de lo que los niños NECESITAN, no sólo de lo que QUIEREN. No tenga miedo de decir "no" a sus hijos si lo que quieren no es lo que necesitan.
• Proporcione alimentos nutritivos y limite la comida chatarra.
• Pase por lo menos una hora al día al aire libre haciendo actividades como: ciclismo, caminata, pesca, observación de aves / insectos
• Disfrute de una cena familiar diaria sin teléfonos inteligentes o tecnología que los distraiga.
• Jueguen juegos de mesa como familia o si los niños son muy chiquitos para juegos de mesa, déjese llevar por sus intereses y permita que sean ellos quienes manden en el juego
• Involucre a sus hijos en alguna tarea o quehacer del hogar de acuerdo a su edad (doblar la ropa, ordenar los juguetes, colgar la ropa, desembalar los víveres, poner la mesa, dar de comer al perro etc.)
• Implemente una rutina de sueño consistente para asegurar que su hijo duerma lo suficiente. Los horarios serán aún más importantes para los niños de edad escolar.
• Enseñar responsabilidad e independencia. No los proteja en exceso contra toda frustración o toda equivocación. Equivocarse les ayudará a desarrollar resiliencia y aprenderán a superar los desafíos de la vida,
• No cargue la mochila de sus hijos, no lleve sus mochilas, no les lleve la tarea que se olvidaron, no les pele los plátanos ni les pele las naranjas si lo pueden hacer por sí solos (4-5 años). En vez de darles el pez, enséñeles a pescar.
• Enséñeles a esperar y a retrasar la gratificación.
• Proporcione oportunidades para el "aburrimiento", ya que el aburrimiento es el momento en que la creatividad despierta. No se sienta responsable de mantener siempre a los niños entretenidos.
• No use la tecnología como una cura para el aburrimiento, ni lo ofrezca al primer segundo de inactividad.
• Evite el uso de la tecnología durante las comidas, en automóviles, restaurantes, centros comerciales. Utilice estos momentos como oportunidades para socializar entrenando así a los cerebros a saber funcionar cuando estén en modo: "aburrimiento"
• Ayúdeles a crear un "frasco del aburrimiento" con ideas de actividades para cuando están aburridos.
• Esté emocionalmente disponible para conectarse con los niños y enseñarles auto-regulación y habilidades sociales:
• Apague los teléfonos por la noche cuando los niños tengan que ir a la cama para evitar la distracción digital.
• Conviértase en un regulador o entrenador emocional de sus hijos. Enséñeles a reconocer y a gestionar sus propias frustraciones e ira.
• Enséñeles a saludar, a tomar turnos, a compartir sin quedarse sin nada, a decir gracias y por favor, a reconocer el error y disculparse (no los obligue), sea modelo de todos esos valores que inculca.
• Conéctese emocionalmente - sonría, abrace, bese, cosquillee, lea, baile, salte, juegue o gatee con ellos.

Te agradezco si lo compartes.
Artículo escrito por el Dr. Luis Rojas Marcos, Psiquiatra.

jueves, 31 de octubre de 2019

En memoria de José Antonio Enríquez (UCM).


Hay días en que uno se para a pensar: “¿Qué habrá sido de..?” Por aquellas personas que le han marcado especialmente y a las que gusta recordar.

Hoy me ha dado por pensar en el destino de D. José Antonio Enríquez, profesor mío de Latín en la Universidad Complutense de Madrid. He rastreado su nombre en Internet, y después de despejar homónimos de distintas latitudes, di con la entrada de un blog que recogía su trayectoria profesional y su suerte: fallecido en 2012, a los ochenta años, víctima de un aneurisma.
Natural de Toro (Zamora), docente en institutos y Universidades laborales de Santiago de Compostela, Vitoria y Zaragoza, tuve la gran suerte de ser alumno de D. José Antonio Enríquez González en mis estudios de Filología Hispánica, en la UCM, entre 1985 y 1987. Recuerdo su bonhomía y su espíritu abierto, sincero y campechano. José Antonio era hombre antes que profesor, puesto que le ponía alma de maestro a sus enseñanzas, que no solo versaban de Lengua latina. Durante una de las frecuentes huelgas politizadas, en las cuales había manipulación flagrante de muchos estudiantes incautos, Enríquez detuvo a un grupito de alborotadores que entraron de golpe por la puerta del aula y le exigían no dar clase. Serenamente, con la tranquilidad que le caracterizaba, simplemente les dijo: "--Mirad, el día en que secundéis una huelga porque yo, como profesor, os puedo suspender o dar una calificación injusta, si me da la gana, entonces os apoyaré. Mientras, por tonterías, no. Os tenéis que mover por razones de peso, no por cosas absurdas, que ni os van ni os vienen." Los manifestantes se quedaron lívidos, se retiraron derrotados, y José Antonio pudo seguir con su clase. Un momento de la Universidad española para no olvidar. ¡Gracias D. José Antonio Enríquez! ¡Dios lo bendiga!

domingo, 11 de agosto de 2019

Parece que se ha ido, pero no es cierto.


(A Maribel y Ana)

Hoy, domingo once de agosto de 2019, se cumplen dos años del fallecimiento de Francisco Salvador, una persona insustituible en mi vida. Paco era como un familiar mío más, y no de los menos relevantes, precisamente.

Treinta y dos años de amistad y de maestría forjados con el temple de un carácter bondadoso y un aprecio, respeto y ánimo eternamente conciliador, derivados de un sentido común excepcional. Paco era un ser profundamente inteligente, que lo conducía a ser sensato, a ser prudente, a no juzgar nunca a la ligera, y a tratar de encontrar, para cualquier contrariedad, un punto medio.

Paco era el hombre tranquilo que comunicaba firmeza ante las adversidades. Te apoyaba indiscutiblemente y te daba ánimos necesarios para seguir adelante. No pocos fueron los momentos en que le transmití mis problemas y escuché su consejo. No pocos fueron los momentos en que me hacía reír cuando yo estaba triste. En que me abrazaba y me decía: “--Ánimo, Antoñito, que de esta sales.” Un apoyo perfectamente secundado por su mujer, Maribel, la gran fortuna de Paco en la vida.


Como profesor, tenía una habilidad innata para captar la atención de su alumnado, con naturalidad, sin apenas esfuerzo. Todo el mundo atendía a las explicaciones de Paco, rigurosamente precisas y sintetizadoras de la materia nuclear de cada tema. Los apuntes de las clases de Paco eran anotaciones para siempre, útiles en cualquier necesidad. Yo los he utilizado, en parte, en mis exposiciones, porque son el legado de un docente experto.

Menos mal que no se dedicó al periodismo, y sí a la enseñanza. La escuela no pudo tener mejor maestro. Con él se sentía el placer de aprender y lo que Cajal y Ochoa llamaban la pasión de descubrir. Paco era exigente, pero humano. Humano nunca demasiado humano. Era el “hombre de bien” ilustrado, empeñado en el progreso de todos. En el Evangelio de Lucas de hoy se lee aquello de construir un tesoro en el cielo, fuera del espacio-tiempo, “porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Paco nos dejó su tesoro de hombre limpio de corazón, próximo de continuo al prójimo. Y el apóstol Pablo añade: “La fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve”. Esperamos reunirnos algún día de nuevo con Paco, para darle, y que nos dé, un abrazo muy fuerte.

De momento, su recuerdo --grato e imborrable-- lo hace estar vivo junto a nosotros, acompañándonos siempre. Cada vez que entro en un aula, Paco me acompaña, está conmigo. Cada vez que en el vivir diario me desanimo, Paco me alienta y me da fuerzas. Siento su mano en mi hombro, y su voz amiga. Y eso es un verdadero tesoro, un lujo que no tiene fin.

Francisco Salvador, parece que te has ido, pero no es cierto.

Gracias una vez más.

Dios te bendiga, y nos bendiga y guarde a todos.

Antonio Ángel Usábel, agosto de 2019.

sábado, 3 de agosto de 2019

Un instante de nuestra vida, apenas nada.


La rama que no existe (Ediciones Destino, 2019) es la última novela de Gustavo Martín Garzo (Premio Nacional de Narrativa 1994 por El lenguaje de las fuentes). En realidad, según él mismo ha explicado, se trata de la penúltima, pues está escrita antes que La ofrenda (2018).

El relato está ambientado en Cantabria, entre San Vicente de la Barquera (en cuyo instituto de Secundaria dan clase dos de los protagonistas), Comillas y un pueblecito llamado Caviedes. Cuenta la historia de una profesora joven, Claudia, quien ha perdido a su hijo pequeño en accidente de coche, y que se siente atraída por un hombre mayor que ella, un pintor, Eduardo, sobrino (ficticio) de María Blanchard. La historia la vemos a través de un compañero de trabajo de Claudia, Gonzalo, profesor de Biología, quien actúa de narrador, y que está enamorado de ella. Esta relación tripartita se complica aún más con un tercer amante, Óscar.

Claudia se separó de su marido y vive traumatizada por su desgracia familiar. Encuentra apoyo y comprensión en Gonzalo, pero, especialmente en Eduardo y su visión trágica de la vida, con seres al borde de acantilados y brazos y piernas desmembrados. Las pinturas de Blanchard subyugan y sobrecogen a Claudia, que de niña asistió a la retirada de los restos de una vecina, arrollada por un tren. Eduardo ha dejado de pintar, pero, al conocer a Claudia y saber de su pérdida, vuelve a tomar los pinceles y compone una serie de cuadros basados en ese hecho.

La rama que no existe es una historia dramática, gris, con seres abocados a una felicidad endeble y efímera. El narrador, Gonzalo, es un observador de la naturaleza de las marismas solitario y prendado de un amor de ensueño. La vida no es, a menudo, como nos gustaría que fuera. Eduardo está en la última etapa de su existencia, y tampoco podrá ser el compañero definitivo de Claudia. La presencia del tercer pretendiente, Óscar, es anecdótica y solo sirve para despertar los celos de Gonzalo.

Sin embargo, estos seres no se rebelan contra su destino, sino que lo aceptan estoicamente, como ramas mecidas por el viento. Su relación con Claudia es ese instante que siempre se recuerda y añora, y que apenas es nada en el transcurso de una vida entera. Un momento irrecuperable, e inmodificable. Sucedió así, duró tan poco, y no se pudo cambiar.

Somos prisioneros del tiempo. El amor perdura quizá, mas nosotros desaparecemos, porque estamos de paso como esas aves migratorias. Lo aclara Cernuda en el poema que inspira el título del libro:

No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
abolida en deseo,
olvido de sí mismo en otro olvido,
ramas entrelazadas,
¿por qué vivir si desaparecéis un día?”

Ramas entrelazadas, ramas que os juntáis y que os besáis, ramas cómplices, ramas leales y desleales, ¿por qué vivís si luego vais a dejar esta realidad? (Fue bonito, mientras duró).

Gustavo Martín Garzo diseña un texto melancólico, una prueba y una advertencia de que vivimos en un deseo permanente, y que alcanzar la alegría es complicado; una alegría, en todo caso, breve.

Hay un pasaje de la novela –una digresión, en realidad-- verdaderamente sublime, a la par que estremecedora. Está al final del capítulo diecinueve, y se debe a Claudia, después de una noche de amor: “Las sábanas estaban revueltas y sentí deseos de llorar. Aquellos que habíamos sido esa noche dónde estaban, dónde sus cuerpos tan bellos y locos. Y comprendí que nada de lo que los hombres y las mujeres hacen cuando se acuestan juntos tiene que ver con lo que son y hacen en sus vidas normales, que ningún camino hay entre lo que sucede en esas camas donde se aman y el mundo al que regresan al despertar.”

No parece que seamos los mismos entre las sábanas, en el secreto de la alcoba, cuando amamos, gozamos, retozamos, besamos, mordemos, penetramos, gemimos, que al día siguiente, a plena luz del día. Actuamos de manera distinta, según las convenciones sociales y el trato educado y respetuoso. Nuestro yo erótico queda perdido entre los pliegues, en la hondonada de sudor y de semen, los restos de la batalla. Entonces, ¿quiénes somos en verdad? ¿Nos reconocemos, lo podemos saber?

Al comienzo del capítulo veinte se expande la digresión: “Me pareció que el mayor enigma de la vida no era la muerte o el sufrimiento sino la inasible felicidad. [En las canciones de alba los amantes] no quieren que la noche termine, no quieren que amanezca porque entonces tendrán que separarse y temen descubrir que no podrán llevarse con ellos lo que encontraron en ese lugar secreto donde durmieron juntos.”

La novela tiene la calidad de la prosa poética de su autor, nada melosa por otra parte, sino suave y sucinta. Queda algo estropeada por escenas de pornografía barata, innecesarias para fijar lo que se quiere contar. Hay una alusión directa a la corrupción de la derecha española, como si en otros grupos del arco parlamentario todo fuera ejemplarizante. También un guiño velado a una candidata andaluza de un partido de izquierda, Teresa Rodríguez (capítulo diez). No hay asomo de la vida académica ni de los problemas propios de la docencia.

De este relato nos quedamos con esa lección de vida, ese sorbo amargo que muchos de nosotros hemos tenido que beber después del ponche.

© Antonio Ángel Usábel, agosto de 2019.

viernes, 5 de julio de 2019

El más galán caballero.

En la madrugada del 4 de julio de 2019, con noventa años, moría en un hospital de Madrid el galán más galán de las tres últimas décadas del teatro español. Arturo Fernández era el decano de la galanura. En la década de 1960, contendió en su rol de apuesto conquistador con Paco Rabal y quizá con Alberto Closas. Arturo era el señor del esmoquin, el actor que mejor ha llevado un traje, a la altura de un Gregory Peck o un Sidney Poitier. El rey indiscutible de la alta comedia, que él representaba y cuidaba mimosamente con compañía propia (un elenco que era casi siempre una pareja, para economizar y favorecer las giras por el territorio nacional). Los montajes de Arturo eran sobrios, pero la utilería siempre impecable, como la factura de sus corbatas. Hombres y mujeres elegantes, lustrosos, de la alta sociedad, con sus trampas, fingimientos y mentirijillas, cuyos problemas hacían las delicias de un público muy veterano, fiel, incondicionalmente rendido a la simpatía y entrega plena de su intérprete.


Arturo Fernández no se retiró porque contaba con la buena respuesta del público. Conseguía reponer con éxito la misma obra que la temporada anterior, pues siempre había gente que se había quedado sin verla. Pero, al mismo tiempo, ya estaba pensando y trabajando en su siguiente estreno, alguna pieza de comedia de esmoquin, a ser posible con pocos personajes, que le permitiera mostrarse a su público (sobre todo, al femenino) como este esperaba encontrarlo: de seductor, de conquistador, de eterno galán educado. Arturo pretendía que el público riera, se divirtiera, lo pasara bien. Pero también había un espacio para la reflexión en sus comedias: una defensa de la verdad, de la honestidad, de la fidelidad, frente al engaño, la falsedad o la traición. Ya fuera honradez en la pareja, ya lealtad entre un cura mayor y otro más joven (Enfrentados).

Para la posteridad quedará su nutrida filmografía (aunque no fue actor que realmente destacara en cine) y su excelente humor, su radiante optimismo, su vis dicharachera y hasta castiza, con su “chatín” y su “chatina”. Hombre de dicción esmerada, sobrio al expresarse, en un tono cálido y envolvente perfectamente cómplice con los personajes suyos.

Actor y empresario que nunca solicitó subvención para sus montajes, se va a notar la ausencia de su decana veteranía teatral. “--¿Este año no viene al Amaya Arturo Fernández?”

Siempre recordaremos a Arturo agradecido a su público, reverenciándolo con la mano derecha sobre el corazón, sus humildes inclinaciones de cabeza, mientras recibe del respetable los saludables y feéricos vítores de “¡Guapo, guapo!”

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2019.