“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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domingo, 19 de abril de 2009

Lorca, Lorquita.


Los homófilos están de enhorabuena. Pintan oros para ellos. Los homófobos, a esconderse. A la espera de que se abra la fosa de Lorca, y en el supuesto de que se dé con sus restos, lo cual brindará a Ian Gibson la oportunidad de escribir otros dos nuevos libros por lo menos, nos presenta este consagrado hispanista pionero un acercamiento pormenorizado al universo homosexual del inmortal poeta granadino. Su título: “Caballo azul de mi locura”. Lorca y el mundo gay (Barcelona, Ed. Planeta, 1ª ed. marzo de 2009). A lo largo de 463 páginas, con profusión de fotografías esclarecedoras y explícitas, y un notable y valioso índice onomástico, Gibson se aplica a desgranar la trayectoria homosexual del autor de El público, por medio del estudio de su obra y del análisis de las amistades “gays” que fue sosteniendo. De su horizonte homófilo no se escapa ni San Miguel Arcángel.

El hispanista achaca a Miguel Primo de Rivera el ambiente declaradamente discriminatorio y homófobo que metió en sus respectivos armarios a intelectuales como García Lorca. Una homofobia azuzada por plumas ilustres, como la del Dr. Marañón, pero que en parte resultó también compartida por los propios amigos del retoño granadino, como el cineasta Luis Buñuel (“Con los maricones nunca pisa uno terreno firme”). Esto obligó a que tanto el poeta, como Salvador Dalí y el resto de amigos más o menos comunes, vivieran su opción sexual de una manera estanca y reprimida, que en ocasiones llegó a desmaterializarse como Houdini, y que contrastaba con esa actitud “locuela” de Eduardo Blanco-Amor, que lucía descocado su palmito por la misteriosa Buenos Aires. Blanco-Amor era el casanova provocativo de aquella lencería indiscreta que causaba repugnancia en muchas conciencias. Ya se sabía antes que Lorca se granjeó los favores de homosexuales reconocidos, pero discretos, como Emilio Aladrén, pero no tanto de otras conquistas, como la que afectó al “indeciso” Rafael Rodríguez Rapún. Con Lorca, Rodríguez Rapún hacía de macho en Algeciras. Gibson señala que no hubo vuelta atrás. Sucumbió a la contemplación hipnótica de los culos floreados del Bosco en El jardín de las delicias.

Así mismo, hubo conatos, "gatillazos", aventuras que no llegaron a despuntar en la vida del gran poeta, como la del silencioso y feérico empleado de banca Eduardo Rodríguez Valdivieso, quien cruzó con aquella dulce alma seis cartas, guardadas como oro en paño y publicadas por El País en “Babelia” en 1993. Las cartas de Lorca demuestran ásperamente que aún no había encontrado, en 1932, su amor fundamental.

Hay también una revelación extraordinariamente sorprendente, que le hizo Dalí a Gibson, y que éste ya aireó en El País dominical, el 26 de enero de 1986. Una única relación con penetración de Federico con una mujer, la liberada muchacha de diecisiete años Margarita Manso en la primavera de 1926. Margarita se ofreció a sustituir a Dalí en el altar del sacrificio homosexual y, presumiblemente, se dejó sodomizar por Lorca.

En el libro de Gibson se revelan algunos detalles íntimos del mundillo lorquiano, como que Dalí gustaba de la masturbación anal, según le confesó a Alberti el propio Federico. Por eso Lorca no podía dar crédito a que el hijo del notario se la pegara con una pareja hetero. Se dan cabida a gruesos rumores que circulaban en el mundillo literario de entonces, como el decir del pintor Beberide en Montparnasse de que el padre de Lorca había enviado a su hijo a Nueva York para que se dejara de perseguir a jovencitos en las vegas de Granada. O las aventuras con negros cimarrones en Cuba de un poeta inteligente, pero misógino hasta el tuétano. A raíz del estreno de Un perro andaluz, en carta dirigida a Dalí el 24 de junio de 1929, Buñuel llamaba “hijo de puta” a Federico, y “zorra ágil” a Concha Méndez, quien celebraba el fracaso del cortometraje entre quienes lo habían podido ver. En cuanto a sumisos admiradores como Cernuda, alaban la atracción de Lorca hacia los cuerpos masculinos desnudos, en contraposición a la teoría juanramoniana de la poesía como mujer sin aderezos. En fin, del escritor y fan de Federico Enrique Amorim, se reproduce una epístola secuestrada por un temblor cachondo, espinodorsal, muestreo más que explícito de las correrías cuasiinfantiles de la camarilla del poeta:

“Federicoooooooooo... Federiquísimo... Chorpatélico de mi alma... Mi maravilloso epente cruel, que no escribe, que no quiere a nadie, que se deja querer, que se fue al fondo de la gloria y desde allá, vivo, satánico, terrible, con un ramito de laurel en la mano, se asoma por arriba de los hombros de las nubes. Chorpatélico, que te has ido dejando polvo de estrellas en el aire de América. Un lagrimear (sí, mear, querida máquina mía, has escrito bien, mear) de Totilas Tótilas, todas llenas de cosméticos y batones ajados por la esta [las dos primeras letras cortadas], esa babosa de América que las embadurna y las lame.

Federicooooooooo... Epente que ama las frentes bravas y las ideas [faltan unas letras] melenadas. Chorpatélico que levanta la columna de ceniza y se va, se va tras los mares, mientras la poesía de América se queda machacando ajos, desmenuzando perejiles, atónita, y él, ÉL, corre por el mar y en Madrid Yerma, Yerma de aquella tarde en el hotel Carrasco, Yerma se yergue e ilumina y limpia y libra! ... Federicooooooooooo!...”
[febrero de 1935]

Antonio Ángel Usábel
(18-19 de abril de 2009)

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho este artículo, muy bien escrito.
    Gracias por acercarnos a Lorca, en este aspecto, desconocido para mi.

    Un abrazo.

    Gio.

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  2. Me gustó mucho tu blog y tus artículos. Te invito a que pases por los míos. Saludos

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