Camilo José Cela se cuenta entre mis escritores preferidos. Los otros quizá sean sus maestros: el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, el anónimo autor converso del Lazarillo, Cervantes, Quevedo, Leopoldo Alas "Clarín", Benito Pérez Galdós, Zola, Dostoievsky y Valle-Inclán.
De personalidad indefinible, de militancia innombrable (pues tuvo varias, según el viento), compuso un estilo propio. Tan propio como el de cualquier gran sastre o diseñador de moda. La frase corta y ágil, la comparación entre cómica y venenosa, el nombre y apellidos de la criatura repetidos como un estribillo torero. La prosa de Cela caracteriza cuando hace sonreír. Pinta un garito en seis líneas y un personaje en cuatro palabras. Siempre la miseria que anida fiel con la falta de empréstitos, como las cigüeñas en el campanario. Siempre la razón del sexo como motora prominente del mundo. La historia de la literatura española de posguerra no sería la misma sin la enorme y absoluta presencia de La colmena, nuestro "boom", nuestro Cien años de soledad. La colmena se escribió en los últimos años de la década de 1940, y hubo de publicarse, aunque censurada, en la Argentina de Perón, en 1951. Sólo esa novela justifica la presencia de un escritor en el recuerdo literario de su tierra. Después vendría la propuesta del Joyce español, con Tiempo de silencio, novela parsimoniosamente interior, ensayo de un crimen contra la acción convencional, que ya había planeado con cierto éxito y menor sigilo la decana de las letras españolas, Carmen Laforet.
No todo el mundo sabe que Cela, cínico camaleón, censor de revistas religiosas, se las compuso para editar en Palma de Mallorca sus Papeles de Son Armadans, una publicación periódica con formato de volumen encuadernado, que habría de dar cabida a las voces de los mejores autores y críticos españoles, ya estuvieran en España, comulgando con el régimen o soportándolo, ya vivieran en el exilio aguardando "un cambio de aires y de mecedora". Su compadre de generación, Miguel Delibes, dedica a Cela el primer retrato de su estudio España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela (Barcelona, Ed. Destino, 2004). Allí, califica al de Padrón como "el más ruidoso fenómeno registrado en la literatura española en el medio siglo". Tanto por talento indiscutible, como por vocación añadida de showman. Cela se crecía con la soberbia de un Dumas: "Soy el número uno y pido perdón por lo fácil que me ha sido". Habla Delibes también de esos Papeles de Son Armadans, en los que no llegó a colaborar porque cuando se le invitó a ello en la redacción aún "no pagaban como el mejor". Luego Cela se olvidó de él como alma que lleva el diablo.
Lo cierto es que los Papeles constituyen hoy un valiosísimo testimonio crítico y artístico para el depauperado panorama creativo de la España de posguerra. Son una fuente de consulta ineludible, y un acierto de primer orden.A Cela se le podrá machacar tal vez de maleducado, grosero, prepotente y chaquetero, pero era el mejor escritor español después de Valle-Inclán y nuestro Premio Nobel más merecido. También, por supuesto, quien más hizo para dar voz literaria y crítica a los que no la tenían.
Acaba de anunciarse un libro que recoge la gestación, historia y correspondencia de los Papeles de Son Armadans: Correspondencia con el exilio (Ed. Destino). Da noticia de ello el diario "ABC" en su edición del martes, 7 de abril de 2009.
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