“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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viernes, 17 de abril de 2009

Las propuestas poéticas de LEO ZELADA.


El pasado martes, 14 de abril, tuvo lugar, en la Asociación de Escritores y Artistas de España (C/ Leganitos, 10, 1º, Madrid) la presentación de la antología Nueva poesía y narrativa hispanoamericana (Madrid, Ed. Visión Libros, 2009; http://www.distribuciondepublicacion.com/; pedidos@visionnet.es). El acto corrió a cargo del propio responsable de la selección, el reconocido poeta peruano Leo Zelada, y del secretario de la entidad que cedía el local, D. Emilio Porta, quien contribuye también con algunos poemas al libro. Entre el reducido, pero disciplinado público asistente, se encontraban algunos de los autores de los textos escogidos, que fueron saliendo a la palestra para recitar o leer su obra.

En principio, hemos de felicitar a Leo Zelada y a D. Emilio Porta por la iniciativa que han tenido, primero de elaborar dicha antología, y seguidamente de presentarla ante gente comprometida y ante ciertos medios de comunicación. Se trata, evidentemente, de un proyecto a agradecer; no por modesto e independiente menos interesante y valioso. Empresas de este tipo hacen mucha falta para dar la oportunidad de expresarse y darse a conocer a poetas y narradores cuyas obras están teniendo (o sufriendo) una discretísima difusión, tanto en España como en sus países latinoamericanos de origen. Y como el caso de los que quedan en este volumen recogidos, cientos, quizá miles más. Pues si algo de negativo tienen las antologías es el hecho de excluir o no tener en cuenta a otros creadores u otras obras igualmente válidos. Toda selección suele acometerse con ciertos criterios personales, desde el subjetivismo del gusto propio. Y es aquí donde nos conviene aclarar algunos conceptos un tanto particulares que animan la obra del amigo Zelada.

No hace muchos meses (enero de este año), la revista RollingStone se hacía con la gracia de elegir los cien mejores cantantes de la Historia, pero aplicando a la propuesta una extremista condición: tenían que haber participado del espíritu de vanguardia, es decir, haber sido radicales, rebeldes, revolucionarios y contestatarios. Esto eliminaba de un plumazo a voces como las de los grandes crooners (vocalistas), capitaneados por la enorme figura, controvertida, de Frank Sinatra. ¿Cuál fue el resultado de aquel sesgado expositor? Que más que brillar el talento de los glorificados en él, lucía su desmañada trayectoria vital, o lo que es lo mismo, sus provocaciones y retos continuados al sistema que los vio nacer. Pero los responsables de RollingStone se olvidaban con ello de que el arte es una propuesta dirigida primero a los sentidos, y después, y sobre todo, al sentimiento. El arte es aceptado en la medida en que despierta el gusto (una clave desvelada a la perfección por Lope de Vega). Si algo “gusta”, es aceptado, y despierta una reacción positiva, que se traduce en una empatía hacia la obra y el estilo de su creador. Es el “yo” subjetivo el que decide lo que le gusta, lo que le hace disfrutar. No olvidemos nunca esta circunstancia selectiva. Aparte --muy aparte--, están otros factores que envuelven a un autor: su pertenencia a una determinada generación, a un movimiento estético, a un posicionamiento ideológico. John Ford, director de cine, no gustaba en los años cincuenta porque parecía un reaccionario; más tarde, los mismos “progres” que lo criticaban comenzaron a reconocerle como un maravilloso esteta, como un poeta de la mirada fílmica. Quienes troneaban a Ford reivindicaban por su parte la genialidad transgresora y fetichista de un Alfred Hitchcock, popularmente aclamado como el maestro del suspense. Y así los adictos a una causa entronizan o demonizan según la moda que su gurú les impone en el momento. Actúan con prejuicios que originan serios perjuicios contra un autor y su obra. Pasó lo mismo con Heidegger, o con Ezra Pound, de quien pocos saben que era un serio admirador del mejor narrador que ha dado la cultura española tras Cervantes: “España tiene un buen novelista, Galdós”.

No sólo el poder mediático selecciona dictatorial e impositivamente a los autores que deben ser publicados y leídos. También, partiendo de ciertos supuestos que nada o poco tienen que ver con la estética de la obra en sí, puede comportarse como un Robespierre el digno emprendedor de una tarea selectiva.

Leo Zelada enuncia en su prólogo su declaración de principios: las vanguardias fueron reemplazadas por el arte con criterios burgueses, acomodaticios, inofensivos. Un arte homogéneo, insensato por lo insensible. Acreedor de la “estética del pastiche”, como la bautiza Leo. No sabemos qué manía asalta a los posmodernos de subrayar lo discrepante como novedoso, estableciendo su elenco de los “elegidos para otra gloria”: quienes realmente “valen”, con sus posiciones arriesgadas, que merecen ser destacados del resto, los anodinos y parasitarios de las campañas de aceptación generalizada y de promoción editorial. Pero, además de las promociones que pudieron hacer triunfar a un Dalí, a un Picasso, o a un Dan Brown, existe la cuestión de estilo, la verdadera clave –insistimos—para despertar el agrado y la curiosidad hacia un creador y su obra. Dalí fue promocionado por su propia musa, Gala, que fue la artífice que lo convirtió en un genio de la pintura. Picasso, aparte de sus amistades políticas, se encumbró a sí mismo comprando su propia obra para así incrementar su cotización internacional. Lejos de estas peculiares maniobras está el gusto, la valoración del espectador. Y, sin embargo, hoy son pocos quienes no aceptan reconocer los méritos de esos dos artistas. Podrá gustar más una época que otra de su respectiva evolución, pero, en líneas generales, algo “gustan”. Es decir, a su triunfo absoluto han contribuido, más o menos por igual, dos elementos: la acción promocional, y el criterio particular del público. Se les reconoce un estilo propio, una innovación acertada sobre lo que antes existía –o se daba—que, además, es apreciado, “gusta”. Trasladado el caso a la literatura, ahí están los grandes autores que han creado estilo: Cervantes, Shakespeare, Lope, Quevedo, Bécquer, Dickens, Balzac, Tolstoi, Dostoievski, Zola, Galdós, “Clarín”, Valle-Inclán, Antonio Machado, Lorca, Cela, Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa, Neruda… Coincidencia de crítica y público. Chapeau! Ya están convertidos en clásicos enormes. Se les seguirá leyendo, porque han sabido gustar. Han sabido ser “vanguardistas a su modo”, es decir, genuinos y geniales colosos “universalistas”. Esto no ha pasado con los simples autores de vanguardia. La vanguardia crítica porque sí, disruptiva, es efímera; estrella fugaz que apenas ilumina el cielo reposado de una noche de verano.

Visto el ideario que anima a nuestro Leo Zelada, veamos su efecto en su antología. En poesía, guerra declarada contra el lirismo. Destierro significativo y mortal de la poesía lírica rimada. Allí se colaron sólo José Mañoso, barcelonés del 56, con sus elogios asonantes o consonantes a las grandes figuras de otros tiempos, y Marina Muñoz Cervera, del 60. Fuera de ellos, algún caso de ritmo conseguido con la rima interna: Fernando Ruiz Granados (México, 1958), con su excelente poema Transformaciones. Con esto no insinuamos que todo lo demás no vale, que no merecería estar. La poesía en verso blanco es perfectamente admisible, porque es poderosamente testimonial de un tiempo y de una entidad. Pero no lo es todo para despertar los sentidos y la acción del sentimiento. Lo ideal es que un índice antológico recoja poesía libre y poesía rimada, el Lorca del Romancero gitano y el Lorca de Poeta en Nueva York, por poner un ejemplo mayoritario. Cada lector atravesará entonces distintos momentos y grados de afinidad y de emoción con los autores de los textos. Cada lector vivirá, en tal caso, su terciopelo azul.

En cuanto a la parte narrativa de la antología preparada por Leo, asoman relatos que conectan con la llamada “nueva narrativa histórica”, la visión de los vencidos y su conexión con su supervivencia mítica, en, por ejemplo, De cuando el niño lobo fue guerrillero, de Cristián Vila Riquelme (Chile, 1955). Más convencional y canónica resulta Ana Bolena, de Maria Sanguesa (Marruecos, 1955), poniendo voz a los devaneos de la reina inglesa en sus últimas horas. Incluso podemos encontrar relumbres de intertextualidad cinéfila en Cíclope, de la mexicana Elizabeth Vivero (1976). O de reivindicación del sentimiento social en Raíces mágicas, de Félix Rosado (España, 1965).

Proyecto valioso –concluyamos-- para disfrutar de lo ignoto, para recordarnos que la poesía y la narrativa de alcances modestos siguen vivas hoy día. Pero empresa poco generosa con otras formas de entender lo artístico.

No obstante, gracias a Leo Zelada por reivindicar Madrid como actual paraíso de la cultura mundial, y por regalarnos el sueño de aquella puerta entreabierta al saborear el primer verso de esta antología: “Fui peregrina del amor…”. Sigamos siendo todos peregrinos del arte de la literatura, del arte de escribir y de leer.

(Antonio Ángel Usábel,
Madrid, 16 de abril de 2009)

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