Soberbiamente radiante se
presentó Rita Maestre en el juzgado,
con la serenidad de quien cree tener conquistado un lugar en la cumbre. Rita es
bellísima, como lo prueba esta fotografía que publicó El Mundo (viernes, 19 de febrero). Es difícil presentar esta compostura
ante el tribunal que te juzga. El talle erguido. Los ojos bajos, para no mirar
a la juez. Tal vez con cierta humildad. Las manos enlazadas una con otra, como
si se estuviera de oyente en una conferencia. Como bien señala Luis María
Ansón, a esta llamativa figura puede esperarle un largo y prometedor futuro
político.
Los hechos por lo que es ahora
juzgada sucedieron en 2011, cuando ella era estudiante de Ciencias Políticas.
Según su testimonio, se enteró de una protesta anticatólica en la cafetería de
su Facultad, y decidió sumarse a la misma. Los manifestantes se dirigieron a la
capilla del campus de Somosaguas, y entraron coreando consignas contra el
culto. Al parecer, como ella ha reconocido, se quedó en sujetador y mostró su
torso desnudo, algo que le parece que “no tiene por qué ser una cosa ofensiva”.
Algunos de los participantes en esta algarada profirieron proclamas y gritos
ofensivos para los creyentes católicos (y cristianos en general). No está
atestiguado que ella coreara ninguna ofensa.
Es verdad que desnudos los hay
hasta en la Capilla Sixtina, pero pintados sin ánimo de ofender, buscando la
dimensión humanista que defendía el Renacimiento, como haciendo, además, de la
Creación y del Juicio Final hechos fuera del tiempo, ajenos a las modas y a las
distintas estéticas.
Vistos estos hechos en 2016,
cinco años después –he aquí prueba de la rapidez de la justicia en España, que
viene a castigar al adulto por las travesuras de niño--, Rita asegura que hoy
no lo volvería a hacer, siendo como es cargo público. Ha adelantado mucho en
estos cinco años. Más que otros en media vida.
La irrupción de ella, Rita, con
su belleza y sus ganas de cambiar la realidad a su modo, de su grupo Ahora Madrid, de Podemos, de Ciudadanos y
otras nuevas formaciones políticas, puede haber resultado positiva para nuestro
país, con hasta hace poco esos dos grandes partidos endiosados, que han
encubierto toneladas de corrupción y han hecho de la política un negocio, en
vez de lo que debería ser: un servicio a la comunidad. Sucedió en el último
tercio del siglo XIX: el turno de partidos, Liberal y Conservador, Sagasta y
Cánovas en un férreo mano a mano. Aquel entendimiento entre dos pillos (o “cucos”,
como los tildó Valle-Inclán) trajo un periodo de cierta estabilidad a España,
pero tampoco pudo eludir la corrupción, ni el alzamiento de los primeros
movimientos obreros por unos ideales de justicia social que no se habían tenido
en cuenta. La Educación corría a cargo, mayoritariamente, de la Iglesia católica.
Si no hubo más tasa de analfabetismo fue gracias a su labor. Con el socialismo,
surgieron otros sistemas laicos, como el de la Institución Libre de Enseñanza,
que significaron una alternativa importante. Aunque hemos de recordar que los
mayores beneficiarios fueron los niños de clase media, o clase media alta, que
luego de muchachos se alojarían en Pinar 21, la Residencia de Estudiantes. La
II República puso en marcha las Misiones Pedagógicas, procurando enviar a los
mejores maestros a las áreas más desfavorecidas de España. Pero el sistema
educativo asentado de siglos era el de las órdenes religiosas. Un sistema que
salió fortalecido al término de nuestra Guerra Civil.
La existencia de capillas en las
Universidades es una secuela de que España hunde sus raíces históricas en el
Catolicismo. Unas raíces exaltadas y promulgadas hasta la saciedad por el
régimen del General Franco. El Catolicismo fue un baluarte histórico contra las
invasiones de culturas que no nos pertenecían, como la islámica. La Iglesia fue
un poder fáctico –aquí y en otros muchos países europeos--, pero también una
garantía de salvaguarda de unos principios que nos alejan de la superchería de
creencias idólatras, así como de un dios al que únicamente hay que temer y
obedecer. Cristo habló de paz, de concordia, de amor al prójimo, de la disculpa
de los errores y de las ofensas a través del perdón y la misericordia, del
cuidado de los débiles, de la justicia social. Es cierto que los grandes
jerarcas de la Iglesia han ignorado, y hasta mancillado, sus propias palabras.
Pero no es menos verídico el sacrificio de muchos de los miembros de la Iglesia
en beneficio de ese mensaje: todos los misioneros, las monjas que atienden a
pobres y huérfanos, los curas de barriadas humildes, y cualquier sacerdote
honesto que, mirando al fondo de una persona, consiga llevarle un poquito de
serenidad, de amor y comprensión.
Los cristianos debemos perdonar, y perdonamos, aunque nos consternen, por inciviles, este tipo de acciones irreverentes. Y nos congratulamos en vivir, de momento y que sea así por siempre, en un país cuya tradición considera el arrepentimiento. Recordemos que, en otras partes, otras idiosincrasias menos tolerantes y más quisquillosas solucionan estas contestaciones a golpe de cimitarra.
Los cristianos debemos perdonar, y perdonamos, aunque nos consternen, por inciviles, este tipo de acciones irreverentes. Y nos congratulamos en vivir, de momento y que sea así por siempre, en un país cuya tradición considera el arrepentimiento. Recordemos que, en otras partes, otras idiosincrasias menos tolerantes y más quisquillosas solucionan estas contestaciones a golpe de cimitarra.
Yo pienso que una capilla, que
acoge unas creencias que no hacen mal a nadie, y que es símbolo de nuestra
Historia, merece un respeto. Se sea o no creyente. Como hay que respetar,
asimismo, los lugares de culto de otras religiones, siempre que las tales se
muestren cordialmente respetuosas con un plan de convivencia y de paz.
© Antonio Ángel Usábel,
marzo de 2016.
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