Desde el 3 de diciembre de 2015 y
hasta el 8 de mayo de 2016, el Centro de
Exposiciones Arte Canal (junto a Plaza de Castilla, Madrid) ofrece una
magna muestra sobre la mujer más poderosa, influyente e intrigante del Mundo
Antiguo: Cleopatra VII. La culta egipcia, políglota, de
dulce y suave voz, atrayente discurso, y belleza dudosa que conquistó el
corazón de dos héroes romanos: Julio César y Marco Antonio. Nombrar a Cleopatra
es evocar a Egipto, al Nilo, a los fastos de Alejandría, con su faro, su
inmenso puerto, y su fastuosa e inigualable biblioteca. Todo barco que atracaba
en Alejandría era registrado, y los rollos que portara, confiscados para los
fondos de la biblioteca. La ciudad, fundada por Alejandro el Grande, y ampliada
por Ptolomeo I, uno de sus generales macedonios, contaba con un sistema de
enormes aljibes subterráneos que se llenaban con las crecidas del Nilo. Esto
garantizaba el suministro de agua a la ciudad en la temporada más seca. El
Serapeum era un inmenso recinto sagrado en honor de Serapis, el nuevo dios
egipcio creado por la estirpe macedonia, con aspecto de Zeus, y fruto de la
fusión entre Osiris y Apis.
Ptolomeo XII había dispuesto en
su testamento que sus dos hijos, Cleopatra VII (de dieciocho años) y Ptolomeo
XIII (de diez) gobernaran el país del Nilo, en igualdad de condiciones, tras su
muerte. Roma serviría de árbitro y juez en las diferencias. Pero Ptolomeo
expulsó del poder a Cleopatra, que reunió en Siria un ejército para combatir a
su hermano. Cleopatra solicitó la ayuda de Roma, y se presentó ante César
dentro de una alfombra enrollada. Pronto lo sedujo, y lo atrajo hacia su causa.
Cleopatra reunía en sí el saber mistérico de los sacerdotes y médicos egipcios
y el refinamiento cultural helénico. De nada sirvió que Ptolomeo intentara
apaciguar a César presentándole la cabeza de su enemigo Pompeyo. César depuso a
Ptolomeo y optó por Cleopatra como reina. Para evitar nuevas rebeldías, César
ordenó incendiar las naves que había en el puerto de Alejandría, con tan adversa
fortuna de quemar también gran parte de la famosa e insustituible biblioteca.
Con Cleopatra, César tuvo un hijo, Cesarión. Vivía Cleopatra entre los romanos cuando César murió asesinado, en el 44 a. C. Roma tenía a Cleopatra como a una peligrosa extranjera. Cleopatra marchó de regreso a Egipto. Pero sabía que debía atraerse a quien ostentara el nuevo poder. A Marco Antonio le correspondió el Mediterráneo oriental. La reina fue a verlo a Tarso, en una enorme y lujosísima galera. Se ganó la confianza y el amor incondicional de Antonio. Cuando Octavio, hijo adoptivo de César, supo de esta alianza, montó en cólera y declaró la guerra a la pareja. Antonio y Cleopatra tuvieron tiempo de engendrar tres hijos, antes de verse las caras con Augusto en Accio. Fue el dos de septiembre del 31 a. C. Las naves egipcias y romanas de Antonio fueron destruidas por las de Octavio. En el fragor del combate, Cleopatra se puso a salvo. Antonio la creyó muerta o desertora y se hirió a sí mismo. Al parecer, aún tuvo tiempo de morir en brazos de Cleopatra. Ante la llegada de los romanos, y la condena de Octavio y del Senado en pleno, Cleopatra se aisló con dos sirvientas en sus aposentos y se dio muerte de alguna forma; presumiblemente ingiriendo veneno –como sus criadas—o bien haciéndose morder por un áspid en el brazo. La calenturienta imaginación de los artistas del Renacimiento y del Barroco presenta a la reina haciéndose morder un pezón por la serpiente. Octavio, que la halló muerta, ordenó el mayor de los funerales para ambos enamorados, Marco Antonio y Cleopatra. Sus tumbas aún no han sido halladas por los arqueólogos.
Con Cleopatra, César tuvo un hijo, Cesarión. Vivía Cleopatra entre los romanos cuando César murió asesinado, en el 44 a. C. Roma tenía a Cleopatra como a una peligrosa extranjera. Cleopatra marchó de regreso a Egipto. Pero sabía que debía atraerse a quien ostentara el nuevo poder. A Marco Antonio le correspondió el Mediterráneo oriental. La reina fue a verlo a Tarso, en una enorme y lujosísima galera. Se ganó la confianza y el amor incondicional de Antonio. Cuando Octavio, hijo adoptivo de César, supo de esta alianza, montó en cólera y declaró la guerra a la pareja. Antonio y Cleopatra tuvieron tiempo de engendrar tres hijos, antes de verse las caras con Augusto en Accio. Fue el dos de septiembre del 31 a. C. Las naves egipcias y romanas de Antonio fueron destruidas por las de Octavio. En el fragor del combate, Cleopatra se puso a salvo. Antonio la creyó muerta o desertora y se hirió a sí mismo. Al parecer, aún tuvo tiempo de morir en brazos de Cleopatra. Ante la llegada de los romanos, y la condena de Octavio y del Senado en pleno, Cleopatra se aisló con dos sirvientas en sus aposentos y se dio muerte de alguna forma; presumiblemente ingiriendo veneno –como sus criadas—o bien haciéndose morder por un áspid en el brazo. La calenturienta imaginación de los artistas del Renacimiento y del Barroco presenta a la reina haciéndose morder un pezón por la serpiente. Octavio, que la halló muerta, ordenó el mayor de los funerales para ambos enamorados, Marco Antonio y Cleopatra. Sus tumbas aún no han sido halladas por los arqueólogos.
Pero el mayor triunfo de la reina
Cleopatra lo obtuvo después de muerta. Aunque solo una hija consiguió
sobrevivir a la purga de Octavio, el arte, la moda y los estilos egipcios se
impusieron en Roma y el resto de ciudades italianas, como Pompeya, donde se
inauguró un templo al culto de la diosa Isis. Los motivos naturalistas egipcios
–ibis, grullas, cocodrilos, lotos, papiros—decoraban las domi de los romanos. Por su parte, en Egipto, nombrada provincia
romana, Octavio fue representado como un oferente en los relieves de los
templos, como en el de Debod, que se trasladó luego a Madrid.
La completísima exposición que
nos ofrece Arte Canal supone una verdadera inmersión, durante casi dos horas y
media, en el mundo ptolemaico. Siete secciones constituyen el recorrido:
“Egipto, tierra del Nilo”; “Los Ptolomeos, reyes de Egipto”; “La última reina
de Egipto”; “Egipto en Roma”; “Cleopatra, inspiración de artistas”; “Cleopatra
y las artes escénicas”; “La fascinación de Egipto en España”.
Los cinéfilos se recrearán en los
lujosos vestidos que lució Elizabeth Taylor en Cleopatra (1963), de Joseph Leo Mankiewicz. Todos ellos
confeccionados en seda e hilo de oro. También se puede ver la capa dorada de
alas de buitre que llevó la actriz en la larga y ampulosa secuencia del
recibimiento en Roma.
Pero, sobre todo, deslumbran y
apabullan esos cientos de objetos originales que constituían la vida cotidiana
en los palacios de Alejandría y en los salones de Roma. Los vasos de alabastro,
los cuencos, las páteras, los anillos y brazaletes de oro con forma de
serpiente enroscada, los camafeos, las urnas funerarias, las estatuillas
votivas, los amuletos, las esculturas, relieves, téseras y pinturas al fresco,
que han sobrevivido más de dos mil años y cuyo diseño rivaliza con los más
cuidados objetos de joyería y hogar de nuestros días.
Nadie sabe de veras el aspecto
real de Cleopatra VII. De ella, o inspiradas en ella y en sus divinas
antecesoras, se conservan numerosos bustos que difieren entre sí. En esas
efigies lo normal sería la idealización. Por eso se cree que los retratos más
aproximados de la reina se encuentran en las monedas. En la numismática se la
representa de perfil, con una nariz aguileña prominente.
Cleopatra… su solo nombre
hechiza. Evoca las ruinas de su vida. Las arenas del desierto circundando la
ciudad. Alejandría, tumba y oasis, cenit y gloria.
“Como preparada desde tiempo atrás, como valiente,
di adiós a Alejandría, que se aleja.
Sobre todo no te engañes, no digas que fue un
sueño…
Escucha con emoción, como último placer los sones
del cortejo misterioso,
y dile adiós a la Alejandría que te pierdes.”
(Apunte de un poema de Cavafis)
© Antonio Ángel Usábel,
marzo de 2016.
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