La Biblioteca Nacional de Madrid
nos ofrece varias exposiciones de
interés:
La biblioteca del Inca Garcilaso de la Vega
(1616-2016) es una esmerada reconstrucción de la biblioteca del legendario escritor
mestizo, que se afincó en Montilla (Córdoba). Se cumplen ahora cuatrocientos
años de su muerte, acaecida un 23 de abril de 1616. Traductor al castellano de
los Diálogos de amor, de León Hebreo, el Inca dejó en su casa, al morir,
quinientos ejemplares sin vender de la primera parte de los Comentarios
Reales. Lo cual nos da una idea de las vicisitudes que tenían ya entonces
los autores para “colocar” sus obras. Así, Cervantes solía vender la aprobación
y el privilegio de impresión al librero, cobrando una suma fija –alrededor de
los mil trescientos cincuenta reales--, y se olvidaba de la obra. Era el
librero quien ostentaba la titularidad y asumía los riesgos de la producción
del libro.
Gómez Suárez de Figueroa nació en Cuzco, en 1539 o 1540. Era hijo
natural del capitán extremeño de noble alcurnia Sebastián Garci Lasso de la
Vega, e Isabel Chimpu Ocllo, princesa inca, sobrina de Huayna Cápac. Aprendió
todo el pasado del Perú de forma oral, a través de los mitos e historias
familiares. Conocía como materna el quechua y en esto supo y pudo aventajar a
los cronistas foráneos, menos dominadores del idioma indígena. Su tío-abuelo
Cusi Huallpa y los capitanes Juan Pechuta y Chauca Rimachi le hablan de los
usos de su pueblo. Por lado español, el ayo Juan de Alcobaza lo instruye en
cultura española; el capitán Gonzalo Silvestre lo alecciona en historia
militar; Juan de Cuéllar, en el colegio para mestizos, lo lleva por las fuentes
greco-latinas. Se puede decir que el Inca nació de pie, o con un pan debajo del
brazo.
En las luchas entre pizarristas y almagristas,
las vidas de Gómez y de su madre Isabel llegaron a correr peligro. Era sonada
la volubilidad interesada de su padre Sebastián, al que apodaban “el leal de
tres horas”, porque se inclinaba con el viento y cambiaba de bando con suma
rapidez. En una ocasión, el muchacho lo tuvo que sacar por los tejados para que
no le rebanaran el cuello.
Fueron sonadas las fiestas que daba su señor
padre en Cuzco, cuando fue nombrado Justicia Mayor y Corregidor. En las tales, habidas
en la casona que da a la plaza Cusipata, conoció el muchacho a los Pizarro (Gonzalo
y Hernando) y a bastantes aventureros y buscadores de fortuna. Sin embargo,
contando Gómez con unos doce años, su padre toma esposa legal –que no es su
madre Isabel Chimpu Ocllo--, sino una española respetable, Luisa Martel de los
Ríos. El Inca escribe, entonces, con amargura: “Pocos ha habido en el Perú
que se hayan casado con indias para legitimar los hijos naturales y que ellos
heredasen”. A falta de ese gesto, se casan con señoras y tienen por criados
y esclavos a los bastardos.
En 1559, fallece don Sebastián, y la viuda
legal, para quitarse al Inca de en medio, prepara su viaje a la metrópoli. Con
veinte años, el Inca es enviado a España, a Montilla, donde vivía su tío Alonso
de Vargas. Si uno ve un plano alzado de Montilla del siglo XVII, estaba lleno
de conventos y ermitas. En casa de Vargas, lee copiosamente a los humanistas.
De algún modo, que no sabemos, se especializó en el dominio del italiano
literario. Este hecho le llevó a traducir con enorme solvencia y habilidad los Diálogos,
en 1590. En España se le nombraba, simplemente, el Inca. Felipe II comentaba la
osadía grande del cuzqueño de verter con primor al castellano una obra escrita
en una lengua que tampoco era la suya propia.
En 1605, el Inca homenajea en Lisboa, con
nuevo libro, a Hernando de Soto y su expedición a La Florida. En 1609, edita en
Lisboa también la primera parte de los Comentarios Reales, extensa
reverencia y literario testimonio de su principesca estirpe incaica y del
pasado y tradiciones y costumbres del Perú. El elevado proyecto sería
completado con Historia general del Perú, que apareció póstumamente. El
Inca nos habla de los caudillos orejones, cómo a maravilla se perforaban y
dilataban sobremanera el lóbulo de la oreja por razones estéticas. Nos dice que
los incas llamaban “illana” (‘hija del trueno’) al arcabuz, al que tenían por
émulo del bramido de la tormenta, de la rapidez del rayo y del resplandor del
relámpago. Personajes como él eran la llave y bisagra al misterio de una
cultura ancestral.
El Inca se consideraba un mestizo y a mucha
honra, pues fueron los españoles quienes procrearon con las indias; los padres
llamaban “mestizos” a sus vástagos, y en loor a este criterio, “por nuestros
padres y por su significación –dice-- me lo llamo yo a boca llena, y me
honro con él”. En cierto modo, el Inca se desnaturalizó de los suyos,
asentándose en suelo español, escribiendo en castellano y traduciendo del
italiano. Pudo en él más el lado de su padre que el de su madre. El Inca se
refinó: no quiso ser peruano, pero tampoco español del todo, pues su meta era
la Italia de Marsilio Ficino, de orden palaciego, pulida por Petrarca y
Boccaccio. El Inca leía con placidez a estos dos escritores. Soñaba, tal vez,
con Garcilaso, su pariente. Con El Cortesano de Castiglione, que Boscán
dio a conocer. No obstante, nunca olvidó
América, ni su tierra, el Tawantinsuyu, y a ella consagró, escindido, lo mejor
de su escritura.
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Miguel de Cervantes: de la vida al mito (1616-2016) conmemora,
también, los cuatrocientos años de la desaparición del mejor escritor español, enterrado
un 23 de abril, pero seguramente muerto un día antes. La muestra se estructura
en tres secciones, dedicadas al hombre (noticias historiográficas
corroboradas), al personaje (su retrato en palabras y sus recreaciones
artísticas) y al mito (la andadura de su obra quijotesca en otros países,
Inglaterra, Francia, y su repercusión en el Romanticismo y el 98).
El hombre. Se puede ver, por primera vez fuera del Ayuntamiento de Alcalá, el
libro de bautizos de la parroquia de Santa María. En ella, un nueve de
octubre de 1547, fue bautizado Miguel de Cervantes Saavedra. Esta iglesia fue
quemada al comienzo de la Guerra Civil, en julio de 1936. Su párroco, D. César
Manero Zaro, distrajo a tiempo el valioso libro y, temiendo lo peor, lo entregó
a su buen amigo Juan Raboso San Emeterio, tabernero. Manero Zaro fue fusilado
por republicanos extremistas en agosto de 1936. Juan Raboso decidió pedir ayuda
a un vecino, fontanero, para ocultar el libro de bautizos. Entre ambos lo
metieron en una caja de hojalata de galletas María, soldaron la tapa, y
la tiraron a un pozo propiedad de Juan. Allí estuvo tres años. Cuando fue
recuperada, en bastante buen estado, se sacó el libro y se llevó al
Consistorio.[Izquierda Unida, en tardío desagravio a quienes fueron héroes
–empezando por el párroco asesinado—propuso, en enero de 2015, dedicar una
calle y una placa conmemorativa a los mismos.]
Se exhiben firmas originales y apócrifas del
autor del Quijote, teniendo en cuenta que no se han localizado los textos
manuscritos de sus obras literarias, y que sus autógrafos corresponden a su
oficio de comisario de abastos y a la petición de licencia de publicación.
Se recuerda la acción gloriosa de Cervantes en
Lepanto, su cautiverio de cinco años en Argel, su rogatoria (infructuosa) de
alguna plaza de funcionario en Indias, y su intento de ser dueño de la comedia,
frustrado por el mejor talento para ello de Lope de Vega Carpio, a veces amigo,
a veces enemigo de Miguel. En Madrid, Cervantes era muy conocido como hábil
autor de romances y sonetos. Fama que debió de resonar hasta 1835, cuando se
inaugura su estatua frente al Congreso de los Diputados, obra de Antonio Solá.
Esta escultura, con Cervantes lozano y de pie, portando un rollo en la mano,
estaba rodeada de una verja. Al pasar, los castizos solían llamarla la “jaula
del jilguero”, es decir, de alguien que canta, un poeta romancista como don
Miguel.
Quien canta, sus males espanta. El dicho y los
hechos no parecieron ir de la mano en el caso del manco de Lepanto. Ignorada su
heroicidad, no compensados los años de cautiverio, deshonradas una a una sus
hermanas, acusado de desfalco por la justicia real (en realidad, por quiebra
del banco en que guardaba el dinero recaudado el escritor), encarcelado varias
veces, y desdeñado por los empresarios teatrales, Miguel de Cervantes pareció
tener que gastar la paciencia del santo Job. Le llegó el éxito por el camino de
la novela: La Galatea. Sobre todo, por el Quijote, cuya primera
parte se ponía a la venta el 20 de diciembre de 1604. Ese libro cien veces
prestado y manoseado, que habla de la imaginación como remedio para el fracaso.
El bálsamo de fierabrás para un autor no ya joven, ninguneado en la corte y
fuera de ella. De 1613 son las doce Novelas ejemplares, modelitos de
relato idealizado al gusto italianizante. De 1615, la segunda parte del Quijote
(ya armado caballero) y las Ocho comedias y ocho entremeses nunca
representados. La espina en la planta del pie. Si Cervantes no ha podido
verlos sobre las tablas, que al menos llenen un plato de cocido como sopa de
letras. Póstuma será la llegada y difusión de la querida por su autor, la aventura
bizantina Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617). Obras hay de
Cervantes que se han salvado por chiripa; porque algún oportuno cauto copió el
manuscrito, como sucedió con La Numancia, o que recogió en otra obra
laudatoria tal o cual soneto conmemorativo.
Nada informa la muestra del fiasco de la
búsqueda de los restos de Cervantes, reducido al final a una caldereta de
pequeñas piezas de diecisiete esqueletos diferentes.
Nada apunta sobre el otro Miguel de Cervantes
Saavedra, el bautizado en Santa María la Mayor de Alcázar de San Juan (Ciudad
Real) el 9 de noviembre de 1558, hijo de Blas de Cervantes Sabedra y Catalina
López. El Cervantes apócrifo.
Nada conjetura sobre por qué Hasán Bajá
perdonó la vida varias veces al intrépido cautivo, cuando era traicionado y
señalado como cabecilla de las fugas. ¿Por su buen talante y educación? ¿Por su
carácter distinguido pero afable? ¿Por su presunto y valioso alto abolengo?
¿Por la homosexualidad del cadí? Hay muchos misterios en la vida de Cervantes,
como, generalmente, en todo lo que no se quiere contar.
El personaje. Cervantes se retrata verbalmente a sí mismo en el
prólogo a las Novelas ejemplares. A partir de ahí, los pintores y
escultores han tratado de reconstruir su rostro, sus rasgos, tal y como él los
describió: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño,
frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien
proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro,
los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos,
porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no
tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni
grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de
espaldas, y no muy ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de La
Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso,...
Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra."
Esa semblanza de sí mismo inspiró muchos
retratos. Se piensa que el que pudo partir del modelo original pudo ser el
atribuido a Juan de Jáuregui, que avizora el salón de plenos de la Real
Academia Española de la Lengua, tal vez de hacia 1600. Prolegómeno de otros
muchos, grabados hechos durante los siglos XVIII y XIX para la reedición de sus
obras: Kent y Vertue (1738), Del Castillo y Carmona (1780), Ferro y Selma
(1791), Lane (1824), Geoffroy (1841), Nanteuil (1844), Madrazo (1859), Leslie y
Danforth (1876), Barneto (1877), Maura (1879), Cano (1888), Machado (1900), etc.
El mito. La obra cumbre del novelista, el Quijote, imitado por los escritores
ingleses: Henry Fielding (The History of Tom Jones, a Foundling. 1749), Charlotte Lennox (The Female Quixote. 1752), Laurence Sterne
(The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman. 1759-1767), etc.
El Quijote, héroe romántico en pos de lo imposible. El Quijote como
idiosincrasia del alma española, a comienzos del siglo XX. El Quijote y Cervantes, inspiradores de
partituras, como El huésped del sevillano (1926), zarzuela de Jacinto
Guerrero, donde se incluye a don Miguel como personaje. Toma a una moza de
mesón por una gran señora disfrazada. Este error lo llevará a escribir su
novela La ilustre fregona.
El Quijote y sus personajes inmortalizados en
el monumento a Cervantes en la Plaza de España de Madrid, gigantesco homenaje
iniciado en 1925, inaugurado en 1929, y concluido en 1960, debido a los
arquitectos Rafael Martínez Zapatero y Pedro Muguruza, y al escultor Lorenzo
Coullaut Valera.
Completan la exposición una serie de aforismos
proyectados, sacados de las obras de Cervantes.
Falta en la muestra una aproximación a
Cervantes y don Quijote en el cine. Porque, como acertadamente se señala en la
película de Rafael Gil, de 1947, la muerte de Alonso Quijano no fue el fin,
sino el principio.
© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2016.
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