“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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sábado, 20 de febrero de 2016

Una soprano reunió a Mozart y Salieri.


Viena, 1785. W. Amadeus Mozart compone, con libreto de Lorenzo Da Ponte, Las bodas de Fígaro. La ópera se finaliza en octubre. Mozart la quiere estrenar cuanto antes, pues se sabe que Antonio Salieri y los suyos preparan otra gran pieza vocal. Sin embargo, el genio no cuenta con el beneplácito de algunos intérpretes, y la moralidad de la obra queda también en entredicho. En fin, los ensayos ocupan abril de 1786, y se espera levantar el telón, ante el emperador José II, el día 28. Su majestad ha escuchado pasajes de la partitura que le han agradado. Pero el estreno no se puede producir hasta el 1 de mayo. Aunque hay arias celebradas (que luego silban cocheros y taberneros), el conjunto no convence a muchos espectadores, que consideran la trama aburrida. En resumidas cuentas, solo se dan nueve representaciones de Las bodas, y Mozart queda cada vez más desengañado de la corte vienesa. Él esperaba ese rotundo éxito que le llevara a la apoteosis y le asegurara financiación.
Amadeus anda escaso de dinero. La casa donde vive alquilado le cuesta 450 florines. Es mucho, si no se tienen ingresos fijos y generosos. Ese vivir a lo grande exaspera al padre de Mozart, Leopoldo. Sin embargo, han entrado los dos en la francmasonería, a la que igualmente será convocado Joseph Haydn, músico que estrecha su amistad con Mozart. El emperador quiere vigilar de cerca a los masones, lo mismo que a los Iluminados y Rosacruces. Pero es liberal, y no desea prohibir ninguna de esas organizaciones secretas. Si acaso, sí reagruparlas, para que no proliferen en exceso. Pertenecer a la masonería enorgullece a Amadeus, que a sus treinta y un años espera sacar beneficios de ello. Las rencillas con su padre, no obstante, no se suavizan, pese a pertenecer los dos a la sociedad secreta.

En su casa, Mozart se entretiene con sus amigos jugando al billar y a los bolos. Es un enamorado de las partidas de bolos. Así mismo, se pierde de noche en fiestas de carnaval, y seduce a varias artistas, cantantes en su mayoría. A su esposa Constanza la engaña con descaro absoluto. Para sobrevivir cuando no le llegan encargos prometedores, se resigna a recibir a alumnos. Traba amistad importante con un grupo de músicos ingleses que querían pulir su estilo en Viena. Entre ellos está una joven soprano, la cual tiene esa desdicha ingrata de perder la voz por un tiempo. Es Nancy (Anna Selina) Storace, a quien Mozart visita varias veces en su casa, y donde interpreta sus Cuartetos a Haydn, en loor a su admirado amigo y maestro. Nancy había perdido la voz el 1 de junio de 1785, al interpretar una ópera de su hermano Estéfano Storace, Los esposos malavenidos (Gli sposi malcontenti).

Tan encaprichado está Mozart con Nancy que piensa seguirla en un viaje por Inglaterra e Italia en 1786. Como tiene a Constanza y a sus dos hijos, no titubea en escribir a su padre a Salzburgo para que el abuelo se haga cargo allí de los pequeños, mientras él se marcha con su mujer, en realidad detrás de la Storace. Leopoldo le contesta que de eso nada. Sin embargo, él cuida y educa a su otro nieto, hijo de Nannerl, la aventajada hermana de Mozart.
Cuando Leopoldo casi está escribiendo su negativa de ejercer de niñero, el 15 de noviembre de 1786, con tan solo un mesecito de edad, fallece de garrotillo el bebé de Amadeus, Johann-Thomas. Es el segundo vástago que se le muere al genio. Naturalmente, esto termina de frustrar las esperanzas de cualquier escapada.

Nancy Storace debió de ser una cantante muy seductora, puesto que no solo interesó a Mozart, sino también a su archirrival, Antonio Salieri. A raíz de perder la voz y recuperarla, tras una cuidada convalecencia durante el verano de 1785, ambos músicos unieron su talento desigual para dedicarle una cantata, la K. 477 a. La letra la puso Da Ponte. Esta pequeña bagatela se creía completamente extraviada, hasta hace muy poco, cuando ha sido rescatada por el compositor y musicólogo germano Timo Jouko Herrmann. Herrmann la halló por casualidad, cuando consultaba por Internet los catálogos del Museo Checo de Música. Por lo visto, este centro conservaba una copia de “Por la recobrada salud de Ofelia”, el título de la pieza en honor de Nancy. Y viene atribuida a Mozart y Salieri, conjuntamente, además de a otro compositor desconocido, un tal Cornetti. Hay que puntualizar que la pieza se divide en tres partes, cada una realizada por un autor. Es decir, las idearon por separado, y luego fueron ensambladas para su interpretación conjunta. Como se hacen hoy los falsos duetos: cada cantante graba su voz por separado, y luego se ensambla con la de otro.

Es más que evidente que la Storace –que iba a interpretar a Susana en Las bodas de Fígaro--encandilaba a ambos músicos, y que estos decidieron convenir una corta tregua, enviando al editor su parte para esta cantata de reverencia. No olvidemos que Mozart y Salieri andaban reñidos por el estreno de sus óperas respectivas. Es más, Leopoldo Mozart habla de los intentos de extorsión y sabotaje contra su hijo Amadeus, por parte de Salieri y sus acólitos, en otra carta a su Nannerl, fechada el 18 de abril de 1786. Y atribuye estas intrigas al gran talento y virtuosismo que en Viena se reconocía a Mozart.

Lo bonito y curioso del caso es que la valía de una mujer, sus encantos personales y seguramente profesionales, sirvieron para que dos compositores olvidaran su enemistad durante unas horas –o unos días--. Y que no fue una Dalila, ni una Judith, sino una artista que impulsó la creatividad. Una bien entrañable anécdota –curiosa, infrecuente e irrepetible-- para la biografía de ambos músicos.
Desde luego, una historia agradecida y genuina para un buen dramaturgo. Dos hombres que se disputan la llama del talento, a los pies de una mujer con voz divina. Quizá haya autor que la escriba.
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Hay datos y detalles que corroboran la autenticidad plena de la partitura ahora recuperada:
1º. Aunque no se trata de una partitura manuscrita autógrafa, y está en el Museo de la Música de Praga solo desde la década de 1950, no desde su publicación en el siglo XVIII, la edición se anuncia en un periódico vienés de los años de Mozart, el Wienerblättchen. En este medio se recoge, el 26 de septiembre de 1785, que “Per la ricuperata salute di Offelia” es una canción de celebración, al estilo italiano, para pianoforte, con letra de Lorenzo Da Ponte y musicada por los tres maestros de capilla: Salieri, Mozart y Cornetti. La partitura –se añade—se puede adquirir en el establecimiento de la Compañía Artaria (Artaria Compagnie), en Michaelplatz. Está firmada con iniciales sobre la misma partitura, y no con nombres completos. Su editor, Giuseppe Nob. De Kurzbek, imprimió numerosos libretos de Da Ponte. Uno, en concreto, que se guarda en la Biblioteca del Congreso de Washington, un drama bufo en dos actos, Los malentendidos (Gli Equivoci), basado en una comedia de Shakespeare (La comedia de los errores), de 1787, con texto de Lorenzo Da Ponte y, ¡atención!, música de Estéfano Storace (Stefano Storace), inglés, que era el hermano mayor de Nancy (Ann) Storace.

“Ophelia” en griego significa ‘La que socorre a los demás’. Es el personaje de la hermana de Laertes en Hamlet, el drama maestro de W. Shakespeare. Ofelia pierde la razón por los desplantes de su amado príncipe Hamlet y muere ahogada. Hamlet, además, había dado muerte equivocadamente al padre de Ofelia, Polonio.
Es extraño que se haya escogido un personaje tan trágico para una canción festiva, una cantata.
2º. Interviene en la cantata, supuestamente, un tercer autor, hoy no identificado: Cornetti. “Cornetti”, en italiano, son las judías verdes, o bien un bollo: el cruasán. El Wiener Realzeitung del 18 de octubre de 1785, también menciona la cantata, producida por el Abad Da Ponte, y escribe Cornetti así, en cursivas. Este dato sugiere un seudónimo, no un apellido real. Se apunta a la posibilidad de un tal Alessandro Cornet. Pero es difícilmente aceptable que dos primeras figuras –Mozart y Salieri—admitieran a un tercero en concordia –apenas conocido—para firmar la cantata.
El cruasán fue creado por los pasteleros vieneses en 1683. Su forma de media luna quería evocar el asedio turco de la ciudad. De ese modo, al morder uno de estos Hörnchen –‘cuernecillos’--, a los vieneses les parecería estar comiéndose a los turcos, cuya bandera recogía una media luna.
Pero “cuernecillos” podría esconder, también, una connotación de índole marital: el marido burlado. ¿Podría ser Fígaro, el personaje de las bodas, quien se va a casar con Susana, una joven a quien pretende un noble, el Conde de Almaviva? Toda la obra se la pasa Susana, con ayuda de Fígaro y de la Condesa, intentando esquivar al pesado del Conde. Finalmente, lo consigue, con ingenio. Quizá se trate de un juego de espejos de Mozart: se inventa un tercer colaborador para su cantata, señalando a Fígaro, el prometido a quien se quiere burlar –el “Cuernecillos”--, en un momento en que él y Da Ponte preparaban Las bodas. Es plausible.

"Per la ricuperata salute di Offelia". 
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Esta partitura no debe llevarnos a creer que la rivalidad entre Mozart y Salieri haya sido un mito, puesto que el testimonio de Leopoldo es claro: teme las acciones de Salieri y sus partidarios contra el estreno de Las bodas de Fígaro.
De ahí a pensar que Salieri planificara la muerte de Mozart va un paso de gigante. Fue el escritor Alexander Pushkin el primero en presentar a Salieri como envenenador de Mozart, en un minúsculo drama teatral (Mozart y Salieri). Salieri se siente como un diletante de la creación musical, y no soporta la genialidad excelsa de Amadeus; decide acabar con él, para librar al mundo de tan aplastante talento.
El dramaturgo inglés Peter Levin Shaffer rescató la ucronía de Pushkin para escribir el drama Amadeus (1979). Salieri –harto de la omnipresencia musical de Mozart—determina envenenarlo.

1 comentario:

  1. BENJAMÍN MARTÍN RAMOS ESCRIBE:

    Si se dice que Goethe murió pidiendo “más luz”, cosa bastante lógica tratándose de un masón; se dice también que Mahler murió llamando a Mozart, y pronunciando su nombre: “Mozart, Mozart...”.
    Parece común entre los genios despedirse de este mundo con expresiones de alcance, tal vez siguiendo el pensamiento de Séneca que un morir digno justifica toda una vida.
    Mozart es mi músico predilecto. Fácilmente podría ampliar a diez o doce el número de los músicos que me entusiasman, pero el número 1 sería el autor de la obra signada en el catálogo Köchel como K477.
    Y no me refiero a la cantata sorprendentemente recién descubierta y apellidada con la letra “a”; sino a la breve y célebre pieza conocida como Música fúnebre masónica o Música para un funeral masónico, una maravilla más creada por el gran genio salzburgués, sin duda una de las más extraordinarias composiciones cortas en la historia de la música.
    Siempre me ha gustado Mozart. La impresión estética de su música, incluso en las composiciones profundas como el Réquiem, el concierto número 20 para piano, o la referida K477, es un fluir sonoro accesible, asequible y deleitante, nada falta y nada sobra en su bella completitud.
    Recuerdo que yendo un día al Auditorio Nacional, coincidí en el metro con un compañero de fila, que como yo llevamos más de dos décadas como abonados año tras año a las temporadas de “Orquestas y solistas del mundo” de Ibermúsica. Me dijo que Mozart y Bruckner eran sus preferidos. Cuando le indiqué que también lo era Mozart para mí, me contestó: Claro es que Mozart es un milagro.
    (21-02-2016)

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