Viena, 1785. W. Amadeus Mozart compone, con libreto de Lorenzo Da Ponte, Las bodas de Fígaro. La ópera se
finaliza en octubre. Mozart la quiere estrenar cuanto antes, pues se sabe que Antonio Salieri y los suyos preparan
otra gran pieza vocal. Sin embargo, el genio no cuenta con el beneplácito de
algunos intérpretes, y la moralidad de la obra queda también en entredicho. En
fin, los ensayos ocupan abril de 1786, y se espera levantar el telón, ante el emperador
José II, el día 28. Su majestad ha escuchado pasajes de la partitura que le han
agradado. Pero el estreno no se puede producir hasta el 1 de mayo. Aunque hay
arias celebradas (que luego silban cocheros y taberneros), el conjunto no
convence a muchos espectadores, que consideran la trama aburrida. En resumidas
cuentas, solo se dan nueve representaciones de Las bodas, y Mozart queda cada vez más desengañado de la corte
vienesa. Él esperaba ese rotundo éxito que le llevara a la apoteosis y le
asegurara financiación.
Amadeus anda escaso de dinero. La
casa donde vive alquilado le cuesta 450 florines. Es mucho, si no se tienen
ingresos fijos y generosos. Ese vivir a lo grande exaspera al padre de Mozart, Leopoldo. Sin embargo, han entrado los
dos en la francmasonería, a la que igualmente será convocado Joseph Haydn, músico que estrecha su
amistad con Mozart. El emperador quiere vigilar de cerca a los masones, lo
mismo que a los Iluminados y Rosacruces. Pero es liberal, y no desea prohibir
ninguna de esas organizaciones secretas. Si acaso, sí reagruparlas, para que no
proliferen en exceso. Pertenecer a la masonería enorgullece a Amadeus, que a
sus treinta y un años espera sacar beneficios de ello. Las rencillas con su
padre, no obstante, no se suavizan, pese a pertenecer los dos a la sociedad
secreta.
En su casa, Mozart se entretiene
con sus amigos jugando al billar y a los bolos. Es un enamorado de las partidas
de bolos. Así mismo, se pierde de noche en fiestas de carnaval, y seduce a
varias artistas, cantantes en su mayoría. A su esposa Constanza la engaña con
descaro absoluto. Para sobrevivir cuando no le llegan encargos prometedores, se
resigna a recibir a alumnos. Traba amistad importante con un grupo de músicos
ingleses que querían pulir su estilo en Viena. Entre ellos está una joven
soprano, la cual tiene esa desdicha ingrata de perder la voz por un tiempo. Es Nancy (Anna Selina) Storace, a quien
Mozart visita varias veces en su casa, y donde interpreta sus Cuartetos a Haydn, en loor a su admirado
amigo y maestro. Nancy había perdido la voz el 1 de junio de 1785, al
interpretar una ópera de su hermano Estéfano Storace, Los esposos malavenidos (Gli
sposi malcontenti).
Tan encaprichado está Mozart con
Nancy que piensa seguirla en un viaje por Inglaterra e Italia en 1786. Como
tiene a Constanza y a sus dos hijos, no titubea en escribir a su padre a
Salzburgo para que el abuelo se haga cargo allí de los pequeños, mientras él se
marcha con su mujer, en realidad detrás de la Storace. Leopoldo le contesta que
de eso nada. Sin embargo, él cuida y educa a su otro nieto, hijo de Nannerl, la
aventajada hermana de Mozart.
Cuando Leopoldo casi está
escribiendo su negativa de ejercer de niñero, el 15 de noviembre de 1786, con
tan solo un mesecito de edad, fallece de garrotillo el bebé de Amadeus,
Johann-Thomas. Es el segundo vástago que se le muere al genio. Naturalmente,
esto termina de frustrar las esperanzas de cualquier escapada.
Nancy Storace debió de ser una
cantante muy seductora, puesto que no solo interesó a Mozart, sino también a su
archirrival, Antonio Salieri. A raíz de perder la voz y recuperarla, tras una
cuidada convalecencia durante el verano de 1785, ambos músicos unieron su talento desigual para dedicarle una cantata,
la K. 477 a. La letra la puso Da Ponte. Esta pequeña bagatela se creía
completamente extraviada, hasta hace muy poco, cuando ha sido rescatada por el
compositor y musicólogo germano Timo
Jouko Herrmann. Herrmann la halló por casualidad, cuando consultaba por
Internet los catálogos del Museo Checo de Música. Por lo visto, este centro
conservaba una copia de “Por la recobrada salud de Ofelia”, el título de la
pieza en honor de Nancy. Y viene atribuida a Mozart y Salieri, conjuntamente,
además de a otro compositor desconocido, un tal Cornetti. Hay que puntualizar que la pieza se divide en tres partes, cada una
realizada por un autor. Es decir, las idearon por separado, y luego fueron
ensambladas para su interpretación conjunta. Como se hacen hoy los falsos
duetos: cada cantante graba su voz por separado, y luego se ensambla con la de
otro.
Es más que evidente que la
Storace –que iba a interpretar a Susana en Las
bodas de Fígaro--encandilaba a ambos músicos, y que estos decidieron convenir
una corta tregua, enviando al editor su parte para esta cantata de reverencia.
No olvidemos que Mozart y Salieri andaban reñidos por el estreno de sus óperas
respectivas. Es más, Leopoldo Mozart habla de los intentos de extorsión y
sabotaje contra su hijo Amadeus, por parte de Salieri y sus acólitos, en otra
carta a su Nannerl, fechada el 18 de abril de 1786. Y atribuye estas intrigas
al gran talento y virtuosismo que en Viena se reconocía a Mozart.
Lo bonito y curioso del caso es
que la valía de una mujer, sus encantos personales y seguramente profesionales,
sirvieron para que dos compositores olvidaran su enemistad durante unas horas
–o unos días--. Y que no fue una Dalila, ni una Judith, sino una artista que
impulsó la creatividad. Una bien entrañable anécdota –curiosa, infrecuente e
irrepetible-- para la biografía de ambos músicos.
Desde luego, una historia
agradecida y genuina para un buen dramaturgo. Dos hombres que se disputan la
llama del talento, a los pies de una mujer con voz divina. Quizá haya autor que
la escriba.
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Hay datos y detalles que corroboran la autenticidad plena de
la partitura ahora recuperada:
1º. Aunque no se trata de una
partitura manuscrita autógrafa, y está en el Museo de la Música de Praga solo desde
la década de 1950, no desde su publicación en el siglo XVIII, la edición se
anuncia en un periódico vienés de los años de Mozart, el Wienerblättchen. En este medio se recoge, el 26 de septiembre de
1785, que “Per la ricuperata salute di Offelia” es una canción de celebración,
al estilo italiano, para pianoforte, con letra de Lorenzo Da Ponte y musicada
por los tres maestros de capilla: Salieri, Mozart y Cornetti. La partitura –se añade—se puede adquirir en el
establecimiento de la Compañía Artaria (Artaria Compagnie), en Michaelplatz. Está
firmada con iniciales sobre la misma partitura, y no con nombres completos. Su
editor, Giuseppe Nob. De Kurzbek, imprimió
numerosos libretos de Da Ponte. Uno, en concreto, que se guarda en la
Biblioteca del Congreso de Washington, un drama bufo en dos actos, Los malentendidos (Gli Equivoci), basado en una comedia de Shakespeare (La comedia de los errores), de 1787, con
texto de Lorenzo Da Ponte y, ¡atención!, música de Estéfano Storace (Stefano
Storace), inglés, que era el hermano mayor de Nancy (Ann) Storace.
“Ophelia” en griego significa ‘La
que socorre a los demás’. Es el personaje de la hermana de Laertes en Hamlet, el drama maestro de W.
Shakespeare. Ofelia pierde la razón por los desplantes de su amado príncipe
Hamlet y muere ahogada. Hamlet, además, había dado muerte equivocadamente al
padre de Ofelia, Polonio.
Es extraño que se haya escogido
un personaje tan trágico para una canción festiva, una cantata.
2º. Interviene en la cantata,
supuestamente, un tercer autor, hoy no identificado: Cornetti. “Cornetti”, en italiano, son las judías verdes, o bien un
bollo: el cruasán. El Wiener Realzeitung
del 18 de octubre de 1785, también menciona la cantata, producida por el Abad
Da Ponte, y escribe Cornetti así, en
cursivas. Este dato sugiere un seudónimo, no un apellido real. Se apunta a la
posibilidad de un tal Alessandro Cornet. Pero es difícilmente aceptable que dos
primeras figuras –Mozart y Salieri—admitieran a un tercero en concordia –apenas
conocido—para firmar la cantata.
El cruasán fue creado por los
pasteleros vieneses en 1683. Su forma de media luna quería evocar el asedio
turco de la ciudad. De ese modo, al morder uno de estos Hörnchen –‘cuernecillos’--, a los vieneses les parecería estar
comiéndose a los turcos, cuya bandera recogía una media luna.
Pero “cuernecillos” podría
esconder, también, una connotación de índole marital: el marido burlado. ¿Podría
ser Fígaro, el personaje de las
bodas, quien se va a casar con Susana, una joven a quien pretende un noble, el
Conde de Almaviva? Toda la obra se la pasa Susana, con ayuda de Fígaro y de la
Condesa, intentando esquivar al pesado del Conde. Finalmente, lo consigue, con
ingenio. Quizá se trate de un juego de espejos de Mozart: se inventa un tercer
colaborador para su cantata, señalando a Fígaro, el prometido a quien se quiere
burlar –el “Cuernecillos”--, en un momento en que él y Da Ponte preparaban Las bodas. Es plausible.
Esta partitura no debe llevarnos a creer que la rivalidad entre Mozart
y Salieri haya sido un mito, puesto que el testimonio de Leopoldo es claro:
teme las acciones de Salieri y sus partidarios contra el estreno de Las bodas de Fígaro.
De ahí a pensar que Salieri
planificara la muerte de Mozart va un paso de gigante. Fue el escritor Alexander Pushkin el primero en
presentar a Salieri como envenenador de Mozart, en un minúsculo drama teatral (Mozart y Salieri). Salieri se siente
como un diletante de la creación musical, y no soporta la genialidad excelsa de
Amadeus; decide acabar con él, para librar al mundo de tan aplastante talento.
El dramaturgo inglés Peter Levin Shaffer rescató la ucronía
de Pushkin para escribir el drama Amadeus
(1979). Salieri –harto de la omnipresencia musical de Mozart—determina
envenenarlo.
© Antonio Ángel Usábel,
febrero de 2016.
BENJAMÍN MARTÍN RAMOS ESCRIBE:
ResponderEliminarSi se dice que Goethe murió pidiendo “más luz”, cosa bastante lógica tratándose de un masón; se dice también que Mahler murió llamando a Mozart, y pronunciando su nombre: “Mozart, Mozart...”.
Parece común entre los genios despedirse de este mundo con expresiones de alcance, tal vez siguiendo el pensamiento de Séneca que un morir digno justifica toda una vida.
Mozart es mi músico predilecto. Fácilmente podría ampliar a diez o doce el número de los músicos que me entusiasman, pero el número 1 sería el autor de la obra signada en el catálogo Köchel como K477.
Y no me refiero a la cantata sorprendentemente recién descubierta y apellidada con la letra “a”; sino a la breve y célebre pieza conocida como Música fúnebre masónica o Música para un funeral masónico, una maravilla más creada por el gran genio salzburgués, sin duda una de las más extraordinarias composiciones cortas en la historia de la música.
Siempre me ha gustado Mozart. La impresión estética de su música, incluso en las composiciones profundas como el Réquiem, el concierto número 20 para piano, o la referida K477, es un fluir sonoro accesible, asequible y deleitante, nada falta y nada sobra en su bella completitud.
Recuerdo que yendo un día al Auditorio Nacional, coincidí en el metro con un compañero de fila, que como yo llevamos más de dos décadas como abonados año tras año a las temporadas de “Orquestas y solistas del mundo” de Ibermúsica. Me dijo que Mozart y Bruckner eran sus preferidos. Cuando le indiqué que también lo era Mozart para mí, me contestó: Claro es que Mozart es un milagro.
(21-02-2016)