“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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sábado, 8 de abril de 2017

El reverso del espejo.


“Algunos muertos escriben poemas” (J. A. Pamies)
Diario nómada. 326 estaciones es el tercer poemario publicado por José Antonio Pamies (Alicante, 1981). Un libro muy entero y trabajado, sin una pizca de improvisación, que se alzó con el II Premio del Círculo de Bellas Artes de Palma de Mallorca «Homenaje a Miguel Ángel Velasco». La misma institución ha publicado el trabajo, en su colección “Minerva” (abril de 2014).
Pamies escapa a todo encasillamiento. La profundidad y extensión de su verso, la genialidad hermética contenida en cada poema, resultan indescriptibles y sí imprescindibles de saborear por cada lector en tranquilo silencio. En Pamies la poesía se vuelve especialmente un paisaje áulico, un lenguaje propio, oculto a los sentidos del idioma común. La lengua renace en su esfera poética, ajena a todo lirismo contenido. Pamies escribe de forma seca, metafórica, hipercontundente. No busca despertar emoción, sino que su voz, su palabra, viven por y para sí mismo. Su lector ha de ser obligatorio, entregado, pero no incondicional ni rendido a su estilo. No son los reflejos populares de García Lorca o de Miguel Hernández los que encontramos aquí, sino la hiedra muerta de Aleixandre, Altolaguirre o Concha Méndez. Incluso parecido juego especular de los dos últimos nombres: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar al espejo / sin porvenir de la muerte./ Allá van nuestros recuerdos/ mostrándonos lo que fuimos/ y para siempre seremos,/ cristal en que nuestras almas/ revivirán lo vivido/ en las prisiones del tiempo” (“Roca maternal. 1929”, en Las islas invitadas). “Sé que la muerte se esconde/ por detrás de los espejos./ Con ojos de agua nos mira/ cuando nos vemos en ellos.” (Poemas. Sombras y sueños, 1944). En Diario nómada: “Hay un cristal, hay un cristal de espejo/ donde siempre se refleja esta cara./ Narciso y Edipo me inyectan la sed,/ mataría por encontrar a Dorian.” “Es cierto, me hubiese gustado amarte/ una tarde cualquiera,/ cuando tu nombre fue Beatriz/ y Dante nos vestía de dios en el espejo.” “Porque eres, oh poesía, tristeza dichosa,/ candil prendido en el espejo…” “Contra la baranda del tiempo aúlla/ un espejo de sangre…” “Y ha de resurgir su blanca piel de escarcha/ en cada espejo sucio de la noche…” “La fiebre del insecto, el espejo de Eurídice...”
El espejo nos introduce en lo oculto, en el inframundo, en lo simulado del disfraz, en la réplica a toda coherencia y a cualquier lógica. Espejo es la respuesta a este mundo. Espejo es esta poesía en sí misma, creación de sensaciones personales, de gritos y susurros sin luz del día. El poeta –“trapecista de sueños”-- se enfrenta a Malasaña, el bosquejo de su existencia vagando sin temple: “porque la muerte tan solo interrumpe un despertar.” El creador es “herido por la luz del silencio/ en la tenue avenida con sabor a nadie” y donde la poesía “deja un rastro de vida”, quizá “el amargo brebaje de la historia”. Son los recovecos del barrio secreteres de tinta. “Todos castigan al que habla solo por las calles (…) No saben/ que ella ha puesto nombre a esta ciudad de enfermos,/ a este nicho de solitarios redomados.” La ciudad al caerse de la noche, desde la oscuridad, con las certezas de aurora, en tal tiempo apalancado por el deseo inconcreto, por el sueño de amor de los autores malditos enfebrecidos y ciegos de sobados sobornos:
“Cualquier tarde en Malasaña
una mujer te besa las ideas,
un poema se te escapa de los labios,
un amigo te alegra el corazón.
Y después, cuando la luz del día
se despide de los transeúntes,
un ensueño familiar
atraviesa el espejo de sus calles.
Donde el ahora es ley,
y el amor un infinito practicable.”
Amor a veces sarraceno, amor hostil, que clava sus “garras de fuego en las entrañas” con toda la opresión de la ausencia en el paisaje solitario del hombre. El hombre, condenado a vivir de noche, a soñar en lo opaco, a intentar gozar de espaldas a la claridad. La tiniebla de un “error desmemoriado/ que hunde su cabellera en el tiempo.” Cerca siempre, como gorras de bandidos, el concierto de ratas y la procesión de cucarachas para desmentir cualquier belleza, toda negación a lo que no sea un pronto olvido: “Noche herida de estivales cabellos/ bañados en satélites de luz,/ noche que deseas el amor y no cuerpos/ a ti te ofrezco el más solitario de mis cantos…”
De tanto en cuando, el eco adormecido de una acotación de Valle-Inclán:
“…Efímeras poses parlotean
sin dejar rastro, huella.
Los árboles susurran estupor,
desde algún territorio baldío
un perro ladra a la luna.”
El correlato objetivo, tan querido y mimado por T. S. Eliot y Jaime Gil de Biedma, se abre paso en algunos renglones de Pamies con la soltura de un patio de mugre y vecindad: “Aquel olor del polvo, húmeda tierra, cuando llovía. Perdido/ entre la huerta vaga mi corazón de nube.” “Vieja calle de Oporto/ donde aquel tranvía amarillo (…) va señalando los espacios huecos…” “Ya no hay nadie en la plaza/ donde jugábamos ayer/ los niños de la calle,/ un columpio se balancea solo/ en la memoria.”
Los dioses, más deshumanizados que nunca, desconocen la travesura del deseo, mientras el poeta baja hasta su encrucijada de destino y nos regala este inconmensurable soneto:
“Asombrado en silenciosas quimeras
que tejen sin descanso esta osadía
y repican con ahínco en las trincheras
de insobornables versos con manía.

Protegido por sabios y rameras
bajo hasta el puente, busco la amnistía
de tu boca en estaciones sinceras
y no hallo más que piel de policía.

Los hombres me apedrean con sus huesos,
busco refugio en la montaña norte,
planean vuestro fin amigos presos.

Os volarán la tapa de los sesos
por no untar de amor el pasaporte.
La resistencia nómada de besos.”
La poesía de José Antonio Pamies es primero suya, cierta, segura, pero misteriosamente se hace nuestra si penetramos en su espeso laberinto, para luego no encontrar la salida.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2017.
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José Antonio Pamies, Diario nómada. 326 estaciones, Círculo de Bellas Artes de Palma de Mallorca y Sloper, Palma de Mallorca, 2014, Colección “Minerva”, ISBN 978-84-942494-2-6

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