El fenómeno religioso siempre me
ha interesado. Como creyente seducido por el catolicismo, pero a menudo desde
una óptica ciertamente crítica, la historia de los papas, del Vaticano, y de la
Iglesia católica en general, han gozado de mi más vivo interés. Comencé siendo
seguidor del humanismo de Erich Fromm,
con su visión desmitificadora de las creencias dogmáticas (El dogma de
Cristo), continué profundizando en la interpretación que hacía Gonzalo Puente Ojea del Evangelio de
Marcos, y me empapé de las crónicas vaticanas tan esclarecedoras y sugestivas
de Juan Arias. A Paloma Gómez Borrero la seguí, sobre
todo, por televisión.
Maravilloso tríptico el formado por Arias, Puente Ojea y Gómez Borrero
en lo que al conocimiento del Estado Vaticano se refiere. En enero fallecía
Gonzalo Puente, quien fue embajador de España ante la Santa Sede entre 1985 y
1987, nombrado por Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Asuntos Exteriores
con Felipe González. Arias, a Dios gracias, todavía está en activo y sigue
publicando libros y escribiendo para El
País. Paloma Gómez Borrero, tan
eterna ante nuestra mirada como su querida Roma, nos ha dejado este viernes, 24
de marzo de 2017, a las ocho de la tarde. Enferma de un proceso hepático, ha
muerto al pie del cañón a los ochenta y dos años.
Nadie dominaba como ella los
entresijos, las entretelas del Vaticano. Próxima siempre a la curia, entraba y
salía con facilidad y llamaba a todas las puertas, donde era cálidamente
recibida. Con Juan Pablo II mantuvo una amistad especial. Le dedicó al menos
cuatro libros; lo acompañó en todos sus viajes. Y es que Paloma, lejos de ir
contra corriente, era más papista que el Papa. Hablaba con orgullo del Santo
Padre y del ministerio de la Iglesia romana. Nunca hubo atisbo de vena censora
en sus palabras, y sí esa familiaridad casera que distingue a uno de los
nuestros. Con Paloma, el Papa y sus monseñores podían tener la seguridad de un
buen predicamento.
Paloma Gómez era, además, una
extraordinaria prosista. Su estilo es directo y sencillo, y su escritura entra
y se lee con placer y sin ningún esfuerzo.
Ha sido la voz de TVE en Roma
durante más de una década, y su primera mujer corresponsal en el extranjero.
Una de esas figuras que llenan nuestra cotidianeidad y que instantáneamente
asociamos a un escenario o a un ámbito. Hace pocos días, a comienzos de
febrero, nos dejaba también otro comentarista irrepetible, José Luis Pérez de Arteaga, la voz por excelencia de los conciertos
de Año Nuevo, maravilloso timbre para visitar los compositores clásicos. Periodistas
que han formado parte de la piel de la reciente intrahistoria de España, que
nos han informado puntualmente como decanos de su oficio, y que serán difíciles
de olvidar.
© Antonio Ángel Usábel, marzo
de 2017.
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