“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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lunes, 10 de abril de 2017

La atrevida.


La veterana actriz Pilar Gómez recrea con ternura la vida de Doña Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 – Madrid, 1921) en Emilia, un montaje de Teatro del Barrio (C/ Zurita, 20, 28012 Madrid) cuya dramaturgia viene firmada por Anna R. Costa.
Se trata del supuesto diálogo que mantiene la escritora con los señores académicos, algunos colegas suyos, como Juan Valera, Leopoldo Alas “Clarín”, y, por supuesto, su admirado y loado Benito Pérez Galdós, con quien sostuvo un apasionado romance. Doña Emilia tiene vetado el ingreso en la Docta Casa, por su condición de mujer, de feminista y de naturalista, esto es, la tendencia narrativa preconizada desde Francia por el ateo Emilio Zola, que excluye de la conducta humana todo espiritualismo.
Pero lo cierto es que Doña Emilia fue una naturalista a medias: ella era católica, aunque no llevara muy católica y ejemplar vida, y nunca desdeñó la trascendencia del alma en el comportamiento de sus personajes. Su amado Galdós defendió el mismo espiritualismo en novelas como Misericordia o Nazarín, porque los españoles maman de una tradición ineludible, aunque no esté probado –según Don Benito—que el cristianismo funcione de verdad para arreglar el mundo, desfondado por los vendavales de la hipocresía moral y la ingratitud.
Mujer muy entera, fue Presidenta de la Sección Literaria del Ateneo de Madrid (1906), consejera de Instrucción Pública a instancia del pedagogo Francisco Giner de los Ríos, y catedrática de literaturas neolatinas en la Universidad Central (1916). En 1883, publicó La cuestión palpitante, una colección de artículos en defensa del Naturalismo que le costó su matrimonio. En ellos, sin embargo, tomaba como “perniciosa herejía” negar la libertad humana, es decir, el libre albedrío, que por su fe establecía por encima de cualquier directriz de signo positivista. Doña Emilia se apropió de cierta sordidez descriptiva y de la pintura de tipos embrutecidos de la Galicia profunda en Los pazos de Ulloa. En 1882, da a las prensas uno de sus relatos más interesantes y valiosos, La Tribuna, cuya decidida protagonista, Amparo, defiende los derechos laborales de sus compañeras, obreras en una fábrica de tabacos de Marineda (La Coruña). Es la primera novela española que se centra en el proletariado urbano, y la primera reivindicativa de los derechos sociales de las mujeres. No obstante, Amparo queda “inactivada” por las fuerzas del orden, por el militar del que se enamora, que la dejará preñada y sola a su suerte.
Consciente de no ser buena profeta en su tierra, Doña Emilia se fue distanciando cada vez más del Naturalismo, y entonó el acto de contrición en sus últimas arrancadas literarias: La Quimera (1905) –si el arte no colma tus aspiraciones, la religión sí--; La sirena negra (1908) –el salvado del nihilismo por la conversión--. En realidad, esta tendencia proclive al sacrosanto incienso ya había sido anunciada por obras anteriores, de inicios de 1890: Una cristiana y La prueba. Es, además, autora de una de las mejores biografías de San Francisco de Asís, editada en 1881, y alabada por el erudito cántabro Marcelino Menéndez Pelayo.
Intelectual, pues, contradictoria, no tan rebelde, desde luego, como la pinta este montaje de Anna R. Costa, que tiende a la idealización. Aunque su familia era liberal, su vena aristocrática hizo que la familia tuviera que exiliarse tras la Revolución de 1868, con estancias en Inglaterra, Italia, Alemania y Francia. Su vida pública, no obstante, no fue fácil, salpicada por los motes de “marimacho” y de meretriz, debido a sus bien aireados romances. Físicamente no era muy agraciada: padecía de sobrepeso y de estrabismo. La escritora estaba enemistada con “Clarín”, Pereda y Armando Palacio Valdés, quienes tildaron algunas de sus novelas de “pornográficas”. El perdón real le llegó en 1908, cuando Alfonso XIII la nombró condesa. Por otra parte, recibió otras altas distinciones, como la Orden de Damas Nobles de María Luisa y la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, que el Papa la concedió. No cejó, sin embargo, en su convencida lucha por los derechos de la mujer, publicando numerosos artículos e impartiendo conferencias. Su personalidad era muy alabada por intelectuales como Ramón Pérez de Ayala, Lázaro Galdiano y Miguel de Unamuno. Don Miguel debió a ella la publicación de En torno al casticismo en la revista “La España Moderna”. Nunca se reconcilió con su marido, el abogado José Quiroga y Pérez de Deza (fallecido en 1912), porque consideraba ella que el matrimonio y la actividad intelectual eran incompatibles. La castidad también. En la serie de televisión Blasco Ibáñez (1997), con guion y dirección del genial Luis García Berlanga, Doña Emilia (interpretada en este caso por Emma Penella) se beneficia literalmente a un joven Vicente, recién llegado a Madrid, en su despacho del Ateneo.
Cuando la familia Franco ocupó el Pazo de Meirás, que había sido residencia de la escritora, Doña Carmen Polo ordenó quemar numerosas cartas y documentos que allí se guardaban. Una sustancial pérdida para los investigadores de la Literatura, y un rancio tabú impuesto sobre su figura de mujer intelectual.
Destacamos el cariño que ha puesto Pilar Gómez para construir el personaje, con un marcado acento gallego. Su Emilia desborda simpatía, desenfado, e infunde lo que a veces falta: vitalidad. Una hora de representación intensa, durante la cual Pilar desnuda a Emilia y consigue la complicidad y empatía total del espectador hacia ella. Pilar, un talentazo de actriz.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2017.

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