La veterana actriz Pilar Gómez recrea con ternura la vida
de Doña Emilia Pardo Bazán (La
Coruña, 1851 – Madrid, 1921) en Emilia, un montaje de Teatro del Barrio (C/
Zurita, 20, 28012 Madrid) cuya dramaturgia viene firmada por Anna R. Costa.
Se trata del supuesto diálogo que
mantiene la escritora con los señores académicos, algunos colegas suyos, como
Juan Valera, Leopoldo Alas “Clarín”, y, por supuesto, su admirado y loado
Benito Pérez Galdós, con quien sostuvo un apasionado romance. Doña Emilia tiene
vetado el ingreso en la Docta Casa, por su condición de mujer, de feminista y
de naturalista, esto es, la tendencia narrativa preconizada desde Francia por
el ateo Emilio Zola, que excluye de la conducta humana todo espiritualismo.
Pero lo cierto es que Doña Emilia
fue una naturalista a medias: ella era católica, aunque no llevara muy católica
y ejemplar vida, y nunca desdeñó la trascendencia del alma en el comportamiento
de sus personajes. Su amado Galdós defendió el mismo espiritualismo en novelas
como Misericordia o Nazarín, porque los españoles maman de
una tradición ineludible, aunque no esté probado –según Don Benito—que el
cristianismo funcione de verdad para arreglar el mundo, desfondado por los
vendavales de la hipocresía moral y la ingratitud.
Mujer muy entera, fue Presidenta
de la Sección Literaria del Ateneo de Madrid (1906), consejera de Instrucción
Pública a instancia del pedagogo Francisco Giner de los Ríos, y catedrática de
literaturas neolatinas en la Universidad Central (1916). En 1883, publicó La cuestión palpitante, una colección de
artículos en defensa del Naturalismo que le costó su matrimonio. En ellos, sin
embargo, tomaba como “perniciosa herejía” negar la libertad humana, es decir,
el libre albedrío, que por su fe establecía por encima de cualquier directriz
de signo positivista. Doña Emilia se apropió de cierta sordidez descriptiva y
de la pintura de tipos embrutecidos de la Galicia profunda en Los pazos de Ulloa. En 1882, da a las
prensas uno de sus relatos más interesantes y valiosos, La Tribuna, cuya decidida protagonista, Amparo, defiende los
derechos laborales de sus compañeras, obreras en una fábrica de tabacos de
Marineda (La Coruña). Es la primera novela española que se centra en el
proletariado urbano, y la primera reivindicativa de los derechos sociales de
las mujeres. No obstante, Amparo queda “inactivada” por las fuerzas del orden,
por el militar del que se enamora, que la dejará preñada y sola a su suerte.
Consciente de no ser buena
profeta en su tierra, Doña Emilia se fue distanciando cada vez más del
Naturalismo, y entonó el acto de contrición en sus últimas arrancadas
literarias: La Quimera (1905) –si el
arte no colma tus aspiraciones, la religión sí--; La sirena negra (1908) –el salvado del nihilismo por la
conversión--. En realidad, esta tendencia proclive al sacrosanto incienso ya
había sido anunciada por obras anteriores, de inicios de 1890: Una cristiana y La prueba. Es, además, autora de una de las mejores biografías de
San Francisco de Asís, editada en 1881, y alabada por el erudito cántabro
Marcelino Menéndez Pelayo.
Intelectual, pues,
contradictoria, no tan rebelde, desde luego, como la pinta este montaje de Anna
R. Costa, que tiende a la idealización. Aunque su familia era liberal, su vena
aristocrática hizo que la familia tuviera que exiliarse tras la Revolución de
1868, con estancias en Inglaterra, Italia, Alemania y Francia. Su vida pública,
no obstante, no fue fácil, salpicada por los motes de “marimacho” y de
meretriz, debido a sus bien aireados romances. Físicamente no era muy agraciada: padecía de sobrepeso y de estrabismo. La escritora estaba enemistada
con “Clarín”, Pereda y Armando Palacio Valdés, quienes tildaron algunas de sus
novelas de “pornográficas”. El perdón real le llegó en 1908, cuando Alfonso
XIII la nombró condesa. Por otra parte, recibió otras altas distinciones, como
la Orden de Damas Nobles de María Luisa y la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice,
que el Papa la concedió. No cejó, sin embargo, en su convencida lucha por los
derechos de la mujer, publicando numerosos artículos e impartiendo
conferencias. Su personalidad era muy alabada por intelectuales como Ramón
Pérez de Ayala, Lázaro Galdiano y Miguel de Unamuno. Don Miguel debió a ella la
publicación de En torno al casticismo
en la revista “La España Moderna”. Nunca se reconcilió con su marido, el
abogado José Quiroga y Pérez de Deza (fallecido en 1912), porque consideraba
ella que el matrimonio y la actividad intelectual eran incompatibles. La
castidad también. En la serie de televisión Blasco
Ibáñez (1997), con guion y dirección del genial Luis García Berlanga, Doña
Emilia (interpretada en este caso por Emma Penella) se beneficia literalmente a
un joven Vicente, recién llegado a Madrid, en su despacho del Ateneo.
Cuando la familia Franco ocupó el
Pazo de Meirás, que había sido residencia de la escritora, Doña Carmen Polo
ordenó quemar numerosas cartas y documentos que allí se guardaban. Una
sustancial pérdida para los investigadores de la Literatura, y un rancio tabú
impuesto sobre su figura de mujer intelectual.
Destacamos el cariño que ha
puesto Pilar Gómez para construir el personaje, con un
marcado acento gallego. Su Emilia desborda simpatía, desenfado, e infunde lo
que a veces falta: vitalidad. Una hora de representación intensa, durante la
cual Pilar desnuda a Emilia y consigue la complicidad y empatía total del
espectador hacia ella. Pilar, un talentazo de actriz.
© Antonio Ángel Usábel, abril
de 2017.
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