Finaliza en estos días la
oportunidad de ver, en el Teatro Español
de Madrid, la magnífica adaptación de un Lope recuperado, la comedia urbana Mujeres y criados, cuatro
siglos desaparecida, y ahora rescatada del manuscrito 16915 de nuestra
Biblioteca Nacional. Se conserva en una copia del empresario teatral Pedro de Valdés, fechada en Barcelona,
el 8 de diciembre de 1631, día de Nuestra Señora de la Concepción. El
manuscrito fue propiedad del Duque de Osuna e Infantado. El tal Valdés
estrenaría la pieza en 1614 o 1615, pues pertenecía a su repertorio
documentado. En aquel tiempo, los “autores” de las comedias eran los
empresarios que las representaban, quienes simplemente compraban el texto
autógrafo original al poeta dramaturgo correspondiente. Lope vendía su
manuscrito al “autor”, cobraba una cantidad fija estipulada, y no se hacía
cargo de más. Los beneficios de explotación de la obra no le atañían, ni se
recibían derechos escenográficos o de impresión. Es así que, por doquier,
aparecían pirateadas sus comedias, por medio de copias no contrastadas, o bien
incluso plagiadas, fiadas a la mente de los avispados “memorillas”, que acudían
a los estrenos y eran versados en dictar luego la obra entera a un copista. Los
circunstanciales emolumentos obligaban a los comediógrafos a estar en
permanente activo, pues obra vendida, obra perdida.
El texto de Mujeres y criados se debe
a la caligrafía de Valdés, que se ve que, diecisiete años después del estreno,
seguía viendo sus posibilidades de éxito. Es una copia completa, de la cual se
hacían luego extractos de personajes que se les repartían a los actores. De
este modo, cada uno recibía solo su papel, con los finales de los parlamentos
ajenos; así se ahorraban costes y se evitaba el plagio fácil.
Pertenece a una etapa muy fértil
en la producción del Fénix. En 1613,
había escrito La dama boba y El perro del hortelano, para su actriz y
amante Jerónima de Burgos. En Mujeres y criados, como en El perro…
(verdadera joya y obra principal), aparece un secretario de nombre Teodoro. Son
los años también de Peribáñez y de Fuenteovejuna. Pero tiempos muy azarosos
en la vida de Lope, quien siempre pensó que un cielo en un infierno cabe. Como
escribe a su protector y cómplice amigo de francachelas, el Duque de Sessa, “sepa que en llegando a la verdad de ser
hombres, hay muchas partes en nosotros en que convenimos y aun con los
animales; que solo en lo esencial del alma, con los ángeles”. No se puede
hacer más humana confesión. Lope iba para cura, pero se tropezaron con él los
líos de faldas, y los hábitos –que no hacen al monje—tardaron en llegar.
En agosto de 1605, había conocido
el Fénix, en Madrid, a un
príncipe-diablo, don Luis Fernández de
Córdoba y Aragón, Duque de Sessa y de Baena y almirante de Nápoles. El
duque, joven, era un mujeriego empedernido aspirante a poeta. Admiraba el arte
e ingenio del Fénix, y le nombró su
secretario y confidente. Con él compartió los favores de algunas mujeres de la
farándula, como la cómica Jerónima, que iba con estrepitosa facilidad de la
alcoba del duque a la cama de Lope. Si Lope tenía algún nuevo amor oficial, el
duque le prestaba el coche, para pasearlo por Madrid. Los cargos de conciencia
del Fénix debieron de ser tales que,
el 12 de marzo de 1614, en Toledo, comienza su ordenación sacerdotal, que
completa el 29 de mayo en Madrid, al cantar su primera misa. Eso sí, en Toledo
se hospeda en casa de Jerónima, “la señora Gerarda”, madrina de su hijo Lope
Félix –bautizado en febrero de 1607, habido con Micaela Luján, actriz concubina
suya desde 1598--; ante su vista se
afeita el bigote y se hace la tonsura. Sin ninguna complicación, se había
acostado con Jerónima la noche pasada. Tampoco, sin asomo de problema, viene
siendo Familiar del Santo Oficio (o Inquisición) desde, por lo menos, 1608.
Contradicciones de un mundo en apariencia.
Sin embargo, Lope también vivió
los sinsabores de la drástica desgracia: con siete años de edad, se le muere su
querido hijo legítimo Carlos Félix, tenido con su sufrida esposa Juana Guardo,
quien a su vez se cansa de respirar el 13 de agosto de 1613, como consecuencia
del alumbramiento de una niña, Feliciana. En 1615, Lope se enamora de Marta de
Nevares Santoyo, casada con un hombre de negocios. Inicia tratos con ella, de
los cuales nace Antonia Clara el 12 de agosto de 1617. Se la bautiza el 26 del
mismo mes, en la parroquia de San Sebastián de Madrid, donde se la hace figurar
como hija, aún, del marido cornudo Roque Hernández de Ayala. Dicho Roque rapta
a la criatura de casa de su madre, y a saber la piedra de escándalo que hubiera
sido, si no le da por morirse al hombre hacia finales de 1618.
Marta se va a vivir con el
aventurero poeta, el más famoso y rentable de cuantos viven por aquí, y soporta
con resignación las burlas y veras de los contrarios a Lope. Luis de Góngora, tahúr narigudo, la
infama con estos encendidos elogios:
“Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles mona
y entre las sábanas marta;
agudeza tiene harta
lo que me advierten después,
que tu nombre del revés,
siendo Lope de la haz,
en haz del mundo y en paz
pelo desta Marta es.”
En 1628, Marta enferma
preocupantemente: comienza a perder la razón y la vista. Muere el 7 de abril de
1632. Dos años más tarde, en 1634, Lope se entera de la muerte de su hijo Lope
Félix, soldado de fortuna en Venezuela, donde había ido como pescador de
perlas. Antes, en 1622, otra hija de Lope, Marcela, se había ordenado monja,
para huir de la casa de su padre, y purgar los pecados de este. Por fin, el 27
de agosto de 1635, a las cinco y cuarto de la tarde, muere en su casa de
Francos el gran poeta y dramaturgo. El Duque de Sessa se encarga de comprarle
un nicho temporal en la cripta de la iglesia de San Sebastián. Entierro
multitudinario, uno de los más grandes que ha conocido Madrid (junto con los de
Benito Pérez Galdós y Enrique Tierno Galván). El de Sessa quiere levantarle un
señorial mausoleo. Pero él fallece, a su vez, en 1642, y sus herederos se
desentienden del destino de Lope. Los derechos del nicho fueron reclamados con
insistencia hasta 1654. Al no obtener respuesta, los clérigos sacaron los restos
del vate, de su compañera Marta, y del comediógrafo mexicano Juan Ruiz de
Alarcón –giboso enemigo del Fénix—y
los depositaron en un osario, donde quedan para nunca más saber.
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Pero volvamos a Mujeres
y criados, una de esas comedias de enredo donde Lope convierte en
triunfadora a la mujer (lo que siempre ha sido), dotándola de agudeza y
perspicacia sublimes, ensalzando a los hidalgos por encima de la aristocracia
principal, y defendiendo la idea de libertad frente a los grilletes de las
convenciones del Barroco. Aunque ya hemos comprobado –por la propia vida del Fénix—cuán poco se respetaban de facto esos usos sociales.
Como sucede en El perro del hortelano, es la dama quien
elige esposo. El Conde Próspero quiere cortejar a la bella Luciana, hija de un
honrado hidalgo de la villa y corte. Sospecha que la muchacha está prendada de
su secretario Teodoro, y para evitarse el rival, lo pretende enviar junto a un
sobrino suyo, para que lo distraiga y así quede el terreno libre. Comunicado
este plan por Teodoro a Luciana, la joven idea un ingenioso artificio para
truncar los deseos del Conde. Le pedirá que hable a su señor padre de cierto
huido que ha participado en un duelo, para tenerlo oculto en su casa, mientras
sana de sus heridas. De este modo, con la excusa de visitar al refugiado, podrá
Próspero ver en secreto a Luciana. Lo que no sospecha el Conde es que el
acogido es Teodoro, que de este modo no se ha ido, y está junto a su bella
Luciana.
Se acompaña la trama principal
con la secundaria de Violante –hermana de Luciana--, enamorada de Claridán,
gentilhombre lacayo del mismo Próspero, pero acosada por Don Pedro,
pretendiente escogido por el padre-guardián. Los requiebros cómicos e inocentes
del trío Inés-Lope-Martes completan la impostura del concierto.
El amor verdadero se impone a las
malas artes del pecado y la lujuria. Desde este punto de vista, el argumento es
moral. Próspero, cual Calisto, gozar desea de su Melibea, Luciana. El amor de
Teodoro –así como los de Claridán por Violante, y Lope por Inés—son de legítima
factura. Van derechos al matrimonio. Cuando esto queda probado, el Conde
desiste de su empeño –tenido como capricho pasajero—y autoriza y premia la
unión formal. El personaje secundario de Emiliano (viejo), padre de Don Pedro,
refrenda con su sentido común y su prudencia de hidalgo vetusto tan
clarividente desenlace. Se celebran las bodas, y todos contentos.
No se puede torcer lo que da
Naturaleza. Y la Madre dota a las mujeres de instinto, intuición e iniciativa
para elegir marido. Lo ejerce Casilda, casada con Peribáñez: “Más quiero yo a Peribáñez, / con su capa la
pardilla, / que no a vos, Comendador, / con la vuestra guarnecida.” A
menudo, en las comedias dramáticas de Lope, son los poderosos los que quieren
quebrantar esa inclinación genuina de la fémina hacia su hombre. Esos poderosos
creen que el dinero y la fuerza del mando y de la cuna todo lo mudan. Pero
están equivocados. Podrán emparejar a la mujer con quien no desea, que ella no
llegará a amarlo. Lo volvemos a ver en Fortunata, casada con Maximiliano Rubín,
cuando en realidad quiere a Juanito Santa Cruz, ese calavera tan a lo Lope
(salvo en la costumbre de ir abandonando a los hijos).
La obra presenta, al principio,
conceptos que pueden escapar al espectador de hoy: Florencio, padre de Luciana
y Violante, quiere que sus hijas “tomen el acero”. En efecto, el “dotor” ha
dictaminado cierta anemia en Luciana, y recomienda tomar el acero. Pero, ¿qué
es (o era) eso de “tomar el acero”? A primera vista, podría parecer unas clases
de esgrima, por aquello de llamar metonímicamente “el acero” a la espada. Pero
las mujeres no solían manejar la espada. No, se trata de un término médico, muy
popular en Madrid por aquel entonces, que se refería a beber cierta medicina
preparada con agua ferruginosa para combatir la “opilación”, es decir, el
estado anémico. Covarrubias atribuía este mal al poco ejercicio físico, y el
remedio, a Dioscórides. Las damas tomaban el acero a primera hora del día, e
inmediatamente tenían que salir a pasear durante dos horas, para que el preparado
hiciera mejor su cura. Pero Luciana y Violante, con la complicidad del criado
Lope, se las arreglan para tirar la medicina sin que el padre lo note. Era un
bebedizo que sabía muy mal. El propio Lope bautizó otra de sus comedias famosas
como El acero de Madrid (h. 1608).
Mujeres y criados es un
gran testimonio del talento irresistible e imperecedero de Lope. Con una
modesta escenificación –muy del Siglo de Oro--, y unas interpretaciones
brillantes y naturales, se nos devuelve toda la elegancia y el primor poético
de este clásico. Para no perdérselo, pues es de reconocer que nada aventaja –ni
iguala hoy—a nuestro Lope. La dirección ha corrido a cargo de Laurence Boswell y Rodrigo Arribas. La supervisión de la versificación ha sido de Jesús Fuente, quien da cuerpo también,
de forma muy convincente, al personaje de Florencio, el padre. Ana Villa es una tierna, pulcra
Luciana; Julio Hidalgo, un comedido
Teodoro; Pablo Vázquez, un
pretencioso, cínico Próspero; Jesús
Teyssiere, un engolado Don Pedro, casi más cercano a esos petimetres a la
violeta del XVIII; Lucía Quintana,
una firme, rotunda Violante; Javier
Collado, un Claridán muy galante; José
Ramón Iglesias, de lo más esmerado, un irónico “gracioso” Lope; Alejandra Mayo, una guapa y apetecible
Inés. Completan el elenco Mario Vedoya (Emiliano), Emilio Buale (Riselo), Jorge
Gurpegui (Martes). La adaptación viene de Rodrigo Arribas y Jesús Fuente, en
unión con Alejandro García-Reidy,
profesor de la Universidad de Siracusa (Nueva York), editor de la comedia en
RBA Gredos (2014).
El Teatro –con esmero, escrito
con mayúsculas—es el teatro de Lope de Vega, de Calderón, Tirso y Valle-Inclán.
Es el teatro de Lorca, que bebe en la luna y el bosque de El caballero de Olmedo. “Que
de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, la Flor de Olmedo…”
El Teatro poético enroscado en nuestra alma, que no pasará nunca y siempre nos
hará sentir el rito melódico de las alegrías y penas del corazón.
Unas muestras solo, para
terminar. Finalizando el acto I, Luciana y Teodoro se prometen amor casto y
fidelidad mientras llegan sus esponsales. Es una preciosa declaración en
romance, que dice así:
TEODORO:
Pues no es posible templarse
la
cólera de mis celos.
LUCIANA:
¿Pues qué te haré yo, Teodoro?
TEODORO:
Darme, pues me ves muriendo,
palabra
de aborrecer
al
Conde con juramento.
Di
que jamás le darás,
Luciana,
puerta en tu pecho;
que
rasgarás sus papeles;
que
no escucharás sus ruegos;
que
de sus ricos presentes
harás
burla y menosprecio;
dime
que tiene mal talle,
y
si quisieras hacer
comparación
de algún feo,
sea
con el Conde.
LUCIANA:
Basta.
[…]
Digo, Teodoro, que juro.
TEODORO:
Di por tus ojos.
LUCIANA:
Por ellos
de
a Próspero, tu señor,
aborrecer
con estremo,
de
no admitir papel suyo
y
de no escuchar sus ruegos;
de
despreciar sus regalos;
comparar
con él los feos,
y
decir mal de su talle.
¿Vendrás
almorzar con esto?
TEODORO:
Vendré a servirte animoso
y
de esa fe satisfecho,
por
la cual juro de amarte
mil
años después de muerto;
ser
tu esposo y conservar,
mientras
puedo merecerlo,
los
pensamientos más castos,
los
deseos más honestos;
de
no mirar hermosura
si
no fuere con desprecio,
ni
a gusto ajeno ninguno
levantar
el pensamiento.
Si
viere una frente hermosa
con
cabello rubio o negro,
diré
"todo aquesto es sombra
de
tu frente y tus cabellos”;
si
viere unos verdes ojos,
negros,
rasgados o enteros,
azules
zarcos o garzos,
diré
luego “todos estos
son
esclavos de Luciana,
que
son sus ojos más bellos.
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Lope suele introducir siempre en
sus obras algún soneto memorable, como sublime reflexión sentimental. He
aquí el que recita Don Pedro, despechado, al comienzo del acto III:
“Amor,
que nunca das lo que prometes
y
como niño pides lo que has dado,
que
no hay segura edad, que no hay estado
que
no turbes, derribes y inquietes.
Amor,
que no hay libranza que no acetes
y
al tiempo de pagarla ya has quebrado,
aunque
luego te rindes despreciado
y
siempre a los cobardes acometes.
Amor,
vestido de incostantes lunas,
hijo
de la esperanza y del desprecio,
necio
mil veces y discreto algunas,
¿quién
de discreto te ha de dar el precio,
pues
donde descansas más, más importunas?
Importunar
es condición de necio.”
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De veras, ahora más que nunca y siempre, Lope grande y
golfo.
© Antonio Ángel Usábel,
mayo de 2015.
Críticas prensa de "Mujeres y criados", comedia de Lope de Vega.Dossier Teatro Español de "Mujeres y criados", de Lope de Vega.