“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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domingo, 24 de mayo de 2015

Lope, grande y golfo.


Finaliza en estos días la oportunidad de ver, en el Teatro Español de Madrid, la magnífica adaptación de un Lope recuperado, la comedia urbana Mujeres y criados, cuatro siglos desaparecida, y ahora rescatada del manuscrito 16915 de nuestra Biblioteca Nacional. Se conserva en una copia del empresario teatral Pedro de Valdés, fechada en Barcelona, el 8 de diciembre de 1631, día de Nuestra Señora de la Concepción. El manuscrito fue propiedad del Duque de Osuna e Infantado. El tal Valdés estrenaría la pieza en 1614 o 1615, pues pertenecía a su repertorio documentado. En aquel tiempo, los “autores” de las comedias eran los empresarios que las representaban, quienes simplemente compraban el texto autógrafo original al poeta dramaturgo correspondiente. Lope vendía su manuscrito al “autor”, cobraba una cantidad fija estipulada, y no se hacía cargo de más. Los beneficios de explotación de la obra no le atañían, ni se recibían derechos escenográficos o de impresión. Es así que, por doquier, aparecían pirateadas sus comedias, por medio de copias no contrastadas, o bien incluso plagiadas, fiadas a la mente de los avispados “memorillas”, que acudían a los estrenos y eran versados en dictar luego la obra entera a un copista. Los circunstanciales emolumentos obligaban a los comediógrafos a estar en permanente activo, pues obra vendida, obra perdida.


El texto de Mujeres y criados se debe a la caligrafía de Valdés, que se ve que, diecisiete años después del estreno, seguía viendo sus posibilidades de éxito. Es una copia completa, de la cual se hacían luego extractos de personajes que se les repartían a los actores. De este modo, cada uno recibía solo su papel, con los finales de los parlamentos ajenos; así se ahorraban costes y se evitaba el plagio fácil.
Pertenece a una etapa muy fértil en la producción del Fénix. En 1613, había escrito La dama boba y El perro del hortelano, para su actriz y amante Jerónima de Burgos. En Mujeres y criados, como en El perro… (verdadera joya y obra principal), aparece un secretario de nombre Teodoro. Son los años también de Peribáñez y de Fuenteovejuna. Pero tiempos muy azarosos en la vida de Lope, quien siempre pensó que un cielo en un infierno cabe. Como escribe a su protector y cómplice amigo de francachelas, el Duque de Sessa, “sepa que en llegando a la verdad de ser hombres, hay muchas partes en nosotros en que convenimos y aun con los animales; que solo en lo esencial del alma, con los ángeles”. No se puede hacer más humana confesión. Lope iba para cura, pero se tropezaron con él los líos de faldas, y los hábitos –que no hacen al monje—tardaron en llegar.


En agosto de 1605, había conocido el Fénix, en Madrid, a un príncipe-diablo, don Luis Fernández de Córdoba y Aragón, Duque de Sessa y de Baena y almirante de Nápoles. El duque, joven, era un mujeriego empedernido aspirante a poeta. Admiraba el arte e ingenio del Fénix, y le nombró su secretario y confidente. Con él compartió los favores de algunas mujeres de la farándula, como la cómica Jerónima, que iba con estrepitosa facilidad de la alcoba del duque a la cama de Lope. Si Lope tenía algún nuevo amor oficial, el duque le prestaba el coche, para pasearlo por Madrid. Los cargos de conciencia del Fénix debieron de ser tales que, el 12 de marzo de 1614, en Toledo, comienza su ordenación sacerdotal, que completa el 29 de mayo en Madrid, al cantar su primera misa. Eso sí, en Toledo se hospeda en casa de Jerónima, “la señora Gerarda”, madrina de su hijo Lope Félix –bautizado en febrero de 1607, habido con Micaela Luján, actriz concubina suya desde 1598--;  ante su vista se afeita el bigote y se hace la tonsura. Sin ninguna complicación, se había acostado con Jerónima la noche pasada. Tampoco, sin asomo de problema, viene siendo Familiar del Santo Oficio (o Inquisición) desde, por lo menos, 1608. Contradicciones de un mundo en apariencia.
Sin embargo, Lope también vivió los sinsabores de la drástica desgracia: con siete años de edad, se le muere su querido hijo legítimo Carlos Félix, tenido con su sufrida esposa Juana Guardo, quien a su vez se cansa de respirar el 13 de agosto de 1613, como consecuencia del alumbramiento de una niña, Feliciana. En 1615, Lope se enamora de Marta de Nevares Santoyo, casada con un hombre de negocios. Inicia tratos con ella, de los cuales nace Antonia Clara el 12 de agosto de 1617. Se la bautiza el 26 del mismo mes, en la parroquia de San Sebastián de Madrid, donde se la hace figurar como hija, aún, del marido cornudo Roque Hernández de Ayala. Dicho Roque rapta a la criatura de casa de su madre, y a saber la piedra de escándalo que hubiera sido, si no le da por morirse al hombre hacia finales de 1618.
Marta se va a vivir con el aventurero poeta, el más famoso y rentable de cuantos viven por aquí, y soporta con resignación las burlas y veras de los contrarios a Lope. Luis de Góngora, tahúr narigudo, la infama con estos encendidos elogios:
“Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles mona
y entre las sábanas marta;
agudeza tiene harta
lo que me advierten después,
que tu nombre del revés,
siendo Lope de la haz,
en haz del mundo y en paz
pelo desta Marta es.”
En 1628, Marta enferma preocupantemente: comienza a perder la razón y la vista. Muere el 7 de abril de 1632. Dos años más tarde, en 1634, Lope se entera de la muerte de su hijo Lope Félix, soldado de fortuna en Venezuela, donde había ido como pescador de perlas. Antes, en 1622, otra hija de Lope, Marcela, se había ordenado monja, para huir de la casa de su padre, y purgar los pecados de este. Por fin, el 27 de agosto de 1635, a las cinco y cuarto de la tarde, muere en su casa de Francos el gran poeta y dramaturgo. El Duque de Sessa se encarga de comprarle un nicho temporal en la cripta de la iglesia de San Sebastián. Entierro multitudinario, uno de los más grandes que ha conocido Madrid (junto con los de Benito Pérez Galdós y Enrique Tierno Galván). El de Sessa quiere levantarle un señorial mausoleo. Pero él fallece, a su vez, en 1642, y sus herederos se desentienden del destino de Lope. Los derechos del nicho fueron reclamados con insistencia hasta 1654. Al no obtener respuesta, los clérigos sacaron los restos del vate, de su compañera Marta, y del comediógrafo mexicano Juan Ruiz de Alarcón –giboso enemigo del Fénix—y los depositaron en un osario, donde quedan para nunca más saber.
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Pero volvamos a Mujeres y criados, una de esas comedias de enredo donde Lope convierte en triunfadora a la mujer (lo que siempre ha sido), dotándola de agudeza y perspicacia sublimes, ensalzando a los hidalgos por encima de la aristocracia principal, y defendiendo la idea de libertad frente a los grilletes de las convenciones del Barroco. Aunque ya hemos comprobado –por la propia vida del Fénix—cuán poco se respetaban de facto esos usos sociales.


Como sucede en El perro del hortelano, es la dama quien elige esposo. El Conde Próspero quiere cortejar a la bella Luciana, hija de un honrado hidalgo de la villa y corte. Sospecha que la muchacha está prendada de su secretario Teodoro, y para evitarse el rival, lo pretende enviar junto a un sobrino suyo, para que lo distraiga y así quede el terreno libre. Comunicado este plan por Teodoro a Luciana, la joven idea un ingenioso artificio para truncar los deseos del Conde. Le pedirá que hable a su señor padre de cierto huido que ha participado en un duelo, para tenerlo oculto en su casa, mientras sana de sus heridas. De este modo, con la excusa de visitar al refugiado, podrá Próspero ver en secreto a Luciana. Lo que no sospecha el Conde es que el acogido es Teodoro, que de este modo no se ha ido, y está junto a su bella Luciana.
Se acompaña la trama principal con la secundaria de Violante –hermana de Luciana--, enamorada de Claridán, gentilhombre lacayo del mismo Próspero, pero acosada por Don Pedro, pretendiente escogido por el padre-guardián. Los requiebros cómicos e inocentes del trío Inés-Lope-Martes completan la impostura del concierto.
El amor verdadero se impone a las malas artes del pecado y la lujuria. Desde este punto de vista, el argumento es moral. Próspero, cual Calisto, gozar desea de su Melibea, Luciana. El amor de Teodoro –así como los de Claridán por Violante, y Lope por Inés—son de legítima factura. Van derechos al matrimonio. Cuando esto queda probado, el Conde desiste de su empeño –tenido como capricho pasajero—y autoriza y premia la unión formal. El personaje secundario de Emiliano (viejo), padre de Don Pedro, refrenda con su sentido común y su prudencia de hidalgo vetusto tan clarividente desenlace. Se celebran las bodas, y todos contentos.
No se puede torcer lo que da Naturaleza. Y la Madre dota a las mujeres de instinto, intuición e iniciativa para elegir marido. Lo ejerce Casilda, casada con Peribáñez: “Más quiero yo a Peribáñez, / con su capa la pardilla, / que no a vos, Comendador, / con la vuestra guarnecida.” A menudo, en las comedias dramáticas de Lope, son los poderosos los que quieren quebrantar esa inclinación genuina de la fémina hacia su hombre. Esos poderosos creen que el dinero y la fuerza del mando y de la cuna todo lo mudan. Pero están equivocados. Podrán emparejar a la mujer con quien no desea, que ella no llegará a amarlo. Lo volvemos a ver en Fortunata, casada con Maximiliano Rubín, cuando en realidad quiere a Juanito Santa Cruz, ese calavera tan a lo Lope (salvo en la costumbre de ir abandonando a los hijos).


 La obra presenta, al principio, conceptos que pueden escapar al espectador de hoy: Florencio, padre de Luciana y Violante, quiere que sus hijas “tomen el acero”. En efecto, el “dotor” ha dictaminado cierta anemia en Luciana, y recomienda tomar el acero. Pero, ¿qué es (o era) eso de “tomar el acero”? A primera vista, podría parecer unas clases de esgrima, por aquello de llamar metonímicamente “el acero” a la espada. Pero las mujeres no solían manejar la espada. No, se trata de un término médico, muy popular en Madrid por aquel entonces, que se refería a beber cierta medicina preparada con agua ferruginosa para combatir la “opilación”, es decir, el estado anémico. Covarrubias atribuía este mal al poco ejercicio físico, y el remedio, a Dioscórides. Las damas tomaban el acero a primera hora del día, e inmediatamente tenían que salir a pasear durante dos horas, para que el preparado hiciera mejor su cura. Pero Luciana y Violante, con la complicidad del criado Lope, se las arreglan para tirar la medicina sin que el padre lo note. Era un bebedizo que sabía muy mal. El propio Lope bautizó otra de sus comedias famosas como El acero de Madrid (h. 1608).

Mujeres y criados es un gran testimonio del talento irresistible e imperecedero de Lope. Con una modesta escenificación –muy del Siglo de Oro--, y unas interpretaciones brillantes y naturales, se nos devuelve toda la elegancia y el primor poético de este clásico. Para no perdérselo, pues es de reconocer que nada aventaja –ni iguala hoy—a nuestro Lope. La dirección ha corrido a cargo de Laurence Boswell y Rodrigo Arribas. La supervisión de la versificación ha sido de Jesús Fuente, quien da cuerpo también, de forma muy convincente, al personaje de Florencio, el padre. Ana Villa es una tierna, pulcra Luciana; Julio Hidalgo, un comedido Teodoro; Pablo Vázquez, un pretencioso, cínico Próspero; Jesús Teyssiere, un engolado Don Pedro, casi más cercano a esos petimetres a la violeta del XVIII; Lucía Quintana, una firme, rotunda Violante; Javier Collado, un Claridán muy galante; José Ramón Iglesias, de lo más esmerado, un irónico “gracioso” Lope; Alejandra Mayo, una guapa y apetecible Inés. Completan el elenco Mario Vedoya (Emiliano), Emilio Buale (Riselo), Jorge Gurpegui (Martes). La adaptación viene de Rodrigo Arribas y Jesús Fuente, en unión con Alejandro García-Reidy, profesor de la Universidad de Siracusa (Nueva York), editor de la comedia en RBA Gredos (2014).
El Teatro –con esmero, escrito con mayúsculas—es el teatro de Lope de Vega, de Calderón, Tirso y Valle-Inclán. Es el teatro de Lorca, que bebe en la luna y el bosque de El caballero de Olmedo. “Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, la Flor de Olmedo…” El Teatro poético enroscado en nuestra alma, que no pasará nunca y siempre nos hará sentir el rito melódico de las alegrías y penas del corazón.
Unas muestras solo, para terminar. Finalizando el acto I, Luciana y Teodoro se prometen amor casto y fidelidad mientras llegan sus esponsales. Es una preciosa declaración en romance, que dice así:
TEODORO: Pues no es posible templarse
la cólera de mis celos.
LUCIANA: ¿Pues qué te haré yo, Teodoro?
TEODORO: Darme, pues me ves muriendo,
palabra de aborrecer
al Conde con juramento.
Di que jamás le darás,
Luciana, puerta en tu pecho;
que rasgarás sus papeles;
que no escucharás sus ruegos;
que de sus ricos presentes
harás burla y menosprecio;
dime que tiene mal talle,
y si quisieras hacer
comparación de algún feo,
sea con el Conde.
LUCIANA: Basta.
[…] Digo, Teodoro, que juro.
TEODORO: Di por tus ojos.
LUCIANA: Por ellos
de a Próspero, tu señor,
aborrecer con estremo,
de no admitir papel suyo
y de no escuchar sus ruegos;
de despreciar sus regalos;
comparar con él los feos,
y decir mal de su talle.
¿Vendrás almorzar con esto?
TEODORO: Vendré a servirte animoso
y de esa fe satisfecho,
por la cual juro de amarte
mil años después de muerto;
ser tu esposo y conservar,
mientras puedo merecerlo,
los pensamientos más castos,
los deseos más honestos;
de no mirar hermosura
si no fuere con desprecio,
ni a gusto ajeno ninguno
levantar el pensamiento.
Si viere una frente hermosa
con cabello rubio o negro,
diré "todo aquesto es sombra
de tu frente y tus cabellos”;
si viere unos verdes ojos,
negros, rasgados o enteros,
azules zarcos o garzos,
diré luego “todos estos
son esclavos de Luciana,
que son sus ojos más bellos.
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Lope suele introducir siempre en sus obras algún soneto memorable, como sublime reflexión sentimental. He aquí el que recita Don Pedro, despechado, al comienzo del acto III:
“Amor, que nunca das lo que prometes
y como niño pides lo que has dado,
que no hay segura edad, que no hay estado
que no turbes, derribes y inquietes.
Amor, que no hay libranza que no acetes
y al tiempo de pagarla ya has quebrado,
aunque luego te rindes despreciado
y siempre a los cobardes acometes.
Amor, vestido de incostantes lunas,
hijo de la esperanza y del desprecio,
necio mil veces y discreto algunas,
¿quién de discreto te ha de dar el precio,
pues donde descansas más, más importunas?
Importunar es condición de necio.”
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De veras, ahora más que nunca y siempre, Lope grande y golfo.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de 2015.
Críticas prensa de "Mujeres y criados", comedia de Lope de Vega.
Dossier Teatro Español de "Mujeres y criados", de Lope de Vega.

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