Hoy he recibido por correo la
propaganda electoral y las papeletas de voto de los dos partidos mayoritarios.
Me he entretenido en abrirlo y observar su contenido. Leo la carta de Mariano Rajoy y leo verdades: “Hemos abordado juntos nuestro mayor reto en
décadas. Una crisis injusta golpeó nuestras vidas. Millones de españoles
perdieron su empleo. Familias afectadas y proyectos truncados nos hablaban a
las claras del daño de un país aparentemente condenado a la quiebra o al
rescate”. Sigue diciendo el actual presidente: “Han sido años muy difíciles (…) Hoy España ha cambiado, y este año aspira a ser el país que más crezca en
la Unión Europea. No es por casualidad: se debe a las decisiones adecuadas para
recuperar nuestro bienestar.” Y Rajoy reconoce: “Sé bien que la recuperación y la creación de empleo, tan visibles en
las cifras, no se sienten aún en cada casa…”
Efectivamente, cuando llegaron los Populares al poder, España estaba
al borde del rescate económico, quizá no tanto por la veleidosa gestión del
PSOE de Zapatero, como sí por los efectos de una crisis mundial, originada en
Estados Unidos, y debida a una larga cadena de préstamos irresponsables sin la
oportuna fianza. Nuestra prima de riesgo quedaba por las nubes. Desde entonces,
la política de recortes y de excesiva austeridad del PP ha conseguido evitar
que nuestro país se haya hundido en el abismo (como le ha sucedido, claramente,
a Grecia). Seguimos enganchados a Europa –eso sí, aniquilada nuestra minería,
nuestra cabaña ganadera, nuestra agricultura, nuestra industria y alta
metalurgia, nuestros astilleros, por obra y gracia de las concesiones de D.
Felipe González Márquez. Esto hace que difícilmente podamos aproximarnos a la
locomotora alemana, o a los primeros vagones de los estados del Norte. ¿Hay una
Europa de dos velocidades, una consagrada a la producción e innovación, y otra
sacrificada al sector turístico y de servicios? Sin duda. Por tal motivo, los
ingleses se muestran reticentes y hasta se plantean continuar en la Unión,
porque no quieren perder su identidad de potencia líder en el mundo.
De acuerdo con que se está
logrando cierta estabilidad económica. Pero a costa de ahogar a las familias
con la congelación de salarios, y aumentar la diferencia entre lo que se gana y
el coste de la vida. Si la gente no gana, no puede consumir; y si consume tal
vez lo honestamente comprensible, se endeuda. Cuando las empresas no facturan
pedidos, van a la quiebra, y el gobierno liberal lo contrarresta permitiendo la
precariedad en la contratación y las malas condiciones de los empleados. Así,
“salva” a las empresas por un tiempo más. Prolifera el trabajo en condiciones
esclavistas, donde hay sumisión y miedo a la protesta. Si no lo quieres así,
hay doscientos en la puerta esperando. Los jóvenes, o no cuentan con el
necesario aliciente para terminar sus estudios, o si lo hacen con brillantez, y
obtienen su flamante Grado, han de exiliarse a otros territorios para ganarse
un jornal digno con una continuidad y promoción garantizadas. Francamente, no
quisiera que mi hijo, que tiene ahora nueve años y es pequeño todavía, se viera
condenado a un exilio forzoso dentro de catorce o quince, porque en España no
hay posibilidades ni oportunidades dignas para él, siempre que haya demostrado
merecerse un buen empleo. Conozco gente joven –arquitectos, estomatólogos-- que
ha debido marchar a Holanda y a Chile para labrarse un futuro allí. Resulta que
estamos formando buenos titulados superiores para que, total, tengan luego que
partir fuera de la patria, como “chimbamberos”, ese neologismo despectivo que
se llega a aplicar al sudamericano sin fortuna que viene aquí, derivado de “Chimbambas”
o Quimbambas, es decir, en sitio lejano o fuera de todo mapa. En el supuesto de
que en España se alcanzara un soñado “estado del bienestar” (que no ha existido
hasta la fecha), sería a muy largo plazo, y a costa del sacrificio de varias
generaciones jóvenes. Cada vez que miro,
me doy cuenta de cuán parecida es esta sociedad a la reflejada por la Vida de Lazarillo de Tormes (1554): los
jóvenes desempleados, puestos a servir a un patrón mezquino, o mendigando honra
y honor a través de un discreto oficio estatal por oposición. Recordemos ese
pasaje de nuestra mejor literatura heterodoxa: “Y pensando en qué modo de vivir haría mi asiento, por tener descanso y
ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera
provechosa. Y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y
fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que
fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le tienen.”
(Tratado Séptimo) Es con ayuda de las amistades y de cierta mano influyente
como Lázaro procura su reposo, presente y futuro, haciéndose pregonero de
sentencias. Amigos hay que tener hasta en el infierno. Nuestro pasado histórico
llama, así, con esa sencillez e ingenuidad, a la puerta de nuestras peores
pesadillas de hoy. Y no aprendemos.
Cuando los populares –u otro partido con empeño—consigan lograr, en esas décadas prodigiosas, la bonanza prometida, ¿repartirán, serán más justos con los que las han pasado canutas? ¿O será esto, por el contrario, un sinvivir perenne con el cinturón apretado y comiendo lo que han dejado los ratones? Que los liberales no descuiden ni ignoren nunca a la clase obrera, que necesita mimos hasta que sea, en justicia, clase media, motora económica de un país bien equilibrado.
De momento, se espera de ellos
que no aumenten los impuestos y que los hijos no vuelvan a pagar lo que, por
decimoséptima vez, ya han pagado sus padres. Los partidos de izquierda,
ansiosos de gravar todo, hasta los cubiertos de plástico y el capital
conseguido con ahorro, se olvidan de esa realidad.
En Reino Unido, acaba de recibir el partido conservador de David Cameron una nueva confianza del
electorado. Los británicos apuestan por la estabilidad económica de los tories. Cameron ya anuncia más
austeridad todavía. Y eso significa sacar otra vez la podadera: más recortes en
las ayudas sociales. El Primer Ministro quiere ahorrar doce mil millones de
libras esterlinas (esto es, dieciséis mil
millones de euros), y bajar el techo de gasto social en ciento veinte
mil millones de libras (o ciento sesenta mil millones de euros), excluyendo las
pensiones, lo cual se puede decir que no es moco de pavo. Sin embargo, según el
diario The Guardian, caerán las pagas
por maternidad y las subvenciones en vivienda para los jóvenes, entre otros
beneficios varios.
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La propaganda del PSOE habla de “soluciones justas” que no se dice
cuáles son. Eso sí, se recuerda “a los
que se encuentran en situación de indefensión o de vulnerabilidad o de falta de
oportunidad, en condiciones inaceptables laboral o socialmente.” Y sigue: “Soy candidato de un partido, el partido
socialista, con hombres y mujeres que consideran, asimismo, que las políticas
públicas, los servicios públicos, los servicios sociales son una prioridad.”
(Ángel Gabilondo). El propósito es
muy digno y hasta imprescindible en una monarquía bien ordenada: priorizar lo
público –que no tiene por qué ser sinónimo de gratuito al cien por cien--, como
un servicio mayoritario, autosuficiente y de calidad. Donde estén una buena
Sanidad y Escuela públicas, que se quite lo privado. No hay motivo de favorecer
los recursos privados en estos sectores, cuando los mismos deben verse como un
beneficio social común. El problema del PSOE es que sabe cómo gastar, pero no
tanto cómo devolver dinero a la caja. Se gasta, y se gasta, y se gasta, y a
menudo no se sabe en qué ni por qué –ya saldrá el sol por Antequera--, y luego
se comprueba que las arcas están vacías, y que ha de llegar un gobierno liberal
conservador para arreglar el desaguisado de tanto despilfarro y tanto
amiguismo. Y de nuevo a apretarse el cinturón, y vuelta a empezar.
No se piense que el empleo camina
mejor, necesariamente, con gobiernos de izquierda. Yo hice una carrera de
Letras, y con las legislaturas de Felipe
González, entre los años 1990 y 1996, no me vi en ningún modo favorecido
por ese momento de optimismo desatado, y tan cercano, en apariencia, al estrato
cultural. Fue con el segundo gobierno de José
María Aznar, a partir de 2000, cuando comencé a ser requerido por la
enseñanza pública para dar clases. Fue también en esa época cuando crecieron
las ofertas de plazas de docente en las oposiciones de las distintas
Comunidades, en especial, en la de Madrid. Y de esta guisa, las oportunidades
para labrarse una estabilidad en el sector educativo. Hubo pues “vacas gordas”
con el socialismo para algunos, pero no para todos.
La propaganda socialista comenta
en otro apartado: “Hoy, en Madrid, existe
una minoría que pretende que todo siga como está, frente a ella otra minoría aspira
a desmantelar las instituciones” (Antonio Carmona). La primera minoría debe
de venir representada por Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre. O sea, el
continuismo. La segunda, por la ruptura radical de Podemos y/o Ahora Madrid.
Entre ambas posturas se sitúa el “cambio
tranquilo” del PSOE. Un cambio “sereno
y honesto”, con “sentido común”,
que anteponga a las personas, “que
dinamice la economía sin asfixiarla con impuestos, que apueste por la cultura y
la innovación, y que de una vez por todas ponga fin a la corrupción y a la
impunidad en Madrid.” Los socialistas no pueden hablar, precisamente, de
transparencia de gestión ni de perseguir el delito dentro y fuera de sus filas.
Curiosamente, los mayores casos de corrupción –solapados durante años—se han descubierto
en la etapa del PP, no estando ni mucho menos exento este grupo de sus pecados
de deshonestidad y burla a sus votantes y a la sociedad en general.
El aliento a la Cultura es imprescindible, como imbuir
a los jóvenes en ella. El PSOE lo tiene más fácil porque la mejor cultura es
hecha por gente progresista. El último Premio Cervantes, otorgado
dignísimamente al talento indiscutible de Juan
Goytisolo, genial crítico de nuestros clásicos más lucientes, los
heterodoxos, da testimonio de ello. Falta consolidar
una ley orgánica educativa consensuada con todos los grupos parlamentarios,
para que cunda la mecha de la inquietud por saber, esa pasión por descubrir que
sentían, siendo jóvenes, D. Santiago Ramón y Cajal y D. Severo Ochoa, y que
igualmente hizo de D. Marcelino Menéndez Pelayo un niño prodigio. Hay que
igualar al alza, y no a la baja, como hasta ahora se ha hecho. Y construir una
buena Formación Profesional y unos Grados que garanticen la excelencia de
oportunidades para quien se esfuerce y vele por su preparación laboral, con una
oferta de enseñanza generosa y amplia, y un sistema de becas sólido que
respalde, avale y premie esa inquietud.
Sin embargo, ni en socialistas ni
en populares he leído la palabra “ética”;
ÉTICA, sí; ni tampoco el reconocimiento de los errores de
deshonestidad cometidos hasta ahora. Parece como si nada hubiera pasado. Como
si nadie fuera culpable, por acción u omisión. Se olvidan de entonar un “mea
culpa” en su propaganda, quizá por no admitir esa responsabilidad ante los
jueces que conducen las causas penales abiertas por doquier. Pero una clase
política que no admite los principios éticos, y que obra sin ellos, ¿qué país
puede dejar a nuestros hijos? ¿Qué cimientos de conducta ejemplar se alzan
pensando en los niños y jóvenes, adultos ciudadanos del mañana?
Antonio Carmona, candidato socialista a la alcaldía de Madrid,
señala al “viejo profesor Tierno Galván”
como modelo de gestor público. Efectivamente, fue un hombre muy querido, y
llorado cuando murió. A mí también me sedujo por su simpatía, su mesura, y sus
“aires cosmopolitas”. Me encantaban sus peculiares bandos, cuajados de
barroquismo conceptista. Embelleció Madrid y modernizó y saneó muchos servicios
públicos. Pero recuerdo sus pregones con su consigna de “Hala, a colocarse”, en alusión a probar los porrillos, si no algo
peor, en un momento –la Movida—en que las drogas duras azotaban las noches de
la capital y dejaban los parques y campas sembrados de mutantes. Porque no creo
que D. Enrique se estuviera refiriendo –con segundas-- a otra manía menos psicodélica, pero no menos
perniciosa, que también cundía por entonces y desde siempre: la de observar
compadreo para el puesto, en vez de méritos y talento.
(Hago este inciso, al socaire de
la alusión del candidato Carmona: Mi abuela materna, que todavía vive, fue muy
amiga y compañera de trabajo de Encarna, la esposa de Tierno. Solía hablar mi
abuela con ella con frecuencia y decía que el marido de esta “era muy
inteligente”. Tierno Galván, hombre marxista y agnóstico, tuvo amigos y
compañeros de Falange y consiguió sin problemas su cátedra de Derecho Político
en Murcia, en 1948. Desde allí, y después desde un destino nuevo en Salamanca,
comenzó a gestar su oposición al régimen dictatorial del Caudillo. En 1966, se
exilia a Estados Unidos, a Princeton, tras haber sido expulsado de su cátedra
por su actitud aperturista. Regresó a España con la democracia del Rey Juan
Carlos.)
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Vayamos acabando… Ciudadanos habla de combatir con
firmeza y dureza la corrupción para sanear el sistema político. Pero no habla
de bajar los impuestos y de dónde va a sacar los fondos para hacer ciertos
cambios. Parece ser que entre sus filas lleva a antiguos falangistas, lo cual
no tiene que ser malo de entrada, si pensamos en la lucha de José Antonio Primo
de Rivera contra un capitalismo salvaje. Sin embargo, recordemos que el
movimiento de Franco, en el cual militaron expresamente los falangistas, fue
financiado por el banquero Juan March. Una de cal y otra de arena.
Izquierda Unida es una postura extrema que, para obtener fondos por
el bien común, lo mismo sacude el manzano de las grandes fortunas (como quiere
hacer Podemos) que quizá sablea al
tendero de la esquina, por vanidoso y judío. Es decir, arremete y atenta contra
la clase media, sospechosa de aversión a las barriadas proletarias.
Mucho ruido y pocas nueces. Sin
ética, entre mentiras y medias verdades, seguiremos navegando en un mundo a la
deriva.
© Antonio Ángel Usábel,
mayo de 2015.
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