Siempre suelen ser de gran
interés las obras y guiones de David
Mamet. De este autor hemos disfrutado en cine la estupenda Veredicto final (The Verdict, Sidney Lumet, 1982), y en teatro Muñeca de porcelana y Oleanna.
Ahora se representa en el Teatro Bellas
Artes La culpa, sobre un psiquiatra que se niega a testificar en un
juicio por asesinato, en el que se juzga a un paciente suyo. El sujeto se
enfrenta a su mujer –preocupada por el qué dirán—y a un amigo abogado. Surgen
posibles prejuicios morales, como la condición de homosexual del procesado, y
de que este manifestó en consulta al terapeuta su intención clara de matar a
alguien. Existe la cuestión del secreto profesional, con los apuntes del
psiquiatra sobre las sesiones mantenidas con su paciente.
Juan Carlos Rubio es el
responsable de este montaje y la adaptación textual y producción corren a cargo
de Bernabé Rico. Pepón Nieto interpreta, de forma no muy lograda, al psiquiatra que
tiene el conflicto. Ana Fernández y Miguel Hermoso, a su esposa y a su mejor
amigo, de manera mucho más convincente. Y Magüi Mira aparece brevemente, en un
papel anecdótico: el de la letrada de la defensa.
Obra cuyo transcurso resulta
frío, y que no llega a calar en el público. La culpa –valga la redundancia—no
es tanto del montaje (que sí yerra en la selección del rol principal)—como de
la calidad del texto en sí, bastante más flojo que el de las piezas de Mamet
antes mencionadas.
En las novelas de Agatha Christie hay una máxima que nunca
falla: el culpable es quien menos oportunidad tiene para realizar el crimen.
Si, por ejemplo, llega un policía para investigar un asesinato en un hotelito
aislado, con toda seguridad habría que sospechar del tal detective (salvo que
fueran Poirot o Miss Marple). Víctor
Conde presenta ahora, en el Teatro
Amaya (Madrid), su particular visión de una novela de Christie ya adaptada
antes al cine: Muerte en el Nilo. Cabría subtitular este montaje de Conde como
“El lío de las maletas”, porque los primeros cuarenta minutos se desaprovechan
en cambiar de posición juegos de equipajes que sustituyen al mobiliario dentro
del barco que surca el Nilo. Los caracteres son presentados muy débilmente,
entre canción y canción (las mejores, de Cole Porter). La trama tarda en
surgir, y cuando lo hace la obra remonta y gana en interés, pero nunca sin
reproducir la intensidad dramática del texto original.
Las canciones en vivo aunque
amenizan, también diluyen.
Una apuesta endeble y desigual, muy inferior a otro montaje
mucho más modesto, pero más efectivo: el de "Diez negritos" (Teatro
Muñoz Seca).
Esta Muerte en el Nilo
a lo más entretiene algo, pero que resulta prescindible. Sobre todo, si se
conoce la novela o se ha visto la película (Death
on the Nile, John Guillermin, 1978).
© Antonio Ángel Usábel, enero de 2019.
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