“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 14 de octubre de 2018

Alma rebelde.


Jane Eyre (1847), de Charlotte Brontë, ha sido llevada muchas veces al cine. Para el título de mi crónica plagio, sin más, el de una de sus versiones más intensas y celebradas, dirigida en 1943 por Robert Stevenson, y protagonizada por Joan Fontaine y Orson Welles. Los firmantes de aquel guion eran Aldous Huxley, John Houseman, Ketti Frings, Henry Koster, y el propio director.
Ahora, en Madrid, en el Teatro Español, el Teatre Lliure nos trae una nueva versión, para las tablas, dirigida por Carme Portaceli y adaptada por Anna Maria Ricart. Aun quien haya leído la novela original o haya visto las lecturas cinematográficas del texto, puede disfrutar mucho de este montaje.
Conviene partir de unas palabras clave dichas por la protagonista, cuando está siendo regenerada en Lowood, que corresponden al capítulo VI de la novela: “Si todos obedeciéramos y fuéramos amables con los que son crueles e injustos, ellos nunca nos tendrían miedo y serían cada vez más malos […] Tenemos la obligación de devolver el golpe.” Esta forma de pensar, temeraria, pues se aparta de la evangélica de amar al enemigo, sorprende en una autora que era hija y esposa de clérigos. Charlotte combatió el fanatismo religioso, así como la crueldad e hipocresía que anidaban en él. Pero no era ninguna revolucionaria apartada de toda ética. Cuando Jane Eyre (capítulo XXVII) medita sobre la posibilidad de hacer feliz a Rochester, porque ha descubierto que su mujer vive, se impone a sí misma el alejamiento. No puede pertenecer a un hombre casado. Entonces afloran las viejas máximas bíblicas de si tu ojo te escandaliza, etc. Jane se pregunta a quién herirá si permanece junto a Rochester y se hace su amante, y ella misma se contesta: “Me importo a mí. Cuanto más sola y desvalida e indefensa me halle, más me respetaré. Voy a cumplir la ley dada por Dios y aceptada por los hombres.”
Es el individuo puesto entre espada y pared. Entre rebeldía tal vez pagana y sumisión al criterio común. Jane no ha venido a cambiar el mundo; quizá tampoco a aceptarlo. Puede, sí, que a sobrellevarlo del mejor modo posible. No es callada, no se resigna; se alza y se defiende, pero no va ella a dictar unas nuevas normas que no serían comprendidas ni valoradas por su sociedad. La libertad individual depende de los ásperos límites que la civilización establece. No podemos ir por la vida haciendo lo que nos da la gana. Otra heroína, Fortunata, de Pérez Galdós, pagará las consecuencias de querer enmendar la plana a los más básicos requisitos sociales.
La versión que nos ofrece en este montaje Anna Maria Ricart está muy lograda. La primera parte, en el reformatorio de Lowood, es la más endeble. La amistad con Helen, la niña que muere de tuberculosis, no queda suficientemente trenzada. La acción sube muchos enteros desde el momento en que Jane se cruza con Rochester por primera vez. Y se consolida el interés con sobrada firmeza desde la aparición de la loca (espléndida Gabriela Flores). Abel Folk compone un Rochester simpático, mesurado, grato a la vista, nada huraño, frío o distante. La veteranía de este actor lo vuelve en acierto imprescindible para la obra. Pepa López se sobreactúa cuando interpreta a tía Reed, y mejora bastante cuando es el ama de llaves. Joan Negrié gana enteros como Saint John y no tanto en sus otros personajes. Jordi Collet cumple bien como Mason, el cuñado de Rochester. Magda Puig es una maravillosa Diana. Y la protagonista, Jane, bajo responsabilidad de Ariadna Gil, resulta convincente, más en su dicción que en su expresividad. Su talle alto, pero muy delgado, su tez pálida, contribuyen a crear el lado frágil de Jane. Su voz firme, algo aguda, su parte indómita.
La escenografía, amplia pero sobria, sin apenas mobiliario, en un gran salón blanco sobre el que se proyectan árboles y Lunas cuando la acción lo requiere, están a cargo de Anna Alcubierre y Eugenio Szwarcer
De nuevo son compañías catalanas las encargadas de traer a Madrid el teatro de mayor calidad. Se demostró con Panorama desde el puente, de Arthur Miller, en febrero de 2017, dirigida por Georges Lavaudant e interpretada por Eduard Fernández y Mercè Pons (https://www.abc.es/cultura/teatros/abci-panorama-desde-puente-tragedia-sin-destino-dioses-201702100125_noticia.html) O, en esas mismas fechas, Las bodas de Fígaro, complejo, magistral y ejemplar montaje a cargo también de Teatre Lliure, con dirección de Lluís Homar (https://www.abc.es/cultura/teatros/abci-bodas-figaro-beaumarchais-barbero-cuarenton-y-revolucionario-201702040155_noticia.html) Recordemos que fue Adolfo Marsillach quien notó que, terminando la década de 1960, se hacía ya mejor teatro en Barcelona que en Madrid; más progresista, más innovador en su apuesta y planteamientos. No es redundante que recobremos sus palabras: “Barcelona está viviendo un formidable momento teatral […] Paradójicamente, el nivel escénico de Madrid ha descendido muchísimo. Da la impresión de que ambas ciudades han elegido –o se han visto obligadas a elegir—dos caminos diametralmente distintos: más arriesgado y progresista el de Barcelona y más convencional y conservador el de Madrid […] Quizá Madrid necesite llegar al punto cero de su calidad artística –no debe de faltar mucho—para que se produzca la desesperada reacción que hubo en Barcelona. Confiemos.” (Tan lejos, tan cerca. Mi vida). Advertencia salida, no en vano esperemos aún, del fundador del Centro Dramático Nacional y de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2018.
"Jane Eyre"_Programa Teatro Español.

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