“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

sábado, 24 de marzo de 2018

El derecho a soñar otra España.


«La política maneja realidades que el político no elige. Maneja hombres, pasiones, que no se recortan a su capricho. Conducir hombres es muy distinto de escribir comedias.» (Manuel Azaña)
José Luis Gómez vuelve a poner voz y rostro a Miguel Azaña Díaz (1880-1940), histórico baluarte de nuestra II República, jurista e intelectual metido a político. En la misma línea de nuestros ilustrados y de Larra, romántico que retomó el testigo de la defensa del bien común, Azaña soñaba con un Estado republicano que contentara los intereses de todos –burgueses liberales y proletarios—y que sirviera para educar a las masas, para alejar al pueblo español de su atraso y su ignorancia. Fernando de los Ríos –a la sazón, padrino de Federico García Lorca—escuchó sus deseos y puso en marcha las Misiones Pedagógicas y La Barraca, teatro universitario ambulante. 
“La República será democrática, o no será”. La República vino a sustituir el poder desgastado de una monarquía que había confiado al brazo castrense los destinos del país. Y eso que el PSOE llegó a mostrar sus simpatías por ciertas decisiones de Miguel Primo de Rivera, el dictador que había desterrado a Unamuno a Fuerteventura. El principal escollo contra el que chocaba la bravura democrática del toro opositor fue la casi nula tradición republicana de España. La tradición regia, y además católica, pesaba mucho. El catolicismo dominaba la enseñanza y cuadraba las mentes a su medida. El personaje de Lázaro, de la excepcional San Manuel Bueno, mártir (1931), no puede enviar a su hermana Ángela a estudiar a una buena escuela laica porque no las hay; ha de conformarse con costearle una formación en un colegio de monjas, para que se pueda distinguir del aire embrutecido de la aldea. Cuando los laicistas toman el poder el 14 de abril de 1931, intentan favorecer un sistema nuevo de enseñanza, al socaire de Francisco Giner de los Ríos y de Alberto Jiménez Fraud. Paralelamente se hicieron fallas de algunos conventos e iglesias, y se persiguió a algunos curas que se querían entrometer en el diseño de la escuela pública nacional, como acaeció con el Padre Poveda, tristemente fusilado ante las tapias del cementerio del Este en julio de 1936.
Levantar una nueva España, tolerante, abierta, soberana de sí misma, no era tarea fácil. Más teniendo en cuenta que las izquierdas querían proscribir cualquier signo de tradicionalismo –cuartel, orden y crucifijo—y las derechas –no dispuestas a ceder ni un palmo—iban a poner desde un principio la zancadilla al proyecto de II República española. Los enfrentamientos dialécticos en el Congreso entre Azaña y Lerroux fueron evidente testimonio de este divorcio perenne entre “las dos Españas” machadianas. Varios grupos irreconciliables cuya cerrazón e intolerancia llevarían al país a una sangrienta e inútil Guerra Civil, como inútiles son todas las guerras, una vez valoradas desde la paz.
Discurso de las tres pes (voz original de Manuel Azaña)
A Azaña y a los ideólogos de la II República el proyecto se les fue de las manos. Había demasiados intereses enfrentados, incluso en el seno de las propias filas de los partidos en el poder. Esto se constató sobremanera en el primer año de Guerra Civil, cuando al gobierno de Azaña le costó Dios y ayuda sembrar disciplina entre las milicias populares. La desunión, el constante enfrentamiento interno, fue hábilmente aprovechado por el ejército profesional insurrecto, que rápidamente ganó terreno y se comenzó a imponer en la contienda. De hecho, las principales maniobras del ejército republicano resultaron meramente defensivas o de distracción.

Cuando tocó armar a pueblerinos, lo primero que estos hicieron al llegar a Madrid fue asaltar las casas del barrio de Salamanca, saqueando y violando a placer. Lo atestigua Agustín de Foxá en su valleinclanesca narración Madrid, de Corte a checa (1938). La prodigalidad revanchista de los tildados como “facciosos” azotaría España hasta varios años después de acabada la guerra: cárceles, juicios sumarísimos, ejecuciones, depuraciones, imposiciones y deposiciones. Excelentes iniciativas en el campo de la enseñanza laica, en los derechos y libertades civiles, en la incorporación de la mujer al mundo laboral, en el progreso de la Ciencia, en el desarrollo vanguardista y experimental de las artes y de la Cultura, fueron purgados con aceite de ricino y hasta indignamente extirpados de la sociedad española.
Personalmente, no me cabe concebir ninguna España que prescinda de la otra media, puesto que los mejores vinos se logran a partir del cruce de diversos sarmientos. La II República nació enfrentada, agriamente dividida, apartada de la forja de una empresa común. Escribe José Luis Gómez en su presentación del monólogo que «Patria, etimológicamente, es el lugar donde uno nace y nacieron los padres; al concepto de nación, que María Moliner define como la comunidad de personas que viven en un territorio, regido por el mismo Gobierno y unidos por lazos étnicos o de historia, habría quizás que añadir “compartiendo un mismo proyecto colectivo”; y la lealtad a ese proyecto colectivo, que se dota de un orden jurídico democráticamente acordado, está muy cerca del patriotismo constitucional del que habla Jürgen Habermas: tras el “espíritu republicano” de Azaña late, quizás, ese “patriotismo constitucional” que tanto nos puede ayudar en el tiempo presente.» La paradoja es que, en 1931 y años sucesivos, había varia gente que hablaba de que había que hacer cundir en España una empresa colectiva. Pero a costa de que siempre unos represaliaran a los otros y de que se recurriera a la dialéctica de los puños y de las pistolas. 
En cierta manera, Azaña fue un ideólogo ingenuo, un soñador para un pueblo con su identidad escabrosamente disociada de la tradición y, por ello, en entredicho. Cuando el 13 de octubre de 1931, desde su cargo de Ministro de la Guerra, arremete en las Cortes contra las órdenes religiosas, lo hace pensando que el catolicismo no es ya la impronta de pensamiento que cunde en esos momentos en Europa. No aboga por suprimir esas órdenes, sí por limitar su grado de influencia, sobre todo en el ámbito de la Enseñanza, porque veía que España necesitaba otras formas de pensar, una educación más volcada en los aspectos técnicos y científicos que conllevaba la modernidad. Hay una enorme nobleza y una gran conveniencia en la determinación de Azaña. El problema es que la España más reaccionaria nunca podría entender, ni menos tolerar, esa propuesta. En los países latinos mediterráneos (Grecia, Italia, España, Portugal) el peso de las creencias tradicionales era tan denso que volvía imposible cualquier cambio que se considerara “alienante”. Por ese motivo, Azaña estaba “desenfocado”, estaba planteando algo que muy difícilmente podría brotar en el seno materno de la sociedad española.

José Luis Gómez vuelve a mostrar toda su entereza y su profesionalidad como actor al recrear a Azaña, un personaje histórico “de enormes posibilidades teatrales”. Lo hace con un montaje austero, minimalista, cuatro sillas giratorias de madera junto a sus correspondientes ceniceros (era Azaña un fumador compulsivo), con el recurso quizá ya demasiado utilizado en el presente de los papeles leídos que se van desparramando por el suelo. No faltan guiños a la actualidad política de España, al traer a colación el problema del independentismo catalán, que tanto amargó a Azaña también. La experiencia alemana del actor se plasma en algún momento aislado con efecto de distanciamiento, a lo Brecht (“recuerdo al público que yo soy un actor que presto mi voz al personaje de Azaña”).
En verdad, un monólogo necesario para recordarnos la figura emblemática de Manuel Azaña Díaz, y sugerirnos su lectura.
© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2018.
………………………………………………………………………………………………………………………..

Azaña, una pasión española, por José Luis Gómez, según selección de textos y adaptación de José María Marco, en Teatro La Abadía (C/ Fernández de los Ríos, 42, Madrid). Hasta el 25 de marzo (2018).

No hay comentarios:

Publicar un comentario