En Viernes Santo Jesús es
ajusticiado. Dios Padre lo ofrece en sacrificio para Salvación de toda la
especie humana. La circunstancia de la entrega de Jesús para una muerte en la
cruz responde a una actualización de lo que un día pidió Dios a Abrahán: el
sacrificio de su hijo Isaac, habido muy tardíamente con su mujer Sara. Abrahán
estaba dispuesto, por amor y obediencia a Dios, a quedarse sin su tan ansiado
hijo Isaac. Había tenido a Ismael con su esclava egipcia Agar, a instancias de
la propia Sara. Pero Isaac había llegado después y era hijo varón de su esposa
Sara. Agar e Ismael habían sido además desterrados a petición de Sara, quien no
deseaba ningún competidor para Isaac. Dios aprobó esta decisión, con la promesa
de que haría también un gran pueblo de los descendientes de Ismael. Ismael fue
luego una figura venerada en el Corán, pues dio origen a los ismaelitas, un
pueblo que habitó el norte de Arabia.
Abrahán sube con Isaac al monte
Moria, lo ata de manos y lo pone sobre la leña, para degollarlo. Va a cumplir
el mandato del Señor. Demuestra una fe completa y una total confianza en Él. En
el instante de alzar su cuchillo, la voz de un ángel lo detiene. Y entonces el
ángel le dice a Abrahán algo muy curioso: “Ya
veo que obedeces a Dios y que no me
niegas a tu hijo único.” (Gn 22, 12) ¿Era un ángel hablando en nombre
de Dios? En ese caso, Abrahán no le niega su hijo Isaac al ángel, y es el ángel
quien debería recibir el sacrificio del muchacho. ¿O bien se trataba del propio
Dios, y no de un ángel, y era a Él a quien no se le negaba la muerte de Isaac?
El caso es que un carnero, con los cuernos enredados en una mata, ocupa el
lugar del sacrificio, e Isaac queda libre y vivo.
Los ángeles parecen ser los portavoces de la intención divina en el Antiguo Testamento. El episodio del monte Moria termina con el consabido pacto de Dios con Abrahán: “—Juro por mí mismo, palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo, te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.” (Gn 22, 16-18)
Los ángeles parecen ser los portavoces de la intención divina en el Antiguo Testamento. El episodio del monte Moria termina con el consabido pacto de Dios con Abrahán: “—Juro por mí mismo, palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo, te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.” (Gn 22, 16-18)
Una vez fallecida Sara, con
ciento veintisiete años, en Hebrón, Abrahán tomó por esposa a Queturá, y
todavía le quedó combustible para engendrar otros seis hijos. Abrahán murió con
ciento setenta y cinco años, y sus hijos Isaac e Ismael le dieron sepultura en
la cueva de Macpelá, en el campo de Efrón, hijo de Sojar, el hitita, que el
propio patriarca había comprado antes por cuatrocientas monedas de plata a
Efrón. Abrahán significa “padre de una muchedumbre”. Abrahán llegó a Canaán, a
la región de Hebrón y Berseba, con las migraciones arameas, a principios del
dos mil antes de la era cristiana. Fue el primero en circuncidarse a sí mismo y
en circuncidar a todos sus hijos y esclavos. Todos los hebreos se consideran
“hijos de Abrahán”, así como todos los árabes igualmente, por medio de la
descendencia de Ismael. Abrahán es el más grande de todos los patriarcas. Por
su parte, Isaac engendró en Rebeca a Esaú (el velludo) y a Jacob (el sostén de
Dios), que eran gemelos. Esaú era el mayor, pero vendió su derecho de
primogénito a Jacob, padre de las doce tribus de Israel. Jacob murió en Egipto;
luego su cuerpo fue llevado a Canaán, a la sepultura de sus padres.
San Pablo recuerda el conato de holocausto de Isaac en el capítulo once de su carta a los Hebreos, y parece equipararlo con el caso de Jesús –cuyo nombre quiere decir “Salvador”--. Escribe Pablo que “por la fe, Abrahán, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda […] Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura.” (Hb 11, 17-19) Es un pasaje oscuro, de significado nada explícito. Debe ser interpretado como que Isaac era, en realidad, un anticipo de Cristo, o “figura de Cristo Jesús”. En la traducción Reina-Valera, se aclara más este sentido: “pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir.” Abrahán recuperó a Isaac, porque este estaba destinado al sacrificio. Dios recobra a su Hijo Jesús porque este vence a la muerte. Es decir, regresa de entre los muertos. En la Nueva Versión Internacional de la Biblia se apuntala esta lectura que hemos hecho: “Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos”.
San Pablo recuerda el conato de holocausto de Isaac en el capítulo once de su carta a los Hebreos, y parece equipararlo con el caso de Jesús –cuyo nombre quiere decir “Salvador”--. Escribe Pablo que “por la fe, Abrahán, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda […] Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura.” (Hb 11, 17-19) Es un pasaje oscuro, de significado nada explícito. Debe ser interpretado como que Isaac era, en realidad, un anticipo de Cristo, o “figura de Cristo Jesús”. En la traducción Reina-Valera, se aclara más este sentido: “pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir.” Abrahán recuperó a Isaac, porque este estaba destinado al sacrificio. Dios recobra a su Hijo Jesús porque este vence a la muerte. Es decir, regresa de entre los muertos. En la Nueva Versión Internacional de la Biblia se apuntala esta lectura que hemos hecho: “Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos”.
Los primeros cristianos asimilaron
el ofrecimiento de Isaac en sacrificio a la crucifixión de Jesús, según se
demuestra por las pinturas en las catacumbas.
Con el Hijo de Dios no hay ningún
ángel que detenga el látigo romano, ni la coronación de espinas, ni la
crucifixión. Esta vez la ofrenda se realiza con todas las consecuencias. Jesús
perece la víspera de la Pascua judía. Dios no aparta de Él ese cáliz, sino que
incluso le acerca una esponja empapada en vinagre. “--Tengo sed. Todo está cumplido.” Palabras finales de Jesús, según
San Juan. “—Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu”, último dicho, según San Lucas. Marcos y Mateo alimentan la
duda rebelde: “—Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?” Un término de duro reproche dirigido a quien
tampoco esta vez se le llama “Padre”. Cristo-Hombre se distancia de
Dios-Creador, porque se ve como “distinto” a Él. Como “otro”. Yo soy aquí el
que está padeciendo, en la cruz, ¿dónde estás tú, pues, Dios mío? Quizá fue
este distanciamiento entre el ser del hombre Jesús y el Ser de Dios el que
llevó en 190 a Teódoto el Curtidor a pensar que Cristo era solo el “hijo
adoptivo de Dios”. Con él, Pablo de Samosata, Arrio (siglo III) y Elipando de
Toledo y Félix de Urgel (siglo VIII). Elipando fue tildado de “cojón del
anticristo” por Beato de Liébana. Sea como fuere, Jesús, obedeciendo la
voluntad de Dios, se ofreció como Salvador de todos los hombres al aceptar su
holocausto.
© Antonio Ángel Usábel, marzo
de 2018.
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Los musulmanes tienen a Abrahán y
a su hijo Ismael como fundadores del santuario de La Meca. Abrahán fue el
primer patriarca no idólatra, ni judío ni cristiano. La huella de su pie quedó
impresa sobre la Caaba, la piedra sagrada custodiada en La Meca. Admiran de
Abrahán su sumisión a Dios. Abrahán se sometió en todo momento a Dios sin
rechistar. Por eso le consideran depositario del único culto verdadero. En el
Corán es el primero que cuestiona la resurrección de los muertos: “Señor mío, muéstrame cómo resucitarás a los
muertos. Respondió: ¿No crees? Dijo: Sí, pero mi corazón se tranquilizaría.
Dijo Dios: Coge cuatro pájaros, acércalos a ti y despedázalos. A continuación
pon parte de ellos en cada monte. Después llámalos: Te vendrán con premura.
Sabe que Dios es poderoso, sabio.” (Azora II, 262)
Respecto a la concepción milagrosa
de Jesús –que es dogma de fe—solo el evangelista Lucas la explicita. No hay
precedentes en el Antiguo Testamento. Lucas era un médico fuertemente
helenizado, autor también de los Hechos de los Apóstoles. En la
mitología helena eran frecuentes los hijos de un dios y una mortal. En los
Evangelios se citan varias veces los parientes directos de Jesús, hermanos y
hermanas. La Iglesia Católica lo explica argumentando que se trata de primos y
primas. Todos los Evangelios sinópticos y el de San Juan los mencionan: Mc 3,
31; Mc 6, 3; Mt 12, 46; Mt 13, 56; Lc 8, 19; Jn 2, 12. En el de Mateo, a Jesús
se le desconoce en su residencia como un profeta, pues se le ve tan solo como
el “hijo del carpintero” y de María, hermano de Jacobo, José, Simón y Judas (Mt
13, 54-57). La controversia es grande, pero no supone ningún obstáculo para la
labor mesiánica de Jesús.