“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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lunes, 6 de noviembre de 2017

Pon la megafonía.


No sin verdadera malevolencia se dice a veces que se conservan tantas astillas de la cruz de Cristo como para reconstruir un bosque entero. Y tantas gotas destiladas del pecho de la Virgen como para montar una central lechera.
Con el tercer secreto de Fátima parece querer ocurrir algo parecido. Que se sepa, y hasta la fecha, se han difundido tres versiones totalmente distintas del mismo. Las dos más conocidas y comentadas las incluíamos hace unos días bajo el epígrafe “El tiempo y el momento”. Pero el tercer presunto testimonio es bastante menos conocido, y lo ofrece el periodista José María Zavala en su libro El secreto mejor guardado de Fátima. Una investigación 100 años después (Barcelona, Ed. Planeta, 2017).
Zavala refiere que, en agosto de 2016, le llegó a la carpeta “spam” de su correo un mensaje anónimo que estuvo a punto de borrar. En lugar de liquidarlo, optó por abrirlo, y he aquí que se encontró a la Esclava del Señor. O a su portavoz, porque se trataba de la copia de un texto manuscrito, en portugués, cuya autora debía de ser, nada más y nada menos, que Lucia dos Santos, la vidente de Fátima. Zavala contactó con un traductor nativo y con una perito calígrafo profesional, Dña. Begoña Slocker de Arce. La perito constató y certificó pulcramente que el texto “dubitado” (fechado en Tuy, el 01 de abril de 1944), recién recibido, había sido escrito por la misma persona que la de los textos indubitados de control (es decir, las fotocopias de los secretos anteriores redactados por Lucia dos Santos, en agosto de 1941). Su certificación fue firmada en Madrid, a 08 de diciembre de 2016.
Tenemos, entonces, que considerar que la vidente de Fátima escribió esta tercera versión del tercer misterio. ¿Y qué dice este relato de veinticuatro líneas? Un Santo Padre, con los ojos del mal, entra en un templo gris, a modo de fría fortaleza de cemento, dejando atrás a una muchedumbre que lo alaba. La Señora lo interpretó como la apostasía de la Iglesia. La misma Señora dictó que fuera difundido este secreto antes de 1960. Y añadió que la sede de Pedro, en tiempos de Juan Pablo II, debía abandonar Roma (por no obedecer el dogma de fe) y ser trasladada a Fátima. San Pedro del Vaticano tendría que ser demolido y una nueva catedral habría de levantarse en Fátima. Si después de anunciado este secreto, el Vaticano no lo acatara en un plazo de 69 semanas, Roma sería destruida.
Las sesenta y nueve semanas han pasado, han venido dos Papas desde San Juan Pablo II, y el Vaticano parece seguir en pie y sin intenciones de trasladarse a otro lugar. 
Zavala relaciona este texto de Lucia dos Santos con los peligros del abandono de la ortodoxia, a raíz del Concilio Vaticano II, y la extensión de un confuso y falso ecumenismo. Y menciona, a tal fin, las advertencias de San Escrivá de Balaguer y la visionaria monja agustina Ana Catalina Emmerick (beatificada en 2004). 
Pero, evidentemente, este nuevo mensaje –redactado por Lucia tres años después que los que oficialmente se han dado a conocer—se aparta de lo que hasta ahora se nos ha comunicado. No tiene nada que ver la visión de un Anti-papa o un Pontífice al servicio del diablo, con un Papa y unos obispos martirizados en medio de las ruinas de una ciudad. Lucia dos Santos parecía escribir al dictado; pero ¿al dictado de quién? ¿De la Señora que se le apareció? ¿De su propia conciencia de creyente? ¿O de terceras personas, interesadas en llevarlo todo en la dirección más oportuna? 
Este tipo de serias contradicciones lo único que logra es sembrar la desconfianza y las dudas sobre la autenticidad y legitimidad de los supuestos “mensajes de la Virgen María”. Y, por descontado, causa una preocupación añadida a la Iglesia católica.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2017.

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