En 2017 se han cumplido cien años
de las apariciones de Fátima. El 13 de octubre, un siglo desde la llamada
“danza del sol” que muchos testigos dijeron haber contemplado. Coincidiendo con
la celebración de estos cien años de los “secretos” anunciados por el alguien
del Cielo a tres niños analfabetos de diez (Lucia), nueve (Jacinta) y siete
años (Francisco), Goya Producciones
ha sacado un documental, de unos 75 minutos de duración, titulado Fátima.
El último misterio. En él se presentan los mensajes de la Virgen como
profecías que se han ido cumpliendo a lo largo del siglo XX. Además se sostiene
la tesis de que la Salvación del mundo depende grandemente de su conversión de
una línea pecadora a otra pía. O la Humanidad se convierte de corazón al
mensaje de Cristo, haciendo profunda y sincera Penitencia, o será destruida en
un mar de catástrofes y sufrimientos horribles. Es decir, se asume una vía o
postura chantajista para la Salvación del hombre: o este vuelve al camino de
las creencias y del arrepentimiento (en especial, de los “pecados de la carne”,
violentísimas afrentas al Inmaculado Corazón de María), o seguirá padeciendo
profundos y definitivos males, y podrá ser aniquilado.
Una visión terrible,
apocalíptica, no apta –como previenen los productores—para jóvenes menores de
dieciséis años. Ahora bien, la ofrecida en el reportaje, ¿es una interpretación
legítima, acorde con el mensaje misericordioso del Evangelio? Eso es otra
cuestión; algo verdaderamente discutible.
Empecemos por el principio.
¿Fueron reales las apariciones de Fátima? La única catalizadora de cuanto se
sabe de ellas fue Lucia dos Santos,
quien las reunió por escrito el 25 de julio de 1941, en una carta a su obispo,
y en respuesta a una expresa petición de este. Sor María Lucía del Inmaculado Corazón
había entrado de novicia a los catorce años (cuatro después de sus visiones), y
el 24 de octubre de 1925 profesó de monja. Sus primeras memorias sobre las
apariciones en Cova da Iria datan de 1935. Esto es, casi veinte años después de
los hechos que le dieron fama. Sor María Lucía –no ya Lucía a secas—era una
persona distinta: había recibido una formación teológica –por simple que
pudiera ser—que antes no tenía. Luego lo expresado por escrito por ella sobre
las visiones pudo venir filtrado e influenciado, perfectamente, por lecturas
canónicas de variado tipo. Sor María Lucía era una mujer sencilla, simple,
obediente, crédula, y por ello, influenciable desde el sector más estricto y
ortodoxo del clero. Esto no quiere decir, en absoluto, que mintiera, que
inventara o no dijera la verdad; solo que pudo no contar los sucesos como
realmente pasaron, sino como ella llegó a creer de buena fe que acaecieron. Las
visiones las tuvo de niña. La recreación de ellas, ya de adulta, con veintiocho
años. Cuando cualquiera intenta recordar un hecho concreto que le sucedió en la
infancia, lo reproduce aproximadamente, a una escala totalmente distinta. Los
lugares y edificios visitados de niños los recordamos con diferentes
estructuras y dimensiones que cuando los volvemos a ver de adultos. Todos
podemos hacer la prueba. La memoria no es una herramienta precisa, sino solo
aproximativa. Sor María Lucía escribió lo que creyó recordar, y de un modo
determinado, quizá alentado por ciertas lecturas que le parecieron ajustables y
oportunas a aquella vivencia de su niñez. En la aparición de la “chica” o
“señora” del 13 de julio de 1917, Lucia escribe que vio literalmente el
Infierno: un mar de fuego, como en una caverna debajo de la tierra, donde se
conjuntaban, entre gritos y alaridos, las almas de los condenados y los
excéntricos demonios. Es un panorama que parece reproducir enteramente la
concepción pictórica y canónica del Hades. Un lugar de fuego, de tortura y de
espanto irreductible. Pero no podemos estar más de acuerdo con la lectura del
periodista J. J. Benítez al respecto: “Para
los que nos consideramos hijos de un Padre Universal –que solo sabe del amor—la
posibilidad de un «infierno» constituye una de las peores «calumnias»
que ha podido levantar el ser humano contra Él.” Por consiguiente, para
Benítez, o se confundieron los pastorcillos de Aljustrel, o los confundieron
para ajustar lo referido por ellos a un canon preestablecido (v. “El secreto de
Lucía”, en Mis enigmas favoritos).
La Iglesia Católica considera,
oficialmente, que el depósito de la Revelación de Dios al hombre terminó con
Jesucristo. Por eso, no declara dogma de fe las apariciones marianas, que
serían así supuestas “revelaciones privadas” de la divinidad a los fieles
videntes. Puede haber personas especialmente dotadas y designadas por la Divina
Providencia para efectuar una relectura o acomodación del Evangelio a los
tiempos. El mismo Dios Creador no actuó siempre de la misma forma. Confió
primero en la bondad intrínseca de los hombres, pero fue traicionado por estos
al comer del fruto del conocimiento del bien y del mal, y así hubo de
expulsarlos del Paraíso, por medio de un ángel con una espada flamígera.
Curiosamente, ese personaje de la espada de fuego vuelve a recrearse en la
lectura del “tercer secreto” que ofreció la Santa Sede el 13 de mayo de 2000: “Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra
Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano
izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo;
pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con
su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano
derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”
La lectura de esto es que Dios, a través del ángel, exige que el mundo se
arrepienta de sus pecados, se convierta y haga penitencia. Dios amenaza, si no,
con destruir al mundo, pero su Divina Madre, Reina de Misericordia, detiene el
efecto del fuego destructor. Por eso,
las llamas no incendian la Tierra. Y el tercer misterio continúa: “Y vimos en una inmensa luz que es Dios: «
algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él » a
un Obispo vestido de Blanco « hemos tenido el presentimiento de que fuera el
Santo Padre ». También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas
subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos
toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de
llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con
paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los
cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado
de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que
le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo
murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y
diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones.
Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una
jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y
regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.” Este texto de Sor
María Lucía está fechado en Tuy, el 03 de enero de 1944. Se ha querido ver en
él la profecía del atentado sufrido por San Juan Pablo II en la Plaza de San
Pedro, el 13 de mayo de 1981. El propio Pontífice fue el primero que se
convenció de que la mano de la Virgen de Fátima había desviado la trayectoria
del proyectil fatal disparado por Alí Agca. En agradecimiento, consagró por dos
veces el mundo al Inmaculado Corazón de María (tal y como había mandado la
Virgen en las visiones de Lucia dos Santos), para impedir así males mayores, y pidió
que la bala del atentado quedara engarzada en la corona de la imagen de Fátima.
No obstante, observamos
diferencias notables entre lo relatado por Lucia y lo que ocurrió en Roma ese
13 de mayo: el Papa no murió. La ciudad no estaba destruida. Nadie más lo
acompañó en el martirio. No hubo ningún riego de sangre. La visión parece
exagerada respecto de los hechos reales atribuidos como su proyección.
En el documental de Goya
Producciones, el portavoz del Vaticano en el pontificado de San Juan Pablo II, Joaquín Navarro-Valls (miembro del Opus
Dei, fallecido en julio de 2017), certifica que el texto autógrafo presentado
ante los medios de comunicación es el original y único redactado por la
religiosa vidente. No hay otro, ni se guardan otras partes o versiones
diferentes de lo visto por Sor María Lucía. Las especulaciones al respecto son,
por tanto, para él, innecesarias e injustificadas. No hay nada más.
Volvamos al tema de la Revelación
de Dios en la Historia humana. En el Antiguo Testamento, Dios, distante de los
hombres, realiza pactos y alianzas con estos por medio de los profetas. Esos
pactos, lamentablemente, se asemejan a las películas de indios: los blancos
siempre quebrantan el tratado de paz con los pieles rojas. Los hombres siempre
traicionan a Dios, y le vuelven la espalda. Es así que, en un momento dado,
Dios varía su estrategia: decide encarnarse, tomar cuerpo y apariencia humana.
Llega Jesucristo, Redentor absoluto del mundo. Jesús predica la Buena Noticia:
su Amor por los hombres va a quebrar cualquier traba, todo desacuerdo entre una
vida de faltas y el Perdón del Padre. Jesús no viene a disculpar a justos, sino
a pecadores. Su Amor es infinito e imperecedero. Y nos transmite la Ley del
Amor: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Pero tampoco descuides el buen amor a
Dios Creador.
No se produce, pues, un viraje
del Dios del Antiguo Testamento en la Buena Nueva, sino la solución definitiva.
Dios deja al hombre por imposible. Pero no lo abandona ni reniega de él, sino
que lo salva por medio del sacrificio de su Hijo Jesucristo.
Jesucristo –como señala San
Pablo—vence a la Muerte y con ello al Mal en la Tierra. Jesucristo otorga la
Vida Eterna a quienes creen sinceramente en Él y dan testimonio de su Mensaje. Se
fue con el Padre, pero nos dejó su aliento: su Espíritu. Eso explica que Jesús
sea Emmanuel (o Immanuel), que quiere decir ‘Dios con nosotros’. Porque el Amor
y la Bondad habitan entre nosotros, y debemos saber vivificarlos. Dios está a
mano. Es el corazón del hombre en paz y alegría en el amor a sus semejantes.
Siempre habrá creyentes, gente
que rece por la Salvación del mundo (que empezó y terminó, en realidad, con
Cristo); personas que amen a sus semejantes y obren el bien, con pureza y
nobleza de alma. Por tal motivo, las amenazas y visiones apocalípticas
ofrecidas en bastantes supuestas apariciones marianas suenan un poco a
gratuitas. Lo que sí es importante –desde luego—es que cada uno de nosotros,
libremente, sin coacciones de ningún tipo, por fe y esperanza en la Caridad,
optemos por Jesucristo. Que seamos los hijos pródigos que volvemos junto a
nuestro Padre, avergonzados por nuestros errores y pidiendo perdón. Y nuestro
Padre no dejará de recibirnos con los brazos abiertos en sus muchas moradas y
de celebrar gran fiesta.
En el reportaje de Goya
Producciones, el comunismo es el
lobo del rebaño. El azote del mundo, la peste del siglo XX. Ciertamente, el
materialismo entronizó al hombre y desbancó a Dios. Y todo lo que se construye
en este mundo, desde los paraísos artificiales –como los Jardines Colgantes de
Babilonia--, pasando por los mausoleos, hasta los nombres de las calles,
resulta caduco, pasajero y perecedero. Solo los buenos valores no perecen,
porque pasan de padres a hijos, de una generación a otra. Las revoluciones sociales
–a menudo radicales y violentas--nunca han sido una panacea, pero es verdad que
algo han servido para cambiar a positivo. La Revolución Francesa de 1789 acabó
fagocitándose a sí misma, tal y como escenifica mágicamente Alejo Carpentier en
El Siglo de las Luces. Mas sin ella
no hubiéramos superado, probablemente, el sistema de gobierno absolutista y
autoritario de los reyes, y como sugirió María Antonieta de Habsburgo, en
ausencia de pan, soñaríamos con los pasteles. Si la burguesía, aliada de las
clases trabajadoras, no hubiera pedido y obtenido cambios, la vida hoy seguiría
derroteros aún más injustos. La revolución leninista de 1917 fue sangrienta y
trajo muchas consecuencias nefastas, pero hay que reconocer que el zar era un
tirano que vivía a costa y a espaldas de su pueblo. Y que esta situación no la
podría querer tampoco el Cielo.
Cuando Sor María Lucía redacta
sus memorias, tiene presente que el comunismo y su idea materialista de la vida
avanza por la faz del Globo. De hecho Portugal, en la época de las visiones de
los tres pastorcillos de Fátima, atravesaba ya un periodo laicista y totalmente
contrario a la libertad de cultos. Los tres primos –Lucia, Jacinta y
Francisco—fueron encarcelados por la autoridad y casi obligados a renegar de
las apariciones en Cova da Iria. Había un profundo enfrentamiento entre el
poder civil y el religioso. Y esto se fue extendiendo paulatinamente por toda
Europa en los años veinte y treinta del pasado siglo. Ahora bien, todo lo malo
que parece ser el comunismo, no lo debe de acarrear su “alter ego”, el
fascismo. Y en particular, Mussolini y sus Camisas Negras y las Juventudes
Hitlerianas y sus camisas pardas. No hay referencias en las visiones a esta
amenaza igualmente atea. La Virgen de Fátima censura la actitud de Rusia, pero
calla ante la escalada del culto a la personalidad del líder en Italia y en
Alemania. ¿Por qué esta diferencia, esta omisión?
Ofrecer el Paraíso en la Tierra
conlleva un error y una ignorancia. Por las razones que ya hemos indicado.
Ningún Reich dura mil años. Antes o después, cae. Los hombres se dejan llevar
por el engaño, por su ambición desmedida, y es imposible que un proyecto social
utópico eche buenas raíces.
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Recuperemos la pregunta del
comienzo: ¿existieron de verdad las apariciones de Fátima? Algo hubo. El 13 de
octubre de 1917, ante unas setenta mil personas como testigos, el sol atemperó
su fulgor. Era posible mirarlo sin incomodidad y sin dañarse la retina. Al mismo
tiempo, un matiz primero morado, y luego amarillo, se extendió por todo el
lugar. Hasta las sombras de los árboles se tornaron gualdas. Misteriosa y
repentinamente, el sol aumentó de tamaño y pareció querer caer sobre la Tierra.
En esta declaración coinciden varias personas, quienes observaron el fenómeno a
diferentes distancias y en distintos enclaves. Luego algo tuvo que haber. Los
observatorios astronómicos, empero, no registraron nada anormal en el cielo ese
día.
Según las afirmaciones de Sor
María Lucía, en 1915, entre abril y octubre de 1915, en el cerro de Cabeço,
ella y otras tres niñas (todavía no sus primos) vieron algo blanco sobre unos
árboles. Una figura humana traslúcida, como envuelta en un lienzo. Al parecer
de una de las videntes implicadas, era una especie de mujer sin cabeza, privada
además de manos y de ojos.
Los primeros documentos que
recogieron las manifestaciones de Lucia dos Santos y sus primos, los debidos al
reverendo Manuel Nunes Formigao,
presentaron una versión atípica de la figura de la Señora de Fátima.
Fueron encontrados y exhumados por los investigadores Fina d’Armada y Joaquim
Fernandes en 1978. En ellos la Señora es una chica de unos quince años, de poco
más de un metro de estatura, con un sayo blanco y dorado reflectante. La
túnica, con costuras, parecía acolchada. No llevaba cinto y sí dos o tres
cordones en los puños. Le tapaba los hombros una capa blanca. Una esfera
descansaba sobre su pecho. Algo impreciso le ocultaba el cabello y las orejas.
Sus ojos eran negros. Era bella y hablaba sin despegar los labios. Se
desplazaba por una rampa luminosa y sin separar ni mover los pies. Los niños
dijeron que no se parecía a ninguna imagen de la Virgen o de los santos vista
con anterioridad. Era algo sorprendente y totalmente nuevo.
Según el testimonio de Sor María
Lucía, la aparición predijo, entre otros detalles, la muerte prematura de
Jacinta y Francisco Marto. Es más, la monja atestigua que la Señora se iba
apareciendo a uno u otro, para ofrecer su consuelo ante el próximo sufrimiento.
Jacinta cayó mala –con pleuresía infecciosa—el 23 de diciembre de 1918. Fue
trasladada a un hospital de Lisboa, pero no mejoró. Falleció el 20 de febrero
de 1920. Su hermano Francisco también murió por la gripe española en 1919.
Sepultada en un sarcófago de plomo relleno de cal viva, en el cementerio de
Vila Nova de Ourém, en el panteón del barón Alvaizare, Jacinta fue trasladada
al camposanto de Fátima en 1935. Entonces se comprobó que su rostro estaba
incorrupto. Desde 1951-52, tanto ella como su hermano Francisco reposan en la
basílica de Cova da Iria. Ambos niños fueron beatificados el 13 de mayo de 2000
por San Juan Pablo II, y canonizados el 13 de mayo de 2017 por el Papa
Francisco. Sor María Lucía dejó este mundo el 13 de febrero de 2005, en
Coímbra. Espera sus procesos de beatificación y canonización.
© Antonio Ángel Usábel,
noviembre de 2017.
[Para saber más: Kevin McClure, Evidencias
sobre las apariciones de la Virgen, 1991; Carmen Porter, Misterios
de la Iglesia, 2002; José María Zavala, El secreto mejor guardado de
Fátima. Una investigación 100 años después, 2017]
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Existe la teoría de que Sor Lucía de Coímbra y Lucia dos Santos (la vidente) eran dos
personas distintas. Se han comparado fotografías de ambas y hay diferencias muy
significativas en el mentón, prominente y más grande en el caso de Sor Lucía de
Coímbra, y más pequeño y hundido en la faz de Lucia dos Santos. También se ha
alegado que imágenes de los años sesenta presentaban una Lucía más juvenil que
las fotografías de Lucia dos Santos a los treinta y ocho años (realizadas en
1945). Si se produjo una suplantación, ¿a qué obedeció?
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