“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 12 de noviembre de 2017

Mucha vale mucho.


En el Palacio de Gaviria (C/ Arenal, 9, Madrid) se puede admirar y disfrutar el arte de Alphonse Mucha (pronúnciese “Muja”), un pintor y cartelista checo que impulsó el Art Nouveau. Es una muestra antológica de doscientas obras, dignas de contemplar en el enclave idóneo de este edificio neoclásico, cuyas vidrieras y aseos modernistas entonan adecuadamente con el estilo Mucha.
Mucha (Ivancice, Moravia, 1860 – Praga, 1939) es un nombre apenas celebrado por el gran público. Pero quizá nadie, al menos una vez en su vida, ha dejado de encontrarse con una reproducción de alguna obra suya, bien un cartel, o bien una caja de galletas. Fue el primer artista en democratizar y popularizar su arte por los barrios de París, donde residió. Como el también grande y al mismo tiempo lastimero Toulouse-Lautrec, Mucha se ganó la vida con la publicidad de locales, ampliándola además a ilustraciones para libros, cajas, estuches, perfumes, menús, y todo lo imaginario vendible que pudiera ser decorado con sus lápices y pinceles. Fue un gran publicista, de los primeros que hubo en Europa, y que se dio cuenta de que un producto tiene que entrar, primero, por los ojos. Se codicia lo que se ve. Mucha venía de estudiar en Múnich, y con veintiocho años se plantó junto al Sena, entre ese pueblo parisino abierto al cosmopolitismo que le iba a dar de comer. En la Navidad de 1895, una celebérrima actriz de teatro, Sarah Bernhardt, estaba desesperada porque no encontraba ningún talento que vendiera bien su imagen. Mucha se enteró de los deseos de la divina y diseñó una imagen de ella, de cuerpo entero, sosteniendo una palma en la mano. Era el cartel para Gismonda. Cuando la actriz lo vio, recibió a Alphonse en su camarín privado y, fascinada, lo abrazó y le dijo que la había hecho inmortal. Seguidamente, le extendió un contrato por seis años para realizar toda la cartelería de sus estrenos, así como el diseño del vestuario y de parte de los decorados. El contrato con la Bernhardt catapultó a Alphonse al Olimpo y pronto rebasó fronteras y fue conocido y cotizado internacionalmente.
Para Sarah Bernhardt Mucha ejecutó composiciones de signo andrógino: un Hamlet y un Lorenzaccio (ver) interpretados por una mujer de pelo corto y con facciones masculinizadas. Resulta verdaderamente inquietante y estremecedor su cartel de Medea, con su mirada de febril enloquecimiento, su postura altanera y las muñecas cogidas, mientras su mano derecha declina una larga daga.
Mucha compartió estudio con Paul Gauguin, a quien fotografió tocando el armonio sin pantalones. Diseñó alhajas para el joyero Georges Fouquet. Se casó en 1906 con una alumna suya de dibujo, su compatriota Marie Chytilová (Maruska), más joven que él (25 años ella, y 46 el pintor). A la hija de ambos, Jaroslava (nacida en Nueva York, en marzo de 1909), la retrató varias veces.
El estilo Mucha se caracteriza por la primacía del dibujo sobre la pintura, por el dominio de las curvas, y por su tendencia a ensalzar la elegancia y finura del cuerpo femenino, convirtiendo a cada mujer en una diosa. La cabellera es una parte fundamental del físico: larga, ondulada, rubia, parda o pelirroja. Los hombros, descubiertos, en un grito de sensualidad. Los labios perfectos. El cutis inmaculado, como de sirena en mascarón de proa. La dama enmarcada en un bosque de azucenas, lirios o de camelias. Este recurso de los motivos florales como marco lo pudo tomar Mucha de artistas británicos, como William Morris (1834-1896), socialista utópico como H.G. Wells, quien se especializó en papeles pintados y telas estampadas con temas naturalistas.
Pero Mucha era un patriota eslavo. Aceptó decorar el pabellón bosnio en la Exposición Universal de París de 1900, porque era un encargo importante. De hecho, lo hizo tan bien que fue condecorado por el emperador Francisco José, dueño y señor del imperio austrohúngaro. Cuando marchó a Estados Unidos, no cejó en su empeño de conseguir un mecenas que le financiara su Epopeya Eslava, veinte futuros lienzos enormes, ciclópeos, colosales, donde Mucha iba a desarrollar otras tantas escenas emblemáticas de la Historia y la Cultura de su pueblo. Se trataba de mezclar la verdad con la épica de los mitos y las leyendas medievales, quizá influenciado por lo que pudo ver cerca de Múnich, en Neuschwanstein, el fastuoso castillo de cuento de hadas ideado por Luis II de Baviera. Inclinación bizantina, tonos dorados, en los frescos de Wilhelm Hauschild. Las sagas de las pinturas murales de Tristán e Isolda, Sigurd, Gudrun, Parsifal, Lohengrin o Tannhauser, debieron de inspirar igualmente el futuro trabajo nacionalista de Mucha. Su obra patriótica tuvo que ocultarse durante la ocupación nazi de Checoslovaquia, para que no fuera destruida.
Alphonse Mucha ingresó en la Masonería francesa. Imbuido de la Teosofía, creía y confiaba en la Concordia universal de todas las naciones. La Sabiduría, como buen masón, era para él el principal baluarte del Gran Edificio. Cuando al final de siglo entró en crisis el positivismo, Mucha se dejó seducir por corrientes espiritistas. Su segunda pasión era la fotografía (que, a su parecer, terminaría desplazando a las artes figurativas); en alguno de sus autorretratos practicó la doble exposición de la misma placa, de modo que aparece un cuerpo evanescente al positivar. Como un fantasma. 
En 1936, Alphonse escribió sus memorias, Tres declaraciones sobre mi vida y mi obra. El Museo Jeu de Paume le tributó ese año una exposición junto al también checo Frantisek Kupka (1871-1957). Mucha murió de pulmonía en Praga, tras ser encarcelado e interrogado por la Gestapo. Iba a cumplir entonces setenta y nueve años.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2017.
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[El Art Nouveau comprende, en líneas generales, las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX. Sus raíces hay que hallarlas en el posromanticismo, el prerrafaelismo británico y el simbolismo francés. Se extendió rápidamente a las artes decorativas: todo objeto de uso corriente es merecedor de una atención artística esmerada. Mucha no fue el único creador del nuevo estilo: en Francia lo impulsan tanto el diseñador Émile Gallé como el arquitecto Héctor Guimard (discípulo, a su vez, del modernista belga Víctor Horta). Guimard fue el diseñador de las mamparas modernistas de acceso al Metro de París.
Se desarrolló un arte pictórico efímero, apto para decorar fachadas y llamar la atención sobre productos y eventos. En esta línea trabajaron Armand Séguin y Louis Anquetin. En escultura se apuntó al movimiento rompedor Georges Lacombe.
En Francia se llevó la decoración modernista al vidrio –con Henry Cros--, la cerámica –Thorvald Bindesboll—y la joyería de René Lalique. La encuadernación de lujo llegó a su maestría con Eugène Grasset. Las paredes interiores de las casas solían entelarse con motivos chinescos u orientales.
En otros países surgieron, igualmente, artistas innovadores: el arquitecto Antonio Gaudí, en España; el vidriero Köpping y el impresor Eckman en Alemania; el pintor y tipógrafo William Morris en Inglaterra, donde también se abrieron las pinturas de Walter Crane.]

lunes, 6 de noviembre de 2017

Pon la megafonía.


No sin verdadera malevolencia se dice a veces que se conservan tantas astillas de la cruz de Cristo como para reconstruir un bosque entero. Y tantas gotas destiladas del pecho de la Virgen como para montar una central lechera.
Con el tercer secreto de Fátima parece querer ocurrir algo parecido. Que se sepa, y hasta la fecha, se han difundido tres versiones totalmente distintas del mismo. Las dos más conocidas y comentadas las incluíamos hace unos días bajo el epígrafe “El tiempo y el momento”. Pero el tercer presunto testimonio es bastante menos conocido, y lo ofrece el periodista José María Zavala en su libro El secreto mejor guardado de Fátima. Una investigación 100 años después (Barcelona, Ed. Planeta, 2017).
Zavala refiere que, en agosto de 2016, le llegó a la carpeta “spam” de su correo un mensaje anónimo que estuvo a punto de borrar. En lugar de liquidarlo, optó por abrirlo, y he aquí que se encontró a la Esclava del Señor. O a su portavoz, porque se trataba de la copia de un texto manuscrito, en portugués, cuya autora debía de ser, nada más y nada menos, que Lucia dos Santos, la vidente de Fátima. Zavala contactó con un traductor nativo y con una perito calígrafo profesional, Dña. Begoña Slocker de Arce. La perito constató y certificó pulcramente que el texto “dubitado” (fechado en Tuy, el 01 de abril de 1944), recién recibido, había sido escrito por la misma persona que la de los textos indubitados de control (es decir, las fotocopias de los secretos anteriores redactados por Lucia dos Santos, en agosto de 1941). Su certificación fue firmada en Madrid, a 08 de diciembre de 2016.
Tenemos, entonces, que considerar que la vidente de Fátima escribió esta tercera versión del tercer misterio. ¿Y qué dice este relato de veinticuatro líneas? Un Santo Padre, con los ojos del mal, entra en un templo gris, a modo de fría fortaleza de cemento, dejando atrás a una muchedumbre que lo alaba. La Señora lo interpretó como la apostasía de la Iglesia. La misma Señora dictó que fuera difundido este secreto antes de 1960. Y añadió que la sede de Pedro, en tiempos de Juan Pablo II, debía abandonar Roma (por no obedecer el dogma de fe) y ser trasladada a Fátima. San Pedro del Vaticano tendría que ser demolido y una nueva catedral habría de levantarse en Fátima. Si después de anunciado este secreto, el Vaticano no lo acatara en un plazo de 69 semanas, Roma sería destruida.
Las sesenta y nueve semanas han pasado, han venido dos Papas desde San Juan Pablo II, y el Vaticano parece seguir en pie y sin intenciones de trasladarse a otro lugar. 
Zavala relaciona este texto de Lucia dos Santos con los peligros del abandono de la ortodoxia, a raíz del Concilio Vaticano II, y la extensión de un confuso y falso ecumenismo. Y menciona, a tal fin, las advertencias de San Escrivá de Balaguer y la visionaria monja agustina Ana Catalina Emmerick (beatificada en 2004). 
Pero, evidentemente, este nuevo mensaje –redactado por Lucia tres años después que los que oficialmente se han dado a conocer—se aparta de lo que hasta ahora se nos ha comunicado. No tiene nada que ver la visión de un Anti-papa o un Pontífice al servicio del diablo, con un Papa y unos obispos martirizados en medio de las ruinas de una ciudad. Lucia dos Santos parecía escribir al dictado; pero ¿al dictado de quién? ¿De la Señora que se le apareció? ¿De su propia conciencia de creyente? ¿O de terceras personas, interesadas en llevarlo todo en la dirección más oportuna? 
Este tipo de serias contradicciones lo único que logra es sembrar la desconfianza y las dudas sobre la autenticidad y legitimidad de los supuestos “mensajes de la Virgen María”. Y, por descontado, causa una preocupación añadida a la Iglesia católica.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2017.

sábado, 4 de noviembre de 2017

El tiempo y el momento.


En 2017 se han cumplido cien años de las apariciones de Fátima. El 13 de octubre, un siglo desde la llamada “danza del sol” que muchos testigos dijeron haber contemplado. Coincidiendo con la celebración de estos cien años de los “secretos” anunciados por el alguien del Cielo a tres niños analfabetos de diez (Lucia), nueve (Jacinta) y siete años (Francisco), Goya Producciones ha sacado un documental, de unos 75 minutos de duración, titulado Fátima. El último misterio. En él se presentan los mensajes de la Virgen como profecías que se han ido cumpliendo a lo largo del siglo XX. Además se sostiene la tesis de que la Salvación del mundo depende grandemente de su conversión de una línea pecadora a otra pía. O la Humanidad se convierte de corazón al mensaje de Cristo, haciendo profunda y sincera Penitencia, o será destruida en un mar de catástrofes y sufrimientos horribles. Es decir, se asume una vía o postura chantajista para la Salvación del hombre: o este vuelve al camino de las creencias y del arrepentimiento (en especial, de los “pecados de la carne”, violentísimas afrentas al Inmaculado Corazón de María), o seguirá padeciendo profundos y definitivos males, y podrá ser aniquilado.
Una visión terrible, apocalíptica, no apta –como previenen los productores—para jóvenes menores de dieciséis años. Ahora bien, la ofrecida en el reportaje, ¿es una interpretación legítima, acorde con el mensaje misericordioso del Evangelio? Eso es otra cuestión; algo verdaderamente discutible.
Empecemos por el principio. ¿Fueron reales las apariciones de Fátima? La única catalizadora de cuanto se sabe de ellas fue Lucia dos Santos, quien las reunió por escrito el 25 de julio de 1941, en una carta a su obispo, y en respuesta a una expresa petición de este. Sor María Lucía del Inmaculado Corazón había entrado de novicia a los catorce años (cuatro después de sus visiones), y el 24 de octubre de 1925 profesó de monja. Sus primeras memorias sobre las apariciones en Cova da Iria datan de 1935. Esto es, casi veinte años después de los hechos que le dieron fama. Sor María Lucía –no ya Lucía a secas—era una persona distinta: había recibido una formación teológica –por simple que pudiera ser—que antes no tenía. Luego lo expresado por escrito por ella sobre las visiones pudo venir filtrado e influenciado, perfectamente, por lecturas canónicas de variado tipo. Sor María Lucía era una mujer sencilla, simple, obediente, crédula, y por ello, influenciable desde el sector más estricto y ortodoxo del clero. Esto no quiere decir, en absoluto, que mintiera, que inventara o no dijera la verdad; solo que pudo no contar los sucesos como realmente pasaron, sino como ella llegó a creer de buena fe que acaecieron. Las visiones las tuvo de niña. La recreación de ellas, ya de adulta, con veintiocho años. Cuando cualquiera intenta recordar un hecho concreto que le sucedió en la infancia, lo reproduce aproximadamente, a una escala totalmente distinta. Los lugares y edificios visitados de niños los recordamos con diferentes estructuras y dimensiones que cuando los volvemos a ver de adultos. Todos podemos hacer la prueba. La memoria no es una herramienta precisa, sino solo aproximativa. Sor María Lucía escribió lo que creyó recordar, y de un modo determinado, quizá alentado por ciertas lecturas que le parecieron ajustables y oportunas a aquella vivencia de su niñez. En la aparición de la “chica” o “señora” del 13 de julio de 1917, Lucia escribe que vio literalmente el Infierno: un mar de fuego, como en una caverna debajo de la tierra, donde se conjuntaban, entre gritos y alaridos, las almas de los condenados y los excéntricos demonios. Es un panorama que parece reproducir enteramente la concepción pictórica y canónica del Hades. Un lugar de fuego, de tortura y de espanto irreductible. Pero no podemos estar más de acuerdo con la lectura del periodista J. J. Benítez al respecto: “Para los que nos consideramos hijos de un Padre Universal –que solo sabe del amor—la posibilidad de un «infierno» constituye una de las peores «calumnias» que ha podido levantar el ser humano contra Él.” Por consiguiente, para Benítez, o se confundieron los pastorcillos de Aljustrel, o los confundieron para ajustar lo referido por ellos a un canon preestablecido (v. “El secreto de Lucía”, en Mis enigmas favoritos).
La Iglesia Católica considera, oficialmente, que el depósito de la Revelación de Dios al hombre terminó con Jesucristo. Por eso, no declara dogma de fe las apariciones marianas, que serían así supuestas “revelaciones privadas” de la divinidad a los fieles videntes. Puede haber personas especialmente dotadas y designadas por la Divina Providencia para efectuar una relectura o acomodación del Evangelio a los tiempos. El mismo Dios Creador no actuó siempre de la misma forma. Confió primero en la bondad intrínseca de los hombres, pero fue traicionado por estos al comer del fruto del conocimiento del bien y del mal, y así hubo de expulsarlos del Paraíso, por medio de un ángel con una espada flamígera. Curiosamente, ese personaje de la espada de fuego vuelve a recrearse en la lectura del “tercer secreto” que ofreció la Santa Sede el 13 de mayo de 2000: “Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! La lectura de esto es que Dios, a través del ángel, exige que el mundo se arrepienta de sus pecados, se convierta y haga penitencia. Dios amenaza, si no, con destruir al mundo, pero su Divina Madre, Reina de Misericordia, detiene el efecto del fuego destructor. Por eso, las llamas no incendian la Tierra. Y el tercer misterio continúa: “Y vimos en una inmensa luz que es Dios: « algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él » a un Obispo vestido de Blanco « hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre ». También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.” Este texto de Sor María Lucía está fechado en Tuy, el 03 de enero de 1944. Se ha querido ver en él la profecía del atentado sufrido por San Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981. El propio Pontífice fue el primero que se convenció de que la mano de la Virgen de Fátima había desviado la trayectoria del proyectil fatal disparado por Alí Agca. En agradecimiento, consagró por dos veces el mundo al Inmaculado Corazón de María (tal y como había mandado la Virgen en las visiones de Lucia dos Santos), para impedir así males mayores, y pidió que la bala del atentado quedara engarzada en la corona de la imagen de Fátima.
No obstante, observamos diferencias notables entre lo relatado por Lucia y lo que ocurrió en Roma ese 13 de mayo: el Papa no murió. La ciudad no estaba destruida. Nadie más lo acompañó en el martirio. No hubo ningún riego de sangre. La visión parece exagerada respecto de los hechos reales atribuidos como su proyección. 
En el documental de Goya Producciones, el portavoz del Vaticano en el pontificado de San Juan Pablo II, Joaquín Navarro-Valls (miembro del Opus Dei, fallecido en julio de 2017), certifica que el texto autógrafo presentado ante los medios de comunicación es el original y único redactado por la religiosa vidente. No hay otro, ni se guardan otras partes o versiones diferentes de lo visto por Sor María Lucía. Las especulaciones al respecto son, por tanto, para él, innecesarias e injustificadas. No hay nada más.
Volvamos al tema de la Revelación de Dios en la Historia humana. En el Antiguo Testamento, Dios, distante de los hombres, realiza pactos y alianzas con estos por medio de los profetas. Esos pactos, lamentablemente, se asemejan a las películas de indios: los blancos siempre quebrantan el tratado de paz con los pieles rojas. Los hombres siempre traicionan a Dios, y le vuelven la espalda. Es así que, en un momento dado, Dios varía su estrategia: decide encarnarse, tomar cuerpo y apariencia humana. Llega Jesucristo, Redentor absoluto del mundo. Jesús predica la Buena Noticia: su Amor por los hombres va a quebrar cualquier traba, todo desacuerdo entre una vida de faltas y el Perdón del Padre. Jesús no viene a disculpar a justos, sino a pecadores. Su Amor es infinito e imperecedero. Y nos transmite la Ley del Amor: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Pero tampoco descuides el buen amor a Dios Creador. 
No se produce, pues, un viraje del Dios del Antiguo Testamento en la Buena Nueva, sino la solución definitiva. Dios deja al hombre por imposible. Pero no lo abandona ni reniega de él, sino que lo salva por medio del sacrificio de su Hijo Jesucristo.
Jesucristo –como señala San Pablo—vence a la Muerte y con ello al Mal en la Tierra. Jesucristo otorga la Vida Eterna a quienes creen sinceramente en Él y dan testimonio de su Mensaje. Se fue con el Padre, pero nos dejó su aliento: su Espíritu. Eso explica que Jesús sea Emmanuel (o Immanuel), que quiere decir ‘Dios con nosotros’. Porque el Amor y la Bondad habitan entre nosotros, y debemos saber vivificarlos. Dios está a mano. Es el corazón del hombre en paz y alegría en el amor a sus semejantes. 
Siempre habrá creyentes, gente que rece por la Salvación del mundo (que empezó y terminó, en realidad, con Cristo); personas que amen a sus semejantes y obren el bien, con pureza y nobleza de alma. Por tal motivo, las amenazas y visiones apocalípticas ofrecidas en bastantes supuestas apariciones marianas suenan un poco a gratuitas. Lo que sí es importante –desde luego—es que cada uno de nosotros, libremente, sin coacciones de ningún tipo, por fe y esperanza en la Caridad, optemos por Jesucristo. Que seamos los hijos pródigos que volvemos junto a nuestro Padre, avergonzados por nuestros errores y pidiendo perdón. Y nuestro Padre no dejará de recibirnos con los brazos abiertos en sus muchas moradas y de celebrar gran fiesta.
En el reportaje de Goya Producciones, el comunismo es el lobo del rebaño. El azote del mundo, la peste del siglo XX. Ciertamente, el materialismo entronizó al hombre y desbancó a Dios. Y todo lo que se construye en este mundo, desde los paraísos artificiales –como los Jardines Colgantes de Babilonia--, pasando por los mausoleos, hasta los nombres de las calles, resulta caduco, pasajero y perecedero. Solo los buenos valores no perecen, porque pasan de padres a hijos, de una generación a otra. Las revoluciones sociales –a menudo radicales y violentas--nunca han sido una panacea, pero es verdad que algo han servido para cambiar a positivo. La Revolución Francesa de 1789 acabó fagocitándose a sí misma, tal y como escenifica mágicamente Alejo Carpentier en El Siglo de las Luces. Mas sin ella no hubiéramos superado, probablemente, el sistema de gobierno absolutista y autoritario de los reyes, y como sugirió María Antonieta de Habsburgo, en ausencia de pan, soñaríamos con los pasteles. Si la burguesía, aliada de las clases trabajadoras, no hubiera pedido y obtenido cambios, la vida hoy seguiría derroteros aún más injustos. La revolución leninista de 1917 fue sangrienta y trajo muchas consecuencias nefastas, pero hay que reconocer que el zar era un tirano que vivía a costa y a espaldas de su pueblo. Y que esta situación no la podría querer tampoco el Cielo.
Cuando Sor María Lucía redacta sus memorias, tiene presente que el comunismo y su idea materialista de la vida avanza por la faz del Globo. De hecho Portugal, en la época de las visiones de los tres pastorcillos de Fátima, atravesaba ya un periodo laicista y totalmente contrario a la libertad de cultos. Los tres primos –Lucia, Jacinta y Francisco—fueron encarcelados por la autoridad y casi obligados a renegar de las apariciones en Cova da Iria. Había un profundo enfrentamiento entre el poder civil y el religioso. Y esto se fue extendiendo paulatinamente por toda Europa en los años veinte y treinta del pasado siglo. Ahora bien, todo lo malo que parece ser el comunismo, no lo debe de acarrear su “alter ego”, el fascismo. Y en particular, Mussolini y sus Camisas Negras y las Juventudes Hitlerianas y sus camisas pardas. No hay referencias en las visiones a esta amenaza igualmente atea. La Virgen de Fátima censura la actitud de Rusia, pero calla ante la escalada del culto a la personalidad del líder en Italia y en Alemania. ¿Por qué esta diferencia, esta omisión?
Ofrecer el Paraíso en la Tierra conlleva un error y una ignorancia. Por las razones que ya hemos indicado. Ningún Reich dura mil años. Antes o después, cae. Los hombres se dejan llevar por el engaño, por su ambición desmedida, y es imposible que un proyecto social utópico eche buenas raíces. 
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Recuperemos la pregunta del comienzo: ¿existieron de verdad las apariciones de Fátima? Algo hubo. El 13 de octubre de 1917, ante unas setenta mil personas como testigos, el sol atemperó su fulgor. Era posible mirarlo sin incomodidad y sin dañarse la retina. Al mismo tiempo, un matiz primero morado, y luego amarillo, se extendió por todo el lugar. Hasta las sombras de los árboles se tornaron gualdas. Misteriosa y repentinamente, el sol aumentó de tamaño y pareció querer caer sobre la Tierra. En esta declaración coinciden varias personas, quienes observaron el fenómeno a diferentes distancias y en distintos enclaves. Luego algo tuvo que haber. Los observatorios astronómicos, empero, no registraron nada anormal en el cielo ese día.
Según las afirmaciones de Sor María Lucía, en 1915, entre abril y octubre de 1915, en el cerro de Cabeço, ella y otras tres niñas (todavía no sus primos) vieron algo blanco sobre unos árboles. Una figura humana traslúcida, como envuelta en un lienzo. Al parecer de una de las videntes implicadas, era una especie de mujer sin cabeza, privada además de manos y de ojos.
Los primeros documentos que recogieron las manifestaciones de Lucia dos Santos y sus primos, los debidos al reverendo Manuel Nunes Formigao,  presentaron una versión atípica de la figura de la Señora de Fátima. Fueron encontrados y exhumados por los investigadores Fina d’Armada y Joaquim Fernandes en 1978. En ellos la Señora es una chica de unos quince años, de poco más de un metro de estatura, con un sayo blanco y dorado reflectante. La túnica, con costuras, parecía acolchada. No llevaba cinto y sí dos o tres cordones en los puños. Le tapaba los hombros una capa blanca. Una esfera descansaba sobre su pecho. Algo impreciso le ocultaba el cabello y las orejas. Sus ojos eran negros. Era bella y hablaba sin despegar los labios. Se desplazaba por una rampa luminosa y sin separar ni mover los pies. Los niños dijeron que no se parecía a ninguna imagen de la Virgen o de los santos vista con anterioridad. Era algo sorprendente y totalmente nuevo.
Según el testimonio de Sor María Lucía, la aparición predijo, entre otros detalles, la muerte prematura de Jacinta y Francisco Marto. Es más, la monja atestigua que la Señora se iba apareciendo a uno u otro, para ofrecer su consuelo ante el próximo sufrimiento. Jacinta cayó mala –con pleuresía infecciosa—el 23 de diciembre de 1918. Fue trasladada a un hospital de Lisboa, pero no mejoró. Falleció el 20 de febrero de 1920. Su hermano Francisco también murió por la gripe española en 1919. Sepultada en un sarcófago de plomo relleno de cal viva, en el cementerio de Vila Nova de Ourém, en el panteón del barón Alvaizare, Jacinta fue trasladada al camposanto de Fátima en 1935. Entonces se comprobó que su rostro estaba incorrupto. Desde 1951-52, tanto ella como su hermano Francisco reposan en la basílica de Cova da Iria. Ambos niños fueron beatificados el 13 de mayo de 2000 por San Juan Pablo II, y canonizados el 13 de mayo de 2017 por el Papa Francisco. Sor María Lucía dejó este mundo el 13 de febrero de 2005, en Coímbra. Espera sus procesos de beatificación y canonización. 
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2017.
[Para saber más: Kevin McClure, Evidencias sobre las apariciones de la Virgen, 1991; Carmen Porter, Misterios de la Iglesia, 2002; José María Zavala, El secreto mejor guardado de Fátima. Una investigación 100 años después, 2017]
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Existe la teoría de que Sor Lucía de Coímbra y Lucia dos Santos (la vidente) eran dos personas distintas. Se han comparado fotografías de ambas y hay diferencias muy significativas en el mentón, prominente y más grande en el caso de Sor Lucía de Coímbra, y más pequeño y hundido en la faz de Lucia dos Santos. También se ha alegado que imágenes de los años sesenta presentaban una Lucía más juvenil que las fotografías de Lucia dos Santos a los treinta y ocho años (realizadas en 1945). Si se produjo una suplantación, ¿a qué obedeció?