“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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sábado, 21 de octubre de 2017

Virginia Woolf: por un lugar en el mundo.


Con el cartel de “No hay billetes para todas las representaciones”, vuelve a resplandecer, en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, Una habitación propia, en versión libre y dirección de María Ruiz. El texto se basa en un ensayo capital de Virginia Woolf sobre los derechos de la mujer y su acceso a la Cultura. Virginia fue una escritora aclamada y traducida por Borges, cuya novela Orlando debe leerse, al menos, una vez en la vida. Orlando es la historia de un personaje que vive varias existencias, bien como hombre o como mujer. Sus descripciones, a medio camino entre el verismo y la alucinación, están en el origen del realismo mágico de García Márquez (tal y como señalé en mi tesis doctoral). En su peculiar relato histórico, la autora recordaba a sus lectores: “La vida normal de una mujer era una sucesión de partos. Se casaba a los diecinueve años, y a los treinta ya había tenido quince o dieciocho hijos, porque abundaban los gemelos. Así nació el Imperio Británico.”
Hasta el siglo XVIII, las mujeres no comenzaron a ser reconocidas como personas. Su educación era somera y muy limitada. En 1866, aparecen las dos primeras facultades inglesas que admiten mujeres. Hasta 1880, la mujer no era propietaria de sus bienes, que correspondían a su marido. En 1919, llegó en Reino Unido el sufragio femenino. Alcances lentos. Costó mucho que la mujer pudiera pensar libremente. En España, la escritora y poetisa Concha Méndez Cuesta anotaba con amargura cómo, siendo ella una niña, un amigo de su padre, que preguntaba a sus hermanos lo que querían ser de mayores, le espetó, sin reparo alguno: “—Las niñas no son nada.”
Leer a Virginia Woolf es dejarse llevar por una de las virtuosas esenciales de las letras inglesas. Es gozar de una prosa exquisita, cuidada. Una habitación propia (1929) es una lectura que tampoco se debe postergar mucho. Cargada de un agradable humor y de una sutil ironía, repasa el pasado y el presente de mujeres con inquietudes intelectuales. Tal vez Shakespeare tuviera una hermana, que se llamara Judith, y osara a ser poeta y actriz en Londres. Imagina a la pobre mujer muerta por la pérdida de su buen nombre y enterrada junto a un cruce de caminos, convertido luego en una parada de autobús. Todavía en agosto de 1928, Sir Egerton Brydges pontificaba: “Las mujeres novelistas deben solo aspirar a descollar por el valiente conocimiento de las limitaciones de su sexo.” ¡Las limitaciones de su sexo! Mayor fogosidad, especial inclinación al pecado de lascivia, cerebro disminuido… 
“Cada vez que una lee de una bruja tirada al agua, de una mujer poseída por los demonios, de una curandera vendiendo hierbas y aun de la madre de un hombre célebre pienso que estamos en la pista de un novelista, un poeta abortado, o una Jane Austen muda.” Para la autonomía relativa de la mujer, más importante que el voto, fue la posesión de su propio peculio. Cuando fallece una tía de la narradora, de una caída de caballo en Bombay, y se prescribe una renta anual vitalicia de quinientas libras, se anota que es preferible contar con dinero que con el sufragio. Con dinero, una persona puede arreglarse mejor. A pesar de ello, el acceso a las bibliotecas universitarias seguía restringido, como no fuera salvado mediante una oportuna carta de presentación, o una visita en ilustre compañía de un profesor. “Que una mujer haya maldecido una biblioteca famosa es asunto del todo indiferente a la biblioteca famosa.”
Clara Sanchís, soberbia intérprete a quien se pudo aclamar en La lengua en pedazos (de Juan Mayorga), compone una Virginia Woolf recia, firme, deslumbrante. Acompaña su disertación de varios solos de piano, hábiles apóstrofes, vigorosos subrayados de su ansiedad creativa. Clara Sanchís es Profesionalidad en el escenario, entregada en cuerpo y alma a un complejo ejercicio memorístico y expresivo de hora y cuarto.
Una obra para celebrar y recordar, con el brillante compromiso de leer Una habitación propia.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2017.

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