“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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viernes, 13 de octubre de 2017

A la búsqueda incansable de la Energía.


“Nada podía comprar a mi gurú;
ni siquiera el amor.” (P. Yogananda)
Rafael Álvarez El Brujo nos lleva a la India, a los pies del Himalaya. El camino ascendente de un yogui o santón célebre, Paramahansa Yogananda (1893-1952). Cuando era niño, Yogananda se tumbó en su cama, cerró los ojos, y contempló la oscuridad. Un muro. Entonces se hizo una pregunta relevante: “¿Qué hay detrás de la oscuridad?” Los padres del pequeño Mukunda eran adeptos del santón Lahiri Mahasaya (nombre harto repetido por El Brujo durante su representación). A raíz de perder a su madre, con once años, al sentirla fundida con la Gran Madre Cósmica Universal, Yogananda decidió consagrar su vida a responder a aquella antigua pregunta: ¿qué existe tras la tiniebla? Se puso a servir a un gurú (Yukteswar Giri) que encontró en Benarés –la ciudad sagrada--, quien le acercó, por medio del kriya yoga, la solución al eterno enigma.
Detrás de las tinieblas (como creía también Juan de la Cuesta, impresor del Quijote) está la Luz. La Luz es una constante cósmica. Yogananda y Einstein coincidieron en lo mismo. La Luz es la energía absoluta. Nada supera su fuerza expansiva, ni su velocidad. Se puede alcanzar la paz completa canalizando la relajación del cuerpo, a través de la energía de la mente y de la espina dorsal, hasta aproximarse a la Energía vital de la Luz cósmica. En 1920, Yogananda se creyó llamado a predicar el yoga en Occidente, y viajó a Estados Unidos. Allí encontró un ferviente seguidor y mecenas, el magnate del petróleo James Lynn. Yogananda habló de una relación personal con la divinidad, que es Energía, Luz. Enviaba sus lecciones incluso por correo postal aéreo. Creó una comunidad de monjes y monjas célibes en Mount Washington (Los Ángeles): Self-Realization Fellowship (‘Confraternidad de la Realización del Ser’).

Yogananda intentó una simbiosis entre panteísmo, hinduismo meditativo y cristianismo. A Cristo se le lleva dentro –pensaba—y hay que encontrarlo. No es tanto una pura cuestión de fe como sí de intuición y realización personal. La meditación del kriya yoga puede conducir a la contemplación de la luz divina. Y con ello a un estado mental y corporal de bienestar, relajación y paz completa. El universo es como una gran película proyectada y nosotros somos los actores. Solo nos falta mirar hacia el proyector, la fuente de luz, el origen de todo. En cierto modo, es una relectura del mito de la caverna de Platón. En principio, vemos sombras reflejadas sobre una pared. Pero, a medida que nos vamos perfeccionando y limpiando interiormente, somos capaces de visionar más, con mayor nitidez. Nos acercamos a las verdaderas realidades, en este caso reunidas, concentradas en la Energía del Cosmos.
 Yogananda continuó enseñando kriya yoga en Estados Unidos. Efectuó algunos viajes a la India, y consiguió atraerse a personalidades como Mahatma Gandhi. A menudo, entraba en trance, en suspensión entre la consciencia y la absorbente contemplación íntima de la divinidad. Durante una recepción en el hotel Biltmore de Los Ángeles, se sintió plenamente “santificado” y cayó muerto al suelo. Era el 7 de marzo de 1952. Su cuerpo se conserva incorrupto:
«El señor Harry T. Lowe, director del cementerio de Forest Lawn Memorial Park de Glendale (en el cual reposa provisionalmente el cuerpo del Maestro), remitió a Self Realization Fellowship una carta certificada ante notario, de la cual se han extraído los párrafos siguientes:
“La ausencia de cualquier signo visible de descomposición en el cuerpo de Paramahansa Yogananda constituye el caso más extraordinario de nuestra experiencia […] Incluso veinte días después de su fallecimiento, no se apreciaba en su cuerpo desintegración física alguna […] Ningún indicio de moho se observaba en su piel, ni existía desecación visible en sus tejidos. […] Este estado de perfecta conservación de un cuerpo es, hasta donde podemos colegir de acuerdo con los anales del cementerio, un caso sin precedentes. […] Cuando se recibió el cuerpo de Yogananda en el cementerio, nuestro personal esperaba observar, a través de la cubierta de vidrio del féretro, las manifestaciones habituales de la descomposición física progresiva. Pero nuestro asombro fue creciendo a medida que transcurrieron los días sin que se produjera ningún cambio visible en el cuerpo bajo observación. El cuerpo de Yogananda se encontraba aparentemente en un estado de extraordinaria inmutabilidad. […]

Nunca emanó de él olor alguno a descomposición. […] El aspecto físico de Yogananda instantes antes de que se colocara en su lugar la cubierta de bronce de su féretro, el 27 de marzo, era exactamente igual al que presentaba el 7 del mismo mes, la noche de su deceso; se veía tan fresco e incorrupto como entonces. No existía razón alguna para afirmar, el 27 de marzo, que su cuerpo hubiera sufrido la más mínima desintegración aparente. Debido a estos motivos, manifestamos nuevamente que el caso de Paramahansa Yogananda es único en nuestra experiencia”.»
“Y añadió: No puedes ver mi rostro; porque nadie puede verme, y vivir.” (Ex 33, 20) “El único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.” (1 Tim 6, 16)

Existe esa posibilidad de que Yogananda alcanzara la visión de esa Luz en Majestad que ocupa la última etapa del camino espiritual. Que se llenara de ella y así entregara su alma rebosante de paz.
Yogananda escribió mucho acerca de sus experiencias meditativas. Como todo místico –tanto oriental como occidental--, procuró la purificación del alma y del cuerpo para unirse a la esencia divina. Su libro más comentado es Autobiografía de un yogui, cuya redacción comenzó en 1945. Pero alumbró otros muchos y extensos títulos, como los tres volúmenes de La segunda venida de Cristo. En esta obra, Yogananda reivindica la presencia del Jesús que todos llevamos con nosotros, y que hay que descubrir y revitalizar. Como segundo nazareno, tampoco Yogananda se cortó el cabello, que llevaba en rizada y larga melena sobre los hombros. Como todo seguidor de yoga, prescribió vivir en el presente, olvidando el pasado (que no vuelve) y no pensando en el futuro (que aún no existe). Hay que postergar tanto el peso de los recuerdos, como las arriesgadas conjeturas. El hombre es SER, primero, más que hacer. Si no descubre la plenitud de su Ser, no alcanza nada. Estas enseñanzas, anteriores al cristianismo, y con más de cinco mil años de antigüedad, han sido actualmente incorporadas en Occidente al método Mindfulness: vivir conscientemente; poner atención plena (pero sosegada) a todo instante del tiempo presente.
Entrevista con "El Brujo" sobre "Autobiografía de un yogui". 
* * *
La obra de Rafael Álvarez, en el Teatro Cofidis Alcázar de Madrid, se extiende durante dos horas y media. Para un público interesado en aspectos trascendentes, ese tiempo pasa hermosamente rápido. El Brujo, muy consciente en todo momento de la densidad temática del drama, lo ameniza con un anecdotario personal que intenta conectar con los diferentes estadios de Autobiografía de un yogui. Como introducción a la vida e inquietudes metafísicas de Yogananda, la propuesta y la lectura son acertadas. La visualización invita a saber más sobre este personaje. A la salida, en el vestíbulo del mismo teatro, se pueden adquirir diversas publicaciones sobre Yogananda, incluido el documental Awake (Despierta). La vida de Yogananda (narrado en castellano, entre otros, por el propio Rafael Álvarez).
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2017.

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