Desde el 31 de agosto de 2016 se
viene representando en el Teatro Marquina (C/ Prim, 11, Madrid) Bajo terapia, ópera
prima del argentino Matías del Federico,
y bajo dirección de Daniel Veronese.
La pieza dramática se estrenó en Buenos Aires, a principios de 2015, y llegó a
los Teatros del Canal a finales de agosto de ese mismo año. A menudo se la
compara con Toc toc, la exitosa y
realmente hilarante comedia de Laurent Baffie, que en Madrid ya va por su
octava temporada, con 2.200 funciones. Sin embargo, Bajo terapia no es ninguna comedia, sino un drama de tremenda
acidez, con un desenlace muy amargo.
Tres parejas son citadas por una
psicóloga en su despacho, y en ausencia de esta, deberán ir abriendo unos
sobres y abordando en común los temas en ellos propuestos. Una de las mujeres
es Marta (magistral Carmen Ruiz), quien, inhibida por la voz de su marido,
apenas participa en las conversaciones. Fele Martínez es Daniel, extrovertido y
chulesco padre de dos hijos, que descuella en los comentarios. Manuela Velasco –Carla—y
Gorka Otxoa –Esteban—son una pareja joven, sin descendencia aún, que viven por
separado. Melani Olivares –Laura, abogada—es la esposa del sarcástico Daniel.
Cierra el elenco Juan Carlos Vellido –Roberto--, agresivo esposo de Marta.
Los papeles encerrados en los
sobres les hacen hablar, pero lo que va saliendo tiene, desde el principio,
todo de dramático y nada de cómico: el adolescente que toma el coche de su
padre y causa un problema serio; la educación de modos y maneras en el seno de
la familia; el acoso escolar; la infidelidad conyugal; los celos patológicos;
la ludopatía; la bebida; y, por último, y más severo, la agresión, física o
sexual, a la mujer. El comienzo de este áspero drama recuerda Un dios salvaje (Yasmina Reza, 2008),
porque involucra a unos padres como primeros responsables de la actitud de su
hijo hacia los demás. Lo lamentable del caso es que Del Federico consigue que
una parte nutrida del público celebre con risas las aparentes “gracias” que
sueltan Daniel y Esteban, mientras la muy apocada Marta se las arregla para consumir
la botella de whisky sin que sus compañeros lo perciban. Y, ciertamente, da mucha
pena que los espectadores festejen las situaciones comprometidas que se desgranan
en la función. Porque esto no es percibir que algo malo y grave va a ocurrir,
que va a estallar antes de que esos convocados abandonen la consulta de la
psicóloga, acaso yéndose de rositas. Y no, allí nadie se va como ha venido. El
argumento desvela su trampa al final, para que sientan los que se ríen la
amplia torpeza de sus carcajadas.
Por eso, sería conveniente
advertir al público que esta obra no es
para pasar un buen rato. Que mofarse de las desgracias ajenas, cuando estas
son planteadas con jocosidad entreverada con discusiones y elocuentes
silencios, los mismos que se abren cuando llega la suerte de matar a la res
brava en el ruedo, francamente ni es sano, ni tiene sentido. Más bien es
muestra de un comportamiento enfermizo hacia aquello malo que aguanta el
prójimo.
Desconocemos si, al escribir Bajo terapia (que se alzó con un concurso
de nuevos talentos), su autor pretendía venderla al público como simple motivo
de entretenimiento teatral. El espectador bien aficionado al teatro intuye sin
embargo, desde el comienzo, que en estas bodas el agua no se ha transmutado en
vino, sino en vinagre. Que en lo que en Toc
toc es una parodia (o farsa casi) de las monomanías inofensivas, en Bajo terapia son disquisiciones acerca
de auténticos conflictos que sufren, a diario y a muy duras penas, muchas
personas. Que Marta beba y se arranque de repente a hablar en gallego, o que se
muestre el funcionamiento de cierto juguete sexual, no confiere a la obra el
subtítulo calificativo de comedia, y sí, en cambio, por todo lo hablado y
sucedido, el de drama, con esa doble línea hacia la liberación de las correas,
o, por el reconocimiento del error, hacia el destino más trágico.
© Antonio Ángel Usábel, marzo
de 2017.
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