Pilar Primo de Rivera
(Madrid, 1907-1991) es una figura hoy muy olvidada de la Historia reciente de
España. De hecho, ni libros ni documentales que analizan la dictadura de Franco
la mencionan apenas. Otros la omiten, como si no hubiera existido. De finales
de la II República hasta la actualidad ha primado la idea de virilidad. El
régimen que se instauró tras nuestra Guerra Civil decretó un diseño varonil de
Estado: los hombres fueron los vencedores de la contienda, y los que con su
fuerza deberían levantar la nueva nación. El papel de la mujer solo se
contempló, fundamentalmente, como destinado al sostenimiento moral y al cuidado
del marido y de los hijos. Esto no significa que la mujer debiera permanecer
inactiva, sino todo lo contrario: como tal mujer debería volcarse en tareas en
principio familiares u hogareñas (consideradas esenciales), pero también en
labores de beneficio social y en educación de adultos y de escolares. Se pedía
de la mujer que fuera entregada, abnegada, sufrida, que auxiliara allí donde se
la requiriera y que cuidara siempre del varón, ya fuera este padre, abuelo,
esposo u hermano. La buena mujer debía ponerse al servicio del hombre, pues
este era el cometido que la tradición histórica le había venido asignando (no solo
en España, sino en toda la civilización occidental). Pilar Primo de Rivera no
combatió nunca estos asientos morales, sino al contrario, los alentó y
convirtió en máximas, para confortar al régimen disciplinado y totalitario que
había nacido con el triunfo del Caudillo. Sin embargo, y en la medida de lo
posible, la hermana de José Antonio intentó que la mujer no fuera ni
arrinconada, ni olvidada, aunque si bien en un plano subsidiario que nadie
discutía.
Por eso esta obra
cómico-dramática que ahora podemos ver en el Teatro del Barrio (C/ Zurita, 20), La Sección, escrita brillantemente por Jéssica Belda Peiró y Ruth Sánchez González, era tan
necesaria. Para rescatar del olvido y valorar, en su justa medida y dimensión,
una figura pública que los manuales y ensayos han silenciado. Con el guiño
desenfadado de la farsa, con el aire canalla del vodevil, pero respetando el
rigor histórico, las autoras nos sumergen en un divertido viaje a la España
franquista. Y levantan, con humildad, pero con entrega total a este proyecto, uno
de los mejores espectáculos teatrales que se pueden ver en Madrid esta
temporada. Tres son las intérpretes de la obra, empezando por la propia Jéssica Belda, arropada en la aventura
por Manuela Rodríguez y Natalie Pinot. Las tres consiguen plena
verosimilitud de caracteres dentro del ejercicio paródico, lo cual se antoja
doblemente difícil. Porque estás ofreciendo una versión cómica, risible, al
tiempo de transparentar, con las pinceladas justas, la psicología endémica del
personaje.
La Falange se crea en el
madrileño Teatro de la Comedia el 29 de octubre de 1933, con un discurso
fundacional, pronunciado por su líder y jefe, José Antonio Primo de Rivera, del cual las autoras de esta pieza
han aprovechado bastantes párrafos. José Antonio, harto de la división de la
política española en multitud de partidos, algunos de ellos con pretensiones
nacionalistas que herían y quebraban la unidad del país, propuso su
“antipartido”, es decir, la solución definitiva al problema de las disensiones
y los enfrentamientos: una España unida en un solo proyecto común, católico,
que tomara como mayor defensa la dignidad de la persona, aun cuando bajo la
tutela esta de un Estado totalitario. España tenía que cumplir con un designio
histórico dentro de la civilización occidental; la España de Don Pelayo, de
Isabel la Católica, de Garcilaso, de Carlos I, de Felipe II… La España de orden
y mando imperialista y colonialista. Una protección integral al camarada
obrero, regida siempre por un gobierno paternal y por el Vaticano. El sufragio
universal y la teoría rousseauniana de libertad natural recuperada
ilusoriamente a través del mismo no sirven de nada en un plan donde el fin está
claro: ejercer los principios católicos de una tradición, y que estos sean ley.
La Falange nace alimentada por el caos político-social imperante en España en
la década de los treinta, y auspiciada por el Fascismo italiano de Mussolini y
el nacionalsocialismo alemán de Hitler. Con la salvedad de que José Antonio
nunca hubiera pretendido, seguramente, un diseño unipersonal de gobierno, tal y
como después se comprobó, una vez muerto el jefe-fundador, en el levantamiento
de Federico Manuel Hedilla contra Franco. En efecto, el jefe cántabro se opuso
con ímpetu contra el control por Franco de la jefatura de Falange. Contaba para
ello con las simpatías de los nazis, con la indiferencia de los fascistas
italianos, y con la rivalidad de otros camaradas de partido, entre ellos, Pilar
Primo de Rivera. Pero la unificación ideológica era necesaria (para impedir la
fragmentación en facciones) y estaba en marcha. Así que Hedilla fue detenido,
juzgado en consejo de guerra (Salamanca, julio de 1937) y condenado a cadena
perpetua, primero, y a pena capital después. Si no se le ejecutó fue por la
mediación de Pilar Primo en favor suyo. Hedilla pasó varios años en la cárcel
y, cuando fue indultado, en 1947, no volvió a ser nadie dentro del nuevo
estado. Peor suerte corrió otro falangista afiliado a la causa hedillista, que
estuvo preso junto a José Antonio en la cárcel Modelo de Madrid, Pedro Marciano
Durruti Domingo, hermano pequeño del guerrillero anarquista José Buenaventura
Durruti (casualmente, abatido de un balazo solo dos horas antes del
fusilamiento de José Antonio, en la madrugada del 20 de noviembre de 1936). En
efecto, este Pedro M. Durruti –mecánico de profesión—fue juzgado en León por
consejo de guerra y pasado por las armas el sábado, 22 de agosto de 1937. Al
parecer, Pedro Durruti exigía –un poco confundido y desorientado-- la
disolución de la Guardia Civil, y la incorporación a Falange de socialistas y
comunistas arrepentidos.
El mesianismo paternalista que
pretendía José Antonio para España fue interpretado a la perfección, durante
treinta y seis años, por el General Franco, a quien Wenceslao Fernández Flórez
bautizó en ABC (20-09-1938) “Mesías
de la redención cívica de España”.
La obra La Sección se centra,
especialmente, en rescatar el rol jugado por las mujeres de Falange en la
década de 1930 y en la inmediata posguerra. Pilar Primo de Rivera era melliza
de una hermana, Angelita, que murió con apenas seis años, en 1913. Pilar era la
segunda hermana del primogénito José Antonio, y huérfana de madre, fue acogida
y criada, con tan solo dos añitos, por la abuela y sus tías paternas. Se crio
en un ambiente castrense, autoritario y sumamente cerrado y tradicionalista.
Cuando José Antonio funda la Falange, ella pide entrar, pero es admitida a
través del S.E.U., el Sindicato Español Universitario. El 12 de julio de 1934,
Pilar constituye la Sección Femenina. La Sección tuvo un desarrollo importante
en poco tiempo: de 2.500 afiliadas en julio de 1936, pasó a 300.000 en octubre
de ese mismo año, la mayoría residentes en la zona sublevada, y a 580.000
acabada la guerra. El 30 de mayo de 1939, en Medina del Campo, y ante 11.000
afiliadas, Franco refrendó su labor en el nuevo régimen, que las falangistas
fueran reflejo de Isabel la Católica y dignas de su patrona, Santa Teresa de
Ávila. La ley de la Jefatura del Estado, de 28 de diciembre de 1939, legitimaba
jurídicamente la Sección Femenina y fijaba su cometido prioritario: la
formación de la mujer española y su incorporación a la tarea nacional. Tenía
que servir a España mediante la consolidación del espíritu nacional y la
enseñanza de los sagrados principios del Movimiento. La Sección fijó su sede en
el Castillo de la Mota (Valladolid), rehabilitado para ese acogimiento.
En octubre de 1936, con la
contienda civil en marcha, una falangista, Mercedes
Sanz Bachiller, crea el Auxilio de Invierno, con el fin de ayudar, en la
peor estación del año, a niños huérfanos, evacuados y desplazados por las
represalias y la furia de los combates. Se fundan comedores y hogares de
acogida, y se forma a las mujeres voluntarias en enfermería. En enero de 1937,
ya era el Auxilio Social, que contaba con trescientas mil mujeres en 1939. Mercedes
Sanz era viuda de Onésimo Redondo, falangista muerto en un tiroteo en Labajos
(Segovia), en julio de 1936. Como simpatizante de Hedilla, se enfrentó a Pilar
Primo, al querer conservar la independencia del Auxilio Social, que la jefa de
la Sección reclamaba también para sí. Mercedes Sanz había viajado a Alemania, y
se había formado en trabajos sociales con los nazis. Al final, se impuso el
criterio autárquico de Pilar Primo, y la Sección Femenina se hizo cargo de la
dirección del Auxilio Social. Esta
confrontación queda muy patente en la obra de Jéssica Belda y Ruth Sánchez.
Mercedes Sanz fue la creadora del Servicio Social de la Mujer, una especie de
servicio militar femenino, obligatorio para todas las mujeres de entre 17 y 35
años, que duraba seis meses, y se cumplía en comedores, hospitales, oficinas y
similares.
Cuando termina la guerra, Pilar
consigue seducir con su Sección a intelectuales de la talla de José Ortega y
Gasset, quien visitó el Castillo de la Mota y quedó encandilado por la tarea de
expansión que allí se hacía. Siguiendo a su hermano José Antonio, Pilar propuso
una labor discreta para la mujer española, primero madre cuidadora y educadora
de sus hijos, y luego profesional en igualdad de condiciones que el varón,
aunque no necesariamente en competición con este. José Antonio había dicho a
unas falangistas en Don Benito (Badajoz, 1935) que “la galantería no era otra cosa que una estafa para la mujer. Se la
sobornaba con unos cuantos piropos para arrinconarla en una privación de todas
las consideraciones senas. Se la distraía con un jarabe de palabras, se la
cultivaba una supuesta estúpida, para relegarla a un papel frívolo y
decorativo. Nosotros sabemos hasta dónde cala la misión entrañable de la mujer,
y nos guardaremos muy bien de tratarla nunca como destinataria de piropos.”
Pero añade el líder que lo importante en la mujer es siempre el sacrificio, la
abnegación, en los que se reflejan e inspiran los varones de Falange: “Tampoco somos feministas. No entendemos que
la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino
y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la
mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad
donde lleva –entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos—todas
las de perder. El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las
mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de
mayor dignidad humana y social a las funciones femeninas.” Este discurso
del jefe falangista parece inspirado por la doctrina social de la Iglesia: las
mujeres cumplen muy bien su cometido en funciones menores. No más.
Sin embargo, aun con toda la
respetabilidad del mundo, Pilar Primo iba a ir más lejos que su hermano en la
reivindicación de los derechos laborales de la mujer. Como reconoce su
compañera de organización Teresa Loring
Cortés, la II República consiguió notables avances para la mujer española:
el sufragio femenino y mayor presencia universitaria. No obstante, tampoco la II
República había potenciado la incorporación de las mujeres a la Administración
estatal, pues mantuvo vigente la Ley y Reglamento de 1918 sobre funcionarios
públicos, que solo permitían el acceso de las mujeres a puestos auxiliares y de
servicios técnicos, con multitud de vetos en los distintos ministerios según el
cargo. Las mujeres únicamente podían concursar al 35% de oposiciones, un 7% con
carácter exclusivo y el resto de libre competencia con los varones. Los
hombres, en cambio, podían aspirar al 93% de las convocatorias, con un 47% de
índice de exclusividad para ellos. No pocas fueron las visitas de Pilar Primo
al ministerio de turno para defender la plaza que, por méritos propios,
correspondía a una mujer, y no a un hombre. Finalmente, el 22 de julio de 1961,
a instancias de la Sección Femenina, se aprobó la Ley de igualdad de “Derechos
Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer”. En su redacción
intervinieron Manuel Fraga Iribarne y Roberto Reyes. En verdad, cada vez había
mayor número de tituladas universitarias que reclamaban su puesto laboral.
Algunas, solteras o viudas que no podían estar a expensas de sus familias, y
necesitaban ejercer un trabajo. Y no todas iban a optar a ser maestras,
secretarias o enfermeras. En diciembre de 1966, Pilar Primo consiguió que la
Administración de Justicia admitiera a las mujeres (salvo para elevados puestos
de responsabilidad, como la judicatura). Fueron reformas que tardaron en llegar,
y que coincidieron con los gobiernos de los tecnócratas del Opus Dei y la
visión de una España algo más abierta a Europa.
Pilar también potenció que se
regularan como titulación universitaria los estudios de enfermería, y creó
nuevas profesiones que podían desempeñar con éxito las mujeres: instructoras de
juventudes, profesoras de hogar, profesoras de Educación Física, profesoras de
Danza Clásica y Popular, instructoras rurales, jefas de granjas escuelas, ayas
puericultoras y visitadoras sociales. En el campo, las instructoras rurales
combatieron el alto índice de analfabetismo femenino y las enfermeras, con
activas campañas de vacunación, la difteria, el tifus, la tuberculosis y la
viruela. Se repartieron canastillas para recién nacidos. En el ámbito cultural,
las formadas en música recogían en pentagramas romances, coplas y letrillas
populares de la gente mayor de los pueblos. La Sección Femenina llevó a Sudamérica
los Coros y Danzas españoles e incentivó el acercamiento cultural
hispanoamericano. En 1965, en Frankfurt, las enfermeras españolas pidieron ser
admitidas en el Consejo Internacional de Enfermería. Ante el esperable boicot a
ellas, por vivir bajo una dictadura, una enfermera alemana se levantó para
defender el derecho de pertenencia de las españolas al Consejo, en cuanto a
buenas profesionales. Esa enfermera alemana resultó ser miembro de una familia
de judíos alemanes, que, gracias a la diplomacia de Franco, había salvado su
vida escapando de los verdugos nazis. España fue admitida en el Consejo.
En 1975, año de la muerte de
Franco, hubo en España ocho mujeres Procuradoras en Cortes, sesenta y seis
alcaldesas, seiscientas sesenta y una concejales y casi diez mil consejeras
locales. La situación, aunque tarde, comenzaba a mejorar para la mujer española.
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No muestra la farsa La
Sección la rivalidad que hubo, en un clima de preguerra, entre Dolores Ibárruri “Pasionaria” y Pilar
Primo de Rivera. Un domingo de junio de 1934, en El Pardo, unos jóvenes
socialistas se enzarzaron en pelea con otros jóvenes falangistas, de quienes
pretendían oír La Internacional. El
falangista Juan Cuéllar, de dieciocho años, fue derribado, pisoteado, y su
cabeza aplastada con un cántaro. Después, Juanita Rico, socialista, se orinó
sobre el cadáver. De vuelta en Madrid, un grupo de falangistas se cobró
venganza: mataron a Juanita y dejaron tullido de por vida a su hermano Lino. Mundo Obrero señaló como criminales
responsables a ciertos cabecillas de Falange y también a Pilar Primo, de la
cual se pegaron carteles con la leyenda “Se busca”. Dolores Ibárruri insinuó
veladamente en el Congreso la implicación de Pilar Primo en actos sangrientos.
Ambas mujeres no se podían ver, pues su reconocido carisma alentaba fuerzas
opuestas.
Otra notoria protagonista de La
Sección es Dña. Carmen Polo de Franco, un poder temible en la sombra.
Agazapada tras la marioneta del Caudillo, confía en la fidelidad de Don Juan
Carlos como continuador del Movimiento Nacional. No en vano, fue la segura instigadora
para la elección de Carlos Arias Navarro como Presidente del Gobierno, tras el
asesinato por ETA del almirante Luis Carrero Blanco, mano derecha de Franco.
Doña Carmen Polo guardaba mucho las distancias con la Falange y con Pilar Primo
de Rivera. No quería que ninguna mujer –salvo ella misma, claro está--
ejerciera presión y poder en los círculos de gobierno.
Así nos trae esta obra amena el
recuerdo de una mujer, Pilar Primo de
Rivera, de quien las enciclopedias, todavía hoy, llegan a concluir que “Durante el régimen franquista no tuvo
ninguna influencia política y dedicó toda su vida a avivar el recuerdo de su
padre, Miguel Primo de Rivera, y de su hermano.”
© Antonio Ángel Usábel, marzo
de 2017.
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* Fuentes bibliográficas consultadas: José María Zavala, Las
últimas horas de José Antonio, Madrid, 2015; Javier R. Portella (ed.), José
Antonio Primo de Rivera. El político que amaba la Poesía y a su “Princesa Roja”,
Madrid, 2015; Teresa Loring Cortés, «Promoción político-social de la mujer
durante los años del mandato de Francisco Franco», en Fundación Nacional
Francisco Franco, El legado de Franco, Madrid, 1993; Pilar Primo de
Rivera, Recuerdos de una vida.
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TEATRO DEL BARRIO va a dedicar una trilogía titulada “Mujeres que
se atreven” a la dramatización de la biografía de tres intelectuales españolas
de renombre: Emilia Pardo Bazán
(novelista y ensayista), María Teresa
León (novelista y ensayista) y Gloria
Fuertes (poeta). De hecho, el espectáculo Emilia, de Noelia Adánez,
con dirección de Anna R. Costa e interpretación de Pilar Gómez, ya está en
cartel.