“Asimismo algunas personalidades intentaron gestiones diplomáticas para
sacar a José Antonio de la cárcel,
entre ellos Eugenio Montes, por medio del Conde de Romanones, en comunicación
con el Gobierno de París. Hizo, asimismo, una gestión la Princesa Bibesco con Azaña, quien le contestó de la siguiente y
sorprendente manera: «Que sentía muchísimo la situación de José Antonio Primo
de Rivera, por quien no podía interceder, pues él también era un prisionero.» A
tal desorden e incontrol habían llegado las cosas. Esta misma Bibesco, inglesa
de nacimiento, casada con rumano, recurrió al Foreing Office, que no se dignó
ni contestar.” Estas palabras las suscribe Pilar Primo de Rivera en sus Recuerdos
de una vida. No menciona expresamente la relación sentimental que hubo
entre su hermano José Antonio y Elizabeth Asquith, Princesa Bibesco, pues ella
era una mujer casada, y tenía fama de frívola y voluble. Finalmente, José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de
Heredia moría fusilado en el patio de la enfermería de la prisión de
Alicante, poco después de las seis y media de la mañana del 20 de noviembre de
1936. Tenía 33 años. Ni los funcionarios de prisiones, ni los dos médicos
forenses designados para el caso quisieron asistir al momento de la descarga.
Según una de las últimas versiones, de un total de catorce ejecutores, ocho fueron quienes dispararon sobre José
Antonio. Le dieron en las piernas, y cuando el cuerpo se dobló y cayó al suelo
sobre su costado izquierdo, un miliciano descargó su pistola en la nuca. Su
hermano Miguel Primo de Rivera escuchó el fusilamiento desde su celda. José
Antonio murió con el pequeño crucifijo que le había llevado su hermana Carmen,
religiosa, y con la mano derecha asida al jersey, a la altura del corazón. No
quiso que se le vendaran los ojos, y sus últimas palabras fueron el grito de
“¡Arriba España!”, contundente, apenas ensordecido por los disparos. Junto a él
perecieron dos falangistas y dos carlistas.
La figura política y, especialmente,
humana de José Antonio está siendo rehabilitada –si cabe-- en nuestros días por
diversos estudios, como los de José María Zavala, periodista: La pasión de José Antonio (Plaza &
Janés, 2011); Las últimas horas de José
Antonio (Espasa Calpe, 2015). Y el bellísimo, aunque extenso, ensayo de
Jesús Cotta, educador: Rosas de plomo.
Amistad y muerte de Federico y José Antonio (Stella Maris, 2015). A estos
habría que sumar otros varios, como la semblanza bicéfala que le dedicaron
Enrique de Aguinaga y Stanley G. Payne en Ediciones B (José Antonio Primo de Rivera, 2003).
No obstante, ahora llega a las
carteleras madrileñas otra nueva alternativa: el musical, firmado, dirigido y
producido por Álvaro Sáenz de Heredia,
MI
PRINCESA ROJA. Toma
como fuente textual el estudio de José
Antonio Martín Otín “Petón”, El
hombre al que Kipling dijo sí (2005), publicado por la editorial
falangista Barbarroja, y en la actualidad, agotado. El drama se abre, precisamente, en el momento del final
de José Antonio. La Muerte, esa belleza oscura, egoísta, indómita, rebelde,
imperecedera secuestra el escenario líricamente, majestuosamente, como lo
hiciera García Lorca, caracterizado de ella en uno de los autos sacramentales
que representó. La Muerte obliga al ejecutado a recordar el último tramo de su
vida. Son los años de la Segunda República, convulsos, ásperos, mezquinos. Poco
o nada esperanzados, cuando deberían serlo. España se ahoga sin rey. Camina
hacia un desastre colectivo, embreado por los separatismos, las desigualdades
sociales, la falta de entendimiento hasta en ciudadanos de muy similar
ideología. Se suceden las cribas, los asesinatos en la calle, el descontrol.
José Antonio Primo de Rivera, marqués de Estella, es un señorito de clase
media-alta, abogado de oficio, hijo de un militar golpista y dictador. Pretende
a la señorita Pilar Azlor de Aragón, duquesa de Luna. El padre de la chica se
opone al enlace, pues no considera al novio ni de alto abolengo, ni con
ingresos generosos. El 12 de junio de 1935, Pilar se casa con otro hombre,
Mariano de Urzáiz. José Antonio es tímido y retraído, y le cuesta aceptar el
varapalo. No se le conocen muchas novias. Para compensar, quizá, ese vacío en su
vida sentimental, Primo de Rivera lleva una activa vida pública: doctorado en
Derecho en 1923, en marzo de 1931 el Colegio de Abogados de Madrid lo elige
Decano perpetuo; y el 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de
Madrid, funda Falange Española, un movimiento filofascista, de sabor rancio, bendecido
por Mussolini, que pretende ser un antipartido, es decir, la alternativa
eficaz, ordenada y desinteresada a cualquier tendencia. José Antonio quiere
superar las diferencias por medio de abrazar un “destino único”, el interés de
España como país, con sus raíces católicas y su glorioso pasado imperial. Desea
refundar el imperio de Carlos I y de Felipe II, con el establecimiento de un
mando supremo unitario, autoritario, que obre –llevado por la mística
cristiana-- en beneficio del interés general, y que trabaje por la justicia
social, el reparto adecuado y universal de la riqueza y del producto del
trabajo, y vele por que la propiedad del campo recaiga prioritariamente en
quien lo rotura, siembra y cuida. Es decir, en el campesino. Se trataría de una
revolución hecha “desde arriba”, desde la óptica y el despacho de un acomodado
conservador. José Antonio ama la tradición, la cultura y costumbres populares
de cada región española, pero no se cierra al progreso, porque sin cambios no
existen las mejoras, las alternativas. Tampoco da la espalda al acercamiento
dialéctico, al entendimiento a través del diálogo: aprecia y admira a Manuel Azaña, presidente de la
República, a quien considera un buen hombre. Admira y quiere entenderse en lo
social con Federico García Lorca, a
quien el poeta Gabriel Celaya testimonia que conoció una noche, en Casablanca, la sala de fiestas que había
en la Plaza del Rey, frente al Circo de Price. Debía ser el año 1934. Ya desde 1932,
José Antonio trataba a Carlos Morla Lynch, embajador de Chile, e íntimo de
Lorca. Tanto Lorca como José Antonio tenían sus respectivas tertulias en un
mismo local, La Ballena Alegre, un
café chic que estaba en la calle de Alcalá, frente al Palacio de Correos. Al
parecer, según sigue testimoniando Celaya, Lorca le aseguró que José Antonio
era “un tío muy simpático”, con quien solía recorrer Madrid los viernes por la
noche en un taxi con las cortinillas bajadas. En el musical que nos ocupa, José
Antonio no solo se ve con Federico en La
Ballena Alegre, sino que es incluso Lorca el que le inspira el Cara al sol, el himno de la Falange
rematado el 3 de diciembre de 1935 en la cripta del restaurante vasco
Or-Kompón, en la calle de Miguel Moya, cerca de la Plaza de Callao. En efecto,
se presenta Federico ante José Antonio con el poema XXIII de los Versos sencillos (1891) del rebelde
cubano José Martí (1853-1895), que
dicen:
“Yo quiero salir del mundo
por la puerta natural:
en un carro de hojas verdes
a morir me han de llevar.
No me pongan en lo oscuro
a morir como un traidor;
¡Yo soy bueno, y como bueno
moriré de cara al Sol!”
“Moriré de cara al sol”, palabras
agoreras, premonitorias, aplicadas a la circunstancia tanto de Federico como de
José Antonio. El verso fascina al jefe falangista, que lo admite sin reservas.
“Cara al sol con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver…”
Audaz, arriesgadísima esta
hipótesis en el musical de Sáenz de Heredia. Nos parece de una osadía extrema. Aunque
plausible cierta amistad entre José Antonio y Lorca, Federico no quería saber
nada de la Falange, ni de cualquier otra formación política, fuera del signo
que fuese. No quería que se le vinculara o se le relacionara con ningunas
siglas. Según su amigo íntimo Pepín Bello –por otra parte,
filofalangista--, Federico era “el hombre
más apolítico del mundo”. Estaba, firmemente, sí, con la causa de la
libertad. Enamorado del folclore andaluz, de la tradición lírica popular
española, y del Siglo de Oro, Federico defendía los cambios sociales: el
derecho de la mujer a dirigir su vida, el derecho de los débiles y los
oprimidos (los gitanos, los negros…), el derecho de todo hombre a expresarse y
a vivir sin ataduras. Federico era un simpatizante de izquierdas, pues, pese a
sus defectos, solo las izquierdas traían aires nuevos, vientos saludables de
renovación. Podría respetar la causa de la Falange, pero al mismo tiempo
desconfiar de ella por sus vínculos con el fascismo italiano y su defensa a
ultranza de una visión imperial autárquica. La Falange de José Antonio era un
cuerpo paramilitar que no dudaba en responder con la violencia a los ataques y
provocaciones. Al jefe le costaba sujetar a sus “cachorros”. Esto no podía ni
convencer ni agradar a García Lorca, un ser sensible, pacifista, temeroso de
cualquier incordio. Del mismo modo, tampoco la Rusia estalinista podía
atraerle. Quizá por eso, la supuesta nota en una servilleta que a Federico
dirigió José Antonio, en Salamanca o en Palencia, quedó sin contestar: “Federico, ¿no crees que con tus monos
azules y nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?” José
Antonio tentaba al apolítico, para ganárselo para su causa igualmente apolítica,
por creerla al margen de la política vigente en aquellos días.
Dos detalles son, con todo,
verídicos: fue José Antonio Primo de Rivera quien avaló La Barraca (la compañía de teatro universitario ambulante de
Federico), y desbloqueó (en 1934) su subvención, cuando quiso ser prohibida y
suprimida por la derecha (como, de hecho, sucedió en el verano de 1935); y el
decorador y actor de La Barraca,
Alfonso Ponce de León, era falangista.
Pero dejemos que entre en juego
la coprotagonista de esta historia en su lado más romántico: Elizabeth Asquith, Princesa Bibesco. En la obra de Sáenz de Heredia, José Antonio la
conoce en una recepción oficial. Es una mujer desenvuelta, simpática, culta, de
agradable tono y conversación. Está casada con un diplomático, el rumano
Antoine Bibesco. Elizabeth es liberal, progresista, y frecuenta los círculos
culturales y políticos republicanos, como el Ateneo. Tiene fama de frívola, y
de coquetear con todos los hombres que la atraen. Azaña la consideraba una
impertinente, aunque con indudable encanto y poder de seducción.
Es así que, ante las reticencias
y dudas de Pilar Azlor, su novia oficial, José Antonio cae en los brazos de la
aristócrata inglesa. Ella es seis años mayor que él. Su relación va creciendo
en ese Madrid convulso de los asesinatos y de las algaradas callejeras. La
Bibesco manifiesta su alegría entonando con su sirvienta y camarera una
preciosa balada, de lo mejor de las piezas de este musical. Cuando el
panorama se nubla y ensombrece, es ella quien ruega a Azaña que encarcele a Primo de Rivera, para salvarlo de los
tiradores que le tienen ganas. El 13 de marzo de 1936, la Junta Política de
Falange es detenida y conducida a la Dirección General de Seguridad. Dos días
después, José Antonio y varios de sus camaradas ingresan en la Cárcel Modelo,
que estaba en Moncloa. En ella perecerá asesinado su hermano Fernando. José
Antonio no recuperará la libertad. Allí lee, hace gimnasia y juega torpemente
al fútbol. El 5 de junio de 1936, él y su otro hermano Miguel son trasladados a
la prisión de Alicante, su lugar definitivo. Tras la sublevación militar, su
situación se complica sobremanera: se le acusa de estar a favor de los
rebeldes. Los servicios secretos alemanes lo intentan rescatar en septiembre,
pero el plan fracasa. Franco se muestra reticente a considerar la liberación
del jefe de Falange un objetivo prioritario. A partir de octubre, el Gobierno
republicano, comandado esta vez por el líder socialista Francisco Largo Caballero, que ha desplazado a Azaña, quien marcha
a Barcelona, ordena procesar por delito de rebelión a José Antonio. Las cosas
se ponen muy feas en muy poco tiempo para el líder falangista. En el Gobierno
han entrado sectores comunistas y anarquistas, que reclaman contundencia. La
Princesa Bibesco, desesperada, acude a entrevistarse con Azaña, pero el
político le dice que ha perdido toda su influencia. En su celda de la prisión,
José Antonio escribe cartas. Se duele del estado a que han llegado las cosas en
España. No desea una dictadura militar, ni que los militares alcancen el poder
de forma decisoria y permanente. No quiere un gobierno que repita el
inmovilismo y el anquilosamiento anterior. Está dispuesto a mediar entre los
sublevados y el Gobierno republicano, para convencer a aquellos de que depongan
las armas y se vaya a un gobierno de coalición y consenso. Empeña su palabra de
caballero de volver a Alicante, a la cárcel, después de la entrevista con el
mando castrense. Pero la República declina esta mediación. El general Orlov, sicario del feroz Stalin,
no va a dejar escapar vivo a Primo de Rivera. Se sigue adelante con el
procesamiento… El veredicto ya se sabe; es inapelable. José Antonio es
condenado a muerte.
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MI PRINCESA ROJA es un
musical muy digno, con agradables melodías a cargo de Mario Gosálvez y Andrés SH
Nelke. La dirección es adecuada. La escenografía, resuelta por medio de vídeos
y decorados proyectados, efectiva. Las interpretaciones de los protagonistas Juan Carlos Barona (José Antonio) e Irene Mingorance (Elizabeth
Asquith), serenas y convincentes. Pero deseamos destacar dos secundarios
que resplandecen de modo intenso: Francisco
Prado, como Manuel Azaña; y Sonia Reig, como La Muerte. El mayor defecto de la propuesta de Sáenz de Heredia
es no mostrar ninguna lacra del personaje principal. Por ello, asistimos a una
suerte de beatificación de José Antonio Primo de Rivera, ofrecido con
dimensiones humanas inconmensurables, y alejado de cualquier defecto (salvo el
de prendarse de una mujer casada, claro). José Antonio fue una víctima más
de la contienda civil, que asoló de muerte y destrucción España. Un inocente
entregado por sus verdugos, y acaso por los dudosos condiscípulos, al martirio.
Aparte de abordar hechos
históricos, con una mirada discutible, MI PRINCESA ROJA es un absoluto
estreno, una obra enteramente original, no como la mayoría de musicales de
la Gran Vía, que son adaptación de películas o de operetas filmadas. La
duración del espectáculo es de una hora y media. Se puede ver en el Teatro Arlequín de Madrid (C/ San
Bernardo, 5).
© Antonio Ángel Usábel,
noviembre de 2015.
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* ELIZABETH CHARLOTTE LUCY ASQUITH,
PRINCESA BIBESCO (26-02-1897 / 07-04-1945), era hija del que fuera Primer
Ministro británico durante la I Guerra Mundial, Herbert Henry Asquith, casado
en segundas nupcias con Margot Tennant, madre de Elizabeth. Este Henry Asquith,
aunque liberal, firmó la orden de arresto contra Oscar Wilde, por
comportamiento inmoral, en 1892. A los diecinueve años escribió un breve dueto,
“Fuera y dentro”, que ella misma protagonizó en el Palace Theatre. Organizó
varias exposiciones de retratistas ingleses, e intervino en papeles secundarios
en un par de películas de David Wark Griffith. En 1919, se casó con Antoine
Bibesco, príncipe y diplomático rumano afincado en Londres. Veintidós años
mayor que ella, era aficionado a la literatura y comediógrafo ocasional de
mediano éxito. Era muy amigo de Marcel Proust, y presuntamente homosexual como
él. A partir de 1921, Elizabeth intensifica su discreta actividad creativa:
tres libros de cuentos, cuatro novelas, dos obras de teatro y un poemario. En
1940, publica The Romantic (El Romántico), novela donde recrea la
personalidad de José Antonio Primo de Rivera. El libro está dedicado
póstumamente a él, con estas palabras: “A
José Antonio Primo de Rivera. Te prometí un libro antes de que lo comenzara. Es
tuyo ahora que está acabado. Aquellos a los que amamos mueren para nosotros
solo cuando nosotros morimos.” Elizabeth pasó la II Guerra Mundial en
Rumanía, donde enfermó de neumonía, falleció y reposan sus restos, en el
panteón de la familia Bibesco, en el Palacio Mogosoaia, a las afueras de
Bucarest. Tenía 48 años. Su epitafio es un verso suyo: “Mi alma se ha ganado la libertad de la noche”. Su única hija fue
Priscilla Hodgson, fallecida en 2004. Su hermano, Anthony Asquith, fue director
de cine, responsable de Pygmalion (1938),
con Leslie Howard, y La importancia de
llamarse Ernesto (1952). La hermanastra de ambos era Violet Bonham Carter,
también escritora, íntima amiga de Sir Winston Churchill, y abuela de la actriz
Helena Bonham Carter. Es decir, que la expareja de Tim Burton es sobrina-nieta
de Elizabeth Asquith.
Los Bibesco llegaron en marzo de
1927 a Madrid. Se alojaron en un piso de alquiler, en la calle Quintana, que pertenecía
a Alfonso de Orleáns y Borbón, primo de Alfonso XIII. Allí dieron numerosas
cenas y fiestas. Elizabeth Asquith, amiga de George Bernard Shaw y de John
Maynard Keynes (a quien, literalmente, metió mano en la platea de un teatro),
despertaba la atención de Claude G. Bowers, embajador norteamericano en Madrid,
que hablaba bien de ella. Con José Antonio solía ir a un merendero de Alcalá de
Henares. Le gustaba perderse con él por la carretera de Madrid-Alcalá, “la ruta más hermosa del mundo”, según
sus palabras. A Elizabeth la conquistó España, la hizo suya. Y ella
correspondió: “Si a una la viola España,
queda embarazada para siempre”.
Elizabeth Asquith no fue, sin
embargo, el último amor de José Antonio, sino una joven falangista abulense, a
quien conoció muy poco antes de su ingreso en prisión, y con quien se carteaba.
…………………………………………………………………..
** JOSÉ ANTONIO PRIMO DE
RIVERA Y SÁENZ DE HEREDIA (Madrid, 24-04-1903 / Alicante, 20-11-1936): hijo
primogénito del militar y dictador Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, y de
Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín, a quien el niño pierde con cinco
años de edad. José Antonio se educa en el Colegio Alemán (Primaria), en varios
centros de Cádiz y Jerez de la Frontera, y en el Cardenal Cisneros (Bachillerato).
Se licencia y doctora en Derecho por la Universidad Central de Madrid
(1917-1923). Conoce a Ramón Serrano Suñer. Trabaja como traductor de inglés /
español para la casa de automóviles McFarland. Hace su servicio militar entre
Barcelona y Madrid, que concluye con el grado de alférez. En abril de 1925
debuta de auxiliar de abogado con José María Arellano, que asesora a una
empresa importadora de automóviles. En 1926, ingresa en la Academia de
Jurisprudencia y realiza, con unos compañeros de Universidad, un viaje a Roma. En
1929, rinde homenaje, junto a su padre, a los hermanos Antonio y Manuel Machado
por sus éxitos teatrales. En 1930, fallece su padre, a los sesenta años. Por
aquel mismo año, José Antonio agrede al general Gonzalo Queipo de Llano en el
café Lion d’Or, por una afrenta familiar. Lleva escondida en el puño una
pequeña llave inglesa, que deja una señal permanente en la frente del general. Es
sometido a un consejo de guerra, hallado culpable, y expulsado del ejército.
Ingresa en la Unión Monárquica Nacional y participa en un mitin en un frontón
de Bilbao. En 1931, se presenta como candidato independiente a Cortes por
Madrid, pero lo derrota ampliamente Manuel Bartolomé Cossío, de la Institución
Libre de Enseñanza. En 1932, él y su hermano Miguel son detenidos como
presuntos simpatizantes del golpista José Sanjurjo. Se les libera, y en 1933,
José Antonio comienza a colaborar en publicaciones fascistas. Hace amistad con
Ramiro Ledesma Ramos, Julio Ruiz de Alda, Alfonso García Valdecasas y otros
futuros camaradas de la Falange. A inicios de octubre viaja a Roma y se
entrevista con el Duce, Benito Mussolini, quien le promete respaldo y
financiación.
José Antonio tuvo cinco hermanos:
Miguel, Carmen (monja), Pilar y Angelita (fallecida en 1913), y Fernando.
Su vida pública ha sido reseñada
con anterioridad, por ser parte del argumento de Mi princesa roja.
¿Cómo era la personalidad de José Antonio? Tímido, tranquilo en su
esfera privada, de mirada serena y apuesta, le gustaba, sin embargo, descollar.
Solía querer tener razón. Tenía cierto aire místico, frailuno, y una vocación
religiosa latente. Si se sentía provocado o insultado, respondía de una manera
iracunda y violenta. Admitía la dialéctica de los puños, siempre y cuando no
fuera letal con el oponente. Le gustaba la caza. Vio en el fascismo italiano la
manera de encauzar por el orden la II República española. Pero el fascismo,
aparte de hiperviolento, no convencía a José Antonio, por ser aquel demasiado
materialista, y poco dado a una sensibilidad cristiana trascendente. Convencido
de la necesidad de justicia social, hablaba no tanto de la incautación de
propiedades legitimadas, como sí del reparto de la plusvalía del trabajo a los
asalariados. Para él, como bien apuntaba el ideólogo revolucionario Carlos
Marx, el capitalismo está llamado a su superación, a su extinción. Es un
sistema injusto que esclaviza al obrero, le chupa la sangre, y enriquece a unos
pocos a costa del esfuerzo vano de la mayoría. La piedra angular de una
sociedad más justa y equitativa es la moral católica. La familia es la base
sagrada de la sociedad. La forma de gobierno de verdadera estabilidad y
progreso, la autoridad suprema de un jefe único. El individuo debe beneficiar
el bien común, pero sin extraviar su propia identidad, sin ser alienado, como
sí sucedía en el fascismo. Las personas son personas, no autómatas. La cuestión
clave está en que el individuo comprenda y crea en un “destino único común” de
España como nación. Y que trabaje por ello. El Estado es responsable, en última
instancia, de una “misión histórica permanente”. Los partidos políticos, que
conducen a la división, son peligrosos e innecesarios, banales; el sindicalismo
como protector del obrero, sin embargo, es tolerable y hasta necesario. Franco, al ganar la Guerra Civil,
interpretó y aplicó el pensamiento de José Antonio. Abolió los partidos
políticos --salvo el sindicalismo vertical--, y se erigió en el gran padre protector
de todos los españoles.
…………………………………………………………………………………
*** JUAN MANUEL DE PRADA:
En Las máscaras del héroe (1996),
este novelista imagina de forma un tanto anacrónica que José Antonio conoció a
Lorca en la imprenta de La Gaceta
Literaria, que editaba Ernesto
Giménez Caballero cerca de las tapias del cementerio de San Martín, junto a
la estación de Mediodía. Sería en 1928, con la aparición del Romancero gitano. Allí trabajaba el
futuro falangista sayagués Ramiro
Ledesma Ramos, más proclive a la acción violenta que el, en principio,
pacifista José Antonio. Primo de Rivera estrecha la mano de Lorca y le confiesa
su admiración por sus versos. Lorca debió de parecerle, con sus romances, la
conjunción perfecta de tradición y vanguardia. Más adelante, se habla en la
novela del repunte de la violencia callejera, entre extremistas de izquierdas y
de derechas. José Antonio acepta la formación de sus escuadras a regañadientes,
forzado por un clima de violencia generalizado. Y, siempre, como medida
defensiva al margen de toda incitación. Su formación de jurista parecía
impedirle alentar posturas violentas. No obstante, Prada nos recuerda unas
palabras muy contradictorias del jefe de Falange: “No nos conformaremos con que no haya tiros en las calles porque se
diga que las cosas andan bien; si es preciso, nosotros nos lanzaremos a las
calles a dar tiros para que las cosas no se queden como están”. Como si
quisiera querer cumplir con el gesto surrealista más banal –según André
Breton--: el de salir a la calle pistola en mano y disparar al azar contra la
gente.
**** JOSÉ ANTONIO, POETA:
A Primo de Rivera le gustaba la poesía, y hacer poesía él mismo. Como “La
profecía de Magallanes”, que le publicó la revista Raza Española en 1922:
“Es infinito el mar, la vida, corta,
nuestro poder, pequeño,
¡pero no os arredréis! ¿Qué nos importa
que se acabe la vida en el empeño?
¿Qué importa nuestra muerte, si con ella
ayudamos al logro de este sueño?
Si la muerte es tan bella,
¿qué importa sucumbir en el empeño?
¡No importa que muramos! Las estelas
que dejan nuestras raudas carabelas
jamás han de borrarse; por su traza
vendrán para buscar nuevos caminos
otros brazos marinos
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