La poesía de Eduardo Bravo es el intento de sobrevivir en una ciudad gris. La
certidumbre post existencialista de que no existe la buena compañía. Juan Ruiz,
Arcipreste de Hita, contaba con la baza de la esperanza en lo trascendente,
para quitarse las espinas y las miserias de lo inmanente: el Buen Amor de Dios
frente al loco amor, aquel amor falso y traicionero, el sesgo banal de un centauro perdido, o del que oye cantos
de sirena. Pero Bravo no entra en distinciones: “Soy poeta / y no creo en el amor” (Soledad).
Eduardo acaba de publicar Mientras
tanto (mayo de 2015), su segundo libro de poemas, que me ha hecho el
honor de regalarme. Un libro regalado por su autor es siempre un bien preciado;
y si es de poesía, un tesoro. Veintiséis poemas y nueve relatos cortos. De
entre todos los poemas, hay uno –hermosamente preclaro y terrible-- que
vaticina el todo (que es a veces nada, pues la nada lo era todo). No lleva
título. Succiona al lector hasta el desagüe: “…vi / una gran alcantarilla / por mundo.” Paisaje urbano entre
tinieblas, el cavilar del hormigón azulado, frío, vacuo, perecedero,
traicionero, déspota. Sin embargo, nos hacemos a ello, congeniamos con la
sordidez áspera del lodazal y la humillación de la servidumbre humana. Inclinamos
la cerviz aunque el corazón te lleve. Y viene la declaración delirante, el
enrevesado oxímoron: “Lo triste, / lo alegre
/ es que me siento a gusto. / Me he convertido en rata.” (pág. 22)
Cuando se duda de semejante
alienación, se tiende a buscar amparo en los amigos poetas. La animalización
cosifica, retira al hombre el tiento social, lo enmudece, lo ensordece, lo
aísla, lo hace náufrago de la Naturaleza. Es, efectivamente, la misantropía
forzada y forzosa una puta triste, acurrucada, “sin chispa”. Entra Bravo, con
coraje, en el callejón de las almas perdidas: “…mi duro pasado, / por la calle del olvido.” (¿Tributo a Los
Secretos?)Entonces invoca a un perfil en sombra: “Solo contigo soportaré la muerte”. ¿Esperanza –como la de Antonio
Machado—con forma de mujer? “Eres un
animal humano que me fascina; / me hechiza” (Saber tu nombre, pág. 17) ¿O demonio becqueriano, volatinero, que
nunca llega a concretarse? ¿Cree, de verdad, Eduardo en esa Fuerza del Amor que endereza el mundo,
en ese canto con sordina de la última estrofa? No saboreamos el Amor en este
libro. Lo contrario, sí. No nos llega el Cántico, sino el Clamor. El grito de
Munch. Solo el aterrado grito de Munch. Este es el diario de una etapa sin
matices. Sincero, crudo, nada edulcorado. Un paseo nudista por las brumas y
tinieblas de nuestras comunidades sumergidas.
De los relatos, emergen dos,
aparte del entrañable “Los jugadores de ajedrez” (que podría haber rodado
Antonio Mercero con Manuel Alexandre). Nos referimos a “Cruzar la vía” y “El
tatuaje” (págs. 53-54). Para encontrar esa pizca, brizna de amor hay que cruzar
la vía; arriesgar y torcer tu rumbo de paseante solitario; ser menos barojiano.
Acaso así lleves contigo el tatuaje, el que lleva el nombre de mujer.
“Ella me quiso y me ha olvidado,
en cambio, yo, no la olvidé
y para siempre voy marcado
con este nombre de mujer.”
(Xandro Valerio y Rafael de León)
Bravo sigue apostando por la
intensidad epigramática de la estrofa breve, como ya hiciera en Ensayo
de una vocación (2011). Pero mientras que aquel primer volumen nacía de
una larga y acertada maduración de las composiciones, este segundo podría haber
aguardado mejores momentos. El libro hubiera ganado, posiblemente, en abanico
de sugerencias. En solidez y poder de dicción, y de evocación. Las prisas por
publicar no son buenas: antes los hijos han de permanecer muchos años con el
padre y la madre, y superar su adolescencia, para enfrentarse con tino al
mundo, que los ha de poner a prueba.
© Antonio Ángel Usábel,
diciembre de 2015.
………………………………………………………………………………………………
--BRAVO, Eduardo, Mientras
tanto, Barcelona, mayo de 2015, ISBN: 978-84-606-8299-8, D.L.
B-11768-2015
--BRAVO, Eduardo, Ensayo
de una vocación, Granada, Ediciones Dauro, 2011, Libros Dauro, nº 143;
ISBN: 978-84-96677-40-1; D.L. SE-5168-2011
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