Gloria, ideada en 1874, y
publicada en dos partes en 1876 y 1877, pertenece al grupo de novelas que
encaminaban a Benito Pérez Galdós hacia la maestría. No era aún un escritor que
supiera dotar de voz autónoma a sus entes, ni de la suficiente espontaneidad y
gracejo a sus diálogos. Pero, con todo, su autor estaba ya definido como gran
defensor de la libertad individual y, al modo romántico, como abogado de quien
la sociedad aprieta y ahoga.
El conflicto religioso conduce, antes o después, a la separación de personas y de civilizaciones. El Dios puede ser único y común, pero las diferentes formas de entenderlo distancian a los que le rinden culto. Ese es el tema de Gloria, que no vamos a analizar aquí en profundidad, ya que lo que me interesa destacar de este relato es la plasmación de una mujer joven que se sueña independiente y libre para elegir.
Hermen Anglada Camarasa, Litografía. |
Sabemos que Galdós siempre huyó del presidio del matrimonio, y que varios fueron sus amores hasta terminar solo, aun con una hija no del todo reconocida. A su heroína Gloria le quieren imponer los barrotes de una vida dictada, señalando el quién, el cuándo, el cómo y el porqué.
Isabelle Beaubois, por Hermen Anglada Camarasa |
En enero de 1892, firma el novelista canario Tristana, la historia de otra joven mujer a vueltas con su sociedad. Tristana es la entretenida de un donjuán en decadencia, don Lope Garrido, quien la guarda en su casa como celosa posesión suya. Con la edad y los potingues contra el reúma, “dio en la flor de tener celos”. “Reconociéndose caduco, el egoísmo le devoraba, como una lepra senil”. Y, “al llegar la noche, cuando el viejo y la niña se quedaban solos, recobraba el primero su egoísmo semítico, sometiéndola a interrogatorios humillantes”, e incluso espetándole: “Si te sorprendo en algún mal paso, te mato, cree que te mato. Prefiero terminar trágicamente a ser ridículo en mi decadencia. Encomiéndate a Dios antes de faltarme. Porque yo lo sé, lo sé; para mí no hay secretos; poseo un saber infinito de estas cosas y una experiencia y un olfato… que no es posible pegármela, no es posible”. Es curioso que mente a Dios quien ha hecho de su capa un sayo toda la vida. Tristana, por su parte, no se reduce, en principio, a ser un objeto marital, y se afirma como hembra independiente:
“Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré amar por obligación; solo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que se han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar…” (cap. XVII)
Sin embargo, un tumor en una pierna -que deberá ser amputada- cortará su vuelo no iniciado, y la relegará a quedarse junto a don Lope, casada con él, y mal que le pese, convertida en mujer honrada, piadosa, pía y sacrosanta devota, asidua del culto y organista de unas monjitas. Tristana se adocena, se aburguesa totalmente, como si el mundo no pudiera funcionar de otra manera que obedeciendo.
Y es que la libertad no ha de escapar del sueño. La libertad es una quimera, como la locura puede ser defensa contra lo inadmisible. Lo sabemos por la actitud de Maximiliano Rubín al final de su historia, cuando lo conducen al manicomio de Leganés y va meditando por el camino, en la berlina: “No encerrarán entre murallas mi pensamiento. Resido en las estrellas. Pongan al llamado Maximiliano Rubín en un palacio o en un muladar... lo mismo da”.
En efecto: “Aéreas llaves te me encierran,
recluyen, roban”.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de 2023.
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