Estos días de Semana Santa he concluido la lectura del ensayo de Carlos Javier Morales Alonso, Breve historia del Opus Dei. Una institución moderna de la Iglesia católica (Madrid, Alianza Editorial, 2023, Col. “El Libro de bolsillo”, H111). Me cabe la dicha de contar, desde hace muchos años, con la amistad de este buen poeta y prolífico ensayista, miembro numerario del Opus Dei, y, por tanto, conocedor del tema desde dentro.
¿Es
el Opus Dei una “Iglesia paralela”? No. El Opus Dei no es “otra Iglesia” dentro
del catolicismo, ni puede que lo pretenda ser nunca. Más bien sirve hoy de
auxilio a una Iglesia depauperada y en crisis de vocaciones, de respuestas a
muchas preguntas, y de alternativas. A fines de diciembre de 2020, el número de
católicos reconocidos en el mundo estaba en 1.359 millones de personas,
mientras que, en 2016, la cifra de miembros del Opus era de apenas 93.000, lo
que supone un 0,006840 % del total de católicos. Una cantidad nimia. Eso sí,
con casas de acogida, centros y representación en muchos países, ahora,
incluso, de la Europa del Este. El número de clérigos del Opus es de 2.300, una
cantidad más o menos estable en los últimos años, y que no ha descendido de los
1.800.
¿Es
el Opus Dei un “grupo de presión”? Evidentemente, entre los numerarios de la
Obra hay abogados, políticos, banqueros, jueces, periodistas, economistas,
arquitectos, ingenieros, profesores universitarios… gente en la escala alta de
la sociedad de un país. Pero también hay personas sencillas, sin autoridad
específica, y que no han medrado, ni se han visto favorecidos, por el hecho de
ser fieles al pensamiento del fundador. La capacidad de presión de la Obra, sin
negar que exista, puede no ser la que a veces se ha supuesto. Durante los años
del segundo franquismo, el del acercamiento a la ONU, a Europa, y a los Estados
Unidos, el Opus sirvió de alternativa a la Falange, una ideología autoritaria
anclada en los fascismos de los años veinte y treinta del pasado siglo. Los “tecnócratas”
del Opus Dei fueron llamados a sucesivos gobiernos de la dictadura, por ser
gente muy capacitada para desarrollar una economía liberal, aperturista, de no
intervención, que atrajera capitales extranjeros y modernizara España. Fue el
famoso “Nos han hecho ministros”, que se dice que pronunció entre sus allegados
el fundador. A la par de la nueva política económica, los españoles que habían
emigrado a Alemania, Suiza, Francia, Bélgica, Holanda, y otros países europeos,
enviaban ayuda a sus familias de aquí, con lo cual la entrada de dinero resultó
elocuente. Durante los años de democracia, en los gobiernos del Partido Popular
ha existido también presencia sustancial de miembros del Opus.
¿Cómo,
por quién y cuándo se fundó el Opus Dei? La “iluminación” divina para poner en
marcha un instituto laico vinculado a la fe cristiana católica la tuvo San
Josemaría Escrivá de Balaguer, un 2 de octubre de 1928, en la casa
de los Padres Paúles de la calle García de Paredes, de Madrid, junto a la
iglesia y clínica de La Milagrosa (casualmente, donde yo nací). Después de
celebrar la misa, en su aposento, el P. Escrivá, de tan solo veintiséis años,
vislumbró “una actividad espiritual de alcance universal basada en la
santificación de las tareas profesionales y de todas las demás ocupaciones
humanas” (v. pág. 48). Materializar todo aquello no iba a ser tarea ni
simple, ni fácil, sino titánica, épica. No se tenía la varita mágica del hada
madrina de Cenicienta para, de la noche a la mañana, dar vida a la institución.
Escrivá era un simple sacerdote, con formación en Derecho, que de niño había
seguido unas pisadas en la nieve, que le habían llevado a un convento, como
premonición de su vocación futura. Escrivá pensó, en principio, en jóvenes
laicos dispuestos a llevar una vida consagrada, pero, en febrero de 1930, abrió
el abanico a las mujeres, consciente del enorme potencial y buen talante de
estas para la organización y disposición de los servicios. Eso sí, eligió a
personas con una buena formación cristiana y cultural, obedientes, fieles a él,
y con completo espíritu de entrega y sacrificio a una causa. Los hombres y las
mujeres de Escrivá siempre estuvieron dispuestos a hacer lo que fuera, a
remover Roma con Santiago, y marchar donde fuera, para sacar ese proyecto de
vida cristiana adelante. Esa fue la clave del éxito de la consolidación y
expansión de la Obra. Escrivá tuvo mucha suerte (o la Gracia de Dios) con dar a
tiempo con el personal idóneo, aunque no fueran pocos los peces que se le
escapaban al principio. Lo importante fue que, en las redes de este pescador de
hombres y mujeres, quedaron muchas vocaciones buenas comprometidas, enredadas,
y que el proyecto, en principio, de academia cristiana de estudios de abogacía
y arquitectura, fuera creciendo hasta el rango de instituto secular de la
Iglesia católica. La cantidad de favores, de donaciones, de préstamos a bajo o
nulo interés, para conseguir locales, material, cubrir gastos, etc., en un
momento muy convulso para la Historia de España como fueron los treinta del
siglo XX, con la II República, la quema de iglesias y conventos, la persecución
religiosa por parte de anarquistas y comunistas, el parlamentarismo falso y
sectario que acabó con la concordia y el entendimiento entre españoles, y la
llegada del duelo a garrotazos a partir de julio de 1936.
Escrivá
tuvo mucha más fortuna que el P. Pedro Poveda, ajusticiado por “rebelde
faccioso” junto a las tapias del cementerio de La Almudena. También el P.
Poveda creó un instituto laico de enseñanza pública, pero de orientación
católica, que fue reprimido por los intolerantes de izquierdas. Él no escapó a
Burgos, como hizo Escrivá, vía Pirineos. No le dio tiempo, ya que lo
identificaron pronto y lo detuvieron, siendo fusilado el 28 de julio, a muy
pocos días de iniciado el conflicto civil.
En
el texto de Carlos Javier Morales, de increíble pulcritud y amenidad, se cumple
por doquier aquella máxima, atribuida hoy a cierto guerrillero: “Seamos
realistas: hagamos lo imposible”. Vemos desfilar a personas rendidas al
espíritu de lucha de Escrivá: reparando y acondicionando inmuebles, comprando enseres
de segunda mano, viajando por España, sacando tiempo y fuerzas de donde no se
tienen, hasta levantar, entre todos/-as, el esqueleto, la estructura de un
Titán. Escrivá sopló, esparció su aliento creativo y espiritual, sobre un
cuerpo de fieles que nunca se desanimó y que compartía con él unos objetivos
claros. Escrivá estaba convencido, y, con la ayuda de Dios, iba a por todas. Con
determinación y valentía, sin grandes flaquezas ni titubeos. Así se izó el
Opus. Como un estandarte sobre un asta inquebrantable.
Anonada,
es maravilloso el panorama que nos ofrece Carlos Javier en su libro: se vive la
experiencia histórica como una gran aventura. Dios parecía estar siempre del
lado de San Josemaría: hasta cuando hubo que consolidar en Roma la legitimidad
de la Obra como instituto laico. Un instituto mayoritariamente constituido por
seglares, de vida consagrada a unos modos cristianos, pero bajo la dirección
espiritual de sacerdotes. Una extraña y compleja mezcolanza entre dos mundos:
el secular y el regular. Algo no visto en la Iglesia católica desde los tiempos
de las cruzadas, con las órdenes militares medievales, esa suma polémica y
discordante de monjes guerreros. Escrivá y su pequeño séquito llegaron a Roma,
y con audiencias vaticanas, cartas por aquí, consignas por allá, se alzaron con
el beneplácito de no pocos obispos y cardenales de la curia. Poco a poco, se
hizo que la legislación canónica se fuera ajustando a la realidad del Opus Dei.
Escrivá fijó su residencia y su casa-madre en Roma, y, tras el Concilio
Vaticano II, se comenzó a contemplar la posibilidad de una “prelatura personal”,
un prelado ordenado obispo / cardenal, en vez de un presidente. Un prelado que
pudiera ordenar a sus propios sacerdotes, aunque contando siempre con la
aprobación de los obispos locales. Un prelado escogido por los numerarios de
máxima confianza entre los mano derecha sucesivos del fundador, y sancionado
por el Papa en las mismas veinticuatro horas de su elección. Así devino primero
Álvaro del Portillo, ojo derecho de Escrivá de Balaguer. Luego, Echevarría y
Ocáriz. La Obra creció mucho, increíblemente, con Álvaro del Portillo, pues
este alentó a los numerarios y supernumerarios (miembros casados) a intensificar
las acciones de “apostolado”. Del Portillo se cuidó, asimismo, del rigor en los
centros de investigación universitarios. Pero se temía que el Opus no crecía
como debiera, en una época muy favorable, pues se gozaba de la absoluta
protección del Papa polaco Juan Pablo II, muy amigo del Opus desde sus tiempos
de obispo. También, de los Legionarios de Cristo, otro grupo de fieles muy
conservador, y con atroces escándalos internos que, con el método vaticanista
de guardar el polvo (y los polvos) debajo de la alfombra, tardaron horrores en
salir a la luz.
El
caso fue que los esfuerzos del primer prelado, Álvaro, dieron pingües frutos, y
el Opus duplicó ampliamente el número de adeptos. Y veinte fueron los países donde
se abrió casa nueva. Poco a poco, a instancias del fundador y de sus testigos, nacieron
residencias, academias de estudios, colegios, universidades, escuelas
laborales, de negocios, dispensarios sanitarios, hospitales. De especial
relevancia y excepcional prestigio, la Clínica universitaria de Navarra,
puntera en España en la investigación oncológica, y con poca presencia, no
obstante, en el ensayo que nos ocupa. La Clínica de la Universidad de Navarra
cuenta ya, desde hace unos años, con filial en Madrid, primero en la calle General
López Pozas (hoy, Hospital Universitario Sanitas Virgen del Mar) y más tarde en
la Carretera de Zaragoza, la A 2, en la calle del Marquesado de Santa Marta, 1.
No
está nada mal para el viejo sueño de un humilde cura aragonés de veintiséis
años. Un hombre para quien una conciencia directora había de ser pura, es
decir, célibe (“El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado
mayor de Cristo”), altanera (en el sentido de ambiciosa, volar como un
águila y no como un pollo de corral) y dispuesta a someterse de continuo a un
maestro-guía espiritual. Escrivá defendía el triunfo de la voluntad, máxima
obligada entre los filósofos antirracionalistas del último tercio del siglo
XIX, e inspiradora de esos totalitarismos belicistas que se enseñorearon de
Italia y de Alemania. La sentencia 19 de Camino, texto cumbre de
Escrivá, consolidado en 1939, resulta conmovedoramente explícita: “Voluntad.
--Es una característica muy importante. No desprecies las cosas pequeñas,
porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas --que nunca
son futilidades, ni naderías—fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios,
tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía,
jefe, ¡caudillo!..., que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y
con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio”. El marchamo caudillista
tan propio de los fascismos del siglo XX. Escrivá no quería segundones; quería
líderes, astros-reyes, para consolidar su Obra de Dios. Una clase dirigente era
esencial para comandar al grupo.
El
Opus Dei no es, ni más ni menos, que “otros horizontes en el cristianismo”. Una
opción de vida cristiana consagrada, en su vertiente más exigente. Un modo dogmático
de entender la vida familiar, en su inclinación más suave. Por eso, discrepo
con el autor cuando, en algunos pasajes de su libro, afirma que la Obra está
abierta, ecuménicamente, a otras confesiones religiosas, a múltiples maneras de
pensar entre sus mismos miembros, que hay un espíritu democrático muy moderno y
una libertad responsable. Desconozco si, con el último prelado, Fernando
Ocáriz, se está dando una apertura, y haciendo concesiones morales, dentro de
la creación de Escrivá. Pero es difícil de contemplar esto en una institución /
prelatura que se pretende distinguir. Por otra parte, el canon católico no
congenia muy bien con las tendencias asentadas desde la Segunda Guerra Mundial:
la corriente existencialista, el orientalismo zen, la “New Age”, el ecologismo,
el tecnicismo informático, y toda la posmodernidad. La Iglesia romana lo tiene
muy difícil para aconsejar, y ser escuchada, en el mundo de hoy.
El
Opus no es una “Iglesia paralela”, repito, ni “otra Iglesia”. Simplemente es una
asistencia, un apoyo, un pilar del Catolicismo. Y puede que en cierto modo
importante, ahora que está todo confuso, y los árboles no dejan ver el bosque.
© Antonio Ángel Usábel,
abril de 2023.
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El rigorismo moral dentro del Opus Dei
no es ocultado ni por sus propios miembros numerarios. Viene de confundir la
acción de la misericordia cristiana con un estado “ordenado” del cuerpo. La
santidad comienza por reprender la carne, para que esta nunca pervierta el
espíritu. Con este propósito de purificar el alma del ser, es lícito recurrir
los sábados, o cuando resulte oportuno, a la mortificación, mediante flagelo o
cilicio. Igualmente, durmiendo en el suelo, o sobre tabla de madera (en el caso
de las mujeres). El concepto de “santo”, para el fundador, implicaba no solo la
realización de obras buenas, sino un estado de gracia. Es así que él cambiaba
la palabra “perfecto” de Mateo 5, 48, por la palabra “santo”, sin tener en
cuenta que Jesús está hablando de una actitud hacia los demás (el perdón hasta
los enemigos) y no de un estado del cuerpo, de la carne. El pasaje evangélico
se esclarece en el equivalente de Lucas 6, 36, donde, después de pedir el amor
hacia los contrarios, en boca de Jesús se pone: “Sed misericordiosos, como
vuestro Padre es misericordioso”. Es decir, se recomienda un modo de ser
hacia los demás, una actitud de bondad, no un estado especial o particular. Añade
el Evangelio de Lucas (6, 45): “El hombre bueno, del buen tesoro de su
corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas malas de su mal tesoro”. Jesús
nunca habló de usar flagelo o cilicio a sus discípulos.
Antonio Angel,tu escritura es deliciosa, gracias
ResponderEliminarGracias Antonio. Muy interesante la estupenda glosa de este libro sobre el Opus. Hay que reconocer el mérito de Balaguer de llevar a cabo su empresa. Creo que su idea de santificación por el trabajo ha posibilitado que algunos de sus miembros hayan alcanzado puestos relevantes en la vida social y económica. Aunque la duda es si esta institución hubiera obtenido la misma resonancia sin la colaboración con el régimen de Franco.
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