Estamos en tiempo de Cuaresma. Según se acercaba la hora de su sacrificio, Jesús hablaba de conocerle a Él, para de este modo saber mejor del que le había enviado: Dios Padre.
A la vez, los Evangelios nos
mencionan las curaciones que obró Jesús llevado de su piedad infinita. Su
misericordia lo condujo a sanar, no pretendiendo levantar con ello un circo
mediático (en plan “Superstar”), sino desde la humildad del anonimato y con
plena consciencia de entrega, de darse a los demás por amor.
La lectura del 20 de marzo, del
Evangelio de Marcos (12, 28-34), es la de la proclamación por Jesús de los dos
mayores mandamientos que hay que respetar: amar a Dios Padre con toda la fuerza
de nuestro corazón, y amar al prójimo como a uno mismo. Se lo dice a un
escriba, quien demuestra haberle entendido bien al contestar: “Amar al prójimo
como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.” En ese
momento, Jesús le responde: “No estás lejos del reino de Dios.”
El texto del 22 de marzo, de Juan
9, es de la curación de un ciego. Jesús lo ve, escupe en el barro y le unta los
párpados. Seguidamente, le pide que vaya a lavarse a la piscina de Siloé, que
quiere decir ‘Enviado’. Es sábado, y los fariseos interrogan al sanado porque ha
recibido merced en día de descanso. “Ese hombre –exclaman—no viene de Dios,
porque no guarda el sábado.” El que era ciego no acierta qué replicar; solo
dice: “Es un profeta”. Cuando lo liberan, se encuentra con Jesús, lo reconoce,
y se postra ante Él, en señal de agradecimiento.
El Evangelio del 23 de marzo, de
Juan (4, 43-54), testimonia la curación del hijo de un funcionario real en
Caná. El hombre llega en su busca, desesperado, desde Cafarnaúm, donde su hijo
casi agoniza ya. Encuentra a Jesús, y le ruega por su hijo. Jesús entiende que
tiene fe, y le despide asegurando que su hijo vive. El funcionario demuestra
por segunda vez tener fe en el Hijo del Hombre, pues no contraría a Jesús, no
le insiste, sino que se fía de su palabra y emprende el regreso a su hogar.
Cuando llega, los criados, alborozados, corren a recibirlo. Su hijo está
curado. Entonces él quiere saber la hora en que comenzó a mejorar: la una de la
tarde del día anterior. Justo el momento en que Jesús le había asegurado que el
muchacho vivía. La hora séptima, la una de la tarde, significativamente tiempo
antes de la hora final del Hijo de Dios.
24 de marzo: testimonia Lucas (6,
36-38) que Jesús hizo levantarse a un paralítico que esperaba su turno junto a
la piscina de Bethesda, en Jerusalén. Existía la creencia de que un ángel de
Dios bajaba de vez en cuando del cielo a remover las aguas. Quienes entraran
primero en ellas, podrían obtener la gracia de sanar. Por eso, el paralítico,
que está solo, que no tiene a nadie que lo entre en el agua de la piscina el
primero, sabe que no cuenta con posibilidades reales. Pero Jesús le dice:
“Levántate, toma tu camilla, y anda.” Y el hombre obra literalmente lo dicho
por Jesús. Otro milagro de curación hecho en sábado, y los judíos lo critican
con vehemencia. El curado encuentra a Jesús en el templo, y este le advierte
que “no peque más” y que agradezca que está sano.
Evangelio del 26 y del 27 de
marzo: Jesús insiste en su procedencia. Ha venido a dar testimonio del
“Verdadero”, el que lo ha enviado, y a quien solo Él conoce, pues procede de su
mismo Ser. Los judíos, salvo Nicodemo entre los fariseos, se burlan y no lo
creen. No lo respetan. Nada bueno, ningún profeta puede venir de Galilea,
dictaminan.
Palabra del 29 de marzo, según
Juan 11: la resurrección de Lázaro. La apoteosis de Cristo, el Hijo de Dios, el
prometido Salvador, como lo llama Marta. Cristo Jesús alza sus ojos al cielo e
implora la Gracia divina. A continuación, ordena a Lázaro que abandone su
tumba. El resucitado sale por su propio pie, aun atado con vendas y su cara
envuelta en un sudario. Regocijo en su casa y entre los testigos judíos del
acontecimiento.
Estos días aciagos de marzo de
2020 estamos viendo enfermar a muchas personas. Algunas se recuperan; otras no,
y mueren. La pandemia de coronavirus Covid-19 se está llevando a miles de
personas en todo el mundo, y no sabemos cuándo y cómo terminará. Cuál será el
balance de víctimas, el resultado; no solo de muertos, sino también de
familiares que hayan perdido a sus seres queridos “de la noche a la mañana”, o
personas que hayan quedado sin empleo, y quizá hundida o muy dañada la economía
de muchos países. Acaso estos días que vivimos bajo esta grave amenaza de la
Naturaleza vengan providencialmente marcados por esa esperanza de curación que
dimana de los textos evangélicos: Jesús sanador, y salvador (incluso de la
misma muerte, como en el caso de su amigo Lázaro de Betania).
Nuestros ángeles de hoy, los que
bajan a remover nuestra agua purificadora, son los miles de médicos, enfermeras
y personal sanitario que asisten a los enfermos de Covid-19. Algunos de ellos
ya han dado su vida en su entrega profesional y humana a sus semejantes. Han
cumplido cabalmente con ese gran precepto del que le habló Jesús al escriba:
“Amar al prójimo como a uno mismo.” Y siguen comprometidos con su labor de
ayuda plena, garantizada. Ahora solo falta que les lleguen medios técnicos y
equipos suficientes para que su trabajo redunde en mayores posibilidades de
éxito. Que los enfermos curen y puedan volver a su hogar, como le sucedió al
hijo del funcionario real. Todo el personal sanitario, incluido el de
investigación en laboratorio, y todo el personal también de logística, militar
y de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, son los ángeles que pueden
contribuir a que esta crisis se supere. Que España y el mundo entero se libren
de este mal. Pero a partir de ahora habremos de ser más prudentes, y
conscientes de nuestra fragilidad; de que el “estado del bienestar” (en
cualquier caso, nunca para todos, ni en todas partes) se puede derruir en
cualquier momento por causas como el Covid-19, u otras similares. Somos seres
mortales, y no dioses. Comimos del Árbol del Conocimiento, pero no del Árbol de
la Vida eterna. La eternidad, en cualquier caso, queda para otra dimensión
desconocida, no para este mundo. Y roguemos a Jesús, el Cristo, para que tenga
de nuevo misericordia de nosotros, a pesar de los muchos y severos pecados de
la Humanidad entera, y nos asista dándonos la salud.
© Antonio Ángel Usábel, marzo
de 2020.
Heroínas sanitarias.
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