Que la vida tiene una finalidad
es propio de la doctrina cristiana y quizá también de otras culturas. Que no
vivimos nuestra vida solos, sino en comunión con otras personas es un hecho que
determina el convivir. Por eso, no nos debemos a nosotros mismos, sino
igualmente a los demás, a nuestros semejantes, los otros: familiares, amigos,
conocidos…
La vida es un proceso de
construcción. Un ejercicio continuo de obrar. Obrar el bien, u obrar el mal.
Por sentido común, todos queremos actuar bien, noblemente, llevar la alegría a
quienes nos rodean, ser y comunicar amor. Ya lo decía el poeta Salinas que el
“yo” –por el acto de amar-- no existe sin el “tú”. Nuestra identidad vive
cuando el ser amado nos piensa, nos “recrea” imaginativamente. Y él, a su vez,
vive en nosotros por el mismo proceso. La vieja máxima neoplatónica de Ficino:
“El corazón, olvidado de sí mismo, siempre vuelve hacia el amado.”
El poeta Juan Ramón Jiménez
hablaba de poder celebrar la realidad por medio de la obra de arte. De
plasmarla subjetivamente, pero con tal acierto de alcanzar la esencia misma de
lo real. La obra de arte es un ejemplo de vida.
El ensayo de Carlos Javier Morales, La vida como obra de arte
(Madrid, Ediciones Rialp, septiembre de 2019), subtitulado “Hacia la aventura
de la existencia diaria”, nos propone concebir la vida con un propósito moral:
el de mejorarnos día a día, y el de mostrarnos y ofrecernos a los demás con una
propuesta de amor y cariño. No debemos saber vivir para nosotros solos. Lo
difícil es aprender a vivir para nosotros y para los demás. Si una obra de arte
nos agrada porque es bella a la mirada, podemos hacer que nuestra vida sea
también obra de arte que sea recibida y admirada por su belleza, por su empatía
y comunicación amorosa a quienes conviven con nosotros. No hay fin más hermoso
para nuestra vida que consagrarla al amor, a la entrega y servicio a los otros
aun cuando no dejemos, al mismo tiempo, de realizarnos en nuestro trabajo, en
nuestros cometidos habituales. Es un punto de inflexión difícil. Complicado.
Porque el mundo globalizado de hoy está despersonalizado, alienado por el
consumismo, trivializado. No da mucha importancia a lo verdadero, a las
relaciones sólidas y auténticas, que hay que recuperar en un proyecto de mejora
continuada. Para la sociedad de consumo, uno puede ser productivo, pero no
feliz consigo mismo. Uno puede llegar a la cima del éxito, y, sin embargo,
sentirse vacío, pobre, irrealizado. Acaso por haber descuidado, en su
aislamiento, su trato sincero y profundo con los semejantes. ¿Cuántas veces nos
pasa que nos da pereza quedar con amigos porque estamos “demasiado ocupados”?
Nos fastidia cubrir media hora en Metro o en autobús, y volver de igual modo.
Nos altera romper la rutina de abandonar el cubil o de efectuar un alto en las
horas extraordinarias de nuestro trabajo. Y esa actitud nos aparta, nos aleja
de los amigos, y nos reconcentra en nosotros. ¡Cuánto servicio de amor dejamos
desperdiciarse!
Carlos Morales defiende que
cuidemos nuestra vida diaria. Que nos perfeccionemos atendiendo las relaciones
humanas. Tal vez, siguiendo la estela de ese arcoíris de Frank Baum, con el
convencimiento de que un corazón no se mide por lo mucho que ama, sino por lo
que lo estiman y quieren los demás. “El ser humano es una tarea creadora que ha
de realizar él mismo a lo largo de toda su existencia, y que solo culmina con
la muerte” (p. 83). Es un proceso de mejora constante, que implica aceptarse a
uno mismo y también admitir al otro: “Para poder aceptarte a ti, con todo tu
ser, primero he de aceptarme a mí. Si yo quiero dialogar contigo, es necesario
que yo me sienta digno de ese diálogo, que yo me quiera como soy y me dé cuenta
de que también «es bueno que yo exista». Por tanto, yo puedo y debo
perfeccionar mi ser: estoy llamado a crearme y, por tanto, a crear mi mejor «yo»,
pero siempre a partir del «yo» que el Creador me ha dado.” (p. 105)
La raíz del empeño de Morales es,
esencialmente, hegeliana: dependemos de la fuerza y progresión moral del
espíritu. La psicología –el funcionamiento de la mente—está bastante marginada
en este libro. Se habla de “actitud espiritual” y que todo decaimiento del
ánimo, “aunque afecte directamente al cuerpo, es una decisión psíquica y moral:
espiritual, a fin de cuentas.” (p. 133) La ciencia de la mente tiende a separar
la conducta de cualquier condicionante ajeno a los procesos cerebrales; todo mal
o bien del pensamiento se genera en el cerebro. Y es materia de estudio de la
Psicología y de la Psiquiatría, aun cuando estas disciplinas no tengan, ni de
lejos, todavía, una respuesta para toda actitud.
El autor arremete contra las
imposiciones socioeconómicas del mundo actual; contra la sociedad de consumo: “Nunca
había surgido una ideología tan eficiente y universalmente aceptada como la que
propugna que el bienestar económico es la condición necesaria del bienestar
personal, el cual solo se consigue en unidad de acción con los grandes poderes
económicos mundiales.” (p. 114). “Incluso la ciencia, que es el modo de saber aceptado
globalmente, también se desarrolla al compás de las inversiones capitalistas; de
manera que no hay verdad científica que pueda abrirse camino en la sociedad si
contradice los intereses del dios Mercado.” (p. 115)
Morales se duele de que hasta las
verdades que conocemos por la prensa sean, únicamente, medias verdades, o
verdades parciales, manipuladas por las inversiones en publicidad de las firmas
comerciales, hasta censoras de un material oculto que no interesa que salga a
la luz.
Su dedicación docente hace que el
autor se pregunte por la irrelevancia de la sexualidad en los programas
educativos, reducida, por lo común, a la prevención de enfermedades y de
embarazos no deseados. Pero la sexualidad forma parte de nuestro «yo»
intrínseco, y construye, bien dirigida, la felicidad y el bienestar de la
persona. La sexualidad es otra herramienta más de construcción de la
personalidad. Por eso, hay que saber qué hacer con ella y gracias a ella. Y se
necesita recibir una formación completa y sana en ese factor humano (v. p. 56)
La vida como obra de arte
es, así, una propuesta para que nos cuidemos, para que cultivemos nuestra vida
como un exuberante jardín, para que dotemos nuestras acciones e intervenciones
de sentido, en un proceso de mejora nuestra y de influencia positiva en el
medio. Vivir para hacer vivir.
© Antonio Ángel Usábel, febrero
de 2020.
Presentación del libro en "Neblí" (Madrid).
No hay comentarios:
Publicar un comentario