El
libro Narciso
Ibáñez Serrador,
de Jaime
Serrats Ollé,
editado en Barcelona por Dopesa en 1971 pasa por ser la primera
biografía de este genio del entretenimiento televisivo. Un hombre
aventurero, amante del riesgo y del aprendizaje por la experiencia,
que se arruinó dos veces y, como el ave Fénix, resurgió de sus
cenizas con más vigor y garantías de triunfo todavía.
Sus
padres, titulares de sendas compañías de comediantes, se separaron
cuando Chicho tenía cuatro años. Al ser él muy pequeño, el hecho
no le afectó. Quedó bajo el cuidado de su madre Pepita
Serrador,
una mujer recia, autoritaria, controladora, muy culta (gran amiga de
intelectuales de primer orden, como Tennessee Williams), que ejerció
un gran proteccionismo sobre el niño hasta que este traspasó su
adolescencia. Pero contribuyó a su educación también otro Narciso,
Ibáñez Cotanda, un hombre bohemio que recorría como un vagabundo
la ciudad de Buenos Aires con una maleta llena de periódicos, restos
de comida y una enorme fotografía de Franco, con la que hacía
rabiar a los republicanos españoles allí exiliados. Con su abuelo
paterno, Chicho comía en un banco de la calle, tomaba el Metro
haciendo burla a los viajeros que no llegaban a entrar al vagón, se
subía al tranvía sin pagar billete y se sentía ácrata y, sobre
todo, un ser libre, sin nada entre manos, despegado de lo material;
una sensación que muchos años después recordaría y actualizaría
en sus retiros en el Tíbet (1966 y 1971).
En
la década de 1940, Chicho acompaña a su madre a España, y se
instalan en Barcelona, en Vallvidrera, en una casa torreón que será
lugar de visitas importantes. Chicho supervisa los montajes teatrales
de Pepita Serrador. Llega el momento en que Chicho, con dieciséis
años, se siente demasiado dependiente de su madre; es un muchacho
enfermizo, tímido, retraído, que cada vez más necesita dar un paso
de hombre. Si quiere madurar, pasar a la edad adulta, ser solo él,
tiene que alejarse cuanto pueda de Pepita. Es un amor posesivo, que
el muy joven Chicho anhela vencer. El argumento de La
Residencia
(su primer largometraje,de 1969), debido a Juan Tébar, pero
reelaborado por Luis Peñafiel, el otro yo del realizador, es un
reflejo de los años de la infancia: la señora Fourneau dirige con
mano firme un internado donde las señoritas son reeducadas. Tiene un
hijo adolescente, Luis, a quien intenta alejar de las internas y a
quien constantemente recuerda que ninguna de ellas es digna de su
atención. Algún día encontrará a una mujer ideal, que sea en
realidad fiel copia de su madre, y que lo ame como él se merece.
Tanto se lo repite a Luis que este llega al convencimiento de que es
verdad, de que así habrá de ser. En consecuencia, asesina a varias
internas e intenta componer con partes de sus cuerpos a la mujer
ideal. Luis ha recreado monstruosamente la visión materna de la
negación del amor fuera del estrecho ámbito familiar. Al fin y al
cabo, como dice el castigado Norman Bates en Psicosis,
“el mejor amigo de un muchacho es SU MADRE”.
Antes
de que le suceda algo parecido a lo de este personaje, Chicho pone
tierra de por medio: con un dinerillo ganado como actor radiofónico,
decide marcharse a Egipto. Cuarenta dólares solo. En teoría va allí
a regalarle un ramo de rosas a una chica que conoció en Mallorca y a
quien en la despedida no pudo agasajar con ningún obsequio. Cuando
se lo participa a su madre, Pepita solo le responde: “--Ten cuidado
al cruzar las calles”. Chicho reconoce que empezó a ser él mismo,
a labrarse un presente y un futuro en el momento en que se va a El
Cairo, solo, sin ningún tipo de asistencia parental, y se tiene que
ganar la vida de la más variada forma: animador nocturno en sala de
fiestas, guía turístico, recepcionista de hotel, corresponsal en
Gaza y hasta marino contrabandista de tabaco entre Alejandría y el
Pireo. “Si de algo puedo enorgullecerme –él mismo declara-- es
de que a los dieciséis años supe conquistar por mí mismo una total
independencia económica. Desde entonces hasta ahora, calcetines o
automóviles, lentejas o relojes, todo, lo obtuve con mi trabajo. Con
cien trabajos diferentes. A partir de los dieciséis años decidí
vivir solo. En un oscuro cuarto de pensión [como en el que murió
olvidado su abuelo paterno, el viajero de la maleta] si las cosas
iban mal, o en un piso propio si la fortuna me ayudaba (…) Por no
existir dependencia alguna, en mí murió muy joven la rebeldía
lógica del adolescente y mis padres comenzaron a ser algo más que
padres: amigos. Amigos con los que podía hablar de igual a igual.”
Esa
escapada a Egipto creó al Chicho emprendedor, al empresario
innovador y amigo del riesgo.
En
Egipto, Chicho subsiste durante seis meses. Luego regresa a
Barcelona, enfermo de tisis pulmonar. Tras un reposo en Vallvidrera,
consigue recuperarse y se pone a las órdenes de su madre, en el
teatro. Adapta El
zoo
de cristal,
de Tennessee Williams. Escribe dos obras dramáticas propias que son
prohibidas: Aprobado
en
inocencia
y El
Agujerito.
Aunque él reconoce que busca hacer sobre todo un entretenimiento de
calidad, sin compromiso con tesis alguna, los programas que facturará
luego sí que tratan de defender al individuo, su idiosincrasia, sus
peculiaridades, y especialmente su libertad, frente a las presiones o
imposiciones sociales. Así es el caso de El
asfalto,
N.
N. 23,
El
trasplante,
entre otras historias distópicas.
El
amor de madre llegó al punto de preparar la iniciación sexual de
Chicho. En Bilbao, una chica veinteañera le hizo guiños en un
ascensor de hotel. Se pusieron a hablar, salieron juntos varios días
e intimaron. Luego la muchacha desapareció, y Chicho se olvidó de
ella. Cuatro años más tarde, como dejándolo caer por casualidad,
su madre le reveló que ella estaba al tanto de ese episodio: el
encuentro no había sido casual; la chica era una profesional del
alterne, y había sido contratada y hasta aleccionada por Pepita para
hacerle “un favor” a su hijo. El suceso estriba entre un guion
genial para el cine y un plan de falsa bondad, escabroso, repugnante
y triste.
Con
pocas expectativas para lograr fortuna en España en el mundo del
espectáculo que conoce bien, Chicho se establece en Buenos Aires en
1958. Tiene 23 años, y se reencuentra con su padre, Narciso
Ibáñez Menta,
un astro rey en Argentina. Padre e hijo forman un equipo muy
prometedor y fructífero. Chicho está decidido a explorar –y
explotar-- un nuevo medio: la televisión. El medio allí se financia
vendiendo los espacios en antena a las firmas comerciales; es decir,
son los paquetes publicitarios los que pagan los programas. Chicho se
recorre todas las agencias de publicidad para asegurarse financiación
para sus ideas. En cinco años, más de ochocientos guiones, firmados
por Chicho como Luis Peñafiel. Los coloca en el Canal 7 de la
televisión argentina, pero no puede dirigir la grabación de todos
los primeros porque no estaba cualificado como realizador de
televisión. Tiene allí un amigo y maestro, que le enseña los
trucos de cámara, su movimiento y emplazamiento ideal: Juan
Manuel Fontanals.
Cuando se abre el Canal 9, a Chicho ya se le permite grabar y dirigir
su programación. Animado por las dotes cavernosas de su padre, un
Lon Chaney hispano, maestro del disfraz, graba con él Obras
maestras del terror.
El espacio causa sensación en el público. Chicho gana mucho dinero.
Quiere entonces expandir su negocio a Montevideo, su ciudad natal. Se
asocia con un matrimonio alemán que quiere abrir unos supermercados.
Pero un diluvio deja sin suministro eléctrico a medio Uruguay y
causa inundaciones muy severas. Los productos almacenados por sus
socios germanos se requisan como auxilio. En un momento, Chicho
pierde todo lo invertido. Se queda arruinado. Pero nunca se rinde.
Sabe que ha de levantarse de nuevo y volver a luchar. Regresa a
Buenos Aires, y en una carpa monta, con ayuda de Pepita Serrador,
Aprobado
en inocencia,
su primera comedia (prohibida en España). La obra es un éxito
rotundo. Chicho se repone. Se ruedan más capítulos de Obras
maestras del terror,
en formato cine, bajo dirección de Enrique Carreras.
En febrero de
1962, Chicho se casa por primera vez con Adriana
Gardiazábal,
Miss
Argentina.
Había conocido a esta joven algunos años antes, en la cola de un
cine de Río de Janeiro. Pero no le fue bien al matrimonio, y la
separación llegó un año después. En 1962-63 Chicho vuelve a tener
un descalabro económico notable: produce para televisión doce
episodios de ciencia-ficción, sin saber que el canal está en
quiebra. Cada capítulo se lleva dos millones de pesetas de la época.
Se ruedan nueve episodios, y el dinero invertido no se repone. Chicho
solo consigue recobrar un 3% de lo puesto. Pero se lleva a España
alguna de las cintas de vídeo, que será lo que le abra las puertas
de TVE, y unas muy largas décadas de éxito, tanto nacional como
internacional. Fue José Luis Colina (director artístico) quien le
abrió el camino a “Estudio 3” de TVE, un espacio misceláneo que
precisaba una renovación: abandonar su rigidez en favor de un mayor
entretenimiento, con historias de misterio y emoción.
Chicho
adapta libremente el cuento de Poe El
corazón delator,
que titula El
último reloj,
que recibe una mención especial en el Festival de Montecarlo en
1964. Después llegan El
asfalto
e Historias
para no dormir
(con Ibáñez Menta como estrella), Historia
de la frivolidad
(en colaboración con Jaime
de Armiñán),
La
Residencia…
La relajación en la censura y la fama del autor hacen posible el
estreno, por fin, en nuestra tierra de Aprobado
en inocencia y
El
Agujerito
(Teatro Lara, Madrid, marzo de 1970). A partir de 1972, el Un,
dos,
tres,
el campanazo definitivo de Ibáñez Serrador en España. Chicho tenía
treinta y siete años. Llegaría a formar pareja con dos secretarias
del famoso concurso.
Pepita
Serrador falleció de cáncer en Madrid el 24 de mayo de 1964. Por
expreso deseo suyo, se la sepultó en el cementerio granadino de San
José, donde reposa desde 1970 en una tumba cedida a perpetuidad
por
el Ayuntamiento. Los restos mortales de su hijo Chicho se
han reunido con ella,
como en un vínculo fiel, íntimo e indisoluble.
©
Antonio Ángel Usábel, julio de 2019.
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