“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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jueves, 4 de julio de 2019

Facetas de Ibáñez Serrador.


El libro Narciso Ibáñez Serrador, de Jaime Serrats Ollé, editado en Barcelona por Dopesa en 1971 pasa por ser la primera biografía de este genio del entretenimiento televisivo. Un hombre aventurero, amante del riesgo y del aprendizaje por la experiencia, que se arruinó dos veces y, como el ave Fénix, resurgió de sus cenizas con más vigor y garantías de triunfo todavía.

Sus padres, titulares de sendas compañías de comediantes, se separaron cuando Chicho tenía cuatro años. Al ser él muy pequeño, el hecho no le afectó. Quedó bajo el cuidado de su madre Pepita Serrador, una mujer recia, autoritaria, controladora, muy culta (gran amiga de intelectuales de primer orden, como Tennessee Williams), que ejerció un gran proteccionismo sobre el niño hasta que este traspasó su adolescencia. Pero contribuyó a su educación también otro Narciso, Ibáñez Cotanda, un hombre bohemio que recorría como un vagabundo la ciudad de Buenos Aires con una maleta llena de periódicos, restos de comida y una enorme fotografía de Franco, con la que hacía rabiar a los republicanos españoles allí exiliados. Con su abuelo paterno, Chicho comía en un banco de la calle, tomaba el Metro haciendo burla a los viajeros que no llegaban a entrar al vagón, se subía al tranvía sin pagar billete y se sentía ácrata y, sobre todo, un ser libre, sin nada entre manos, despegado de lo material; una sensación que muchos años después recordaría y actualizaría en sus retiros en el Tíbet (1966 y 1971).

En la década de 1940, Chicho acompaña a su madre a España, y se instalan en Barcelona, en Vallvidrera, en una casa torreón que será lugar de visitas importantes. Chicho supervisa los montajes teatrales de Pepita Serrador. Llega el momento en que Chicho, con dieciséis años, se siente demasiado dependiente de su madre; es un muchacho enfermizo, tímido, retraído, que cada vez más necesita dar un paso de hombre. Si quiere madurar, pasar a la edad adulta, ser solo él, tiene que alejarse cuanto pueda de Pepita. Es un amor posesivo, que el muy joven Chicho anhela vencer. El argumento de La Residencia (su primer largometraje,de 1969), debido a Juan Tébar, pero reelaborado por Luis Peñafiel, el otro yo del realizador, es un reflejo de los años de la infancia: la señora Fourneau dirige con mano firme un internado donde las señoritas son reeducadas. Tiene un hijo adolescente, Luis, a quien intenta alejar de las internas y a quien constantemente recuerda que ninguna de ellas es digna de su atención. Algún día encontrará a una mujer ideal, que sea en realidad fiel copia de su madre, y que lo ame como él se merece. Tanto se lo repite a Luis que este llega al convencimiento de que es verdad, de que así habrá de ser. En consecuencia, asesina a varias internas e intenta componer con partes de sus cuerpos a la mujer ideal. Luis ha recreado monstruosamente la visión materna de la negación del amor fuera del estrecho ámbito familiar. Al fin y al cabo, como dice el castigado Norman Bates en Psicosis, “el mejor amigo de un muchacho es SU MADRE”.

Antes de que le suceda algo parecido a lo de este personaje, Chicho pone tierra de por medio: con un dinerillo ganado como actor radiofónico, decide marcharse a Egipto. Cuarenta dólares solo. En teoría va allí a regalarle un ramo de rosas a una chica que conoció en Mallorca y a quien en la despedida no pudo agasajar con ningún obsequio. Cuando se lo participa a su madre, Pepita solo le responde: “--Ten cuidado al cruzar las calles”. Chicho reconoce que empezó a ser él mismo, a labrarse un presente y un futuro en el momento en que se va a El Cairo, solo, sin ningún tipo de asistencia parental, y se tiene que ganar la vida de la más variada forma: animador nocturno en sala de fiestas, guía turístico, recepcionista de hotel, corresponsal en Gaza y hasta marino contrabandista de tabaco entre Alejandría y el Pireo. “Si de algo puedo enorgullecerme –él mismo declara-- es de que a los dieciséis años supe conquistar por mí mismo una total independencia económica. Desde entonces hasta ahora, calcetines o automóviles, lentejas o relojes, todo, lo obtuve con mi trabajo. Con cien trabajos diferentes. A partir de los dieciséis años decidí vivir solo. En un oscuro cuarto de pensión [como en el que murió olvidado su abuelo paterno, el viajero de la maleta] si las cosas iban mal, o en un piso propio si la fortuna me ayudaba (…) Por no existir dependencia alguna, en mí murió muy joven la rebeldía lógica del adolescente y mis padres comenzaron a ser algo más que padres: amigos. Amigos con los que podía hablar de igual a igual.” Esa escapada a Egipto creó al Chicho emprendedor, al empresario innovador y amigo del riesgo.

En Egipto, Chicho subsiste durante seis meses. Luego regresa a Barcelona, enfermo de tisis pulmonar. Tras un reposo en Vallvidrera, consigue recuperarse y se pone a las órdenes de su madre, en el teatro. Adapta El zoo de cristal, de Tennessee Williams. Escribe dos obras dramáticas propias que son prohibidas: Aprobado en inocencia y El Agujerito. Aunque él reconoce que busca hacer sobre todo un entretenimiento de calidad, sin compromiso con tesis alguna, los programas que facturará luego sí que tratan de defender al individuo, su idiosincrasia, sus peculiaridades, y especialmente su libertad, frente a las presiones o imposiciones sociales. Así es el caso de El asfalto, N. N. 23, El trasplante, entre otras historias distópicas.

El amor de madre llegó al punto de preparar la iniciación sexual de Chicho. En Bilbao, una chica veinteañera le hizo guiños en un ascensor de hotel. Se pusieron a hablar, salieron juntos varios días e intimaron. Luego la muchacha desapareció, y Chicho se olvidó de ella. Cuatro años más tarde, como dejándolo caer por casualidad, su madre le reveló que ella estaba al tanto de ese episodio: el encuentro no había sido casual; la chica era una profesional del alterne, y había sido contratada y hasta aleccionada por Pepita para hacerle “un favor” a su hijo. El suceso estriba entre un guion genial para el cine y un plan de falsa bondad, escabroso, repugnante y triste.

Con pocas expectativas para lograr fortuna en España en el mundo del espectáculo que conoce bien, Chicho se establece en Buenos Aires en 1958. Tiene 23 años, y se reencuentra con su padre, Narciso Ibáñez Menta, un astro rey en Argentina. Padre e hijo forman un equipo muy prometedor y fructífero. Chicho está decidido a explorar –y explotar-- un nuevo medio: la televisión. El medio allí se financia vendiendo los espacios en antena a las firmas comerciales; es decir, son los paquetes publicitarios los que pagan los programas. Chicho se recorre todas las agencias de publicidad para asegurarse financiación para sus ideas. En cinco años, más de ochocientos guiones, firmados por Chicho como Luis Peñafiel. Los coloca en el Canal 7 de la televisión argentina, pero no puede dirigir la grabación de todos los primeros porque no estaba cualificado como realizador de televisión. Tiene allí un amigo y maestro, que le enseña los trucos de cámara, su movimiento y emplazamiento ideal: Juan Manuel Fontanals. Cuando se abre el Canal 9, a Chicho ya se le permite grabar y dirigir su programación. Animado por las dotes cavernosas de su padre, un Lon Chaney hispano, maestro del disfraz, graba con él Obras maestras del terror. El espacio causa sensación en el público. Chicho gana mucho dinero. Quiere entonces expandir su negocio a Montevideo, su ciudad natal. Se asocia con un matrimonio alemán que quiere abrir unos supermercados. Pero un diluvio deja sin suministro eléctrico a medio Uruguay y causa inundaciones muy severas. Los productos almacenados por sus socios germanos se requisan como auxilio. En un momento, Chicho pierde todo lo invertido. Se queda arruinado. Pero nunca se rinde. Sabe que ha de levantarse de nuevo y volver a luchar. Regresa a Buenos Aires, y en una carpa monta, con ayuda de Pepita Serrador, Aprobado en inocencia, su primera comedia (prohibida en España). La obra es un éxito rotundo. Chicho se repone. Se ruedan más capítulos de Obras maestras del terror, en formato cine, bajo dirección de Enrique Carreras.

En febrero de 1962, Chicho se casa por primera vez con Adriana Gardiazábal, Miss Argentina. Había conocido a esta joven algunos años antes, en la cola de un cine de Río de Janeiro. Pero no le fue bien al matrimonio, y la separación llegó un año después. En 1962-63 Chicho vuelve a tener un descalabro económico notable: produce para televisión doce episodios de ciencia-ficción, sin saber que el canal está en quiebra. Cada capítulo se lleva dos millones de pesetas de la época. Se ruedan nueve episodios, y el dinero invertido no se repone. Chicho solo consigue recobrar un 3% de lo puesto. Pero se lleva a España alguna de las cintas de vídeo, que será lo que le abra las puertas de TVE, y unas muy largas décadas de éxito, tanto nacional como internacional. Fue José Luis Colina (director artístico) quien le abrió el camino a “Estudio 3” de TVE, un espacio misceláneo que precisaba una renovación: abandonar su rigidez en favor de un mayor entretenimiento, con historias de misterio y emoción.

Chicho adapta libremente el cuento de Poe El corazón delator, que titula El último reloj, que recibe una mención especial en el Festival de Montecarlo en 1964. Después llegan El asfalto e Historias para no dormir (con Ibáñez Menta como estrella), Historia de la frivolidad (en colaboración con Jaime de Armiñán), La Residencia… La relajación en la censura y la fama del autor hacen posible el estreno, por fin, en nuestra tierra de Aprobado en inocencia y El Agujerito (Teatro Lara, Madrid, marzo de 1970). A partir de 1972, el Un, dos, tres, el campanazo definitivo de Ibáñez Serrador en España. Chicho tenía treinta y siete años. Llegaría a formar pareja con dos secretarias del famoso concurso.

Pepita Serrador falleció de cáncer en Madrid el 24 de mayo de 1964. Por expreso deseo suyo, se la sepultó en el cementerio granadino de San José, donde reposa desde 1970 en una tumba cedida a perpetuidad por el Ayuntamiento. Los restos mortales de su hijo Chicho se han reunido con ella, como en un vínculo fiel, íntimo e indisoluble.

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2019.


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