En
la madrugada del 4 de julio de 2019, con noventa años, moría en un
hospital de Madrid el galán más galán de las tres últimas décadas
del teatro español. Arturo
Fernández era el decano de la galanura. En la década de
1960, contendió en su rol de apuesto conquistador con Paco Rabal y
quizá con Alberto Closas. Arturo era el señor del esmoquin, el
actor que mejor ha llevado un traje, a la altura de un Gregory Peck o
un Sidney Poitier. El rey indiscutible de la alta comedia, que él
representaba y cuidaba mimosamente con compañía propia (un elenco
que era casi siempre una pareja, para economizar y favorecer las
giras por el territorio nacional). Los montajes de Arturo eran
sobrios, pero la utilería siempre impecable, como la factura de sus
corbatas. Hombres y mujeres elegantes, lustrosos, de la alta
sociedad, con sus trampas, fingimientos y mentirijillas, cuyos
problemas hacían las delicias de un público muy veterano, fiel,
incondicionalmente rendido a la simpatía y entrega plena de su
intérprete.
Arturo
Fernández no se retiró porque contaba con la buena respuesta del
público. Conseguía reponer con éxito la misma obra que la
temporada anterior, pues siempre había gente que se había quedado
sin verla. Pero, al mismo tiempo, ya estaba pensando y trabajando en
su siguiente estreno, alguna pieza de comedia de esmoquin, a ser
posible con pocos personajes, que le permitiera mostrarse a su
público (sobre todo, al femenino) como este esperaba encontrarlo: de
seductor, de conquistador, de eterno galán educado. Arturo pretendía
que el público riera, se divirtiera, lo pasara bien. Pero también
había un espacio para la reflexión en sus comedias: una defensa de
la verdad, de la honestidad, de la fidelidad, frente al engaño, la
falsedad o la traición. Ya fuera honradez en la pareja, ya lealtad
entre un cura mayor y otro más joven (Enfrentados).
Para
la posteridad quedará su nutrida filmografía (aunque no fue actor
que realmente destacara en cine) y su excelente humor, su radiante
optimismo, su vis dicharachera y hasta castiza, con su “chatín”
y su “chatina”. Hombre de dicción esmerada, sobrio al
expresarse, en un tono cálido y envolvente perfectamente cómplice
con los personajes suyos.
Actor
y empresario que nunca solicitó subvención para sus montajes, se va
a notar la ausencia de su decana veteranía teatral. “--¿Este año
no viene al Amaya Arturo Fernández?”
Siempre
recordaremos a Arturo agradecido a su público, reverenciándolo con
la mano derecha sobre el corazón, sus humildes inclinaciones de
cabeza, mientras recibe del respetable los saludables y feéricos
vítores de “¡Guapo, guapo!”
©
Antonio Ángel Usábel, julio de 2019.
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