El viernes 7 de junio de 2019 (un
día después del 75 aniversario del desembarco aliado en Normandía) se fue Narciso Ibáñez Serrador,
para todos Chicho,
el alma creativa de nuestra Televisión Española. El hombre autodidacta,
valiente, imaginativo, que renovó los conceptos y las estrategias sobre cómo
hacer televisión en España. Aseveró cierto crítico que Chicho pudo hacer
programas mejores o peores, pero ninguno aburrido, porque el arte de entretener
es combatir el aburrimiento.
Nacido en Montevideo (Uruguay), el
4 de julio de 1935, día de la fiesta nacional norteamericana, era hijo de dos
actores, el español Narciso Ibáñez Menta (actor asturiano nacido en 1912 y
emigrado a Río de la Plata en 1928) y la argentina Pepita Serrador. Fue un niño
muy delicado de salud, que padecía púrpura hemorrágica infantil, una enfermedad
autoinmune que puede impedir la coagulación de la sangre. Además, sufría de
bronquitis frecuentes y de un principio de tuberculosis. El pequeño Narciso
asistió poco a la escuela, pues su familia estaba en constantes giras, pero
cuando iba se quedaba en clase en los recreos, para evitar riesgos de golpes y
caídas. Eso le llevó a ser un niño tímido, retraído, y aficionado a la lectura.
Su formación fue básicamente teatral, ya que asistía a las representaciones de
sus padres y él mismo ayudaba en lo que podía. Narciso y Pepita se separaron
cuando Chicho tenía unos cuatro años. Quedó al cuidado de su madre, una mujer
fuerte y bastante autoritaria. A los ocho años, participó en el doblaje al
castellano del largometraje Bambi, en el que puso voz al conejo Tambor. Con
doce años vino a España. A los dieciocho terminó el Bachillerato en Salamanca. A
continuación, avisó a su madre de que se iba a El Cairo. Y allí llegó con solo
cuarenta dólares en el bolsillo. Compró una guía turística, se la estudió, y en
cuanto pudo ya estaba enseñando los monumentos a los turistas. Desempeñó en
Egipto toda suerte de empleos además de guía, destacando el de animador en un
cabaret, donde contaba chistes en francés.
De regreso a España, se puso a
colaborar en la compañía artística de su madre, en la cual hizo de todo:
acomodador, apuntador, maquinista, electricista… En 1951 debutó como actor en
la obra Filomena Marturano. No cesó de formarse y en tres años llegó a
participar en más de una treintena de títulos dramáticos. Pronto, consiguió
estrenar una versión muy propia de El zoo de cristal, de Tennessee
Williams, en el Teatro Windsor de Barcelona. Al mismo tiempo, escribía guiones
radiofónicos, bajo el seudónimo literario que siempre empleó, Luis Peñafiel.
A finales de la década de 1950,
decidió viajar a la Argentina y probar fortuna en la televisión de allí.
Comenzó a adaptar piezas clave de grandes maestros del terror y lo sobrenatural.
En 1961, volvió a España, con alguno de sus programas argentinos, y se ofreció
a Televisión Española. A partir de ese momento, comenzaba el mito de Chicho
Ibáñez Serrador.
En 1965 estrenó en nuestra
televisión pública nacional su serie semanal de relatos de terror y misterio Historias
para no dormir. Clasificada con dos rombos (mayores de dieciocho años),
ofrecía guiones propios y ajenos, junto a adaptaciones de autores extranjeros.
El formato recordaba el de La hora de Alfred Hitchcock (1962-1965) y
también el de La dimensión desconocida (The Twilight Zone,
1958-1964), de Rod Serling, en el sentido de ser mediometrajes de tema
inquietante que contaban con una presentación breve de su responsable. Así,
Chicho filmó su versión de El extraño caso del señor Valdemar, de Edgar
Allan Poe, por él rebautizada como El pacto. O El muñeco, a
partir de dos relatos de Henry James y Robert Bloch, una historia de brujería
en el hogar. La mayoría de los episodios contaron con la valiosa presencia
protagonista de su padre, Narciso Ibáñez Menta, un experto en caracterización,
de potente voz cavernosa. A la misma serie pertenece El asfalto, el
drama de un caballero cojo que queda atrapado en asfalto fresco y se va
progresivamente hundiendo en él, ante la mirada risueña, indiferente o hasta
burlona de los transeúntes. Un episodio que adelanta La cabina, de Garci
y Mercero, y que fue premiado, en 1967, con la Ninfa de Oro en Montecarlo. Una
crítica a los riesgos de las grandes ciudades, al individualismo profundo del
hombre no solo moderno, sino de todos los tiempos, a la funesta burocracia que
ralentiza o incluso posterga cualquier trámite, a los rusos que hacen sus
fotos. Solo exonera al gallego que intenta salvar al infeliz de aquel desastre,
aquella trampa mortal.
De inmediato le alcanzó a Chicho
el rayo poderoso de una segunda Ninfa de Oro, por Historia de la frivolidad,
en realidad una crítica velada de la censura. El programa se estrenó en horario
de mínima audiencia, por su contenido comprometido para el régimen franquista,
y para que pudiera competir en Montecarlo, certamen que exigía programas emitidos.
Historias para no dormir
continúa en emisión hasta 1974 (el año en que se le nombró Director de
Programas de TVE, cargo que solo desempeñó tres meses, al resistírsele la
supresión de la censura), con algún coletazo incluso en 1982. Paralelamente a
la serie, Chicho publicaba los guiones en formato de libro. Para Chicho, pasar
miedo es una forma de recuperar la infancia, con sus terrores a veces
injustificados: el miedo a la oscuridad, o al silencio, o a lo desconocido. El
miedo al sótano o al desván, a la habitación cerrada, a los fenómenos
inexplicables.
1972 es el año de la escalada
fulgurante hacia el éxito internacional de Chicho, porque inicia un programa
concurso que será exportado a otras pantallas extranjeras, dividido en tres
bloques: cuestionario, pruebas de destreza y de habilidad físicas, y tómbola.
Tres secciones. De ahí el título del concurso para parejas, el Un, dos,
tres, responda otra vez. Con el Un, dos, tres… crecimos,
ensimismados por los regalos de La Subasta, por lo menos dos
generaciones de españoles. El adivinar dónde se escondía la fatal calabaza
Ruperta (cuya voz chillona de la cabecera era la del propio Chicho,
distorsionada) y dónde estaba el apartamento de Torrevieja, o el coche, o los
electrodomésticos, o el fajo de billetes, concentraba ante el televisor a cerca
de veinte millones de espectadores. La Subasta era un monográfico dedicado a
algún momento histórico o a algún fenómeno cultural o social. Los humoristas
que intervenían tenían gracia y los presentadores (Kiko Ledgard y Mayra Gómez
Kemp) mucha solera para conectar con el público, al cual se le pedía opinión, o
al que se hacía participar. Hubo personajes entrañables, como el avaro Don
Cicuta (sublime hacer de Valentín Tornos). Con diez temporadas en su
trayectoria, la fórmula agonizó en 1994. El Un, dos, tres contaba con
varias azafatas-secretarias, que fueron las primeras en lucir minifalda en TVE.
Varias de ellas se convirtieron en actrices después. Ofrecía como premios lo
que no había, o era todavía difícil de conseguir en España para un público de
clase media o inferior. Todo un hito de la pequeña pantalla. En 2004, se
intentó recuperarlo, con el título de Un, dos, tres, a leer esta vez,
para lo cual se vendía un clásico del terror o del misterio en los quioscos de
prensa, con una presentación y un cuestionario sobre la obra y su autor, que
luego eran aprovechados en cada programa. Sin embargo, la animación a la
lectura no tuvo seguimiento y el Un, dos, tres quedó eliminado de la
parrilla televisiva.
Quizá el último campanazo de
Ibáñez Serrador fue el espacio para adultos Hablemos de sexo, de marzo a
diciembre de 1990, que presentaba la psicóloga Elena Ochoa y que se alzó con el
Premio Ondas.
Chicho dirigió dos películas de
terror, La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976).
Sin embargo, con ser taquillera la primera y muy mediana la segunda, el cine
fue un medio que se le resistió y Chicho no pudo encontrar ofertas para nuevos
proyectos. En 2000 ganó el Premio Lope de Vega por El águila y la niebla.
Historia clínica en dos partes (estrenada dos años más tarde en el Teatro
Español). Chicho donó los dos millones de pesetas (doce mil euros) del galardón
a la Fundación Casa del Actor. En 2001, recibió el Premio Toda una Vida, de la
ATV. Desde entonces, varios han sido los reconocimientos y homenajes que se le
han dedicado. Entre ellos, el Goya de Honor en 2019.
© Antonio Ángel Usábel, junio de 2019.
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