“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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jueves, 18 de abril de 2019

La Biblia en Piedra de París.

Recuerdo con mucho agrado, como uno de los grandes descubrimientos de mi adolescencia, la lectura amenísima del clásico de Víctor Hugo Nuestra Señora de París (1831), en la edición de Cátedra Letras Universales. El inmenso talento del novelista galo te hacía contemplar París en la Edad Media, convertía Notre Dame en un espacio vivo, por donde se movía el malvado Frollo y brincaba entre las campanas el feo jorobado Quasimodo, enamorado de la delicada y grácil cíngara Esmeralda. Hubo un capítulo que disfruté especialmente, el dedicado a La Corte de los Milagros (luego parafraseado por Valle-Inclán en su Ruedo ibérico), donde los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan. Toda el hampa de la ciudad allí refugiada y recogida, para decidir sobre sus próximos hurtos y sus nuevas tretas para timar al incauto. Por supuesto, el más que emotivo final, en aquel triste osario donde reposan los esqueletos de Quasimodo y de la gitana.
Más tarde, visioné en TVE la adaptación a la pantalla grande de William Dieterle, Esmeralda la cíngara (1939), en blanco y negro, con la extraordinaria y altiva Maureen O´Hara y el siempre perfeccionista y maravilloso Charles Laughton. Y, por fin, la copia restaurada de El jorobado de Notre Dame (Wallace Worsley, 1923), esa joya protagonizada por El hombre de las mil caras, el genio del cine mudo Lon Chaney. 
Me pregunto qué hubiera dicho Víctor Hugo si hubiera contemplado el pavoroso incendio del lunes 15 de abril de 2019. Su inmensa y querida catedral devastada por las llamas y con serio peligro de derrumbe general. La aguja de su primera gran restauración decimonónica por los suelos. Toda la techumbre hundida y el interior de las naves convertido en un improvisado brasero enorme, castigando de calor intenso los muros y las obras de arte, incluidas los valiosísimos rosetones y vidrieras.
Afortunadamente, la estructura del edificio parece querer mantenerse en pie, aunque los bomberos franceses (de los mejores del mundo) aún no están seguros de que las naves del crucero sobrevivan, al haber perdido el apoyo de las vigas de madera. Cualquier golpe fuerte de viento podría hacerlas caer, con lo que otras partes de la dañada y maltrecha catedral (los arbotantes y columnas) podrían colapsar casi a la vez. Parece muy necesaria una reparación urgentísima, con labores de apuntalamiento de esos muros en estado crítico. Al haberse utilizado agua en las labores de extinción del fuego, la piedra puede haber absorbido gran parte de esa humedad, aumentando su peso. El coro, aunque castigado por los cascotes, ha resistido. Igualmente, el prodigioso órgano, aunque no se sabe si habrá perdido sonoridad y precisará de una restauración. El altar mayor también ha aguantado. La cadena humana que se formó para ir extrayendo objetos a toda prisa posibilitó la salvaguarda de muchos de ellos. 
Macron, el presidente francés, promete una eficiente restauración que será acabada en cinco años. Varias familias adineradas francesas han prometido fuertes sumas de dinero para sufragar los gastos. Ya se llevan recaudados más de mil millones de euros solo con lo donado por esas familias. Lo curioso del caso es que, antes de este incendio, Notre Dame tuvo serios problemas para conseguir ser restaurada, pues nadie quería financiar los trabajos a gran escala. De hecho, al parecer el mayor monto del capital era de origen norteamericano. Ahora es posible que lluevan los donativos de toda Europa y de otros lugares del mundo.
Técnicos españoles que han colaborado en la restauración de nuestras catedrales, como la de Burgos, estiman que el proceso de rehabilitar Notre Dame podría muy bien llevar veinte años. Habrá que estimar también qué tipo de materiales se van a poner para sostener las cubiertas, si madera de roble, u otros sintéticos, como la fibra de vidrio, o de mayor ligereza, como el aluminio. Tendrá que decidirse el estilo de la reconstrucción, si acorde con el original y con la recreación posterior de Viollet-le-Duc, o con inclusión de elementos modernos. El propio Viollet-le-Duc era partidario de elegir aquellos materiales que dieran al monumento una mayor duración y estabilidad, aunque eso conllevara sacrificar el estilo primigenio. Una inyección muy fuerte de dinero aceleraría los trabajos, que quizá se completarían en entre tres y cinco años, como quiere el presidente Macron. No obstante, todo va a depender del verdadero estado y nivel de fragilidad de los muros. Habrá que actuar con total cuidado y esmero si hay peligro de derrumbamiento.
Circula por ahí una presunta predicción del desastre atribuida a Nostradamus. Es apócrifa, es decir, falsa. En las centurias del famoso adivino no hay referencia a acontecimientos particulares; Nostradamus se centra en hechos de carácter general, que afectan a las naciones y pueblos. Habla de reyes, de tronos, de guerras entre países, de ataques al clero, pero no menciona sucesos de menor escala.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2019.
Dossier incendio Notre Dame de París_Diario "ABC".
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El «estilo» Viollet-le-Duc huye del historicismo romántico, aunque apuesta por recuperar y plasmar el espíritu que gestó el monumento. Después de una concienzuda documentación se impone una actuación eficaz, con el uso de materiales que preserven lo restaurado por largas generaciones:

«Visto en su contexto, el mensaje de Viollet-le-Duc tiene carácter de manifiesto metodológico permanente. Forman parte de él conceptos tan fundamentales en la restauración monumental (tanto la de entonces como la de hoy) como son la concepción de la autenticidad del monumento con independencia de la originalidad de la materia; la necesidad del profundo conocimiento (histórico, tipológico, artístico, material, estático, simbólico, etc.) del monumento antes de proyectar cualquier intervención en él, y la concepción del acto restaurador no como un gesto de recuperación nostálgica o historicista sino un acto de profundo significado arquitectónico que permita dar o devolver al monumento su capacidad documental, utilitaria y significativa. Es decir, como un acto de genuina creación arquitectónica y racionalidad constructiva, que no excluye la reconstrucción (incluso, si fuera el caso, de aquello que no llegó a materializarse), pero que exige la mayor fidelidad posible a la materialidad, el espíritu y el significado de la obra restaurada, sin renunciar a la innovación técnica cuando sea preciso. Esa es la esencia de su mensaje. Ese es, a mi juicio, su legado.»
(Antoni González Moreno-Navarro, “Siempre nos quedará Viollet-le-Duc”, en Papeles del partal, nº 6, mayo de 2014).

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