“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

domingo, 17 de marzo de 2019

Queroseno en el teatro.


El Teatro es un arte de entretenimiento y un difusor de la cultura. Pero a lo largo de la Historia también ha servido de catarsis, de liberación de las emociones (como ocurría durante las escenificaciones de la tragedia griega), y de denuncia de “morales viejas o equívocas”, como pedía García Lorca. De denuncia y de catarsis es la orientación que toma Jauría, de Jordi Casanovas, con dirección de Miguel del Arco, y que se representa hasta el 21 de abril de 2019 en el Teatro Pavón Kamikaze (Madrid). Con Jauría hay queroseno en la sala, arde el teatro al término del drama. Algo similar consiguió don Benito Pérez Galdós con su Electra (Teatro Español, 30 de enero de 1901), cuya protagonista, una joven de dieciocho años, es forzada a ingresar en un convento para escapar de un supuesto potencial incesto. La acción planteada por Galdós estaba basada en circunstancias reales, sucedidas un año antes: el caso de Adelaida de Ubao e Icaza, “seducida” por un cura jesuita para entrar en un convento de Esclavas, y que terminó en el Tribunal Supremo, con dos ilustres letrados como contendientes: Nicolás Salmerón, abogado de Adelaida, y Antonio Maura, en la parte defensora de los intereses de la congregación. Ganó el litigio la familia y Adelaida volvió a su casa. Pero lo curioso es que después ella decidió regresar a la vida conventual, hasta el punto de morir en ella, con veintinueve años floridos, en el noviciado de Azpeitia.
Jauría es una obra imprescindible, cuyo desarrollo se sigue como una película de Hitchcock. Reconstruye fielmente, y a partir de las actas del proceso, sin añadir diálogo ficticio, los lacerantes hechos acaecidos en la madrugada del 7 de julio de 2016 en Pamplona, cometidos por cinco individuos seguidores del Sevilla, con menos cacumen que una cabeza de alfiler, contra una joven madrileña de dieciocho años, hincha del Atlético de Madrid. El grupo popularizado como La Manada contactó con esta mujer, durante las celebraciones, en el patio del castillo de la ciudad, se ganó hasta cierto punto su confianza, y tras un corto recorrido por la calle –a falta de habitación libre en un hotel-- la conminaron a entrar en un portal y allí, en un apartado –casi un hueco—de apenas tres metros cuadrados la rodearon entre los cinco, la desnudaron y la obligaron a tener sexo oral, vaginal y rectal con cada uno de ellos. Después de unos quince o veinte minutos de forzamiento, se marcharon escalonadamente. Uno de ellos sacó el teléfono móvil de la riñonera de la víctima, le extrajo la tarjeta SIM y la tarjeta de memoria, que tiró al suelo, y se llevó el terminal. Otro de los miembros del grupo estuvo grabando en vídeo parte de los hechos, en varias tomas que suman cincuenta y nueve segundos. 
La sentencia del tribunal que juzgó a los cinco sujetos –y sus ulteriores revisiones por dos tribunales superiores, a falta del Supremo—falló un delito de abusos sexuales, lo que se castiga con nueve años de prisión. En primera instancia, un magistrado votó por la libre absolución de los encausados, al no observar violencia, reacciones de desagrado, ni oposición de la víctima en las imágenes grabadas. Otros jueces, en la revisión de la sentencia inicial, emitieron también voto particular, pero fallando un delito de agresión sexual, que se pena con catorce años de reclusión. Es decir, opiniones divididas, que van desde la libre absolución, hasta un delito mayor de violencia sexual. El abuso sexual es utilizar una posición de superioridad física para llevar a la víctima a cometer actos que no desea, pero sin esgrimir violencia directa. La agresión sexual es forzar a la víctima a mantener relaciones no deseadas en ningún momento.
Lo que se desprende de los hechos probados, escenificados en esta obra de Casanovas, es que hubo agresión sexual contra la mujer. La hubo en el momento en que cinco individuos la acorralan en un espacio mínimo, le arrancan la ropa, y la conminan a sostener con ellos diversas prácticas sexuales, alguna de ellas especialmente dolorosa y traumática cuando no se pretende, como es la penetración anal. No contentos con su “hazaña” (de la cual alardearon luego en las redes sociales, diciendo que hasta había vídeo), dejaron a la víctima sola, desamparada, y sin poder comunicarse ni pedir ayuda con el móvil. Un acto mezquino, de una cobardía inusitada y una vileza inexcusables. De haber sido militares los encausados, se habrían enfrentado a un consejo de guerra y a penas, posiblemente, de veinte años de cárcel. Por atentar severamente contra el honor de la víctima, contra su intimidad, y contra el propio honor de la institución militar. El Código Penal militar (artículo 19, punto 2) permite incrementar una pena cuando no existan atenuantes en hechos especialmente dolosos. Alguno de estos individuos había participado, además, en otro acto similar en Pozoblanco (Córdoba), algunos meses antes de lo acontecido en Pamplona. Muy mala ralea.
El modo de ser de la mujer que sufrió el ataque sexual no disculpa ni aminora en nada la responsabilidad del delito. Es cierto que ella había bebido, es verdad que tuvo sin duda un exceso de confianza al ir sola por la calle con esos cinco hombres. Es sorprendente por qué su primera intención, tras salir del portal donde se produjeron los hechos, fue contactar con el amigo con el que había llegado a Pamplona, en vez de avisar de inmediato a la policía. Fue una pareja civil la que se dio cuenta de su estado confuso, al verla sentada en un banco, y la que llamó a emergencias. Es muy probable que los efectos del alcohol aumentaran su confusión y postergaran, en cierto modo, el estado de shock. Cuando fue examinada en la clínica de Navarra, los análisis de alcohol dieron positivo. Se han discutido bastante también algunos detalles relativos al tiempo posterior de recuperación de la mujer: que se fuera a la playa unos días con la madre de una amiga, y que hasta septiembre de 2016 no comenzara a acudir a asistencia psicológica en los servicios sociales de la Comunidad de Madrid. Es decir, una actitud de aparente normalidad que contrasta con la que debería seguir alguien con shock postraumático. 
Las calles de toda ciudad española deben ser seguras para cualquier persona. Nadie ha de sentirse amenazado, o ser víctima de un delito por la circunstancia de transitar o de participar en actos públicos. 
Elementos como los cinco procesados por los hechos de Pamplona han de desaparecer de nuestra sociedad, por malignos e indeseables. Su comportamiento no es excusable en ningún modo. 
Jordi Casanovas levanta buen teatro de denuncia, de concienciación social y de interpelación a nuestra Justicia sobre el alcance de la responsabilidad delictiva de reos como los procesados. María Hervás construye un personaje potente, que parece vivir por completo las acciones narradas. Es un esfuerzo muy intenso, metódico, naturalista, que no decae ni mínimamente. Focaliza la atención del público. También interpreta a la fiscal del caso. Por su parte, Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Martiño Rivas y Raúl Prieto componen un tándem soberbio, perfectamente imbricado y acompasado en su doble papel de acusados y magistrados. La dirección de Miguel del Arco está en consonancia con el perfecto resultado logrado.
Al término de la obra, el público, enfervorizado, prorrumpió en un largo y sonoro aplauso, como muy pocas veces hemos visto de entusiasmo en un teatro. Hubo “catarsis” también, con los votos particulares de algunos espectadores: “--¡Esta es la Justicia que tenemos en España!”; “--¡Yo sí te creo, yo sí te creo, yo sí te creo!”
Otro de los propósitos de montar este drama es combatir el “machismo residual” que subyace en la sociedad española, al prejuzgar a una mujer y al intentar atenuar con ello la conciencia de culpa. Las leyes españolas sobre violencia contra la mujer son, sin embargo, más severas que las de otros códigos europeos. Y en España no se dan más casos de agresiones a mujeres que en otros países de nuestro entorno, como Alemania y Francia. Lo ideal es que el concepto de Justicia no pierda nunca su entidad se juzgue a quien se juzgue –ya sea hombre o mujer—y que la Justicia contribuya de verdad a construir una sociedad más equitativa, equilibrada y segura para todos.
© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2019.
"Jauría" (2019)_Dossier.

No hay comentarios:

Publicar un comentario