El Teatro es un arte de
entretenimiento y un difusor de la cultura. Pero a lo largo de la Historia
también ha servido de catarsis, de liberación de las emociones (como ocurría
durante las escenificaciones de la tragedia griega), y de denuncia de “morales
viejas o equívocas”, como pedía García Lorca. De denuncia y de catarsis es la
orientación que toma Jauría, de Jordi
Casanovas, con dirección de Miguel
del Arco, y que se representa hasta el 21 de abril de 2019 en el Teatro Pavón Kamikaze (Madrid). Con Jauría hay queroseno en la sala,
arde el teatro al término del drama. Algo similar consiguió don Benito Pérez
Galdós con su Electra (Teatro
Español, 30 de enero de 1901), cuya protagonista, una joven de dieciocho años,
es forzada a ingresar en un convento para escapar de un supuesto potencial
incesto. La acción planteada por Galdós estaba basada en circunstancias reales,
sucedidas un año antes: el caso de Adelaida de Ubao e Icaza, “seducida” por un
cura jesuita para entrar en un convento de Esclavas, y que terminó en el
Tribunal Supremo, con dos ilustres letrados como contendientes: Nicolás
Salmerón, abogado de Adelaida, y Antonio Maura, en la parte defensora de los
intereses de la congregación. Ganó el litigio la familia y Adelaida volvió a su
casa. Pero lo curioso es que después ella decidió regresar a la vida
conventual, hasta el punto de morir en ella, con veintinueve años floridos, en
el noviciado de Azpeitia.
Jauría es una obra
imprescindible, cuyo desarrollo se sigue como una película de Hitchcock. Reconstruye
fielmente, y a partir de las actas del proceso, sin añadir diálogo ficticio,
los lacerantes hechos acaecidos en la madrugada del 7 de julio de 2016 en
Pamplona, cometidos por cinco individuos seguidores del Sevilla, con menos
cacumen que una cabeza de alfiler, contra una joven madrileña de dieciocho
años, hincha del Atlético de Madrid. El grupo popularizado como La Manada contactó con esta mujer,
durante las celebraciones, en el patio del castillo de la ciudad, se ganó hasta
cierto punto su confianza, y tras un corto recorrido por la calle –a falta de
habitación libre en un hotel-- la conminaron a entrar en un portal y allí, en
un apartado –casi un hueco—de apenas tres metros cuadrados la rodearon entre
los cinco, la desnudaron y la obligaron a tener sexo oral, vaginal y rectal con
cada uno de ellos. Después de unos quince o veinte minutos de forzamiento, se
marcharon escalonadamente. Uno de ellos sacó el teléfono móvil de la riñonera
de la víctima, le extrajo la tarjeta SIM y la tarjeta de memoria, que tiró al
suelo, y se llevó el terminal. Otro de los miembros del grupo estuvo grabando
en vídeo parte de los hechos, en varias tomas que suman cincuenta y nueve
segundos.
La sentencia del tribunal que
juzgó a los cinco sujetos –y sus ulteriores revisiones por dos tribunales
superiores, a falta del Supremo—falló un delito de abusos sexuales, lo que se
castiga con nueve años de prisión. En primera instancia, un magistrado votó por
la libre absolución de los encausados, al no observar violencia, reacciones de
desagrado, ni oposición de la víctima en las imágenes grabadas. Otros jueces,
en la revisión de la sentencia inicial, emitieron también voto particular, pero
fallando un delito de agresión sexual, que se pena con catorce años de
reclusión. Es decir, opiniones divididas, que van desde la libre absolución,
hasta un delito mayor de violencia sexual. El abuso sexual es utilizar una
posición de superioridad física para llevar a la víctima a cometer actos que no
desea, pero sin esgrimir violencia directa. La agresión sexual es forzar a la
víctima a mantener relaciones no deseadas en ningún momento.
Lo que se desprende de los hechos
probados, escenificados en esta obra de Casanovas, es que hubo agresión sexual
contra la mujer. La hubo en el momento en que cinco individuos la acorralan en
un espacio mínimo, le arrancan la ropa, y la conminan a sostener con ellos
diversas prácticas sexuales, alguna de ellas especialmente dolorosa y
traumática cuando no se pretende, como es la penetración anal. No contentos con
su “hazaña” (de la cual alardearon luego en las redes sociales, diciendo que
hasta había vídeo), dejaron a la víctima sola, desamparada, y sin poder
comunicarse ni pedir ayuda con el móvil. Un acto mezquino, de una cobardía inusitada
y una vileza inexcusables. De haber sido militares los encausados, se habrían
enfrentado a un consejo de guerra y a penas, posiblemente, de veinte años de
cárcel. Por atentar severamente contra el honor de la víctima, contra su
intimidad, y contra el propio honor de la institución militar. El Código Penal
militar (artículo 19, punto 2) permite incrementar una pena cuando no existan
atenuantes en hechos especialmente dolosos. Alguno de estos individuos había
participado, además, en otro acto similar en Pozoblanco (Córdoba), algunos
meses antes de lo acontecido en Pamplona. Muy mala ralea.
El modo de ser de la mujer que
sufrió el ataque sexual no disculpa ni aminora en nada la responsabilidad del
delito. Es cierto que ella había bebido, es verdad que tuvo sin duda un exceso
de confianza al ir sola por la calle con esos cinco hombres. Es sorprendente
por qué su primera intención, tras salir del portal donde se produjeron los
hechos, fue contactar con el amigo con el que había llegado a Pamplona, en vez
de avisar de inmediato a la policía. Fue una pareja civil la que se dio cuenta
de su estado confuso, al verla sentada en un banco, y la que llamó a
emergencias. Es muy probable que los efectos del alcohol aumentaran su
confusión y postergaran, en cierto modo, el estado de shock. Cuando fue
examinada en la clínica de Navarra, los análisis de alcohol dieron positivo. Se
han discutido bastante también algunos detalles relativos al tiempo posterior
de recuperación de la mujer: que se fuera a la playa unos días con la madre de
una amiga, y que hasta septiembre de 2016 no comenzara a acudir a asistencia
psicológica en los servicios sociales de la Comunidad de Madrid. Es decir, una
actitud de aparente normalidad que contrasta con la que debería seguir alguien
con shock postraumático.
Las calles de toda ciudad
española deben ser seguras para cualquier persona. Nadie ha de sentirse
amenazado, o ser víctima de un delito por la circunstancia de transitar o de
participar en actos públicos.
Elementos como los cinco
procesados por los hechos de Pamplona han de desaparecer de nuestra sociedad,
por malignos e indeseables. Su comportamiento no es excusable en ningún modo.
Jordi Casanovas levanta buen
teatro de denuncia, de concienciación social y de interpelación a nuestra
Justicia sobre el alcance de la responsabilidad delictiva de reos como los
procesados. María Hervás construye
un personaje potente, que parece vivir por completo las acciones narradas. Es
un esfuerzo muy intenso, metódico, naturalista, que no decae ni mínimamente. Focaliza
la atención del público. También interpreta a la fiscal del caso. Por su parte,
Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos,
Martiño Rivas y Raúl Prieto componen un tándem soberbio, perfectamente imbricado y
acompasado en su doble papel de acusados y magistrados. La dirección de Miguel del Arco está en consonancia con
el perfecto resultado logrado.
Al término de la obra, el
público, enfervorizado, prorrumpió en un largo y sonoro aplauso, como muy pocas
veces hemos visto de entusiasmo en un teatro. Hubo “catarsis” también, con los
votos particulares de algunos espectadores: “--¡Esta es la Justicia que tenemos
en España!”; “--¡Yo sí te creo, yo sí te creo, yo sí te creo!”
Otro de los propósitos de montar
este drama es combatir el “machismo residual” que subyace en la sociedad
española, al prejuzgar a una mujer y al intentar atenuar con ello la conciencia
de culpa. Las leyes españolas sobre violencia contra la mujer son, sin embargo,
más severas que las de otros códigos europeos. Y en España no se dan más casos
de agresiones a mujeres que en otros países de nuestro entorno, como Alemania y
Francia. Lo ideal es que el concepto de Justicia no pierda nunca su entidad se
juzgue a quien se juzgue –ya sea hombre o mujer—y que la Justicia contribuya de
verdad a construir una sociedad más equitativa, equilibrada y segura para
todos.
© Antonio Ángel Usábel, marzo
de 2019.
"Jauría" (2019)_Dossier.