Preguntaron a un ordenador: “¿Existe algún Dios?”
Y el ordenador dijo: “Ya hay uno”. Y fundió los plomos.
Hay libros imprescindibles que uno debe leer, porque atañen al
presente y al futuro de la especie humana.
El libro de despedida del Profesor
Stephen
Hawking (1942-2018) es uno de ellos. Examina de forma
clara y divulgativa qué sabe la Ciencia hasta ahora del origen del
Universo, su evolución en el espacio-tiempo, cómo se comportan los
agujeros negros, la posibilidad (remota) de viajar en el tiempo, y
sobre todo, temas de urgente abordaje como hasta dónde puede llegar
la inteligencia del hombre respecto de la artificial --que puede
crecer exponencialmente mucho más rápido, hasta sobrepasarnos con
creces--, si seremos capaces de colonizar otros mundos, o si
sobreviviremos en la Tierra.
Breves respuestas a las
grandes preguntas (Barcelona, Crítica, 2018) es una
colección de pequeños ensayos de Física, no de Metafísica. El
Profesor Hawking entiende que el Universo surgió del Big Bang, y que
en ese micromomento se crearon las leyes físicas que regulan la
materia y el espacio-tiempo. Antes de eso, no sabemos lo que había.
Nadie ha podido establecer un antes, si existieron otros universos
que quizá colapsaron, o si hay manera de conectar con universos
paralelos, o acaso con multiplicidades de historias diferentes (de
acuerdo con la teoría cuántica de Richard Feynman).
La Física está explicando cada vez más, pero aún no lo ha
explicado todo. Por ejemplo, qué hizo que una singularidad, una
acumulación infinita pero muy diminuta de materia, del tamaño de
una nuez, dejara de serlo de repente y se expandiera en milésimas de
segundo hasta billones de billones de kilómetros. Hace 13.800
millones de años, el Universo debió de comportarse inicialmente
como un agujero negro, que no es sino otra singularidad física, es
decir, un punto donde la confluencia infinita y compacta de materia
hace que el tiempo se detenga y que ni la luz avance. O sea, una
incertidumbre, pues, si recurrimos a la famosa gran ecuación de
Einstein, E=mc2, la
energía en el centro de una singularidad sería el infinito de la
masa multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, que en este
caso es cero. Todo infinito multiplicado por cero da una
indeterminación, o una incertidumbre. Esto puede significar que o
bien la energía es cero, o bien que es infinita, asimilándose con
ello al concepto de masa, que es infinita en una singularidad de
agujero negro. Dentro de las leyes físicas, sabemos que la energía
ni se crea ni se destruye; solamente se transforma, pasa de un estado
a otro.
Habría que comprobar, no
obstante, si el espacio-tiempo llega a detenerse en el centro de un
agujero negro, pues en el “horizonte de sucesos”, que es su
límite fronterizo más externo, hay energía que consigue escapar a
su atracción, según convino el propio Hawking, dando lugar así a
la “radiación de Hawking”. Es decir, que el propio cúmulo
inmenso de materia concentrada se va desgastando con el tiempo,
aunque es un proceso lentísimo.
Personalmente, me cuesta
concebir que todo nuestro Universo haya podido surgir, de repente y
sin causa primera, de una acumulación similar a una nuez, cuando las
leyes físicas, además, presuntamente no existían y no había nada
que, según Hawking, activara aquello. “Creo
que el universo fue creado espontáneamente de la nada, según las
leyes de la ciencia […]
Esas leyes pueden, o
no, haber sido decretadas por Dios, pero este no puede intervenir
para transgredirlas, o no serían leyes. Eso deja a Dios la libertad
de elegir el estado inicial del universo, pero incluso aquí, parece
que pueda haber leyes. Si fuera así, Dios no tendría ninguna
libertad.” (p.
57) “¿Tengo fe?
Todos somos libres de creer lo que queramos, y mi opinión es que la
explicación más simple es que no hay Dios. Nadie creó el universo
y nadie dirige nuestro destino.”
(p. 67) Según Hawking, al no existir el concepto de Tiempo antes del
origen del Universo, sería imposible que un Dios actuara para
crearlo, puesto que “no tendría tiempo” para que pudiera darse
la progresión del acto de crear.
A juicio de Hawking, cuando
surgió la energía positiva se originó, en cantidad simétrica,
energía negativa, que es la generada por el desplazamiento de
aquella. Es como cavar un hoyo: el montículo de tierra es parejo, en
volumen, al espacio abierto en el suelo. La tierra extraída sería
la energía positiva, mientras que el agujero constituiría la
energía negativa. Conjeturamos que en el Universo hay materia y
antimateria, partículas y antipartículas, en un proceso
autodestructivo que está estableciendo la Física cuántica. A día
de hoy, no sabemos explicar ni observar la materia oscura, salvo por
procedimientos indirectos de captación matemática.
Por su parte, la llamada
Teoría M (muy controvertida, cuestionada seriamente por no pocos
físicos teóricos como una seudociencia, y escasamente explicada en
este libro de Hawking) se centra en la mecánica cuántica, en los
quarks
como componentes en el interior de los protones y neutrones. En esos
quarks
existen supuestamente mínimas distorsiones del espacio-tiempo que se
comportan como minúsculas cuerdas en vibración, moviéndose hasta
en diez dimensiones diferentes. Eso quiere decir que la cohesión de
la materia que forma nuestro Universo responde a unas vibraciones
determinadas de esas cuerdas, constituyendo así las leyes de nuestra
Física. Pero nada impide que las vibraciones fueran distintas,
componiendo otra melodía y con ello leyes diferentes del
espacio-tiempo. Es decir, en los límites de nuestro Universo
conocido, y de sus leyes físicas determinadas, pueden abrirse otros
universos distintos con leyes también diferentes, con esas cuerdas o
distorsiones del espacio-tiempo dictando un comportamiento para
nosotros extraño de la materia. Quizá, proyectos de universo,
universos a medio hacer donde la luz y los cuerpos celestes observen
movimientos imposibles.
El Universo, ¿está habitado
por seres inteligentes distintos a nosotros? Si lo está, aún no se
ha establecido contacto. Ni por ondas de radio ni mucho menos de
forma directa. Los OVNIS son una invención de la imaginación (p.
177) ¿Deberíamos los humanos colonizar otros planetas? Desde luego:
nos va en ello nuestra supervivencia como especie. “Creo
que estamos actuando con imprudente indiferencia hacia nuestro futuro
en el planeta Tierra. En este momento no tenemos otro lugar adonde
ir, pero a la larga la especie humana no debería poner todos sus
huevos en una sola canasta o en un solo planeta. Solo espero que
hasta entonces podamos evitar que la canasta caiga.”
(p. 191) La cuestión es que, para viajar con prontitud a otros
mundos habitables, habría que desplazarse a, por lo menos, un quinto
de la velocidad de la luz, lo cual hoy, solo en teoría, se podría
conseguir con rayos láser superconcentrados en velas de naves
miniaturizadas. O lo que ello implica: la tecnología necesaria para
que el hombre alcance otros planetas fuera de nuestro sistema solar
está muy en pañales, y puede no llegar antes de que un asteroide
choque contra la Tierra, aniquilándonos, o que estalle un conflicto
bélico termonuclear, o que los recursos naturales o el oxígeno
respirable y nuestra protección del sol y sus mortales radiaciones
se terminen. El cataclismo puede venir en cualquier momento y por una
confluencia de causas.
Por otro lado, está el
peligro de que la inteligencia artificial nos supere. Y que para esa
inteligencia artificial seamos seres prescindibles. La única manera
de crecer exponencialmente como lo hace la inteligencia de una
máquina es crear seres humanos mejorados, por medio de la
manipulación del ADN. La intervención genética en la creación de
superhumanos, una raza superior, más inteligente, nos puede salvar
de ser sustituidos por las máquinas. La ética tendrá que rendirse
a la evidencia: o el hombre crece rápidamente en inteligencia, o no
habrá hombre en un futuro. Lo que sucede en 2001,
una odisea del espacio,
con el computador Hal rebelándose contra la tripulación de la nave
es un hecho que será posible dentro de unos años. Y tendremos que
estar preparados para ello, igualando – si no superando-- la
inteligencia de los superordenadores.
Las próximas décadas van a
exigir una inversión en Ciencia sin precedentes. La obligación de
descubrir nuevas formas de energía no contaminante, de materiales
alternativos a los que hoy dañan la Naturaleza, de desarrollar naves
seguras y rápidas para alcanzar otros planetas, serán un enorme
reto que conllevará alentar y fortalecer en las nuevas generaciones
el espíritu científico. Los jóvenes deben querer y deben creer en
la Ciencia. Y han de formarse eficientemente en ella, para que
trabajen en soluciones a los grandes problemas de la especie.
El 5 de diciembre de 1897,
Santiago Ramón y
Cajal pronunciaba
su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales. Dos años después, en 1899, reelaboró su
discurso y lo dedicó a los jóvenes investigadores. Su intención
fue que la Ciencia creciera en España, que fuera este un país
competitivo en Europa, donde se formaran científicos responsables y
serios que realizaran descubrimientos positivos. La sana y buena
intención de Cajal coincide ahora con la del Profesor Hawking: que
haya más y mejores jóvenes científicos. Escribe D. Santiago en el
prefacio a su segunda edición de Reglas
y consejos sobre investigación biológica:
“Si yo, careciendo
de talento y de vocación por la ciencia, al solo impulso del
patriotismo y de la fuerza de voluntad, he conseguido algo en el
terreno de la investigación, ¡qué no lograrían esos “primeros
de mi clase” y esos “muchísimos primeros de otras muchas clases”
si, pensando un poco más en la patria y algo menos en la familia y
en las comodidades de la vida, se propusieran aplicar seriamente sus
grandes facultades a la creación de ciencia original y castizamente
española! El secreto para llegar es muy sencillo; se reduce a dos
palabras: trabajo y perseverancia
[…] ¡Ojalá que
este humilde folleto que dirigimos a la juventud estudiosa sirva para
fortalecer la afición a las tareas del laboratorio..!”
Quizá, si Dios existe y nos
ama, nos esté enviando el progreso científico como herramienta de
solución a nuestros mayores y más acuciantes problemas.
©
Antonio Ángel Usábel, enero de 2019.
* * *
Los que somos creyentes nos
gusta pensar que no somos producto de la casualidad, que no estamos
aquí porque sí. Hawking piensa solo en términos físicos,
materiales, no espirituales, por no ser este su campo. Dios, si
existe, es un ente incorpóreo, espiritual, y por tanto, no sometido
a las condiciones del espacio-tiempo. Cuando yo era joven, estudiante
de Filosofía en la Universidad, ideé y redacté un complejo trabajo
titulado “La duda metafísica: prolegómenos positivistas para una
filosofía de la praxis”, en el cual, tras las lecturas de Kant y
de Giordano Bruno, yo llegaba a los mismos postulados que Hawking,
solo que basándome solo en el concepto de espacio (y no de tiempo).
Yo pensaba que la materia estaba, en el Universo, en constante
expansión, sin límites ni bordes; por lo tanto, no había sitio
físico para Dios Creador. Es más, todo Dios podría estar contenido
en el propio Universo, sin distinguirse en nada de la materia, como
defendía la teoría panteísta de Giordano Bruno.
Aún hoy no sé qué es Dios:
si un ser paternal con el que nos vamos a encontrar tras la muerte,
que nos va a recibir con los brazos abiertos, o algo cuya forma y
experiencia ni sospechamos. Una especie de Luz sin ser la luz física
que conocemos, que es deformable por elementos ópticos, por la
gravedad y la materia. O bien cualquier sensación anímica inefable,
difícil de explicar con palabras.
El cristianismo asegura que,
en la otra vida, seremos individualidades con corporeidad intangible,
hasta que llegue el momento en que nuestra carne resucite y se vuelva
a formar del polvo. Que “hay muchas moradas”, pero esto es casi
como pensar en un gran auditorio, donde estarán más cerca de Dios
quienes se lo hayan merecido más (por su piedad, santidad y buenas
obras) y más alejados los menos píos y por ello menos favorecidos
con la “recompensa” divina. ¿Será esto así? ¿Habrá
“categorías”? ¿Divisiones de entes y separaciones espaciales?
¿O es una idea infantil, creada por mentalidades simples que solo
conciben “el otro mundo” como una seudoproyección de este que
conocemos? Los antiguos egipcios creían en la otra vida como una
continuación efectiva de la ya experimentada físicamente; por eso
los faraones y altos dignatarios se hacían llevar sus objetos
personales a sus tumbas. Iban a vivir, después de un juicio
favorable al alma, como en este mundo. Quizá el cristianismo se ha
basado en esta idea de la mitología egipcia para ofrecer su visión
de la vida espiritual fuera del tiempo y del espacio.
Cuenta Hawking en su
documental “El gran diseño” que los vikingos suponían que un
dios-lobo mordía y devoraba parte del sol durante un eclipse. Y que
no se lo comía por entero y para siempre porque ellos, aguerridos
guerreros de mar y tierra, lo conseguían amedrentar con sus gritos y
sus amenazas. Nosotros, ¿no estaremos creyendo, en el fondo, todavía
hoy en un ente parecido?
Decimos que Dios es Amor,
Misericordia y Piedad supremas, lo que no hay en esta vida en estado
puro. Los dioses de los vikingos no ofrecían esa premisa. Si creemos
en el Amor, en una Justicia para la injusticia, entonces Dios existe.
Como el mismo Hawking reconoce, cada uno de nosotros se hace su
propia idea de la realidad. Lo que nos parece, eso es lo que son para
nosotros el mundo y la vida.