“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

sábado, 12 de abril de 2014

El Elefante Blanco.


El jueves 3 de abril de 2014, llegaba a las librerías La gran desmemoria. Lo que Suárez ha olvidado y el Rey prefiere no recordar (Ed. Planeta), el libro de la periodista del Opus Pilar Urbano sobre las relaciones políticas entre el rey Don Juan Carlos y el expresidente del gobierno Adolfo Suárez, recientemente fallecido. El mencionado estudio –de 990 páginas, bibliografía incluida—contiene una parte muy polémica, aquella donde la autora –que trató a Adolfo Suárez en persona, y con cierto grado de familiaridad—plantea la hipótesis de que el monarca exigió a Suárez, en su último mandato, que se sometiera a una moción de censura, para poder ser sustituido por otro presidente de mayor consenso sin llegar a agotar la legislatura. La idea era formar un nuevo gobierno de coalición, integrado por líderes de las principales alternativas políticas. De ese modo, la democracia debería salir fortalecida frente a la permanente amenaza militar de un golpe de estado. Si Suárez no aguantaba las presiones (tanto de elementos castrenses, como de camaradas de partido y de la oposición socialista y comunista), y dimitía sin más, el riesgo de sufrir un golpe armado hubiera sido mucho mayor, pues quedaría en evidencia ese vacío de poder y la urgente necesidad de detener un sistema represaliado por el terrorismo y los movimientos extremistas. Según Pilar Urbano, Don Juan Carlos se vio en la necesidad de convertir a su presidente en una suerte de “peón de rey”, con el fin de alcanzar la estabilidad del régimen parlamentario. Pero Suárez no se dejó hacer, y sostuvo seis agrios enfrentamientos verbales con el jefe del estado. Los oyó el personal de palacio y, siempre según la autora, los relató el propio Adolfo Suárez a su cuñado Aurelio Delgado y a su amigo Antonio Navalón. También supieron de alguno de esos roces Jaime Lamo de Espinosa e Ignacio Gómez-Acebo. En uno de ellos, con Suárez en el despacho del rey, el tono subió a tal nivel que Larky, el pastor alemán que Don Juan Carlos tenía entonces, se abalanzó sobre Suárez. El propio monarca tuvo que sujetar al animal, excitado y confundido por la discusión. El encargado de organizar ese gobierno de coalición era un militar que el rey consideraba de toda confianza, el general Armada. Lo que no podía suponer Don Juan Carlos era que el tal hombre de confianza pensaba más en una sublevación castrense, para, desde la fuerza disuasoria de los tanques y las bayonetas, imponer a la nación española lo que fuese; tal vez, incluso, un viraje a la situación anterior a 1976. Armada, pues, “interpreta” al Rey, o mejor dicho, para zanjar cualquier duda, lo malinterpreta.

Como añade la periodista, “para el Rey, la gran sorpresa fue el ‘tejerazo’. No solo conocía la conexión Milans-Armada, sino que desde hacía meses había encomendado a Armada que templara los ímpetus golpistas del ‘virrey de Valencia’ […] Pero el 23-F el Rey tuvo la evidencia del triángulo Milans-Armada-Tejero en acción conjunta […] Tejero es el detonante; Armada, el director técnico de la operación; Milans, el jefe militar… y, como aval y talismán, el uso del nombre del Rey” (v. Cap. 6: “La caja negra del golpe”).

El expresidente Suárez reconoció, el mismo 23-F, que aquel golpe se lo habían dado a él: “Ni culpables, ni cómplices, ni ‘ya os lo venía avisando’… Este golpe me lo han dado a mí”. En la sala de ujieres, con la pistola Astra encañonándole el pecho, Suárez ordenó cuadrarse a Tejero, quien desvió la mirada y el arma. Suárez se la había mantenido, retador. Uno de los sicarios golpistas comentó a un secuaz: “—Este tío [por Suárez] manda más que el teniente coronel” (v. ibíd.) Suárez pudo buscar el disparo, pues con una víctima, con sangre derramada, el golpe hubiera perdido toda justificación.

Hasta aquí la hipótesis de Pilar Urbano. Los hechos que yo recuerdo de entonces –constatados por la historiografía sobre aquel momento—es que Tejero entró en el Congreso pistola en mano para detener y secuestrar a todo el pleno, mientras esperaba la llegada de Armada y del “Elefante Blanco”, una alta o altísima autoridad, que debería explicar al país cuanto estaba sucediendo allí. Qué duda cabe que ni Tejero, ni Armada, ni tampoco probablemente Milans del Bosch tenían categoría suficiente como para haber sido ese “Elefante Blanco”. ¿Quién hubiera podido ser, pues? Una incógnita… Los golpistas se presentaron a sí mismos como “unos mandados”, como profesionales que obedecían órdenes de más altas instancias. En aquel tiempo, a la extrema derecha le interesó mucho hacer creer a la opinión pública que esa máxima autoridad que lo orquestó todo fue el rey Don Juan Carlos. Es más, también recupera este rumor Pilar Urbano en su ensayo al razonar que si Armada iba a presentarse en el Congreso para anunciar, presuntamente, un gobierno de coalición, necesitaría contar con el refrendo, ante los asombrados y asolados señores diputados, de un personaje por encima de cualquier autoridad gubernativa, y ese hombre solo podía ser el propio monarca.
Pero repasemos la cronología de los hechos esenciales: Adolfo Suárez dimite el 29 de enero de 1981. Dimite él, no se le expulsa del gobierno mediante una moción de censura. El 23 de febrero, cuando se estaba votando la segunda ronda para la investidura de su sustituto, Leopoldo Calvo-Sotelo, es cuando toman los guardias civiles el edificio del Congreso. Es decir, el procedimiento parlamentario seguía un cauce legal forzado: dimitía el presidente, e iba a ser sustituido por otro de su mismo partido (UCD). Las Cámaras no habían sido disueltas, ni se habían convocado nuevas elecciones libres, sino que se realizaba un cambio transitorio y “suave” dentro de la misma legislatura [v. Constitución española, art. 62 d; art. 99,1-5; art. 101,1-2]. ¿Para qué hablar, entonces, de una moción de censura, si ya habría otro gobierno después de Suárez dentro del mismo periodo de cuatro años?
Al parecer, Suárez era partidario de disolver las Cámaras, cerrar esa legislatura, y dejar que el pueblo español se pronunciara. Era lo que la Constitución demandaba (art. 99-1: “Después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey […] propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno”). A esa medida se opuso el Rey, según Pilar Urbano. Temía el monarca que la crisis del sistema en aquellos momentos se evidenciara aún más: “—Adolfo, si tomas esa decisión de dar cerrojazo a las Cámaras, que sepas que no la pienso firmar. Me pondré enfermo, me iré de viaje… ¡estaré ausente el tiempo necesario!, pero no pienso estampar mi firma en esa disolución” (v. Cap. 5: “Suárez, el Rey, un perro, una pistola…”) Y estaba en su derecho constitucional, pues es al Rey a quien corresponde “convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones en los términos previstos en la Constitución” (art. 62 b)
……………………………………………………………………………………
Hace pocos días, el 30 de marzo, domingo, el diario El Mundo publicaba en exclusiva una amplia entrevista con Pilar Urbano, donde se adelantaban las hipótesis más escandalosas de su volumen. Una semana después, el mismo medio informativo ha dedicado otra extensa entrevista a Adolfo Suárez Illana, hijo del expresidente, en la que este desmiente las afirmaciones de Urbano, seriamente molesto con que se injurie tanto a su padre como al Rey de España, presentándolos a ambos como rivales y enemigos. Nada más lejos de la verdad, según Suárez Illana, quien aporta como prueba algunas de las afectuosas epístolas que, entre 1979 y 1982, dirigió Don Juan Carlos a su padre Adolfo. “Mi leal y querido Presidente Adolfo…”, “Mi queridísimo Adolfo…”, “Mi querido Presidente…”, son algunos de los epígrafes que encabezan estas misivas aportadas por Suárez Illana. En ellas, el rey insiste en el espíritu de lealtad y de entrega al servicio de la Corona y del sistema democrático que caracterizaba a Adolfo Suárez González. Le presenta como artífice de la Transición y como un amigo y colaborador siempre fiel. Son cartas de loa, de alabanza en momentos de gran dificultad política.
Suárez Illana argumenta que su padre tomó la decisión irrevocable de abandonar el gobierno de España y la UCD en agosto de 1980, durante unas vacaciones en Galicia. Y que el primer enterado de esa determinación fue el rey Don Juan Carlos, quien volvió a agradecerle su rotunda confianza en él. Es decir, desde agosto de 1980 hasta finales de enero de 1981, se estuvo preparando el reemplazo de Adolfo Suárez. Así mismo, alega que su padre tenía un temperamento sumamente respetuoso y formal: “Es inverosímil que una persona tan respetuosa y tan calmada como mi padre pegue voces en el despacho de nadie. No en el suyo ya, mucho menos en el del Rey…” (Efectivamente, en su vida pública, Adolfo Suárez alardeó de no haber recurrido nunca al insulto o descalificación personal). Sin embargo, Suárez Illana sí admite que se produjeron algunas discusiones entre su padre y el rey a propósito de la lealtad del general Armada (“¡Sí, sí! Discusiones sobre Armada tienen varias”). El rey cogía cariño a sus colaboradores más directos, y le costaba creer lo que le advertía Suárez sobre Armada: que no era una persona de confianza, y que se movía en círculos golpistas. Los hechos acabaron dando la razón al presidente. Armada fue para Don Juan Carlos lo que Augusto Pinochet Ugarte para Salvador Allende.
Luego es verdad que hubo disputas; ahora bien, ¿en el tono y gravedad que defiende Pilar Urbano?
El jueves 3 de abril, el mismo día que salía el libro de Pilar Urbano, Adolfo Suárez Illana, según se hacía eco El Mundo-- intentaba que esta lo retirara de los puntos de venta. Para ello recurrió a la argucia de recriminar a la autora el uso no autorizado de la imagen “El Rey y Suárez”, reproducida en el libro, y de la cual es propietario él mismo. Es la famosa instantánea del monarca y un Suárez ya enfermo, de espaldas, paseando por el jardín de la residencia de este último. Suárez Illana recuerda, en una carta enviada a Pilar Urbano, que él detenta los derechos de la foto, y que ha sido incluida sin su permiso en un libro cuyo contenido desaprueba y que considera infamatorio: “Un libro cuyo contenido no comparto y que considero profundamente lesivo del derecho fundamental al honor de mi padre, al nombre de mi familia y al papel que este desempeñó durante la llamada Transición española”.
……………………………………………………………………………
 
Sinteticemos lo aparecido hasta ahora: una periodista que conoció bien a Adolfo Suárez, Pilar Urbano, convierte en “verdad histórica” algunos de los viejos rumores que siempre han venido circulando sobre el golpe del 23-F. Lo hace a través de supuestas confidencias del desaparecido protagonista a familiares y cercanos. La mayor editorial del país edita el volumen. Un medio informativo nacional, que recientemente ha cambiado de director, se hace acreedor de ese nuevo veredicto mediático y publica una larga y destacada entrevista con la autora. Casi a la par, presta generosa voz y voto al hijo del mítico expresidente de la Transición, quien abomina y desmiente categóricamente la tesis del texto. Aparecen unas oportunas cartas manuscritas corroborando la buena relación fraternal entre Adolfo Suárez y el rey. La Casa Real defiende la fidelidad continua del rey a sus obligaciones institucionales, mientras un comunicado firmado por diez exministros y colaboradores de Adolfo Suárez califica el ensayo de Urbano de “típico relato novelado-libelo, que parece tener por objeto desestabilizar las instituciones y atacar frontalmente la figura de S.M. el Rey y el presidente Suárez a través de una acusación infame y tergiversando la verdad”. Lo secundan Rafael Arias-Salgado, Jaime Lamo de Espinosa, Rodolfo Martín Villa, Marcelino Oreja, José Pedro Pérez-Llorca, Salvador Sánchez Terán (exministros con Suárez), Andrés Casinello (Teniente Gral.), Fernando López de Castro (Gral.), Aurelio Delgado (cuñado y secretario de Suárez), y Adolfo Suárez Illana. Lo curioso es que algunos de estos firmantes –como hemos anotado más arriba—dieron a Urbano, a lo que ella atestigua, otra versión muy diferente.
En artículo de fondo (06-04-2014), el director de El Mundo, Casimiro García-Abadillo, sale en defensa del honor del rey y cita un “documento que tampoco ha sido hecho público” (¿?), por el cual “el CESID remitió un informe secreto al presidente del Gobierno el 14 de enero de 1981, justo cinco semanas antes del 23-F, en el que se analizan las posibilidades de un golpe militar”. En uno de sus párrafos, se lee: “Hacia el futuro pueden considerarse como muy poco probables los intentos prácticos de consecución de un ‘Gobierno de gestión’, pues, entre otras dificultades exige, tal como se concibe hoy, una impensable colaboración anticonstitucional de la Corona”. Si el rey era un monarca constitucional, no iría nunca contra la Constitución y el engranaje democrático y parlamentario del Estado español.
 
García-Abadillo pide la desclasificación de los materiales reservados para acabar con las hipótesis y tergiversaciones. El CNI guarda la grabación completa de las cámaras internas del Congreso, las fotografías oficiales del estado del hemiciclo tras la salida de los golpistas, y las conversaciones telefónicas entre Tejero y Milans.
Por su parte, Juan Luis Cebrián, exdirector del diario El País, que no era tan bien considerado como Dña. Pilar Urbano por Adolfo Suárez, escribió recientemente (04-04-2014): “Quienes vivimos el 23-F y, por unos motivos u otros, estuvimos en contacto aquella noche con el palacio de La Zarzuela y con los responsables políticos y policiales que no se encontraban secuestrados en el Congreso, fuimos testigos de dos hechos a mi juicio irrefutables: el primero, que el golpe triunfó en una primera instancia, avalado por un considerable número de generales con mando en plaza; el segundo, que la actitud del Rey fue decisiva, definitoria, para que los rebeldes depusieran las armas y fueran posteriormente juzgados y condenados”. A Cebrián lo libró Suárez de ser tomado por agente del KGB, en una maniobra de pruebas falsas orquestada, a juicio del propio presidente, por militares extremistas (v. “Un hombre de Estado frente a las bayonetas”, El País, 23-03-2014).
El diario ABC, monárquico pleno desde su fundación, también ha salido al paso de las declaraciones de Pilar Urbano en su libro. Y así recoge en su edición del domingo 6 de abril la impresión de Felipe González –a quien, cuando conviene, se tiene de fiador--, diciendo: “¿Credibilidad? Solo por ser ella, bajo cero, y por lo que he oído, miente mucho más que habla”; o las palabras de Marcelino Oreja: “No creo haber leído nunca tal cúmulo de falsedades con el único propósito de vender un panfleto”; o el testimonio de Rafael Puyol, exrector de la Complutense, quien escuchó a Suárez afirmar que “quien paró el golpe fue el Rey”.
Así vemos que, en el plazo de una semana, el mismo diario da “una de cal y otra de arena”. Que hay maniobras de informar y, al mismo tiempo, de confundir al lector y desinformar. Que casi todos los organismos de prensa se alinean, con la muerte de Adolfo Suárez, junto al Rey y defienden su papel de firme salvador de la democracia. Que la figura del monarca después de esto va a salir, probablemente, fortalecida, pues el objetivo es recordar y vivificar lo que hizo por el bien del sistema parlamentario. Que puede haber, incluso, una conspiración para dinamitar el régimen monárquico, tanto por parte de grupos ultraconservadores, como de radicales de izquierda. (Es decir, que se estaría reproduciendo hoy, en nuestro país, muy parecida situación de inestabilidad institucional a la sufrida por los gobiernos de Adolfo Suárez; súmanse ahora la corrupción de cargos públicos y los nacionalismos separatistas).
……………………………………………………………………
Yo recuerdo que el rey Juan Carlos gozaba, en 1980-81, de nuestra mayor estima. Que, contra viento y marea, él era el Gran Capitán de nuestra nave y que era el guardián y garante absoluto de las libertades democráticas. Era una especie de Lohengrin, de custodio del Santo Grial. La grandeza de Adolfo Suárez comenzaba a declinar y a extinguirse por la oferta más avanzada del PSOE, con Felipe González y Alfonso Guerra al frente. También el PSP (Partido Socialista Popular), del profesor Enrique Tierno Galván. A Suárez, los simpatizantes de la izquierda o del centro-izquierda (mi madre, entonces, entre ellos) lo acusaban de “usar el voto del miedo”, pues su objetivo prioritario era detener el avance en las urnas del PSOE, PSP y PCE para alejar la amenaza de un golpe. Era como si su cometido de estadista meritorio hubiera pasado ya. Difícil sería que un rey, en la cumbre de su aurora institucional, pensara en tramar una conspiración contra el principio de Estado que acababa de edificar. No lo necesitaba para ganar mayor fama de la buena que ya tenía; antes al contrario, hubiera sido tirarse piedras contra su propio tejado.

 
En un almanaque de hechos históricos, la Cronología Universal de Jacques Boudet, leo para España en el año 1981: “23-II. Intento de golpe de Estado militar por el teniente coronel Tejero, que secuestra a los ministros y a los diputados. La firmeza del rey Juan Carlos conseguirá que fracase. Ese fue también el año de la ley antiterrorista (23 de marzo) y de divorcio (22 de junio). De la plaga causada por el maléfico aceite de colza adulterado, a partir del 1 de mayo, con más de doscientas muertes. Del atentado contra Ronald Reagan y del primer despegue de la Columbia. Del asesinato, en pleno desfile militar, del presidente egipcio Anuar el-Sadat. De la investidura, en Francia, del socialista François Mitterrand como presidente de la República. De la apertura de la línea de alta velocidad París-Lyon. De la boda de Carlos y Diana. De las muertes, por huelga de hambre, de diez activistas republicanos irlandeses (Bobby Sands entre ellos). De la pre-Grecia de Papandreu, que ingresa en el Mercado Común. De la liberación de 52 rehenes norteamericanos en Irán. De la anexión del Golán por Israel. De los enfrentamientos dialécticos en Polonia entre el general Jaruzelski y el líder del sindicato Solidaridad, Lech Walesa. Del atentado contra Juan Pablo II en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Tenía yo catorce años, y estaba en el 8º curso de la EGB (Educación General Básica), la enseñanza obligatoria, cuando se produjo la entrada de Tejero al Congreso. Estaba en casa, en nuestro pequeño comedor, merendando Nescafé con galletas y escuchando por radio la ceremonia de investidura de Calvo-Sotelo (TVE no emitía la sesión en directo). Entonces, los locutores comentaron, alarmados y sorprendidos, los ruidos y voces que llegaban de fuera del hemiciclo, de los pasillos. Después, llega Tejero, sube a la tribuna de oradores con la pistola en mano; lo secundan varios guardias civiles con metralletas. Se levanta Gutiérrez Mellado de su escaño, luego Suárez tras él, para evitar que lo zarandeen o incluso maten. Empieza el tiroteo… Y el miedo no se disipó hasta que, horas después, en esa lenta madrugada, Don Juan Carlos, por TVE, garantizó el orden constitucional legalmente establecido. Esto es de lo que yo puedo dar fe y testimonio, como muchos otros españoles. Todo lo demás, o son verdades no reveladas de alcance incierto, o simples conjeturas con las que montar una “ucronía” de los acontecimientos. Tal vez, en espera de que la Historia hable.
…………………………………………………………………………..
Pero una realidad resulta innegable: el Rey debe trabajar para recuperar el prestigio que una vez tuvo entre los españoles, y debe “abrir las ventanas de palacio”, con el fin de devolver a la Casa Real toda la lozanía y brillantez de que gozaba con la instauración de nuestra democracia.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2014.

 
 

 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario